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Mary Clark: Misterio en alta mar

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Mary Clark Misterio en alta mar

Misterio en alta mar: краткое содержание, описание и аннотация

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El Royal Mermaid es el flamante buque que sirve de escenario a Mary Higgins, una vez mas acompañada de la pluma de su hija Carol, para contarnos una historia de suspense, e intriga, y porque no tambien cargada de humor, el anfitrion del crucero de lujo, ha querido invitar a personas que tienen algo en común, estan comprometidas con nobles causas humanitarias. Entre tanto filántopo, tambien han recibido una invitación de navidad para formar parte del pasaje, la detective amateur Alvirah Meehan y la investigadora privada Regan Reilly, ambas acompañadas por sus maridos, uno de los cuales no es otro que el jefe de brigada Jack Reilly. Para que la trama se pueda sustentar, dos peligrosos criminales fugados, a quienes ayuda el hijo del capitan, se disfrazan de Papá Noel, para pasar desapercibidos, una fuerte tormenta azota el barco, y una pasajera dice haber visto el fantasma de un famoso escritor, un pasajero acecha una valiosisima antigüedad, que será arrojada al mar en una ceremonia fúnebre. Repleta de humor y suspense, la novela te atrapa desde el principio, nuestros protagonistas iran uniendo las piezas que los llevaran a desentrañar el ‘ misterio en alta mar’ y no se puede hacer otra cosa que esperar el desenlace final, a la vez conmovedor y espeluznante, que tiene lugar la última noche del año.

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13

Harry Crater tenía programada una llamada telefónica a sus hombres a las siete de la tarde, pero la transmisión satélite de su móvil no funcionaba. Estuvo esperando en su camarote una hora, con creciente irritación, intentando hacer la llamada cada diez minutos. A las ocho llamaron a la puerta. Era Gil Gephardt, el médico de a bordo, que venía a ver cómo estaba.

Crater se dio cuenta, demasiado tarde, de que sin la enorme chaqueta ya no parecía tan enclenque. Intentó hundir los hombros mirando desde arriba a aquel pequeño doctor con aspecto de búho.

– Ah, señor Cráter, nos presentaron cuando subió usted a bordo. Soy el doctor Gephardt. Al ver que no estaba en la fiesta, me preocupó que estuviera enfermo.

«No metas las narices donde no te llaman», pensó Crater.

– No esperaba dormir tanto -explicó-. Con las emociones y los preparativos del crucero, tenía el corazón acelerado y estaba agotado.

Se dio cuenta de que Gephardt lo miraba con atención sin apenas parpadear.

– Señor Cráter, según mi opinión médica, tiene usted mucho mejor aspecto. Solo unas pocas horas de beneficioso aire marino y la diferencia es ya notable. Estoy seguro de que no necesitaremos llamar al helicóptero, después de todo. ¿Le puedo sugerir que baje y coma algo?

– Ahora mismo voy -prometió Crater, conteniendo las ganas de cerrarle la puerta de golpe en las narices.

Al final consiguió cerrarla despacio Y se apresuró a mirarse en el espejo. La pasta grisácea que se había puesto en la cara antes de subir al barco casi había desaparecido. Se untó un poco más, pero le dio miedo usar tanta como hubiera querido. Aquel médico era más inteligente de lo que parecía.

Antes de salir del camarote, hizo un último intento de ponerse en contacto con sus cómplices. Esta vez logró comunicar. El plan quedó confirmado. A la una de la madrugada de la noche siguiente fingiría una urgencia médica. Gephardt pediría al capitán que llamara al helicóptero. Calculando con un margen razonable, el helicóptero llegaría antes de que amaneciera. A esa hora la mayoría del pasaje y la tripulación estaría dormida. Sería como quitarle un caramelo a un niño.

Después de apagar el móvil se dirigió hacia la puerta. Mientras se apresuraba por el pasillo desierto, pensó con sombría satisfacción que en treinta y tres horas su misión estaría cumplida y su sustanciosa paga en camino.

Cogió el ascensor hasta el salón. Atravesó la sala acordándose de cojear y apoyarse en el bastón, ignorando el ebrio estallido de un frustrado Santa Claus que provocaba oleadas de emoción en la fiesta.

En la puerta del comedor el maître se apresuró a recibirle.

– Usted debe de ser el señor Crater -saludó, ofreciéndole el brazo para que se apoyara-. Le tenemos reservada una mesa magnífica. Dudley le ha colocado con una notable familia. Hay dos jovencitas muy especiales que están muy ilusionadas con poder ayudarle en este crucero.

Crater, que no tenía paciencia alguna con nadie de menos de treinta años, quedó horrorizado. Al acercarse a la mesa vio que la única silla vacía estaba entre las dos «encantadoras jovencitas» que ya le habían parecido intensamente irritantes en la ceremonia de bienvenida.

Nada más sentarse él, Fredericka se levantó de un salto.

– ¿Puedo ayudarle a cortar la carne?

Gwendolyn, que no estaba dispuesta a quedar en segundo plano, le echó los brazos al cuello.

– Te quiero, tío Harry.

«Ay, Dios mío -pensó Crater-, me va a emborronar toda la crema gris.»

14

Ivy Pickering buscaba su sitio en una de las mesas del grupo de Lectores y Escritores, ardiendo de emoción al saber que había un ladrón entre ellos. Le encantaba leer novelas policíacas, pero estar viviendo un caso real era un golpe de suerte increíble. Estaba deseando contárselo todo a su madre por e-mail antes de irse a la cama.

Había comenzado una animada discusión sobre el robo de los disfraces de Santa Claus. El camarero tenía que hacer verdaderos esfuerzos para terminar con el pedido.

– ¿Estás segura de esto no es cosa tuya, Ivy? -bromeó Maggie Quirk, su compañera de camarote-. Tú querías fingir un misterioso asesinato a bordo, pero era demasiado complicado. Además, no sería apropiado. Estamos aquí como invitados.

Los ojos castaños de Maggie chispeaban. Era una mujer de talla mediana y pelo corto castaño que caía en ondas en torno a su agradable rostro. Sus labios se curvaron en una fácil sonrisa. En su voz se percibía cierto tono irónico, adquirido después del fracaso de su matrimonio «perfecto». Tres años atrás, el día que cumplía los cincuenta, el «regalo sorpresa» de su marido consistió en pedirle el divorcio porque necesitaba más emociones en su vida. Cuando se recuperó de la conmoción, Maggie se dio cuenta de que era el mejor regalo de cumpleaños que había recibido jamás.

– Ese petardo lleva aburriéndome diez años -comentó entre risas a sus amigos-, y al final el que me dejó fue él.

Maggie era subdirectora de banco y desde aquel momento decidió aprovechar al máximo su tiempo libre. Se unió al grupo de Lectores y Escritores y ahora estaba encantada con el crucero.

– Maggie, no nos hace falta un asesinato misterioso -respondió Ivy-. ¿No sería divertido intentar averiguar quién se ha llevado los trajes de Santa Claus y por qué?

– El pobre director del crucero parece bastante desconcertado. Seguramente solo habría ocho disfraces desde el principio -apuntó Tommy Lawton, el vicepresidente del grupo, mientras probaba su salmón ahumado.

Pero Ivy estaba convencida de que habían robado los disfraces, y decidida a averiguar qué había pasado. Así tendría una excusa para pasar tiempo con los Reilly y los Meehan.

Todos coincidieron en que los aperitivos y entremeses estaban deliciosos.

– La comida es buenísima -comentó Maggie mientras se llevaban los primeros platos-o Y todavía sabe mejor porque es gratis.

El camarero empezó a servir las ensaladas.

– ¿Es que se les ha olvidado ponerlas antes del primer plato? -preguntó Lawton perplejo.

– No, señor -contestó el camarero con altanería-o Así es como se sirven en París.

– No he estado nunca en París -declaró alegremente Lawton-. Puede que vaya si me toca la lotería.

Ivy sabía que si se comía la ensalada no le quedaría sitio para el postre, de manera que se levantó y susurró juguetona:

– No digáis nada interesante hasta que vuelva.

Al salir del salón saludó deliberadamente a los Santa Claus que estaban en las mesas que había en su camino. Sabía que la noche siguiente tendría uno sentado a su propia mesa. Estaba deseándolo. Esperaba que fuera Bobby Grimes, el que había advertido a todo el mundo que tuvieran cuidado con la cartera.

A menos, por supuesto, que el comodoro le prohibiera llevar el traje de Santa Claus. Después de aquel estallido tal vez le habrían echado del grupo.

En cuanto salió del servicio, Ivy decidió hacer una visita rápida a la capilla de Reposo. Estaría bien incluir una descripción de ella en el e-mail que enviaría a su madre esa noche. En ese momento no habría nadie y tendría la oportunidad de echar un buen vistazo en paz.

– Este maldito traje pica -se quejó Bala Rápida-. Si no me lo quito, me voy a volver loco.

Estaban sentados en la oscuridad, detrás del altar, protestando ambos del hambre que tenían.

– Pues quítatelo -le espetó Highbridge.

Bala Rápida se levantó, se quitó la chaqueta y los pantalones y los tiró al suelo. Vestido solo con los calzoncillos, se puso a estirar los brazos y dar saltos. En ese preciso instante se abrió la puerta de la capilla y se encendió la luz.

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