Mary Clark - Misterio en alta mar

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Misterio en alta mar: краткое содержание, описание и аннотация

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El Royal Mermaid es el flamante buque que sirve de escenario a Mary Higgins, una vez mas acompañada de la pluma de su hija Carol, para contarnos una historia de suspense, e intriga, y porque no tambien cargada de humor, el anfitrion del crucero de lujo, ha querido invitar a personas que tienen algo en común, estan comprometidas con nobles causas humanitarias.
Entre tanto filántopo, tambien han recibido una invitación de navidad para formar parte del pasaje, la detective amateur Alvirah Meehan y la investigadora privada Regan Reilly, ambas acompañadas por sus maridos, uno de los cuales no es otro que el jefe de brigada Jack Reilly.
Para que la trama se pueda sustentar, dos peligrosos criminales fugados, a quienes ayuda el hijo del capitan, se disfrazan de Papá Noel, para pasar desapercibidos, una fuerte tormenta azota el barco, y una pasajera dice haber visto el fantasma de un famoso escritor, un pasajero acecha una valiosisima antigüedad, que será arrojada al mar en una ceremonia fúnebre.
Repleta de humor y suspense, la novela te atrapa desde el principio, nuestros protagonistas iran uniendo las piezas que los llevaran a desentrañar el ‘ misterio en alta mar’ y no se puede hacer otra cosa que esperar el desenlace final, a la vez conmovedor y espeluznante, que tiene lugar la última noche del año.

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«Nos está entreteniendo», pensó el comodoro Weed, pero no podía plantearse siquiera ofender a ninguno de sus benévolos invitados.

– Pensaba buscar un buen sitio junto a la borda para ver salir el barco, pero quería pedirles que en algún momento, mañana o pasado, se hicieran unas fotos conmigo para que se las pueda enseñar a mi madre cuando vuelva.

– Desde luego -contestó Nora por todos.

Ivy Pickering asintió feliz y se marchó a toda prisa.

Una energética joven con un micrófono arrastraba en su dirección a un hombre con una cámara al hombro. Su primera pregunta fue para Nora.

– ¿Qué le parece la idea del comodoro Weed de premiar a las personas que han hecho el bien?

Regan habría jurado que oyó murmurar a su padre: «Está en contra». Sabía que lo que menos podía soportar su padre era una pregunta tonta.

Pero Nora se libró de contestar gracias a la llegada de dos agentes de policía. Se dirigían hacia el camarero que se acercaba al grupo con una bandeja de champán y una sonrisa idiota. Al ver que todo el grupo se le había quedado mirando, el chico volvió la cabeza para ver qué llamaba tanto su interés y, al descubrir a los policías, soltó la bandeja, dio media vuelta y echó a correr por la escalera más cercana hacia la segunda cubierta. Antes de que los agentes llegaran siquiera a la escalera, todos oyeron el ruido del agua.

– ¡Hombre al agua! -chilló Ivy Pickering.

El comodoro miró las copas rotas a sus pies. «¿Por qué habré gastado dinero en champán bueno?», se preguntó sombrío.

Todos corrieron a la borda para ver qué pasaba.

– ¡Pues sí que nada deprisa! -comentó alguien.

Un segundo más tarde la sirena de un barco patrulla dejó claro que por muy deprisa que nadara el camarero, lo sacarían del agua antes de que pudiera escapar.

Otros camareros se apresuraban a limpiar la cubierta de cristales y champán. El comodoro se acercó a Dudley, que enfundado en un arnés de seguridad, había estado a punto de hacer una demostración en el muro de escalada.

– No sé cuál puede ser el problema -balbuceó el director-. Estaba desesperado por el trabajo y aseguró que antes trabajaba en el Waldorf.

– Pues por lo que sabemos podría ser un asesino en serie -saltó Weed-. ¿A quién más has contratado sin referencias?

El comodoro cogió el micrófono con el que había dado el discurso de bienvenida, que ahora estaba enfrente de la pared.

– Bueno, bueno, les había prometido un crucero emocionante… -Pero tardó unos minutos en lograr la atención de los pasajeros. Todos miraban fascinados la persecución. Weed repitió lo que acababa de decir y añadió-: Y desde luego parece que el crucero va a estar lleno de emociones, je, je, je. -Hizo una pausa-. Desde luego -concluyó sin convicción.

Un joven oficial se acercó a decirle algo al oído. La expresión preocupada del comodoro comenzó a disiparse.

– Ya veo. Claro, claro. Algunas mujeres no tienen paciencia. -Entonces se volvió hacia la multitud-. Por lo visto este pobre hombre se había retrasado un poco en el pago de la pensión a su ex mujer -explicó-. No es peligroso para nadie. Se arriesgó en el amor, y… en fin, siempre es mejor haber amado que…

Tenía que conseguir restablecer el ambiente de cordialidad.

– Ahora llenemos de nuevo las copas y vamos a prestar atención al muro de escalada que tengo a mi espalda. Nuestro director de crucero, el señor Dudley, les va a mostrar lo mucho que pueden divertirse imaginando que están escalando el Everest.

Con una floritura se volvió hacia Dudley.

– A lo más alto -ordenó.

Dudley hizo un saludo inclinándose todo lo posible a pesar de llevar el arnés. Un miembro de la tripulación sostuvo la cuerda de seguridad con notable falta de entusiasmo.

Dudley puso el pie derecho en el saliente más bajo y comenzó a escalar. Tendió el brazo, agarró otro saliente…

– Tú eso ni lo intentes -susurró Willy a Alvirah.

– Pie derecho, pie izquierdo -iba mascullando Dudley, que ya empezaba a sudar. Buscaba con el pie derecho el siguiente saliente cuando notó que el que sostenía su pie izquierdo comenzaba a moverse como un diente suelto-. No puede ser -gimió.

Pero era.

Al intentar pasar el peso al lado derecho, el saliente izquierdo cedió y cayó al suelo. Dudley perdió contacto con el muro en ambos pies y se quedó colgando de la cuerda oscilando a un lado y otro como un Tarzán de pacotilla.

La multitud le animaba a gritos. Él intentó sonreír, miró sobre el hombro y aterrizó en cubierta con un buen golpe, puesto que el miembro de la tripulación que sostenía la cuerda la había soltado demasiado deprisa.

Nora y Regan no se atrevieron a mirar a sus maridos.

6

Después de enterarse de que tenía que evacuar el camarote, Eric corría sin que sus pies tocaran apenas el suelo.

¡Podía haber estrangulado a Alvirah Meehan!

– Tómate tu tiempo para hacer la maleta.

Desde luego, señora. ¡No tenía tiempo! Sabía que el imbécil de Dudley estaría encantado con todo aquello. Y era culpa suya. Era Dudley el que se había equivocado en el recuento de pasajeros. Y ahora el extraordinario director enviaría un ejército de empleados para completar el desalojo. «Sé que me odia -pensó Eric-, y más cuando me dieron a mí un camarote más grande.» Dudley tenía un camarote pequeño sin terraza, pero a Eric le vendría estupendamente en ese momento. Tenía un miedo espantoso a enfrentarse a Bala Rápida para darle la mala noticia.

No quiso esperar al ascensor y echó a correr hacia la escalera.

«¿Cómo vaya esconderlos? ¿Dónde vaya esconderlos? ¿Cómo puedo tenerlos en la suite del tío Randolph tres días nada menos?» La sala de invitados era muy pequeña, y el armario también.

Lo único que sabía es que tenía que sacarlos de su camarote, y deprisa.

– ¡Jo, jo, jo! ¡Eric! -le llamó un pasajero-. ¿Cuándo me van a dar el disfraz de Santa Claus?

– ¡Pregúntele a Dudley! -exclamó Eric sin dejar de correr.

De pronto se le ocurrió una idea. Debería echar mano a un par de disfraces. Bala Rápida y Barron Highbridge podían ponerse los trajes de Santa Claus y así nadie sospecharía de ellos si los veía.

¿Dónde estaban los disfraces? Tenían que estar en el almacén de la cubierta 3, decidió. Todos los camarotes de los Santa Claus estaban en la cubierta 3. La gente que había ofrecido su trabajo voluntario tenía peores habitaciones que las de la gente que había donado dinero. Así funciona el mundo.

¿Tendría tiempo de ir a buscarlos? Antes de poder tomar una decisión racional, Eric se encontró dirigiéndose a la cubierta 3. Su juego de llaves maestras incluía una para el almacén. «Por favor, que estén allí», rezó.

En algunos camarotes se oían voces. No debía de estar lejos del almacén. Al pasar junto al equipaje todavía amontonado fuera de varios camarotes, se sacó las llaves del bolsillo. Dobló una esquina. Al fondo del pasillo había dos personas, pero por suerte le daban la espalda. Avanzó a pasos agigantados hacia la sala y abrió la puerta con la llave.

En efecto, vio encantado que los disfraces colgaban de una percha. Agarró a la carrera dos de ellos con pinta de quedar bien a Bala Rápida, bajo y corpulento, y a Barron, alto y delgado, dos personas que solo se hacían regalos a sí mismas. Cogió dos barbas blancas, dos gorros y dos pares de sandalias negras. Los Santa Claus tropicales, pensó. Encontró en un armario varias bolsas de basura negras y metió en una toda la parafernalia. Se agotaba el tiempo y Eric sudaba copiosamente.

Volvió a subir por la escalera hasta la cubierta principal y llegó a su camarote sin tener que explicar a nadie qué llevaba en la bolsa de basura. El cartel de «No molestar» seguía en la puerta. Abrió y se preparó para la reacción de los polizones.

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