Benito Pérez - Episodios Nacionales - Bailén

Здесь есть возможность читать онлайн «Benito Pérez - Episodios Nacionales - Bailén» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: foreign_antique, foreign_prose, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Episodios Nacionales: Bailén: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Episodios Nacionales: Bailén»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Episodios Nacionales: Bailén — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Episodios Nacionales: Bailén», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¿Y todo lo que sabe Vd. se reduce a que la Junta de Sevilla está formando un ejército con las tropas de San Roque que manda Castaños, y las de Granada que están a las órdenes de Reding? Pues eso lo sabe todo Madrid.

– Mira, Fernández – dijo oficiosamente doña Gregoria-, haces mal en revelar lo que sabes por tan buen conducto, porque yo no soy lerda para conocer que lo que hace nuestro ejército no se debe decir. Y sino, pongo por caso: si tú que estás enterado de todo, a causa de tu gran tino para la guerra, descubres lo que hace el ejército de Andalucía y llega a oídos del francés, puede aprovecharse de la noticia y entonces…

– ¡Qué ha de aprovecharse, mujer, ni qué entiendes tú de estas cosas! Al contrario, yo quiero que el señor de Santorcaz vaya con el cuento. Y también en Castilla…

– Otro ejército, sí, compuesto de guardias de corps, acostumbrados a hacer la guerra en los palacios, de estudiantes, de paletos y contrabandistas ¡Ah! – exclamó Santorcaz, dando tregua a las bromas y hablando con completa seriedad. – Es una desgracia para nosotros el tener que confesar que no podemos batirnos con los franceses. ¿Qué importa que se armen multitud de paisanos, si esas turbas indisciplinadas antes que ayuda serán elemento de desconcierto para el escaso ejército español? ¿Qué obstáculo pueden ofrecer a los que han sometido la Europa entera, esos infelices alucinados, a quienes engaña su ignorancia? ¿Han visto alguna vez un campo de batalla? ¿Tienen idea de lo que significa la previsión, la táctica, el genio de un jefe experto para decidir la victoria? Es una triste cosa haber llegado a este extremo por las torpezas de nuestros Reyes; pero una vez aquí, no hay más remedio que someterse a lo que la Providencia ha querido hacer de nosotros. España no puede resistir la invasión, porque si la resistiera haría un milagro, una hazaña sobrenatural nunca vista. Condenada a ser de Napoleón y a ver sentado en su trono a un Rey de la familia imperial, lo más cuerdo es resignarse a este resultado con la conciencia de haberlo merecido.

– ¡Que España será francesa, que España será de Napoleón! – exclamó el Gran Capitán encendido en violenta ira. – Sr. de Santorcaz, Vd. es un insolente, usted es un deslenguado, Vd. no tiene respeto a mis canas. Ya ¿qué se puede esperar de un trapisondista calavera como Vd. que abandonó a su familia por irse al extranjero a aprender malas mañas? ¡Decir que España ha de ser francesa! Salga Vd. de mi casa, y no ponga más los pies en ella. ¿Qué te parece, Gregoria? Mujer, ¿te estás con esa calma y no bufas de cólera como yo?

Y levantándose de su asiento, indicó a Santorcaz con majestuoso gesto la puerta de la sala; mas como D. Luis no tuviera humor de marcharse, porque todos los días se repetía la misma escena sin resultado alguno, preparábase a comer tranquilamente, dejando que se desvaneciera, como efectivamente se desvaneció sin efusión de sangre, la ira de su honrado amigo. Durante la comida, D. Santiago gruñó un poco; pero la prudencia y discreción de su esposa evitó un choque que pudiera haber tenido calamitosas consecuencias.

IV

Lo que he contado pasaba el 20 de Mayo, si no me engaña la memoria. Poco a poco fui avanzando en mi convalecencia, y en pocos días me hallé ya con fuerzas suficientes para levantarme y dar algunos paseos por los grandes corredores de la casa, pues la vivienda del Gran Capitán tenía como único desahogo el largo pasillo, en cuya pared se abrían hasta veinte puertas numeradas, albergues de otras tantas familias. Peor que mi cuerpo se hallaba mi alma, llena de turbaciones, de sobresaltos y congojas, tan apenada por terribles recuerdos como por angustiosas presunciones, de tal modo que mi pensamiento corría a refugiarse alternativamente de lo pasado a lo futuro, buscando en vano un poco de paz.

La muerte del cura de Aranjuez, sin dejar de formar en mi alma un gran vacío, me era menos sensible de lo que a primera vista pudiera parecer, porque conceptuándola yo como tránsito que había llevado un nuevo santo a las falanges del Paraíso, consideraba a mi amigo en su verdadero lugar, y no tan lejos de nosotros que pudiera desampararnos si le invocábamos.

En cuanto a Inés, no dudaba que existía en poder de alguien que la protegiera por encargo de los parientes de su madre, y aunque para esta creencia no tenía más dato que la relación del alucinado Juan de Dios, yo me confirmaba cada vez más en ella, fundándome en antecedentes que omito por ser de mis lectores conocidos, y en la sórdida avaricia del licenciado Lobo, a cuyo carácter correspondía perfectamente una buena recompensa, a quien deseaba poseerla.

Todo mi afán consistía en hallarme completamente restablecido para poder salir a la calle, y cuando lo conseguí, tuve el gusto de darme a conocer a todos mis amigos como un verdadero resucitado, o alma del otro mundo, que vuelve con forma corporal a cobrar deudas atrasadas.

No tendrán Vds. idea del aspecto que ofrecía entonces Madrid, si no les digo que la gente toda andaba azorada y aturdida, a veces llena de miedo y a veces haciendo esfuerzos para disimular su alegría. El odio a los franceses no era odio, era un fanatismo de que no he conocido después ningún ejemplo; era un sentimiento que ocupaba los corazones por entero sin dejar hueco para otro alguno, de modo que el amar a los semejantes, el amarse a sí mismo, y hasta me atrevo a decir el amar a Dios se adoptaban y sometían como fenómenos secundarios al gran aborrecimiento que inspiraban los verdugos del pueblo de Madrid.

A estos se les veía solos en todos los sitios: su presencia hacía detener o apresurar a los transeúntes, y era tan extraordinario estedesvío, que hasta parecían ellos mismos afectados de profundo pesar, y se les observaba taciturnos y foscos, sintiendo que el suelo les quemaba las plantas de los pies. Habían llenado de trincheras y baterías el Retiro, y para ver en todo su orgullo y presunción a los invasores, no había más que dirigir el paseo hacia Oriente, y se les encontraba en grandes grupos alrededor de las cantinas, o paseando por la carretera de Aragón. Ningún español se encaminaba hacia allí, a no ser los granujas que entonces, como ahora, gustaban de meter las narices en todas partes. Yo, llevado de mi curiosidad, me acerqué al Retiro, y también recorrí otros sitios hacia el Mediodía, igualmente ocupados como posiciones ventajosas.

En el interior de Madrid las tiendas estaban desiertas, pues todas las personas que se juntaban para pedir o comunicar noticias se reunían en parajes ocultos, siendo de notar que ya entonces comenzaban a dar sus primeras señales de vida las sociedades secretas, aunque yo no vi ninguna, y digo esto sólo con referencia a vagos rumores. Como el afán por tener noticias relativas al levantamiento de las provincias, era una fiebre de que no estaban exentos ni los niños, ni los ancianos, ni las mujeres, cuando se sabía que D. Fulano de Tal había recibido una carta de Andalucía o de Galicia o de Cataluña, la casa se llenaba de amigos, y hasta los desconocidos se permitían invadirla ruidosamente para no esperar a que se les contara el gran suceso. Sacábanse copias de las cartas que hablaban de la Junta de Sevilla y de la sublevación de las tropas de San Roque, y aquellas copias circulaban con una rapidez que envidiaría la moderna imprenta. Todos los días y a todas horas se hablaba de los oficiales que habían huido de Madrid para unirse a los ejércitos de Cuesta o de Blake, y cuando se tropezaba con un militar o con algún joven paisano de buen porte y bríos, no se le hacía otra pregunta que esta: «¿Usted cuándo se va?». Las familias de las víctimas se habían olvidado ya de rezar por los muertos, y pensaban en equipar a los vivos. Escaseaban los jornaleros y menestrales, porque de los barrios bajos partían diariamente muchos hombres a engrosar las partidas de Toledo y la Mancha, y a pesar de los brutales bandos del general francés, ni faltaban armas en las casas, ni los fugitivos partían con las manos vacías.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Episodios Nacionales: Bailén»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Episodios Nacionales: Bailén» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Episodios Nacionales: Bailén»

Обсуждение, отзывы о книге «Episodios Nacionales: Bailén» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x