»El Nagual me dijo que tu segunda atención era tan poderosa que pugnaba constantemente por salir. Él y Genaro tenían que unir tus capas, pues de otro modo habrías muerto. Por eso estimaba que tu energía podía alcanzar para permitir la aparición de tu nagual por dos veces. Quería decir con ello que te era posible conservar las capas en su sitio por ti mismo en dos oportunidades. Lo hiciste más veces, y ahora estás terminado. Ya no posees la energía necesaria para mantener unidas tus capas en caso de otra sacudida. El Nagual me encargó cuidar de todos; en cuanto a ti, debo ayudarte a apretar tus capas. El Nagual decía que la muerte las separa. Me explicó que el centro de nuestra luminosidad, la atención del nagual, ejerce permanentemente una fuerza hacia fuera, y que esa es la causa de que las capas se separen. De modo que a la muerte le resulta fácil introducirse en ellas y separarlas por completo. Los brujos tienen que hacer todo lo posible para mantener unidas sus propias capas. Por eso el Nagual nos enseñó a soñar . El soñar une las capas. Cuando los brujos aprenden a soñar reúnen sus dos atenciones y ya no es necesario que el centro empuje hacia afuera.
– ¿Quieres decir que los brujos no mueren?
– En efecto. Los brujos no mueren.
– ¿Quieres decir que ninguno de nosotros va a morir?
– No me refiero a nosotros. Nosotros no somos nada. Somos monstruos; no estamos aquí ni allá. Me refiero a los brujos. El Nagual y Genaro son brujos. Sus dos atenciones están tan estrechamente unidas que probablemente nunca morirán.
– ¿Dijo eso el Nagual, Gorda?
– Sí. Tanto él como Genaro me lo dijeron. No mucho antes de su partida, el Nagual nos explicó el poder de la atención. Hasta entonces, yo nunca había oído hablar del tonal y del nagual.
La Gorda relató cómo don Juan les había instruido acerca de esa crucial dicotomía tonal-nagual. Contó que un día el Nagual les había reunido a todos para llevarles a una larga caminata hacia un valle rocoso, desolado, entre las montañas. Preparó un enorme y pesado bulto con toda clase de cosas; hasta puso en él la radio de Pablito. Se lo dio a Josefina para que lo acarrease, colocó una pesada mesa sobre los hombros de Pablito y abrió la marcha. Les obligó a todos a turnarse en el transporte del bulto y la mesa durante el trayecto de casi cuarenta kilómetros, hasta aquel alto y desértico lugar. Al llegar, el Nagual ordenó a Pablito colocar la mesa en el centro mismo del valle. Luego pidió a Josefina que distribuyera sobre ella el contenido del bulto. Cuando la mesa estuvo cubierta, les explicó la diferencia entre el tonal y el nagual, en los mismos términos en que lo había hecho conmigo en un restaurante de Ciudad de México; empero, en su caso el ejemplo era infinitamente más gráfico.
Les dijo que el tonal era el orden del que somos conscientes en nuestro mundo diario y también el orden personal con el que cargamos a hombros durante toda nuestra vida, tal como ellos lo habían hecho con la mesa y el bulto. El tonal personal de cada uno era como la mesa en ese valle: una pequeña isla llena de las cosas que nos son familiares. El nagual, por su parte, era la fuente inexplicable que mantenía el trozo de madera en su lugar y era como la inmensidad de aquel valle desierto.
Les hizo saber que los brujos estaban obligados a observar su tonal desde cierta distancia, para captar mejor lo que en realidad les rodeaba. Les hizo andar hasta lo alto de una cresta desde la cual alcanzaban a dominar toda la zona. Desde allí, la mesa resultaba apenas visible. Luego les hizo regresar hasta el lugar en que se hallaba la mesa e inclinarse sobre ella para demostrarles que un hombre corriente no posee la capacidad de captación de un brujo porque se halla situado directamente encima de su mesa, pendiente de todas las cosas que hay en ella.
Hizo que cada uno de ellos, uno por vez, se fijase superficialmente en lo que había sobre la mesa, y probó su memoria quitando algo y ocultándolo, para ver si habían estado atentos. Todos salieron airosos de la prueba. Les indicó que su capacidad para recordar con tanta facilidad las cosas allí expuestas se debía a que todos habían desarrollado su atención del tonal o, en otros términos, su atención a la mesa.
A continuación, les pidió que pasaran la vista por aquello que había bajo la mesa, y probó su memoria cambiando de lugar piedras, ramitas y otras cosas. Ninguno logró recordar lo que había visto.
Entonces, el Nagual retiró de un golpe todo lo que había sobre la mesa e hizo que todos, de uno en uno, se echaran sobre ella de través, sosteniéndose a la altura del estómago, y examinaran cuidadosamente el suelo de abajo. Les explicó que para un brujo el nagual era precisamente la zona situada bajo la mesa. Puesto que era impensable asir la inmensidad del nagual, ejemplificada por aquel enorme y arrasado paraje, los brujos tomaban como dominio para su acción el área situada inmediatamente debajo de la isla del tonal, lo cual se mostraba gráficamente por medio de lo que había bajo la mesa. Ese nivel de atención sólo se alcanzaba una vez que los guerreros habían limpiado por completo la superficie de sus mesas. Él aseguraba que el hecho de alcanzar la segunda atención suponía reunir a ambas en una sola unidad, y esa unidad era la totalidad de uno mismo.
La Gorda aseguró que la demostración era tan clara que había comprendido de inmediato por qué el Nagual le había hecho limpiar su propia vida, barrer su isla del tonal, según lo había expresado él. Se sentía realmente afortunada de haber atendido a todas las sugerencias que el le había hecho. Le faltaba aún un largo camino por recorrer antes de unificar sus dos atenciones, pero su diligencia había resultado en una vida impecable, la cual, tal como él le había aseverado, constituía su única posibilidad de perder la forma humana. La pérdida de la forma humana era el requisito esencial para la unificación de las dos atenciones.
– La atención bajo la mesa es la clave de todo lo que hacen los brujos -prosiguió-. Para acceder a esa atención el Nagual y Genaro nos enseñaron a soñar y a ti te enseñaron lo relativo a las plantas de poder. No sé de qué modo habrán procedido para que aprendieras a concentrar tu segunda atención mediante las plantas de poder, pero para que nosotros aprendiésemos a soñar , el Nagual nos enseñó previamente a observar. Nunca nos hizo saber lo que en realidad estaba haciendo. Tan sólo nos educó para observar.
Nunca supimos que el observar era el camino para concentrar la segunda atención. Creíamos que se trataba de una diversión. Pero no era así. Los soñadores deben ser observadores si es que han de concentrar su segunda atención.
»Lo primero que hizo el Nagual fue poner una hoja seca en el suelo y hacer que la mirara durante horas. Cada día traía una hoja y la colocaba ante mí. Al principio, pensé que la hoja era siempre la misma, conservada día tras día, pero luego advertí que se trataba de hojas distintas. El Nagual decía que cuando se comprende eso, ya no estamos mirando, sino observando.
»Más tarde, puso ante mí montones de hojas secas. Me indicaba que las removiera con la mano izquierda y las percibiera mientras las observaba. Un soñador mueve las hojas en espiral, las observa y luego sueña los dibujos que forman. El Nagual decía que los soñadores pueden considerarse maestros en la observación de las hojas cuando sueñan primero los dibujos y terminan por hallarlos, al siguiente día, en su pila de hojas secas.
»El Nagual aseguraba que la observación de las hojas fortificaba la segunda atención. Si observas una pila de hojas durante horas, como él solía obligarme a hacer, los pensamientos llegan a silenciarse. Sin pensamientos, la atención del tonal mengua y, súbitamente, la segunda atención se prende a las hojas y las hojas pasan a ser algo más. Él llamaba al momento en que la segunda atención se detiene en algo «parar el mundo». Y eso es exacto: el mundo se detiene. Por ello, cuando se observa, es necesario que haya alguien cerca. Nunca conocemos las peculiaridades de nuestra segunda atención. Puesto que nunca la hemos empleado, debemos familiarizarnos con ella antes de aventurarnos a observar a solas.
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