Antes de que llegáramos a su casa, don Juan se detuvo y me miró de frente. Me escudriñó cuidadosamente una vez más, como si estuviera buscando señales en mi cuerpo. Me sentí entonces obligado a aclarar algo en lo que yo creía que él estaba mortalmente equivocado.
– Estuve con la verdadera Carol Tiggs en el hotel -le dije-. Por un momento, yo también pensé que era el desafiante de la muerte, pero después de una evaluación cuidadosa, no puedo sostener esa creencia. ¡Era Carol! De una manera extraña y pavorosa, ella estaba en el hotel, de la misma forma que yo estaba en el hotel.
– Por supuesto que era Carol -don Juan dijo con gran fuerza-. Pero no la Carol que tú y yo conocemos. Esta era la Carol de ensueños, como te dije, una Carol hecha de puro intento. Tú le ayudaste a la mujer de la iglesia a hilar ese ensueño. Su arte fue hacer de él una total realidad. Ese es el arte de los brujos antiguos; la cosa más temible que uno puede imaginar. Te dije que ibas a recibir la máxima lección sobre el ensueño, ¿no es así?
– ¿Qué cree usted que le pasó a Carol? -pregunté.
– Carol Tiggs se fue -contestó-. Pero algún día vas a encontrar a la nueva Carol Tiggs; la del cuarto del hotel de ensueño.
– ¿Qué quiere decir con que se fue?
– Se fue del mundo -dijo.
Sentí una oleada de nerviosismo en mi plexo solar. Me estaba despertando. Mi conciencia de ser empezaba a serme familiar, pero no tenía completo control de ella todavía. Aunque ya había empezado a romper la niebla del ensueño; la ruptura empezó como una mezcla entre no saber lo que estaba pasando y la frenética sensación de que lo inconmensurable estaba a la vuelta de la esquina.
Debí de haber tenido una expresión de incredulidad, porque don Juan añadió en un tono enérgico:
– Esto es ensoñar. A estas alturas deberías saber que sus transacciones son finales. Carol Tiggs se fue.
– ¿Pero a dónde cree que se fue, don Juan?
– Adonde se fueron los brujos de la antigüedad. Te dije que el regalo del desafiante de la muerte fueron infinitas posibilidades de ensueño. No quisiste nada concreto, así que la mujer de la iglesia te dio un regalo abstracto: la posibilidad de volar en alas del intento.
Fin