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Mary Clark: Misterio en alta mar

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Mary Clark Misterio en alta mar

Misterio en alta mar: краткое содержание, описание и аннотация

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El Royal Mermaid es el flamante buque que sirve de escenario a Mary Higgins, una vez mas acompañada de la pluma de su hija Carol, para contarnos una historia de suspense, e intriga, y porque no tambien cargada de humor, el anfitrion del crucero de lujo, ha querido invitar a personas que tienen algo en común, estan comprometidas con nobles causas humanitarias. Entre tanto filántopo, tambien han recibido una invitación de navidad para formar parte del pasaje, la detective amateur Alvirah Meehan y la investigadora privada Regan Reilly, ambas acompañadas por sus maridos, uno de los cuales no es otro que el jefe de brigada Jack Reilly. Para que la trama se pueda sustentar, dos peligrosos criminales fugados, a quienes ayuda el hijo del capitan, se disfrazan de Papá Noel, para pasar desapercibidos, una fuerte tormenta azota el barco, y una pasajera dice haber visto el fantasma de un famoso escritor, un pasajero acecha una valiosisima antigüedad, que será arrojada al mar en una ceremonia fúnebre. Repleta de humor y suspense, la novela te atrapa desde el principio, nuestros protagonistas iran uniendo las piezas que los llevaran a desentrañar el ‘ misterio en alta mar’ y no se puede hacer otra cosa que esperar el desenlace final, a la vez conmovedor y espeluznante, que tiene lugar la última noche del año.

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– ¡Pues mira qué bien! -exclamó Grimes-. ¿Y a quién le Importa que los actores sean tímidos? La mayoría de ellos son unos gilipollas que cobran una millonada.

– Eso estaba de más -replicó Nelson-. Yo solo quería compartir lo que me dice mi terapeuta.

– Ya, pues la mayoría de los terapeutas también son unos gilipollas que cobran una millonada.

Nelson arrugó el ceño.

– Me parece que tú no tienes madera de Santa Claus.

– Tienes razón. Era mi última Navidad.

«Pues el año que viene debería hacer de Scrooge -se dijo Dudley-. Sí que empezamos bien. ¿Por qué demonios se me ocurriría lo del crucero este? Me van a rebajar a marinero de agua dulce.»

Por fin empezó a repartir los trajes, pero después de entregar los cuatro primeros, solo quedaban otros cuatro en la percha.

– No lo entiendo -se alarmó Dudley-. Nos faltan dos disfraces. Señor Grimes, a menos que logre encontrarlos, queda usted libre de su obligación de propagar alegría por este barco.

– ¿Qué?

Era evidente que había cogido a Grimes por sorpresa. La verdad era que le encantaba vestirse de Santa Claus.

Ted Cannon supo que Grimes era de los que siempre se quejan pase lo que pase.

– Bueno, igual podemos turnamos algunos disfraces: Yo estoy en el camarote contiguo al de Pete y tenemos la misma talla. Podríamos compartir uno.

– Mi terapeuta estaría orgulloso de ti -dijo Pete Nelson sonriendo.

– Señor Grimes, si lo desea puede compartir un traje con Rudy. O si no, no tiene por qué ponerse siquiera el disfraz, si no quiere -replicó Dudley.

– Bah. Ya me pondré de acuerdo con Rudy -cedió Grimes de mala gana.

Cuando los Santa Claus se marcharon con sus ocho disfraces, Dudley registró toda la sala. No solo habían desaparecido dos trajes, sino también las sandalias, barbas y gorros que iban con ellos. ¿Para qué podría quererlos nadie? ¿Y cómo explicaría al comodoro que solo habría ocho Santa Claus a bordo?

¿Quién podía haber entrado en el almacén? Estaba siempre cerrado, así que tenía que ser alguien que tuviera llaves.

Dudley estaba nervioso. No había visto las referencias de aquel camarero, pensó. De hecho, no había mirado las referencias de nadie. Cualquiera sabe que las referencias suelen darlas personas que se ven obligadas a hacer un favor a sus amigos en paro, y que la mayoría de los currículos son una sarta de mentiras.

Había alguien en el barco que no tramaba nada bueno.

Dudley ni siquiera sabía si era un pasajero o algún miembro de la tripulación.

Lo que sí sabía era que si pasaba algo más, la culpa sería suya.

De pronto lo de saltar del barco al agua ya no le parecía tan mala idea.

11

– Oh, navego por el mar azul y mi barco es una preciosidad -cantaba el comodoro, mirándose sonriente en el espejo sobre el sofá de su salón.

Su nuevo uniforme, un resplandeciente esmoquin azul marino con charreteras doradas en los hombros a juego con los botones de la chaqueta, le daba justo la imagen que deseaba. Quería que sus invitados le vieran como una imponente presencia y a la vez como un cordial anfitrión.

Pero estaría bien contar con otra opinión, decidió.

– ¡Eric!

La puerta de la habitación de invitados estaba cerrada con llave, un gesto que al comodoro le resultó un tanto hostil. Al fin y al cabo, razonó, con el salón grande entre los dos dormitorios tampoco es que estuvieran allí apiñados. Una cosa era cerrar la puerta, y otra echarle la llave. «¡No se imaginará Eric que iba yo a irrumpir en su habitación!» Hacía unos minutos había llamado a la puerta, y al no obtener respuesta quiso asomarse, pero solo para ver si Eric había echado una cabezadita.

Solo quería advertirle de que se estaba haciendo un poco tarde. Pero la puerta estaba cerrada con llave, y al momento Eric contestó muy enfadado que estaba saliendo de la ducha y que qué demonios quería.

«Tal vez sí debería haberse echado una siesta», pensó el comodoro. Había estado muy cansado todo el día y desde luego se le veía de mal humor. «Bueno, ya sé que también está preocupado porque el viaje salga bien a pesar de los pequeños inconvenientes que hemos tenido al principio…»

En ese momento llamaron a la puerta principal de la suite. El comodoro sabía que sería Winston, con su fuente de sofisticados entremeses. Habría preferido con mucho disfrutarlos allí en la suite con una copa de champán, y no de pie, estrechando manos y posando para hacerse fotos con los invitados. No hay nada peor que una miga en la barbilla o una mancha de mostaza en la mejilla cuando se posa para una fotografía. La gente debería tomarse la libertad de señalar cualquier partícula ofensiva de comida pegada a la cara de otra persona, por muy importante que fuera esta.

– Pasa, Winston.

Winston entró con gran dramatismo, sosteniendo en alto sobre su cabeza una bandeja con una botella de champán, dos copas y dos platos de entremeses. Una sonrisita danzaba en sus labios, indicando que estaba muy satisfecho de sí mismo. Pero Winston siempre lo estaba. Dejó la bandeja en la mesa y sirvió con gran ceremonia una copa de champán al comodoro.

Weed inspeccionó la selección de entremeses: diminutas patatas salpicadas de caviar, salmón ahumado, champiñones asados en nidos de hojaldre y sushi con salsa para mojar. Se le ensombreció el semblante.

– ¿No está usted satisfecho, señor? -se alarmó Winston.

– ¿No hay perritos calientes?

Winston asumió una expresión de puro horror.

– ¡Ah, señor! -protestó

El comodoro le dio una palmada en la espalda echándose a reír mientras se sentaba en el sofá.

– Era una broma, Winston. Ya sé que preferirías caerte muerto antes que servir un bocado tan vulgar. Pero están buenísimos.

El mayordomo no dijo nada, aunque era evidente que no estaba de acuerdo. Se había llevado la misma selección de entremeses a todos los camarotes de invitados, un gesto que la mayoría de los pasajeros, Winston estaba seguro, no sabrían apreciar. Seguramente habrían preferido palomitas, pensó. Dejó un plato de entremeses en la mesa y se dispuso a atravesar la sala, pero antes de que hubiera dado el primer paso, se abrió la puerta de Eric. El joven la cerró a su espalda y dedicó al comodoro una deslumbradora sonrisa mientras se sentaba a su lado en el sofá.

– Tío, espero que no sonara demasiado desagradable hace un momento, cuando me has llamado. -Eric intentó reír-. Lo que pasa es que me di un golpe en la ducha, en el dedo del pie, y cuando oí tu voz estaba lanzando maldiciones que no repetiré.

– No pasa nada, muchacho -le tranquilizó el comodoro, dando un bocado a un hojaldre de champiñones-. Sí que me pareció que estabas algo enfadado, pero un golpe en el dedo del pie duele mucho. -Un ligero ceño apareció en su frente-. No estás vestido para la velada. Se te está haciendo tarde, ¿no?

Winston dejó el segundo plato de entremeses Y una copa de champán delante de Eric, pensando con desdén que seguramente preferiría otra bolsa de patatas fritas. «Tendré que inspeccionar su habitación cuando haga la cama. Solo me faltaría ahora que destroce el dormitorio de invitados del comodoro escondiendo comida basura» Era también interesante, se dijo Winston, que recién salido de la ducha, tal como él mismo sostenía, hubiera vuelto a ponerse el uniforme de día.

– Señor Manchester -dijo-, ¿tiene algún problema con el uniforme de gala? ¿Necesita un planchado? Yo mismo me encargaré de ello.

– ¡No! -exclamó Eric-. Todavía no me he duchado.

– Pero ¿no decías que te habías dado un golpe en la ducha? -terció el comodoro.

– Estaba preparándome para duchar me cuando me di el golpe -se apresuró a corregirse Eric-. Sabía que estabas esperándome para tomar una copa de champán y no quería hacerte esperar mucho.

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