George Borrow - La Biblia en España, Tomo II (de 3)
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No escaseaban los huéspedes en el Caballo de Troya, donde nos alojábamos. Entre los llegados durante mi estancia allí, figuraba una mujer muy fornida y jovial, en extremo bien vestida, con traje de seda negra y mantilla de mucho precio. Acompañábala un mozalbete de quince años, muy guapo, pero de expresión maligna y arisca, hijo suyo. Venían de Toro, lugar distante una jornada de Valladolid, famoso por su vino. Una noche, estando al fresco en el patio de la posada, tuvimos el siguiente coloquio:
La mujer. – ¡ Vaya, vaya , qué pueblo tan aburrido es Valladolid! ¡Qué diferencia de Toro!
Yo. – Yo le hubiera creído, por lo menos, tan divertido como Toro, que no es ni la tercera parte de grande.
La mujer. – ¿Tan divertido como Toro? ¡Vaya, vaya! ¿Ha estado usted alguna vez en la cárcel de Toro, señor caballero?
Yo. – Nunca he tenido ese honor; generalmente, la cárcel es el último sitio que se me ocurre visitar.
La mujer. – Vea usted lo que es la diferencia de gustos: yo he ido a ver la cárcel de Valladolid, y me parece tan aburrida como la ciudad.
Yo. – Es claro; si en alguna parte hay tristeza y fastidio, ha de ser en la cárcel.
La mujer. – Pero no en la de Toro.
Yo. – ¿Qué tiene la cárcel de Toro para distinguirse de las demás?
La mujer. – ¿Qué tiene? ¡Vaya! ¿Pues no soy yo la carcelera ? ¿Y no es mi marido el alcaide ? Y mi hijo, ¿no es hijo de la cárcel?
Yo. – Dispense usted: no conocía esas circunstancias. La diferencia, en efecto, es grande.
La mujer. – Ya lo creo. Yo también soy hija de la cárcel; mi padre era alcaide y mi hijo podría aspirar a serlo, si no fuese tonto.
Yo. – ¿Tonto? Pues en la cara lo disimula bastante. No sería yo quien comprara a este muchacho si lo vendieran por tonto.
La carcelera. – ¡Buen negocio haría usted si lo comprase! Más picardías tiene que cualquier calabocero de Toro. Mi sentido es que no le tira la cárcel tanto como debiera, sabiendo lo que han sido sus padres. Tiene demasiado orgullo, demasiados caprichos; al cabo ha logrado convencerme para que lo traiga a Valladolid, y le he colocado a prueba en casa de un comerciante de la Plaza . Espero que no irá a parar a la cárcel; si no, ya verá la diferencia que hay entre ser hijo de la cárcel y estar encarcelado.
Yo. – Habiendo tantas distracciones en Toro, los presos no lo pasarán mal con usted.
La carcelera. – Sí; somos muy buenos con ellos; me refiero a los que son caballeros , porque con los que no tienen más que miseria , ¿qué podemos hacer? La cárcel de Toro es muy divertida: dejamos entrar todo el vino que quieren los presos, mientras tienen dinero para comprarlo y para pagar el derecho de entrada. La de Valladolid no es ni la mitad de alegre; no hay cárcel como la de Toro. Allí aprendí yo a tocar la guitarra. Un caballero andaluz me enseñó a tocar y cantar a la gitana . ¡Pobre muchacho! Fué mi primer novio . Juanito, trae la guitarra, que voy a cantarle a este caballero unos aires andaluces.
La carcelera tenía hermosa voz y tocaba el instrumento favorito de los españoles con verdadera maestría. Estuve escuchando sus habilidades cerca de una hora, hasta que me retiré a mi habitación a descansar. Creo que continuó tocando y cantando la mayor parte de la noche, porque la oí todas las veces que me desperté, y aun entre sueños me sonaban en los oídos las cuerdas de la guitarra.
CAPÍTULO XXII
Dueñas. – Los hijos de Egipto. – Chalanerías. – El caballo de carga. – La caída. – Palencia. – Curas carlistas. – El mirador. – Sinceridad sacerdotal. – León. – Alarma de Antonio. – Calor y polvo.
Después de estar diez días en Valladolid nos pusimos en marcha para León. Llegamos al mediodía a Dueñas, ciudad notable por muchos motivos, distante de Valladolid seis leguas cortas. Hállase situada en una ladera, sobre la que se alza a pico una montaña de tierra calcárea coronada por un castillo en ruinas. En torno de Dueñas se ve multitud de cuevas excavadas en la pendiente y cerradas con fuertes puertas: son las bodegas donde se guarda el vino que en abundancia produce la comarca, y que se vende principalmente a los navarros y montañeses; acuden a buscarlo en carretas de bueyes y se lo llevan en grandes cantidades. Paramos en una mezquina posada de los arrabales, con idea de dar descanso a los caballos. Varios soldados de Caballería allí alojados aparecieron en seguida, y con ojos de gente experta empezaron a examinar mi caballo entero . «Este caballo tan bueno debiera ser nuestro – dijo el cabo – . ¡Qué pecho tiene! ¿Con qué derecho viaja usted en ese caballo, señor , haciendo falta tantos para el servicio de la reina? Este caballo pertenece a la requisa .» «Con el derecho que me da el haberlo comprado, y el ser yo inglés» – repliqué. «¡Oh, su merced es inglés! – respondió el cabo – . Eso es otra cosa. A los ingleses se les permite en España hacer de lo suyo lo que quieran, permiso que no tienen los españoles. Caballero, he visto a sus paisanos de usted en las provincias vascongadas: vaya , ¡qué jinetes y qué caballos! Tampoco se baten mal; pero lo que mejor hacen es montar. Los he visto subir por los barrancos en busca de los facciosos, y caer sobre ellos de improviso cuando se creían más seguros y no dejar ni uno vivo. La verdad: este caballo es magnífico; voy a mirarle el diente.»
Miré al cabo; tenía la nariz y los ojos dentro de la boca del caballo. Los demás de la partida, que podían ser seis o siete, no estaban menos atareados. El uno le examinaba las manos; el otro, las patas; éste tiraba de la cola con toda su fuerza, mientras aquél le apretaba la tráquea para descubrir si el animal tenía allí alguna tacha. Por fin, al ver al cabo dispuesto a aflojarle la silla para reconocerle el lomo, exclamé:
– Quietos, chabés 8 8 Plural de chabó o chabé : mozo, joven, compañero.
de Egipto; os olvidáis de que sois hundunares 9 9 Soldados.
, y que no estáis paruguing grastes 10 10 Parugar : trocar, traficar. Graste : caballo.
en el chardí 11 11 Feria.
.
Al oír estas palabras, el cabo y los soldados volvieron completamente el rostro hacia mí. Sí; no cabía duda: eran los semblantes y el mirar fijo y velado de los hijos de Egipto. Lo menos un minuto estuvimos mirándonos mutuamente, hasta que el cabo, en la más elocuente lamentación gitana imaginable, me dijo: ¡El erray 12 12 Caballero.
nos conoce a nosotros, pobres Caloré ! 13 13 Plural de Caloró : gitano.
¿Y dice que es inglés? ¡Bullati! 14 14 Bul ; Bullati : el ano.
No me figuraba encontrar por aquí un Busnó 15 15 Un hombre no gitano; un gentil.
que nos conociera, porque en estas tierras no se ven nunca gitanos . Sí; su merced acierta; somos todos de la sangre de los Caloré . Somos de Melegrana 16 16 Granada.
, y de allí nos sacaron para llevarnos a las guerras. Su merced ha acertado; al ver este caballo nos hemos creído otra vez en nuestra casa en el mercado de Granada; el caballo es paisano nuestro, un andalou verdadero. Por Dios , véndanos su merced este caballo; aunque somos pobres Caloré , podemos comprarlo.
– Os olvidáis de que sois soldados; ¿cómo me ibais a comprar el caballo?
– Somos soldados – replicó el cabo – ; pero no hemos dejado de ser Caloré . Compramos y vendemos bestis ; nuestro capitán va a la parte con nosotros. Hemos estado en las guerras; pero no queremos pelear; eso se queda para los Busné . Hemos vivido juntos y muy unidos, como buenos Caloré ; hemos ganado dinero. No tenga usted cuidao. Podemos comprarle el caballo.
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