Don Juan preguntó si la mujer había tenido alguna otra reacción a mis gritos, además de reírse. No tenía memoria de ninguna otra reacción, excepto su regocijo y el hecho de que había comentado lo mal que ella le caía a él.
– No me cae mal -protestó don Juan-. Simplemente no me gusta lo coercitivo de los brujos antiguos.
Dirigiéndome a todos dije que personalmente esa mujer me gustaba inmensa e imparcialmente. Y que había amado a Carol Tiggs como nunca pensé que pudiera amar a nadie. No parecieron apreciar lo que les decía. Se miraban unos a otros como si me hubiera vuelto repentinamente loco. Quería decir más; explicarles todo, pero don Juan, quizá para prevenir que empezara a balbucear idioteces, prácticamente me arrastró fuera de la casa, de regreso al hotel.
El mismo gerente con quien había hablado antes escuchó atentamente nuestra descripción de Carol Tiggs, pero negó rotundamente habernos visto a ella o a mi antes. Hasta llamó a las mucamas del hotel quienes corroboraron lo que decía.
– ¿Cuál puede ser el significado de todo esto? -preguntó don Juan en voz alta.
Parecía ser una pregunta dirigida a él mismo. Gentilmente me condujo fuera del hotel.
– Salgamos de este maldito lugar -dijo.
Cuando estuvimos afuera, me ordenó no volver la cabeza para mirar a ver al hotel o a la iglesia en la calle de enfrente, y mantener la cabeza baja. Miré mis zapatos e instantáneamente me di cuenta de que ya no traía puesta la ropa de Carol Tiggs, sino la mía. Sin embargo, no podía recordar, por más que tratara, cuándo me había cambiado de ropa. Deduje que debió ser cuando me desperté en el cuarto del hotel. Me debí de haber puesto mi ropa en ese momento, aunque mi memoria estaba en blanco.
Para entonces habíamos llegado a la plaza. Antes de que la cruzáramos para dirigirnos a la casa de don Juan, le expliqué lo de mi ropa. Movía su cabeza rítmicamente, escuchando cada palabra. Luego se sentó en una banca, y con una voz que transmitía una verdadera preocupación, me advirtió que, en esos momentos, yo no tenía manera alguna de saber lo que había sucedido en la segunda atención entre la mujer de la iglesia y mi cuerpo energético. Mi interacción con Carol Tiggs en el hotel fue sólo la punta del témpano de hielo flotante.
– Es horrendo pensar que hayas estado en la segunda atención por nueve días -don Juan prosiguió-. Nueve días son sólo un segundo para el desafiante de la muerte, pero una eternidad para nosotros.
Antes de que pudiera protestar o decir nada, me paró con un comentario.
– Considera esto -dijo-. Si todavía no puedes recordar todas las cosas que te enseñé, y las cosas que hice contigo en la segunda atención, imagínate cuánto más difícil deberá ser recordar lo que te enseñó e hizo contigo el desafiante de la muerte. Yo sólo te hice cambiar de niveles de conciencia, el desafiante de la muerte te hizo cambiar universos.
Me sentí derrotado. Don Juan y sus dos compañeros me instaron a que realizara un esfuerzo titánico para recordar dónde me había cambiado de ropa. No pude. No había nada en mi mente; no había ni sentimientos, ni memorias. De alguna manera, no estaba totalmente allí con don Juan y sus compañeros.
La agitación nerviosa de don Juan llegó al paroxismo. Nunca lo había visto tan trastornado. Siempre había existido un toque de alegría, de no tomarse a si mismo en serio en lo que me decía o me hacia. Pero no esta vez.
De nuevo, traté de pensar; de traer alguna luz que pudiera iluminar todo esto; y una vez más, fracasé. Pero no me sentí derrotado, una inverosímil oleada de optimismo se apoderó de mi. Sentí que todo estaba sucediendo como debía suceder.
La preocupación que don Juan expresó era que él no sabía nada del tipo de ensueño que yo había hecho con la mujer de la iglesia. Para él, crear un hotel de ensueño, un pueblo de ensueño, y una Carol Tiggs de ensueño, eran ejemplos de la destreza para ensoñar de los brujos antiguos, cuyo campo total traspasaba más allá de la imaginación humana.
Don Juan abrió sus brazos ampliamente y finalmente sonrió con su usual deleite.
– Podemos solamente deducir que la mujer de la iglesia te enseñó cómo hacerlo -dijo en un tono deliberadamente lento-. Vas a tener una tarea gigantesca para hacer comprensible una maniobra incomprensible. Ha sido un movimiento maestro en el tablero de ajedrez, realizado por el desafiante de la muerte, como la mujer de la iglesia. Ha usado el cuerpo energético de Carol y el tuyo para levantarse, para romper con sus amarras. Te tomó la palabra con tu oferta de energía gratuita.
Lo que decía don Juan no tenía ningún significado para mí aparentemente, tenía un gran significado para sus dos compañeros brujos. Se agitaron inmensamente. Dirigiéndose a ellos, don Juan explicó que el desafiante de la muerte y la mujer de la iglesia eran diferentes expresiones de la misma energía; la mujer de la iglesia era la más poderosa y compleja de las dos. Al tomar control, usó el cuerpo energético de Carol Tiggs, de una manera oscura y portentosa, congruente con las maquinaciones de los brujos antiguos, y creó la Carol Tiggs del hotel; una Carol Tiggs de puro intento. Don Juan añadió que Carol y la mujer podrían haber llegado a una clase de convenio energético durante su encuentro. En ese instante, pareció haberle llegado un nuevo pensamiento. Miró fijamente a sus dos compañeros. Los ojos de todos ellos se movían rápidamente yendo de uno a otro. Estaba seguro de que no buscaban meramente llegar a un acuerdo, sino que parecía que se habían dado cuenta de algo al unísono.
– Todas nuestras especulaciones son inútiles -dijo don Juan en un tono seco y tranquilo-. Creo que Carol Tiggs ya no existe. Tampoco existe ya ninguna mujer de la iglesia; las dos se han fusionado y han volado en alas del intento, creo que hacia adelante.
"La razón por la cual la Carol Tiggs del hotel estaba tan preocupada por su apariencia fue porque era la mujer de la iglesia haciéndote ensoñar a una Carol Tiggs de otra clase; una Carol Tiggs infinitamente más poderosa. ¿No recuerdas lo que te dijo? Ensueña tu intento de mí. ¡Inténtame hacia adelante!
– ¿Qué quiere decir esto, don Juan? -pregunté perplejo.
– Quiere decir que el desafiante de la muerte encontró una vez más su escapatoria. Agarró un viaje con ustedes. Tu destino es el destino de ella.
– ¿Qué significa esto, don Juan?
– Significa que si llegas a la libertad, ella también llegará.
– ¿Y cómo va a hacer eso?
– A través de Carol Tiggs. Pero no te preocupes por Carol -dijo antes de que expresara mi aprensión-. Ella es capaz de esta maniobra y de mucho más.
Había inmensidades amontonándose encima de mi. Ya podía sentir su peso aplastante. Tuve un momento de lucidez y le pregunté a don Juan:
– ¿Cuáles son las consecuencias de todo esto?
No me contestó. Me miró fijamente, examinándome de pies a cabeza. Luego dijo despacio y deliberadamente:
– El regalo del desafiante de la muerte consiste en infinitas posibilidades de ensueño. Una de ellas fue tu ensueño de Carol Tiggs en otro tiempo, en otro mundo, un mundo más vasto, con un final abierto. Un mundo donde lo imposible puede ser factible. El sentimiento pendiente fue que algún día vas no sólo a vivir esas posibilidades, sino a comprenderlas.
Se levantó y empezamos a caminar en silencio hacia su casa. Mis pensamientos empezaron a brotar desesperadamente. En realidad, no eran pensamientos sino imágenes; una mezcla de memorias de la mujer de la iglesia, y de Carol Tiggs hablándome en la oscuridad, en el cuarto del hotel de ensueño. Un par de veces estuve a punto de condensar esas imágenes y llegar a la sensación de mi persona usual, pero tuve que pararlo; no tenía energía para tal tarea.
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