Pedro García - Diario de un viage a Salinas Grandes, en los campos del sud de Buenos Aires

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Los labradores, endurecidos con las intemperies, acostumbrados à una vida sencilla y frugal, noblemente orgullosos con el sentimiento de su propia fuerza, independientes de su propiedad, de la que sacan su subsistencia y su fortuna, serán los verdaderos ciudadanos, que no necesiten mendigar su mantenimiento del estado, ni venderse bajamente á todo el que pueda darles un empleo ó proporcionarles una renta. Su tierra, su hogar, su pueblo – he aquí los ídolos del labrador: en ellos verá la herencia de sus padres, la tumba de sus mayores y la cuna de sus hijos. Amarán siempre las leyes y el gobierno que le conserven objetos tan queridos. El nombre de pátria se los recordará, y al primer riesgo serán sus defensores, tan valientes como incorruptibles. En una palabra, formar poblaciones, y fomentar en ellas la agricultura y la industria, es formar una patria á hombres que no la tienen. Esto manifiesta bien si está esencialmente unida la existencia del estado al establecimiento de pueblos y leyes agrarias, que son indispensables para su prosperidad. Pero si la triste condicion humana obliga al gobierno à usar de su autoridad para impeler á los hombres hácia su propio bien aun antes que la experiencia se lo haga gustar, puede dulcificarse esta medida con el incentivo del interes y de la propiedad. Las poblaciones han de hacerse ó sobre tierras de algun propietario, ó sobre las realengas. En el primer caso, debe el gobierno comprar á justa tasacion los sitios que se destinen para la traza del pueblo, y darlos en propiedad á los labradores que hayan de establecerse en las suertes de tierra demarcadas; brindando con igual presente á los demas artesanos y gentes de industria que quieran poblarse. Mas afin de que el estimulo al trabajo sea mayor, no se conferirá el titulo de propiedad á ninguno hasta que haya formado su casa, y cercándola del mejor modo que le sea posible; para lo cual se les señalará un término correspondiente. Aunque no puedan desde luego darse las suertes de tierra en propiedad, esto puede suplirse ya por las leyes que favorescan á los arrenderos, asegurándoles el goce de cuanto mejoren y trabajen en su hacienda, ya premiando con auxilios á los que mas sobresalgan en la aplicacion, para que puedan comprarla á su dueño, quien nunca podrá negarse á ello, ni valerse de la necesidad para sacrificar al labrador. Pues la ley, que hace sagrado su derecho de propiedad, sostiene á aquel contra las agresiones de la codicia.

Ni creo deba temerse que los propietarios se resientan de unas providencias que, bien lejos de perjudicarlos, van á dar á sus haciendas un valor que ahora no tienen, y que crecerá progresivamente en razon de las medidas mismas con que el gobierno esfuerce la aplicacion de los colonos.

Nace con el hombre el deseo de dominar y poseer: tarda mas el conocimiento de los medios que pueden estender la esfera de estas inclinaciones; mas una vez conocidos, se decide y los abraza con toda la ansiedad de las pasiones. Nada creo que será mas fácil, que hacer conocer á nuestros propietarios todas las ventajas que van á conseguir del establecimiento de colonos en sus campos, bajo un sistema como el presente: de manera que, tan lejos de oponerse á estas determinaciones, pretenderán con empeño la preferencia de sus tierras para pueblos.

En las tierras baldías no tendremos estas dificultades, y el gobierno presentará un aliciente mas poderoso, con la donacion de las suertes de tierra á los que llame á poblarlas: sacando al mismo tiempo todo el partido que le ofrece esta circunstancia para acelerar los progresos de la poblacion y la labranza.

Establecidos los colonos, una policía sabia asegurará las propiedades, destruirá los vagos, perseguirá los delincuentes, romperá las trabas y pondrá en posesion tranquila de la libertad á todos los ciudadanos virtuosos. Pero los dos grandes objetos á que deben dirigirse luego los esfuerzos, son á la introduccion de la moderna agricultura, y á la atraccion de colonos de todo el mundo, si es posible: ambos objetos son vastos, necesitan de tantas y tan acertadas operaciones, de tantos fondos, en fin de tanto saber y patriotismo, que se hace indispensable establecer para desempeñarlos una junta de mejoras, ó llámese sociedad patriótica, que vele noche y dia sobre asuntos tan interesantes, siempre protegida con toda la fuerza del gobierno.

Yo creo que la sociedad podria escoger por modelo á la famosa de Dublin, que tiene la gloria de haber sido la primera que hizo conocer todo el precio de los bienes de la tierra en Inglaterra. Los notables del reino se empeñaron, con toda la fogosidad de su carácter, en adelantar los progresos de la agricultura, hicieron un negocio propio á alentar è instruir al pueblo en este ramo, consagraron á este objeto su supérfluo, destinado antes al lujo y á los vicios. Ellos mismos instruyen, solicitan y hacen dictar al gobierno cuantas leyes económicas aconseja necesarias la experiencia; y este espíritu, difundido por toda la nacion, ha llevado al mas alto grado de perfeccion la agricultura en Inglaterra.

Un movimiento semejante es el que debe dar el gobierno á la opinion de nuestros ciudadanos, que se resienten de los errores que, adoptados generalmente, han dirigido el sistema politico de los estados europeos desde el descubrimiento del Nuevo Mundo. Es forzoso que se convenzan todos de que, como dice un sabio, el oro liquidado por el ardiente soplo de la humanidad entera, cuela y se huye de entre la criba de naciones ociosas que lo reciben de primera mano: que cuando se detiene, no es mas que un metal de inutil peso; que jamas es riqueza, ni la representa si no por medio de la circulacion; que no circula sino hácia los lugares que producen cosas útiles á las necesidades humanas; que no puede aumentarse en un pais si no en razon del producto líquido que se saca de sus riquezas renacientes, y de la industria que las prepara y acomoda á los usos de la vida.

Que los sabios, los literatos, los celosos patriotas empleen los encantos de la elocuencia, la fuerza irresistible del raciocinio y de la conviccion, para presentarnos á la agricultura como ella es en sí. Que los magistrados vean allí la conservadora de las sanas costumbres, de la inocencia y de la libertad; los propietarios, la regeneracion eterna de sus riquezas; el comercio, sus almacenes; los pueblos, su subsistencia; los hombres en fin, la nodriza comun que los conduzca á fraternizar y participar juntos de sus dones.

Si estos principios, autorizados por un gobierno paternal, se difunden y vulgarizan, no es posible que dejen de electrizar á un pueblo que no perdona sacrificio cuando lo considera útil á su patria. Ya me parece que lo veo correr al fomento de la agricultura y de la industria, con el mismo entusiasmo con que ha volado siempre á ofrecer sus bienes y á sacrificar su vida por la seguridad comun. Veo que en cada departamento se forman sociedades patrióticas, que llevan al seno de los campos las luces y los socorros á los desvalidos labradores: que los instruyen, no por medio de vanas teorías, sino con egemplos prácticos; que los estimulan con los premios, con las distinciones y con los honores. Que otros Triptolemos forman nuevos instrumentos de labranza, y enseñan su uso á los aplicados agricultores: que hacen brotar una multitud de plantas hasta ahora desconocidas; que mejoran las poblaciones, que plantifican la industria en ellas y proporcionan la educacion civil y cristiana de las generaciones reproducidas. Que arrancan del seno de la ciudad multitud de familias que hoy vegetan ociosamente, y las establecen con utilidad en la campaña: que hacen derramar en ella mucha parte de los tesoros que ahora se estancan ó se guardan para animar la industria del estrangero: que atraen, en fin, de todas partes la poblacion, la abundancia y la felicidad.

A las sociedades, à los hombres de verdadero patriotismo, toca el cuidado de inspeccionar los detalles, proponer los proyectos útiles y dirigir las operaciones. El gobierno, no dando acceso jamas á ese espiritu entremetido que se mescla en los intereses particulares de los subditos bajo el pretexto del bien publico, debe proteger solo los esfuerzos con la sabiduria de las leyes que proporcionen al labrador el espéndio de sus frutos con comodidad, y con una ganancia módica, pero pronta y segura. Para ello es necesario facilitarles mercados inmediatos, en donde la concurrencia de compradores sea la que dé precio á sus frutos, y proporcione los contratos útiles á la clase agricultora y comerciante. En vano se derramarian tesoros en los campos, en vano se establecerian familias labradoras y se formarian leyes: todo permaneceria en la inercia, si la utilidad no siguiese de inmediato á los trabajos. El comercio es el vehículo que introduce con sus ganancias la fecundidad y la vida en todas las clases laboriosas del estado, pero él no puede prosperar sino obrando en libertad.

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