Dijo que los nuevos videntes observaron que sólo los seres humanos son capaces de agrupar emanaciones aún dentro de los racimos normales. Para describir tal cosa utilizó la palabra desnate , y dijo que era comparable al acto de recoger la nata de un recipiente de leche hervida, después que se ha enfriado. De igual manera, en términos de percepción, el punto de encaje del hombre toma una parte de las emanaciones ya seleccionadas para el alineamiento y forma con ellas un esquema más deleitable.
– Los desnates del hombre -prosiguió don Juan- son más reales que lo que perciben otros seres. Ese es nuestro peligro latente. Son tan reales para nosotros que nos hacen olvidar que los hemos construido nosotros mismos al ordenar a nuestros puntos de encaje que se estacionen donde lo hacen. Nos olvidamos que solamente son reales para nosotros porque ese es nuestro comando. Tenemos poder para sacar la nata de los alineamientos, pero no tenemos poder para protegernos de nuestros comandos. Eso se tiene que aprender. Darle rienda suelta a nuestros desnates, como lo hacemos, es un error de juicio que pagamos tan caro como los antiguos videntes pagaron los suyos.
IX. EL MOVIMIENTO HACIA ABAJO
Don Juan y Genaro hicieron su viaje anual al norte de México, al desierto de Sonora, para buscar plantas medicinales. Vicente Medrano, uno de los videntes compañeros de don Juan, el herbario entre ellos, usaba esas plantas para elaborar medicinas.
Me junté con don Juan y Genaro, como habíamos acordado, en la última etapa de su jornada. Me proponía llevarlos en coche de regreso a su casa.
Un día antes de que partiéramos de vuelta, don Juan repentinamente continuó su explicación. Descansábamos a la sombra de unos arbustos bastante tupidos, al pie de las montañas. Estaba entrada la tarde. Cada uno de nosotros llevaba un gran costal lleno de plantas. En cuanto las depositamos en el suelo, Genaro se acostó sobre su costal y se durmió.
Don Juan me habló en voz baja, como si no quisiera despertar a Genaro. Dijo que ya me había explicado casi todas las verdades del estar consciente de ser, y que sólo quedaba una más por discutir. Me aseguró que esa última era el mayor hallazgo que tuvieron los antiguos videntes, aunque ellos mismos jamás lo supieron. Su tremendo valor sólo fue reconocido por los nuevos videntes, siglos más tarde.
– Te he explicado que el hombre tiene un punto de encaje -prosiguió-, y que ese punto de encaje alinea emanaciones para la percepción. También hemos discutido que ese punto se mueve de su posición fija. Ahora bien, la última verdad es que, una vez que ese punto de encaje se mueve más allá de cierto límite, puede alinear mundos enteramente diferentes al mundo que conocemos.
Sin dejar de susurrar, dijo que ciertas áreas geográficas no sólo ayudan a ese precario movimiento del punto del encaje, sino que también seleccionan direcciones especificas para dicho movimiento. Por ejemplo, el desierto de Sonora ayuda al punto de encaje a moverse de su posición acostumbrada, hacia abajo, al lugar más terrible que uno puede imaginar.
– Es por eso que hay verdaderos brujos en Sonora -continuó-. Especialmente brujas. Tú ya conoces a una, la Catalina. En el pasado, he organizado encuentros entre ustedes dos. Quería yo entonces mover a tu punto de encaje y, con sus payasadas de bruja, la Catalina lo aflojó muchísimo.
Don Juan explicó que las escalofriantes experiencias que yo había tenido con la Catalina eran parte de un acuerdo preestablecido entre ellos dos.
– ¿Qué pensarías si la invitáramos a unirse a nosotros? -me preguntó Genaro en voz alta, incorporándose.
La brusquedad de su pregunta y el extraño sonido de su voz me hundieron en un terror instantáneo.
Don Juan se rió, me tomó de los antebrazos y me sacudió. Me aseguró que no había motivo de alarma. Dijo que, para nosotros, la Catalina era como una prima hermana o una tía. Ella era parte de nuestro mundo, aunque no se aunara del todo a nosotros. Comentó que la Catalina estaba en realidad infinitamente más aunada a los antiguos videntes.
Genaro sonrió y me guiñó un ojo.
– Tengo entendido que le tienes muchas ganas a la Catalina -me dijo-. Ella misma me confesó que cada vez que ustedes dos se enfrentaron, mientras más asustado estabas, más ganas le tenías.
Don Juan y Genaro se rieron, casi hasta la histeria.
Tuve que admitir que de alguna manera la Catalina siempre me había parecido una mujer temible pero a la vez extremadamente atractiva. Lo que más me impresionaba de ella era la energía que exudaba.
– Tiene tanta energía ahorrada -comentó don Juan-, que no fue necesario que estuvieras en estado de conciencia acrecentada para que ella moviera tu punto de encaje hasta las profundidades del lado izquierdo.
De nuevo, don Juan dijo que la Catalina estaba muy estrechamente relacionada con nosotros. Me reveló que ella pertenecía al grupo del nagual Julián. Explicó que generalmente, el nagual y todos sus videntes dejan el mundo juntos, pero que hay casos en los cuales lo dejan o bien en pequeños grupos o uno por uno. El nagual Julián y su grupo eran un ejemplo de este caso. El nagual Julián salió del mundo hacía casi cuarenta años, pero la Catalina aún seguía aquí.
Me recordó algo que me había mencionado antes, que el grupo de videntes del nagual Julián consistía de tres hombres completamente inconsecuentes y de ocho mujeres extraordinarias. Don Juan había sostenido siempre que tal disparidad era una de las razones por las que salieron de este mundo uno por uno.
Dijo que la Catalina había estado ligada a una de las soberbias mujeres videntes, quien le había enseñado extraordinarias maniobras para mover su punto de encaje al área baja. Esa vidente fue una de las últimas que dejó el mundo, y puesto que tanto ella como la Catalina era originalmente de Sonora, en su vejez volvieron al desierto y vivieron juntas hasta que la vidente abandonó el mundo, a una edad muy avanzada. En los años que pasaron juntas, la Catalina se convirtió en su más dedicada ayudante y discípula, y aprendió así las extravagantes maneras que los antiguos videntes conocían para mover el punto de encaje.
Le pregunté a don Juan si el conocimiento de la Ca talina era diferente al suyo.
– Nosotros sabemos las mismas cosas -repuso-, pero ella es más como Silvio Manuel o Genaro; en realidad es la versión femenina de ellos, pero desde luego, siendo mujer, es infinitamente más agresiva, y peligrosa que ellos dos.
Genaro asintió moviendo la cabeza.
– Infinitamente más -dijo y me volvió a guiñar el ojo.
– ¿Está ella unida al grupo de usted, don Juan? -le pregunté.
– Dije que, para nosotros, es como una prima hermana o tía -contestó-. Quise decir que ella pertenece a la generación anterior, aunque es más joven que todos nosotros. Ella es la última vidente de ese grupo. Rara vez entra en contacto con nosotros. No nos quiere mucho. Cree que somos demasiado rígidos y severos. Ella está acostumbrada a las maneras del nagual Julián, y por ello prefiere la gran aventura de lo desconocido a la búsqueda de la libertad.
– ¿Cuál es la diferencia entre ambas? -le pregunté a don Juan.
– En la última parte de mi explicación de la conciencia de ser -contestó-, vamos a discutir esa diferencia muy minuciosamente. Lo que es importante que sepas ahora, es que en tu conciencia del lado izquierdo tú guardas celosamente extraños secretos; por eso tú y la Catalina se gustan tanto.
Insistí de nuevo que no era que me gustara la Catali na, sino que más bien yo admiraba su gran fuerza.
Don Juan y Genaro se rieron y me dieron leves codazos como si supieran algo que yo desconocía.
– Le gustas porque ella sabe cómo eres -dijo Genaro chasqueando los labios-. Ella conoció muy bien al nagual Julián.
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