Wexford les interrumpió. En ese apartamento no había lugar para la risa, pero tenía ganas de reír.
– Dejemos la discusión de política para más tarde, ¿de acuerdo? Señora Hatton, ha tenido tiempo suficiente para pensar. Quiero que me cuente todo sobre la salida de su marido de Leeds el domingo diecinueve de mayo y su regreso el veinte.
La mujer aclaró la garganta y miró titubeante a Jack Pertwee, esperando quizá asesoramiento y apoyos masculinos.
– Tranquila Lily -dijo Marilyn-. Estoy a tu lado.
– No sé que haría sin ustedes. Bien… Charlie había estado enfermo y yo no quería que se fuera, pero él insistió.
– ¿Le preocupaba el dinero el dinero a su marido, señora Hatton?
– Charlie nunca me inquietaba con esas cosas. Oh, aguarde un momento… Me dijo que el médico tendría que esperar para cobrar. ¿Quiere que siga hablándole de aquel domingo? -Wexford asintió con la cabeza-. Jack y Marilyn vinieron por la noche para un solitario a tres.
– Así es -afirmó Marilyn-, y Charlie te telefoneó desde Leeds durante la partida.
La señora Hatton miró a su amiga con admiración.
– Exacto, eso hizo.
– ¿Qué le dijo?
– Poca cosa. Me preguntó que cómo estaba y dijo que me echaba de menos. -La mujer sonrió y se mordió el labio-. Odiábamos estar separados. No podíamos dormir el uno sin el otro.
– Parecían novios en lugar de marido y mujer -intervino Jack, y rodeó con el brazo los hombros de Lilian.
– ¿Le comentó si todavía se encontraba mal?
– Un poco indispuesto, por eso no pudo regresar esa misma noche.
– ¿Sonaba contento o excitado?
– Todo lo contrario. Tenía murria.
– Ahora trate de ser lo más precisa posible. ¿A qué hora exactamente llegó su marido a casa el lunes por la noche?
Lilian Hatton no vaciló.
– A las diez en punto. La noche antes me dijo que llegaría a las diez y yo había preparado una cazuela de pollo. Charlie me había comprado un reloj de cocina con alarma en marzo, pero no funcionaba y tuvo que volver a la tienda. Era la primera vez que lo utilizaba. Puse la alarma a las diez y sonó en el momento en que Charlie metía la llave en la puerta.
– ¿En qué estado llegó?
– Había sufrido una recaída, dijo, y tuvo que parar un par de veces en la carretera. De no haberlo hecho, habría llegado antes. Deseaba volver antes para darme una sorpresa, ¿comprende? -Embargada por la emoción, respiró con rapidez tratando de contener las lágrimas-. Dijo… dijo que se ahogaba en el camión y que tuvo que bajar en el área de descanso de Stowerton para respirar aire fresco. Dio un paseo por el campo.
– Ahora concéntrese, señora Hatton. ¿Dijo si había visto algo extraño durante el paseo?
La mujer miró perpleja a Wexford.
– No. Sólo comentó que le había sentado muy bien. Se encontraba mucho mejor, dijo, y pude comprobarlo con mis propios ojos. Parecía un hombre nuevo. Durante la cena hablamos de la boda de Jack. -Su voz enronqueció y se apoyó pesadamente en el brazo de Jack-. Charlie quería que me comprara un conjunto nuevo con vestido, abrigo y sombrero. Dijo… dijo que yo era su esposa y que quería que estuviese a la altura de las circunstancias.
– Y siempre lo estuviste, cariño. Charlie estaba orgulloso de ti.
– ¿Qué ocurrió al día siguiente? -preguntó Wexford.
– Se nos pegaron las sábanas. -La mujer se mordió el labio-. Charlie se levantó a las nueve y telefoneó a un amigo que quería dejar el piso donde vivía. Charlie le dijo que iría a verlo después del desayuno y eso hizo. Ahora sigue tú, Jack.
Jack retiró el brazo y palmeó suavemente la mano de la viuda.
– Charlie vino a buscarme al trabajo pero no pude escaquearme. Estaba haciendo el cableado de las casas nuevas de Pomfret. Dijo que creía que nos había encontrado un piso y le dije que se llevara a Marilyn con él. Parece que le estoy viendo, feliz como un niño y con esa sonrisa que ponía cuando hacía algo por ti, agitado como un mono subido a un palo. -Jack suspiró y sacudió la cabeza-. Mi viejo amigo Charlie.
Wexford se volvió hacia Marilyn con impaciencia.
– ¿Fue usted con él?
– Sí. Charlie vino a buscarme a Moran’s. -Moran’s era la mercería más importante de Kingsmarkham-. Esa vieja zorra, la directora, no quería dejarme ir, y no es que los lunes por la mañana haya mucho movimiento. Dejo el trabajo dentro de un mes, le dije. Si no le gusta, no tiene más que despedirme ahora mismo y desapareceré. La dejé en evidencia delante de Charlie y no volvió a abrir la boca. Charlie y yo fuimos a ver el piso y nos encontramos con el tipo que vivía en él, un sujeto muy extraño, si quiere saber mi opinión. Quería doscientas libras de entrada. Hubiera podido partirle la cara allí mismo. Iba vestido con un batín. Muy pronto, los de su calaña se encontrarán haciendo trabajos forzados, y estaba a punto de soltárselo cuando Charlie dijo que aceptaba y que conseguiría el dinero. Había comprendido que yo estaba encantada con el piso.
– ¿Le entregó el dinero?
– No sea absurdo. Dijo que primero lo consultaría con Jack, pero que si a mí me gustaba a Jack también le gustaría, y nos fuimos. Estaba furiosa. Yo pondré el dinero, dijo Charlie cuando salimos, me lo devolverán cuando las cosas les vayan saliendo mejor. ¿Qué tiene que decir a eso?
– Sí, ¿qué tiene que decir a eso?
– ¿Le acompañó Hatton a la tienda?
– Desde luego que no. Charlie no era mi guardián. Caminamos juntos hasta el Olive y entonces dijo que tenía que llamar por teléfono. Entró en la cabina que hay frente al Olive y no volvimos a vernos en un par de días.
– ¿Por qué llamó desde una cabina teniendo un teléfono en casa?
La pareja de recién casados estaba pensando lo que él, bajo otras circunstancias, habría pensado. Un hombre casado con teléfono propio llama desde una cabina a su amante. La señora Hatton, protegida por los recuerdos, mantenía su aspecto ingenuo y sumiso. Entonces Marilyn rió duramente.
– Está loco si piensa lo que creo que está pensando. ¿Charlie Hatton?
– ¿Qué quieres decir, Marilyn? -preguntó la viuda.
– No estoy pensando nada -replicó Wexford-. ¿Vino su marido a almorzar?
– Sí, a eso de las doce y media. Le pregunté qué pensaba hacer por la tarde y me dijo que quería hacerse mirar la boca porque siempre se le metía comida debajo de la dentadura, ¿comprende? Le daba mucha vergüenza tener dientes postizos siendo tan joven, porque pensaba que a mí me importaba. ¿A mí? Me habría importado si… Oh, ¿por qué le cuento todo esto? En fin, le estaba hablando de su dentadura. Solía decir que cuando tuviera dinero se haría una dentadura nueva, la mejor, y que se la encargaría al doctor Vigo.
– Yo se lo recomendé -explicó Jack.
– ¿Usted? -preguntó Wexford.
Jack levantó la cara y su tez adquirió un intenso tono a vino.
– No era mi dentista -murmuró-, pero había estado en su casa un par de veces para hacer reparaciones eléctricas y había descrito el lugar a Charlie, el jardín y todas las cosas antiguas que tenía el señor Vigo, y esa sala llena de objetos chinos.
La señora Hatton, que estaba llorando, se enjugó los ojos y, rememorando, sonrió a través de las lágrimas.
– Charlie y Jack solían bromear sobre esa casa -comentó Lillian-. Charlie siempre decía que le gustaría echar un vistazo al lugar, y Jack le explicó que el señor Vigo estaba cargado de dinero. Tenía que ser muy buen dentista para ganar tanta pasta, ¿no cree? Así que Charlie pensó que era el hombre que necesitaba y le telefoneó. No conseguirás que te visite hoy, le dije, pero lo consiguió. Un paciente había cancelado su cita y Vigo dijo que vería a Charlie en su lugar, a las dos.
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