Benito Pérez - Episodios Nacionales - La estafeta romántica

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Episodios Nacionales: La estafeta romántica: краткое содержание, описание и аннотация

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Martes. – He dicho a Churi que no vuelva. Es posible que no quiera obedecerme…

Apenas me puse a escribir esta, sentí gran ruido y movimiento en toda la casa, voces de alegría. «Fernando, Fernando – gritaba Valvanera, – hijo mío, ven, ven…». ¿Qué había de ser, mi querido Hillo, sino la estupenda, felicísima nueva, de que D. Beltrán de Urdaneta, el gran aragonés, ha resucitado? Falsa era la noticia de su muerte, llorada por toda esta familia; inútiles los funerales y misas que se aplicaron por su alma. Ya lo decía yo. ¡Si a ese no le parte un rayo! ¡Si es el siglo, si es la época, si es un período histórico que no puede terminar hasta que la propia ley histórica lo dé por fenecido! Figúrate el júbilo de estos señores, y el mío también, pues a ese buen viejo le quiero, como le querrías tú si le trataras. ¡Con cuánto gusto iría yo a su encuentro si, como dicen, viene hacia acá triunfante y vendiendo vidas! Pero estoy preso y no puedo salir de mi dulce cárcel; en cuanto se lo indiqué a Valvanera, arrugó el divino entrecejo, al de Juno semejante, y me notificó que no piense en obtener la libertad mientras ella, mi tirana por delegación, no rompa los hierros que me oprimen. Su grave sonrisa, su maternal dulzura, convierten en rosas los eslabones de mi cadena. No me muevo por no ajarlas. Mi carcelera varía de conversación con gracia, incitándome a continuar las interrumpidas obras del teatro; aplauden las niñas; corro en busca de mis papeles de El sí; quiero atender a todo: al ensayo de la obra y a la preparación de los trebejos teatrales. Paso toda la tarde ocupadísimo. Churi no parece, y como el tal es entrometido y pegajoso, y se cuela burlando la vigilancia de la servidumbre, doy órdenes terminantes para que no le dejen llegarse a mí.

Se me ocurre cambiar de obra, sustituyendo la magistral comedia de Moratín por Bertrand et Ratôn, que aquí llamamos Arte de conspirar. Tradujo esta obra el pobre Larra, y es de vivísimo interés. Recuerdo bien a Luna en el papel de Rantzau, y me parece que yo le imitaría muy bien. Pero no, no quiero lucirme: que se luzcan ellas, las simpáticas y enfermizas niñas de esta casa. También he pensado en Marcela, que desecho porque sólo hay en ella un papel importante de mujer… Nada, nada: a Moratín me atengo y a mi D. Diego… Perdóname; viene el pintor a enseñarme un boceto de telón de boca, el cual se compone de un pórtico griego albergando la estatua de la Libertad en paños menores; un pavo real con la cola abierta se posa en el frontón, y en el pico sostiene un letrero que dice: Coliseo doméstico de los excelentísimos señores de Maltrana. Enmiendo el pórtico, cuyos pilares me sabían a gótico; convierto el pavo en águila; borro el letrero, sustituyéndolo por el castigat ridendo mores; le quito al cielo unas nubes que parecían morcillas; indico una bandada de pajarillos que van volando para romper la monotonía del azul sin nubes; propongo algunas modificaciones en la estatua para que se parezca más a la Comedia que a la Libertad, la proveo de ropa, le quito las Tablas de Ley que lleva en la mano izquierda, poniéndole un libro que diga Plauto, Calderón, Moratín… y doy instrucciones para la decoración de posada que necesitamos. Con tantos quehaceres, no serán largas las epístolas que ahora te mande. Dícenme que no hoy ni mañana sale correo por causa del temporal de agua. Detengo esta, y si mi esclavitud me ofrece alguna peripecia, lo que no es creíble, tendrás el honor de que te la comunique tu príncipe y señor. – Fernando.

Jueves. – Estoy contento; reboso de satisfacción y orgullo; me siento Mecenas, quiero proteger a todo el mundo. Como el primero de los humildes que miro debajo de mí, y el más atrasadito en su carrera eres tú, por ti empiezo el derroche de mercedes con que quiero manifestar mi alegría. No me satisfago con hacerte canónigo. Hágote cardenal, que eso y mucho más te mereces tú. Eres desde hoy príncipe de la iglesia romana, y te firmarás Pedro, cardenal de Hillo. Te vestirás como los cangrejos, de colorado. Allá te mandaré la birreta con el ordinario, y la estrenas en la primera corrida de toros a que asistas. Ahora proponme las demás mercedes que repartir quiero entre mis fieles súbditos. A propósito: ¿anda por ahí el bonísimo D. José del Milagro? Me le figuro pereciendo de necesidad, en los horrores de su cesantía famélica, y recurriendo al caso extremo de comerse a sus hijos, como Ugolino. Lo sentiré por toda la familia, y mayormente por la niña mayor, o la segunda, no recuerdo bien, que tocaba el arpa con tanta maestría y gusto. Pues le dirás, no a la niña, sino al infeliz padre, que de golpe y porrazo le nombro Ministro de Hacienda, previa decapitación del Sr. D. Pío Pita Pizarro, que por la cacofonía de su nombre, amén de otros delitos, merece la última pena. A Nicomedes Iglesias, si le ves, puedes anunciarle que se le expedirá dentro de pocos días su nombramiento de Comisario General de Cruzada, para que se redondee y no conspire más…

Bromas aparte, te diré que la causa de mi contento es para mí desconocida. Heme levantado con el propósito de reintegrarme en la dignidad de mi persona, para lo cual es indispensable que no queden impunes los que me han burlado inicuamente. Pensando esto, se apodera de mí la convicción de que debo escribir la carta propuesta por Churi, trámite inicial de esta obra de justicia… Entro, pues, en lo que los retóricos llamáis catástasis, la complicación del asunto, precursora de la catástrofe, que es a mi espíritu necesaria, pues no me conformo, no, no, con el desabrido desenlace que conoces, el cual cada día pesa más sobre mi alma y la enturbia y ennegrece. Yo era un hombre honrado y bueno; dejaré de serlo si no consigo dar un fin decoroso a mi sin igual aventura. Tú, clérigo, ¿qué entiendes por amor propio, dignidad social? La resignación que me recomiendas no es virtud caballeresca. Suprime la ley de honor en estas sociedades complejas, ¿y qué queda? Nada… Te digo que no puede ser. Hace poco creía yo que estaba de más en el mundo. Hoy pienso que el que está de más es otro. Si uno de los dos sobra, urge que se vaya, que despeje. Próximo está el abismo, y uno de los dos forzosamente caerá en él.

¡Ay, mi querido Hillo, no estoy contento! Interpreta al revés todo lo que te digo, y lee: «Estoy rabiando, estoy dado a los demonios». Quiero engañarme con las bromas o con las pedanterías que escribo. Pero mi risa, volviéndose uñas, se clava en lo más sensible de mi alma… En verdad, de ayer a hoy soy digno de compasión. Tal es el estado nervioso en que me encuentro, que vivo en perpetuo sobresalto, presagiando mayores desdichas, recelando de todo el mundo, temiendo las horas que vienen tanto como abomino de las que han pasado. Esta mañana me entregaron una carta que ha traído el correo para mí, y aún no he querido abrirla: veo, presiento en ella una nueva desdicha. Por más que examino la letra del sobrescrito, no puedo adivinar a quién pertenece. No es la primera vez que veo esa escritura; pero todas mis cavilaciones no bastan a descifrar la enigmática persona que se esconde detrás de aquellos rasgos. Y que se esconde, divirtiéndose con mi curiosidad y mi turbación, no tiene duda. Es un espíritu burlón, que traza sus pensamientos con letra firme y correctísima. Pero adivíname quién es… Ya te veo reír, diciéndome que fácilmente saldré de esta horrible duda abriendo la carta. Te contesto: «Gran señor, no quiero».

Entran iracundos y dando voces Doña Irene y Calamocha… Hace media hora que les tengo a todos de plantón aguardándome para el ensayo. La verdad, no me acordaba. Tiene la culpa este maldito clérigo, que me entretiene preguntándome cosas. ¡Allá voy!… Ya ves, me riñen por causa tuya… Algo me queda por decir… Aquí, en la negra cavidad del tintero, lo dejo bien guardadito para otro día. Duerme, come y vive mejor que tu amicísimo – Fernando.

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