Francisco Calcagno - Poetas de color
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¿Y qué haciamos los insulares y peninsulares, mientras se desenvolvia á nuestros ojos ese drama cruento que deshonraba á España y escarnecia á Cuba?.. ¡callábamos! El déspota tenia asida á la desgraciada colonia con una mano de hierro y solo papeles de la vecina república, demostró alguno su desaprobacion.
Lo demás todo fué misterios, tinieblas…
Pero sigamos la historia del poeta mártir.
III
Las pruebas contra Plácido no pasaban de gratuitas delaciones arrancadas por el dolor, ó dictadas tal vez por la envidia que despertaba su talento: mientras su condicion de hombre de color, y aquellas populares décimas que comenzaban: « Ese cometa que veis » no dejaron de considerarse argumento incontrovertible: era demasiado prominente para poder sustraerse, á aquel huracan contra la verdad y la justicia que se desencadenó contra una raza indefensa. No se necesitaba la delacion del inmundo José de la O: la prevencion que ya existia contra él hubiera bastado: habia sido preso por Tacon diez años ántes, se sabia su carácter independiente y liberal, se habia atrevido á cantar á Guillermo Tell y llorar la humillacion de Polonia: ¿quien no tenia copia de su Juramento y de su décima improvisada Habaneros libertad ? sus versos, tachados por el lápiz rojo se repetian de boca en boca: cuando oprimido por la venal justicia humana, un epigrama le resarcia, una fábula le vengaba: una de las más bellas que compuso fué en ocasion de una demanda que su solo color le hizo perder: nos convirtió al juez en vívora y así se desquitó ó se consoló. Todo esto era más de lo que se necesitaba para enviar á un ciudadano libre á la Escalera .
Dice la historia, ó más bien la tradicion, pues nada de él se permitió escribir (y ni aun hoy (1867) se ha dejado al Liceo hablar de sus composiciones) que la Comision Militar le probó culpable, y en su consecuencia, fué puesto en capilla el 28 de Junio, para ser con otros 19 de su color, pasado por las armas á las seis de la mañana del dia siguiente.
Allí, despues de oida su sentencia, el sinventura poeta que no tenia á quien volver los ojos para hallar un rostro amigo y protector, se arrojó en brazos de la Religion, y como el cisne moribundo, compuso sus mejores cantos, para oprobio de la sociedad que apagaba estólidamente tan lucida antorcha: allí la Plegaria á Dios , reproducida en varias lenguas; la misma que iba recitando cuando marchaba al patíbulo, con frente serena 8como de quien sentia venir la historia á justificarle algun dia: allí su Despedida á mi madre ; allí su Adiós á mi lira último y lastimero gemido de su agobiada musa.
Pero observemos un momento á Plácido en capilla; arriesguemos una mirada al oscuro calabozo para revelar un misterio que avergüenza á nuestro siglo: indaguemos lo que pasa en la mente del pobre desheredado de los bienes del mundo, á quien el mundo tan despiadadamente oprime.
Su imaginación de poeta se exalta, mas no puede por eso exagerar los horrores de su situacion: no hay más allá: sin duda en momento de angustioso delirio, se levanta, y se pasea convulso, y esclama con infinita amargura:
– ¿En qué pais estamos?.. ¿en qué desgraciados tiempos me tocó vivir?.. ¡Dios mio! ¡la sociedad me niega educacion, me deshecha, mata mi fé; me escluye á todos los derechos de hombre, y ahora me pide estrecha cuenta de mis acciones! ¡y me llevan á un suplicio! ¡y no hay una ley que me proteja, no hay un ángel que me salve á mí de la muerte, á mi patria de una mancha!
Quizá en otro momento veia aparecer en la húmeda mazmorra, al soberano de su nacion que benévolo y sonriente, le dice:
– «Te van á matar por conspirador y la voz pública te declara inocente. Yo quiero suponer que eres culpable; pero escucha, desgraciado: no hay delito que echarte en cara; una institucion sacrílega que yo voy á destruir, te disculpa; la misma sociedad en que vives te escusa: ella te habia colocado tan bajo que fueras un miserable si fueras inocente. Te perdono… no, tú no aceptarias mi perdon, que no tiene derecho á perdonar quien no lo tiene para castigar. Yo te pido perdon, á nombre de la Sociedad, por lo que has sufrido: ella lavará ese delito que hemos heredado de nuestros padres. Ven, poeta, yo te llevaré á la madre patria que amorosa te abre sus brazos; allí serás igual á todos por tus derechos y superior á todos por tu talento; ven, que tú en pago darás á la patria lustre y gloria con tus cantos inmortales.»
Pero ¡ay! el infeliz mulato deliraba si pensaba así: semejante cosa era un imposible, porque el soberano de su patria estaba… muy lejos, y su representante en Cuba, era el inexorable O’Donnell, para quien no habia más poesía que el estricto cumplimiento de lo que creia su deber.
Mas si no eran tales los pensamientos de Plácido, sin duda ocupaban su alma generosa sentimientos de paz y mansedumbre en los momentos en que debia rebosar en hiel y rencor. Nuestros lectores conocen sin duda aquella sublime carta, modelo de resignacion cristiana en que recomienda á su esposa como único llanto á su memoria que perdone á sus enemigos, que socorra á los pobres «y mi sombra estará risueña contemplándote digna de ser esposa de Plácido!»
Sócrates murió perdonando, Jesucristo murió perdonando; pero Sócrates era un filósofo, Jesucristo era un Dios; el pobre Plácido no era siquiera un hombre, era un mulato peinetero en un pais esclavista! Y esa carta que salida de las manos del humilde se ha paseado por todos los idiomas cultos, no es un reproche solo á su pais, lo es á su época: es un castigo inflijido á esa institucion que hoy empezamos á mirar como un enjendro de la barbarie de los siglos pasados.
Llegó en tanto el dia de la sentencia, el nefasto 29 de Junio! no horrorizarémos al lector con el cuadro de la ejecucion: treinta y cinco años han pasado y todavía derramamos lágrimas al recordar aquellos dos versos, quizá casuales, que ya herido pronunció ántes de espirar 9.
Más bien y para distraer un momento de cuadro tan tétrico su imaginacion le recitarémos un bello soneto del «bardo del Yumurí.»
A la sombra de un árbol empinado
Que está de un ancho valle á la salida
Hay una fuente que á beber convida
De su líquido puro y argentado
…
Allí fuí yo por mi deber llamado
Y haciendo altar la tierra endurecida
Ante el sagrado código de vida
Estendidas las manos he jurado: 10
…
…
Se dice que las ilustradas matanceras convinieron en un luto secreto de nueve dias, los periódicos del extranjero y algunos de la Península 11lloraron su muerte, ya que á nosotros no nos era dado espresar nuestro dolor; y la inquisicion de la Escalera continuó impasible su marcha siniestra y tortuosa como la de la serpiente.
Aquí concluye el tenebroso drama de la vida de Plácido, pero nada habrémos hecho en nuestra calidad de biógrafos si no damos una idea de su carácter y de la índole y tendencia de sus poesías.
IV
Un escritor de nuestros dias clasifica á Plácido en las siguientes palabras:
«Fué un mulato pendenciero, borrachon y disoluto en todos los terrenos donde se le presentaba la ocasion.»
No hay que admirarse de esas palabras: ni hacen ningun daño á la memoria de Plácido porque son del mismo que pretendió infamar la del venerable Padre Las Casas, llamándole frailucho inmundo y embustero.
Bien sabido es que fué, al contrario, de carácter dulce, afable y complaciente: á primera insinuacion improvisaba ó con voz campanuda y enfático gesto comenzaba á declamar la pieza que se le pedia. No nos ha quedado retrato suyo: en el grupo de literatos cubanos formado en esta ciudad en 1861 por «Cuba Literaria» en el lugar que le corresponde se colocó una corona de laurel: pero hé aquí un retrato á la pluma que le reproduce con exactitud: «Era de buena estatura y conformacion de miembros, de rostro no muy claro, sombreado por una ligera barba, frente espaciosa y ojos negros, espresivos; su aspecto taciturno y reflexivo cuando estaba solo, y abierto y animado en compañía de sus amigos; era de un natural afable, alegre y cariñoso, su andar pausado sin afectacion y vestia con decencia; amaba la religion sin fanatismo, y practicaba la mejor de las virtudes con tal devocion que á veces pidió prestado lo que difícilmente podia pagar para socorrer á los necesitados, y cuando álguien lo censuraba por tanto desprendimiento, decia, «que querria poseer inagotables riquezas para no oir las quejas de la humanidad sin aliviarlas.» Tenia una memoria prodigiosa, leia con una entonacion y gusto sorprendentes y hemos oido á algunos que lo trataron con intimidad que poseía el don de la improvisacion de una manera maravillosa.»
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