Benito Pérez - Episodios Nacionales - Bailén

Здесь есть возможность читать онлайн «Benito Pérez - Episodios Nacionales - Bailén» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: foreign_antique, foreign_prose, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Episodios Nacionales: Bailén: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Episodios Nacionales: Bailén»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Episodios Nacionales: Bailén — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Episodios Nacionales: Bailén», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– No, no ha habido en el mundo batallas como esas, Sr. D. Santiago – dijo Santorcaz moderando su risa-; y si Vd. me las cuenta todas, confesaré que las que yo he visto son juegos de chicos. Y como desde aquella fecha ha conservado Vd. los hábitos de campaña, y gusta tanto de conversar sobre el tema de la guerra, los vecinos le llaman el Gran Capitán.

– Ese es un mote, y a mí no me gustan motes-dijo doña Gregoria, que así se llamaba la mujer del valiente expedicionario de Portugal. – Cuando nos mudamos aquí, y dieron los vecinos en llamarte Gran Capitán, bien te dije que alzaras la mano y regalaras un bofetón al primero que en tus propias barbas te dijera tal insolencia; pero tú con tu santa pachorra, en vez de llenarte de coraje se te caía la baba siempre que los chicos te saludaban con el apodo, y ahora Gran Capitán eres y Gran Capitán serás por los siglos de los siglos.

– Yo no me paro en pequeñeces – dijo D. Santiago Fernández-, y aunque tolero un apodo honroso, no consiento que nadie se burle de mí. A fe, a fe, que cuando uno ha servido en las milicias del Rey por espacio de veinte años, cuando uno ha estado en la campaña de Portugal, cuando uno ha tenido también el honor de encontrarse en la expedición de Argel que mandó el Sr. D. Alejandro O’Reilly en 1774; cuando después de tan gloriosas jornadas se le han podrido a uno las nalgas sentado en la portería de la oficina del Detall y cuenta y razón del arma de artillería, viendo entrar y salir a los señores oficiales, y haciéndoles un recadito hoy y otro mañana, bien se puede alzar la cabeza y decir una palabra sobre cosas militares.

– Eso mismo digo yo – indicó doña Gregoria. – Bien saben todos que tú no eres ningún rana, y que has escupido en corro con guardias de Corps y walonas y generales de aquellos que había antes, tan valientes que sólo con mirar al enemigo le hacían correr.

– Y no se trate – prosiguió el Gran Capitán— de embobarnos con cuentos de brujas como los que desembucha el Sr. de Santorcaz. A las niñas del lañador y a doña Melchora, la que borda en fino, les puede trastornar el seso este caballero contándoles esas batallas fabulosas de prusianos y rusos, con lo de que si el Emperador fue por aquí o vino por allí. Hombres como yo no se tragan bolas tan terribles, ni ha estado uno veinte años mordiendo el cartucho y peinando los rizos del señor marqués de Sarriá, para dar crédito a tales novelas de caballerías. Conque ¿cómo fue aquello? – añadió en tono de mofa y sentándose junto a Santorcaz. – Dijo Vd. que cuatro mil franceses atacaron a la bayoneta a diez mil rusos y los hicieron caer en un pantano donde se ahogaron la mitad. Pues ¡y lo de que rompieron el hielo a cañonazos para que se hundieran los enemigos que estaban encima!… ¡Bonito modo de hacer la guerra! Pero hombre de Dios, si andaban por sobre el hielo se resbalarían y… pobres nalgas del Emperador… digo, de los tres emperadores, pues ahí dice Vd. que eran tres nada menos. ¿Sabes, Gregoria, que es aprovechada la familia?

El Gran Capitán hizo reír a su digna esposa con estos chistes, hijos de su inexperta fatuidad, y ambos celebraron recíprocamente sus ocurrencias.

– Si es novela de caballerías lo que he contado – dijo Santorcaz-, pronto lo hemos de ver en España, porque pasan de cien mil los Esplandianes que andan desparramados por ahí esperando que su amo y señor les mande empezar la función.

– ¡Los asesinos de Madrid! – exclamó el Gran Capitán inflamándose en patriótico ardor. – ¿Y cree Vd. que les tenemos miedo? ¡Santa María de la Cabeza! Ya veo que están fortificando el Retiro, y que no permiten que vuele una mosca alrededor de sus señorías; pero ya hablaremos. Esto es ahora, porque estamos sin tropa; pero ¿sabe Vd. lo que se va a formar en Andalucía?, un ejército. ¿Y en Valencia?, otro ejército. Y en Galicia y en Castilla, otro y otro ejército. ¿Cuántos españoles hay en España, Sr. de Santorcaz? Pues ponga Vd. en el tablero tantos soldados como hombres somos aquí, y veremos. ¿A que no sabe Vd. lo que me ha dicho hoy el portero de la secretaría de la Guerra? Pues me ha dicho que mi pueblo ha declarado la guerra a Napoleón. ¿Qué tal?

– ¿Cuál es el pueblo de Vd.?

– Valdesogo de Abajo. Y no es cualquier cosa, pues bien se pueden juntar allí hasta cien hombres como castillos, no como esos rusos de alfeñique de que Vd. habla, sino tan fieros, que despacharán un regimiento francés como quien sorbe un huevo.

– Pues una mujer que ha venido hoy de la sierra – dijo doña Gregoria-, me ha contado que también mi pueblo va a declarar la guerra a ese ladrón de caminos, sí, Sr. de Santorcaz, mi pueblo, Navalagamella. Y allí no se andarán con juegos, sino al bulto derechitos. Si esos pueblos que Vd. nombra, las Austrias y las Prusias fueran como Navalagamella, la canalla no los hubiera vencido, y se conoce que todos los austriacos y prusiacos son gente de mucha facha y nada más.

– No se dice prusiacos, sino prusianos – indicó enfáticamente a su esposa el Gran Capitán.

– Bien, hombre; los rusos y los prusos, lo mismo da. Lo que digo es que si Valdesogo de Abajo y Navalagamella, que son dos pueblos como dos lentejas comparados con la grandeza de todo el Reino, se ponen en ese pie, los demás lugares y ciudades harán lo mismo, y entonces, áteme esa mosca el Sr. de Santorcaz. No, no quedará un francés para contarlo, y la que hicieron aquí a primeros del mes, la pagarán muy cara. ¿Hase visto alguna vez bribonada semejante? ¡Fusilar en cuadrilla a tantos pobrecitos, sin perdonar a sacerdotes ancianos, a inocentes doncellas y a infelices muchachos como el que está en esa cama! ¡Ay! Vd. no vio aquello, Sr. de Santorcaz, porque llegó a Madrid tres días después; ¡pero si Vd. lo hubiera visto! Por esta calle del Barquillo pasaron esas fieras, y como les arrojaron algunos ladrillos desde los andamios de la casa que se está fabricando en la esquina, mataron a una pobre mujer que pasaba con un niño en brazos. Al ver esto, todas las vecinas de la casa que estábamos en los balcones, empezamos a tirarles cuanto teníamos. Una les echaba una cazuela de agua hirviendo, otra la sartén con el aceite frito; yo cogí el puchero que había empezado a cocer, y sin pensarlo dije allá va, y aunque aquel día nos quedamos sin comer, no me pesó, no señor. Después entre Juanita la lañadora, las niñas de al lado y yo, cogimos una cómoda y echándola a la calle aplastamos a uno. Querían subir a matarnos; pero ¡quia! Todo facha, nada más que facha. Más de cuarenta mujeres nos apostamos en la escalera, unas con tenedores, otras con tenacillas, estas con asadores, aquella con un berbiquí, estotra con una vara de apalear lana. Si llegan a subir les hacemos pedazos. Mi marido tomó aquella lanza vieja que tiene allí desde las tan famosas guerras, y poniéndose delante de nosotras en la escalera nos arengó, y dispuso cómo nos habíamos de colocar. ¡Ah, si llegan a subir esos perros! Yo era la más vieja de todas, y la más valiente aunque me esté mal el decirlo. Mi marido quería salir a la calle al frente de todas nosotras; pero le convencimos de que esto era una locura. Con su carga de setenta a la espalda, él hubiera partido de un lanzazo a cuantos mamelucos encontrara en la calle. ¡Ay qué día! Cuando nos retiramos cada una a nuestro cuarto, en toda la casa no se oía más que «¡viva el Gran Capitán!».

– ¡Qué día! – exclamó melancólicamente Fernández, disimulando el legítimo orgullo que el recuerdo de sus proezas le causara. – A eso de las ocho de la mañana vi salir de la oficina al capitán D. Luis Daoíz. El día anterior me había mandado por unas botas a la zapatería de la calle del Lobo, y desde allí se las llevé a su casa en la calle de la Ternera, y cuando volví después de hacer el mandado, viendo que había cumplido con la puntualidad y el esmero que son en mí peculiar, me dio dos reales, que guardo en este pañuelo como memoria de hombre tan valiente.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Episodios Nacionales: Bailén»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Episodios Nacionales: Bailén» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Episodios Nacionales: Bailén»

Обсуждение, отзывы о книге «Episodios Nacionales: Bailén» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x