– Pasamos años soñando esos sueños -dijo Lidia-. Son lo mejor que tenemos porque en ellos nuestra atención está completa. En los demás sueños sigue siendo inestable.
La Gorda afirmó que el retener las imágenes de los sueños era un arte tolteca. Tras años de agotadora práctica, todas ellas habían logrado realizar una acción en cada sueño. Lidia podía andar sobre lo que fuese, Rosa colgarse de todo, Josefina ocultarse tras cualquier cosa, y ella misma volar. Había llegado a poner toda su atención en una sola actividad. Pero aún eran principiantes, aprendices de ese arte. Agregó que Genaro era el maestro del «soñar»: era capaz de volver las cosas a su favor a voluntad y atender a todas las actividades de la vida diaria; para él las dos esferas de la atención tenían el mismo valor.
Me vi obligado a plantearle el tema de costumbre: necesitaba conocer los procedimientos, el modo en que se las arreglaban para retener las imágenes de sus sueños.
– Los conoces tan bien como yo -dijo la Gorda -. Lo único que puedo decirte es que tras repasar un mismo sueño una y otra vez, comenzamos a percibir las líneas del mundo. Ellas nos ayudaron a realizar lo que nos viste hacer.
Don Juan había dicho que nuestro «primer anillo de poder» penetra en nuestras vidas en épocas muy tempranas y vivimos bajo la impresión de que ese es todo nuestro mundo. El «segundo anillo de poder», «la atención del nagual» permanece oculto para la inmensa mayoría de nosotros, y se nos revela justo en el momento de la muerte. No obstante, existe un camino para llegar hasta él, al alcance de todos, pero cuyo recorrido solamente emprenden los brujos: el «soñar». «Soñar» consiste, en esencia, en transformar los sueños corrientes en cuestiones volitivas. Los soñadores, mediante el expediente de concentrar la «atención del nagual» en los asuntos y sucesos de sus sueños ordinarios, los transforman en «soñar».
Don Juan aseguraba que no existía un procedimiento específico para alcanzar la «atención del nagual». Solamente me había dado pistas. La primera fue que debía buscar mis manos en sueños; entonces, el ejercicio de atención fue ampliado a la búsqueda de objetos, rasgos característicos del paisaje, como calles, edificios, etcétera. Desde allí había que pasar a «soñar» sobre lugares determinados a determinadas horas. El último grado consistía en concentrar la «atención del nagual» en el yo total. Don Juan sostenía que esa etapa final se anunciaba generalmente por un sueño que buena parte de la gente había tenido en una u otra oportunidad, en el cual el sujeto se ve a sí mismo yaciendo dormido. Para cuando un brujo tiene ese sueño, su atención se ha desarrollado hasta el punto de que, en vez de despertar, como les ocurre a la mayoría de las personas, da media vuelta y se pone en actividad, como lo haría en el mundo en que tiene lugar nuestra vida diaria. En ese momento se produce una ruptura, una división definitiva en la hasta entonces unificada personalidad. En la concepción de don Juan, el atrapar la «atención del Nagual» y desarrollarla hasta el nivel de perfección de nuestra atención diaria al mundo tenía por resultado el nacimiento del otro yo, un ser idéntico a uno, pero construido en el «soñar».
Don Juan me había hecho saber que no existen reglas establecidas para la educación de ese doble, como no existen para alcanzar la conciencia corriente. Sencillamente, se logra mediante la práctica. Él aseveraba que el método más adecuado se nos revelaba en la captación de la «atención del nagual». Me instaba a practicar el «soñar» sin permitir que mis temores convirtieran la actividad en una carga.
Lo mismo había hecho con la Gorda y las hermanitas, pero era evidente que algo les había permitido llegar a ser más receptivas que yo a la idea de otro nivel de atención.
– Genaro pasaba la mayor parte del tiempo en su cuerpo de soñar -dijo la Gorda -. Lo prefería. Por eso podía hacer las cosas más fantásticas y asustarte mortalmente. Genaro podía pasar por la grieta de entre los mundos como tú y yo lo hacemos por una puerta, en ambas direcciones.
Don Juan también me había hablado mucho de la grieta entre los mundos. Yo siempre había creído que se refería, metafóricamente, a una división sutil entre el mundo percibido por un hombre corriente y aquel percibido por los brujos.
La Gorda y las hermanitas me habían demostrado que la grieta entre los mundos era algo más que una metáfora. Era más bien la capacidad para pasar de uno a otro nivel de atención. Una parte de mí entendía perfectamente a la Gorda, en tanto la otra se hallaba más aterrorizada que nunca.
– Has estado preguntando por el lugar al que habían ido el Nagual y Genaro -dijo la Gorda -. Soledad fue muy brutal al decirte que se habían ido al otro mundo; Lidia te dijo que habían abandonado estos alrededores; los Genaro, como buenos idiotas, te asustaron. Lo cierto es que se marcharon por esa grieta.
Por alguna razón, inaprehensible para mí, sus palabras me lanzaron al caos. Siempre había estado convencido de que su partida era definitiva. Sabía que no se habían ido en sentido ordinario, pero había dejado el asunto en el reino de la metáfora. Si bien había llegado a decírselo a amigos íntimos, nunca lo había creído realmente. En lo profundo de mí, nunca había dejado de ser un hombre racional. Pero la Gorda y las hermanitas habían convertido mis oscuras metáforas en posibilidades reales. Lo cierto era que la Gorda nos había transportado medio kilómetro valiéndose de la energía de su «soñar»
La Gorda se puso en pie y declaró que yo lo había entendido todo y era hora de comer. Nos sirvió lo que había preparado. Tuve la impresión de no estar comiendo. Una vez que terminamos, se levantó y se acercó a mí.
– Creo que ya ha llegado el momento de que te vayas -me dijo.
La frase parecía ser una indicación para las hermanitas. Éstas dejaron los asientos a su vez.
– Si te quedas, ya nunca podrás partir -prosiguió la Gorda -. El Nagual te ofreció la libertad una vez, pero tú escogiste permanecer con él. Me dijo que si sobrevivíamos al último contacto con los aliados debía darles de comer, hacerlos sentir bien y despedirme de todos. Supongo que ni las hermanitas ni yo tenemos dónde ir, de modo que no hay posible elección. Pero tu caso es diferente.
Las hermanitas me rodearon y se despidieron una a una.
La situación era monstruosamente irónica. Podía irme, pero no tenía a dónde. Tampoco para mí había elección. Años atrás don Juan me había brindado una oportunidad de marchar; ya entonces me había quedado por no tener lugar alguno al cual dirigirme.
– Se escoge sólo una vez -me había dicho don Juan-. Elegimos ser guerreros o ser hombres corrientes. No existe una segunda oportunidad. No sobre esta tierra.
– Debes marchar hoy, más tarde -me dijo la Gorda al terminar el desayuno-. Puesto que has decidido seguir con nosotros, has asumido el compromiso de ayudarnos a realizar nuestra tarea. El Nagual me dejó a cargo únicamente hasta tu llegada. Me encargó, como ya sabes, comunicarte ciertas cosas. Te he dicho la mayor parte. Pero aún quedan algunas, que no podía mencionarte hasta que hubieses hecho tu elección. Hoy nos ocuparemos de ellas. Una vez hecho, deberás irte, con la finalidad de darnos tiempo para prepararnos. Necesitamos unos pocos días para solucionarlo todo y disponernos a abandonar estas montañas para siempre. Pasamos aquí muchísimo tiempo. Es duro separarse de ellas. Pero todo ha terminado de pronto. El Nagual nos advirtió del cambio absoluto que tu presencia iba a acarrear, más allá del resultado de tus enfrentamientos; pero creo que nadie le creyó realmente.
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