Bond sonrió ante esta súplica de ayuda.
– Bueno, de hecho, señor, estoy comenzando a ver que hay algo de sentido en todo el asunto. No existe ninguna razón por la que una muchacha rusa no pueda ser tan tonta como una inglesa. Pero debe de tener agallas para hacer lo que hizo. ¿Le ha dicho el jefe del puesto T si ella se daba cuenta de las consecuencias en caso de que la descubrieran?
– Él dijo que estaba muerta de miedo -respondió M-. Pasó todo el tiempo que estuvieron en el transbordador mirando a su alrededor para ver si alguien la observaba. Pero al parecer sólo había los campesinos y los trabajadores habituales que cogen este transbordador, y como era una hora tardía, no había muchos pasajeros. Pero espere un momento. Aún no conoce ni la mitad de la historia. -M chupó largamente su pipa y expulsó una nube de humo a lo alto, hacia el ventilador que giraba con lentitud por encima de su cabeza. Bond observó como el humo era atrapado por las aspas y arremolinado hasta desaparecer-. Ella le contó a Kerim que esta pasión por usted se transformó de modo gradual en una fobia. Llegó a odiar la visión misma de los hombres rusos. Con el paso del tiempo esto se convirtió en una aversión hacia el régimen y particularmente hacia el trabajo que realizaba para ese régimen y, por así decirlo, contra usted. Así que solicitó el traslado al extranjero; y puesto que era muy buena en los idiomas inglés y francés, llegado el momento le ofrecieron trasladarse a Estambul si le interesaba entrar en la sección de Criptografía, lo cual significaba una reducción de salario. Para abreviar, después de seis meses de entrenamiento, llegó a Estambul hace unas tres semanas. Entonces curioseó por ahí y, al cabo de poco, consiguió el nombre de nuestro hombre, Kerim. Hace tanto tiempo que está allí, que a estas alturas toda Turquía sabe lo que hace. A él no le importa, y eso aparta la atención de los agentes especiales que enviamos a la ciudad de vez en cuando. No hace ningún daño tener un hombre visible en algunos de estos lugares. Serían muchos los tipos que acudirían a nosotros si supieran adonde ir y con quién hablar.
– El agente público -comentó Bond- a menudo obtiene mejores resultados que el hombre que debe dedicar un montón de tiempo y de energías a mantener su clandestinidad.
– Así que le envió la nota a Kerim. Ahora quiere saber si él puede ayudarla. -M hizo una pausa y chupó la pipa con aire pensativo-. Por supuesto, la primera reacción de Kerim fue exactamente la misma que ha tenido usted, y le formuló cuidadosas preguntas en busca de una trampa. Pero sencillamente no pudo ver lo que podían ganar los rusos enviándonos a esta muchacha. Durante todo ese tiempo el transbordador se alejaba más y más remontando el Bosforo, y pronto daría la vuelta para regresar a Estambul. Y la muchacha se desesperaba cada vez más y más mientras Kerim intentaba destruir su historia. Y entonces -prosiguió M, cuyos ojos destellaron suavemente posados en Bond- invocó el argumento decisivo.
¡Ese destello en los ojos de M!, pensó Bond. Qué bien conocía esos momentos en que los fríos ojos de M delataban su emoción y codicia.
– Ella tenía una última carta para jugar. Y sabía que era un as de triunfos. Si podía venir aquí, traería consigo su máquina descifradora. Se trata de una Spektor flamante. La única cosa que daríamos los ojos por tener.
– Dios… -dijo Bond con voz suave, mientras su mente daba vueltas ante la inmensidad del premio. ¡ La Spektor! La máquina que les permitiría descifrar los mensajes de más alto secreto. Tener eso, aunque su desaparición se descubriera de inmediato y se cambiaran las programaciones de la misma, o el aparato fuera retirado de servicio en las embajadas rusas y los centros de espionaje de todo el mundo, sería una victoria incalculable. Bond no poseía muchos conocimientos de criptografía y, en bien de la seguridad, por si llegaban a capturarlo, prefería tener los menos posibles acerca de sus secretos; pero al menos sabía que la pérdida de la Spektor significaría un enorme desastre para el servicio secreto ruso.
Bond estaba vendido. Aceptó de inmediato toda la fe que M había depositado en la historia de la muchacha, por disparatada que pudiese ser. El hecho de que una rusa les llevara este regalo, y que corriera el espantoso riesgo de llevárselo, sólo podía significar un acto de desesperación, de apasionamiento desesperado, si se quería. Tanto si la historia de la muchacha era cierta como si no, las apuestas eran demasiado altas para rechazar el juego.
– ¿Lo ve, 007? -preguntó M con voz suave. No resultaba difícil leer la mente de Bond a través de la emoción que había en sus ojos-. ¿Ve lo que quiero decir?
Bond vaciló.
– ¿Pero dijo cómo podía llevársela?
– No con exactitud. Pero Kerim dice que se mostró absolutamente segura. Habló de algo relacionado con su guardia nocturna. Al parecer, en determinadas noches de la semana ella está sola y duerme en un catre de tijera dentro de la oficina. Parece no tener dudas al respecto, aunque se da cuenta de que la fusilarían sin preámbulos si alguien llegara a tener la más leve sospecha de lo que planea. Le preocupaba saber cómo me transmitiría Kerim todo esto. Le hizo prometer que codificaría él mismo el mensaje, que lo enviaría una sola vez y que no guardaría ninguna copia. Naturalmente, él hizo lo que le pedía. En cuanto la muchacha mencionó la Spektor, Kerim supo que podría tener ante sí el golpe más importante que se nos ha presentado desde la guerra.
– ¿Y luego qué sucedió, señor?
– El transbordador estaba llegando a un lugar llamado Or- takoy. Ella dijo que se bajaría allí. Kerim le prometió enviar el mensaje esa misma noche. La muchacha se negó a acordar cualquier medio para establecer contacto. Sólo dijo que ella mantendría su parte del trato si nosotros manteníamos la nuestra. Le dio las buenas noches a nuestro hombre y se mezcló con la gente que descendía por la pasarela. Fue la última vez que Kerim la vio.
De pronto, M se inclinó adelante en su asiento y clavó los ojos en Bond.
– Pero, por supuesto, él no pudo garantizarle que aceptaríamos la propuesta.
Bond no dijo nada. Creyó poder predecir lo que vendría a continuación.
– La muchacha sólo hará esas cosas con una condición.
– Los ojos de M se estrecharon hasta ser ranuras feroces, cargadas de significado-. Que vaya usted a Estambul y las traiga a ella y a la máquina a Inglaterra.
Bond se encogió de hombros. Eso no planteaba ninguna dificultad. Pero… Le dirigió a M una mirada franca.
– Eso debería ser como coser y cantar, señor. Hasta donde yo puedo juzgar, hay un solo obstáculo. Ella sólo ha visto fotografías mías y ha leído muchas historias emocionantes. Supongamos que cuando me ve en persona, resulta que no estoy a la altura de sus expectativas.
– Allí es donde debe realizar su trabajo -respondió M, ceñudo-. Por eso le formulé antes las preguntas relacionadas con la señorita Case. Depende de usted encargarse de estar, sin excusa, a la altura de sus expectativas.
La BEA lo lleva adonde quiera…
Los cuatro propulsores de extremos cuadrados fueron encendiéndose lentamente, uno a uno, y se transformaron en silbantes sombras. El zumbido bajo de los turborreactores ascendió hasta un constante gemido agudo. La calidad del sonido y la absoluta ausencia de vibraciones eran diferentes de los que producían el rugido entrecortado y los caballos de fuerza, llevados al límite de su potencia, de los otros aviones en que había volado Bond. Mientras el Viscount rodaba con facilidad hacia la reluciente pista de despegue este-oeste del aeropuerto de Londres, Bond tenía la sensación de estar sentado dentro de un costoso juguete mecánico.
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