Con la mañana empieza el día, con el lunes la semana. Matinal, escribió Ricardo Reis a Marcenda una extensa carta, trabajosamente pensada, qué carta escribiríamos a una mujer a quien hemos besado sin hablarle antes de amor, pedirle disculpas sería ofenderla, tanto más cuanto que recibió y devolvió con ardor, así se dice, el beso, y si al besarla no le juramos Te amo, por qué lo íbamos a inventar ahora, con peligro de que no nos creyera, ya aseguraban los latinos, en su lengua, que más valen y perduran los actos que las palabras, démoslos pues a ellos por cometidos y a ellas por superfluas, cuando más empleándolas en su más remoto sentido, como si ahora hubiéramos iniciado la primera red del capullo, desgarrada, tenue, quebradiza, usemos palabras que no prometan ni pidan, ni sugieran siquiera, que, sueltas, sólo insinúen, dejando protegida la retaguardia para el retroceso de nuestras últimas cobardías, como esos pedazos de frases, generales, vagas, sin compromiso, gocemos el momento, solemnes en la alegría levemente, verdece el color antiguo de las hojas redivivas, siento que quien soy y quien fui son sueños diferentes, breves son los años, pocos la vida dura, más vale, si sólo memoria tenemos, recordar mucho que poco, y recordarla es cuanto tengo ahora en la memoria guardado, cumplamos lo que somos, nada más nos fue dado, y así llega una carta a su fin, tan difícil nos pareció escribirla y salió fluyente, basta con no sentir mucho lo que se dice y no pensar mucho en lo que se escribe, lo demás depende de la respuesta. Por la tarde fue Ricardo Reis, como había prometido, a buscar un empleo como médico, dos horas al día, tres veces por semana, o aunque sólo sea una vez, para no perder la práctica, aunque sea en una sala con ventana al zaguán o en un cuarto interior, una salita y consultorio, muebles viejos, tras el biombo una litera rudimentaria para las observaciones sumarias, una lámpara flexible sobre la mesa para ver mejor la palidez del enfermo, una escupidera alta para los bronquíticos, dos estampas en la pared, un marco con el título, el calendario que diga cuántos días tendremos aún que vivir. Empezó lejos, por Alcántara y Pampulha, tal vez por haber venido por aquel lado cuando entró en la barra, preguntó si había vacantes, habló con médicos a quienes no conocía y que no lo conocían a él, se sentía ridículo diciendo, Querido colega, avergonzado cuando le daban el mismo tratamiento, hay aquí una vacante pero es provisional, de un colega que está ausente, creo que la semana que viene vuelve a la consulta. Estuvo en Conde Barão, pasó por Rossio, todo completo, médicos no faltan, afortunadamente, que en Portugal, contando sólo los sifilíticos, hay seiscientos mil, y en cuanto a la mortalidad infantil, aún el caso está más serio, de cada mil niños nacidos mueren ciento cincuenta, imaginemos lo que sería la catástrofe si no tuviéramos la medicina que tenemos. Parece esto obra del destino, el que habiendo buscado Ricardo Reis tan lejos acabe encontrando, ya el miércoles, un puerto de abrigo, por así llamarle, al pie mismo de su puerta, en Camões, y con tanta fortuna que se encontró instalado en gabinete con ventana a la plaza, es cierto que el D’Artagnan se ve de espaldas, pero las transmisiones están aseguradas, los recados garantizados, cosa que pronto demostró una paloma volando del alero a la cabeza del vate, quizá le ha ido a decir secretamente al oído, con malicia colombina, que tenía allí un competidor, una mente, como la suya, entregada a las musas, pero brazo hecho sólo a jeringuillas, a Ricardo Reis le pareció que Luis de Camões se encogía de hombros, no era el caso para menos. El puesto no está garantizado, es una simple y temporal sustitución de un colega especialista en corazón y pulmones a quien precisamente le ha fallado el corazón, aunque el pronóstico no sea grave, tiene para tres meses. No era hombre Ricardo Reís de excesivas luces sobre materias tan preciosas, recordamos que alegó insuficiencia para pronunciarse sobre los males cardíacos de Marcenda, el destino, aparte de actuar, también sabe de ironías, por eso tuvo el novel especialista que andar de librerías a la cata de tratados que reanimasen su memoria y le ayudaran concertar el paso con los avances de la nueva terapéutica y preventiva. Fue a ver al colega enfermo, le aseguró que haría cuanto estuviera de su mano para honrar la acción y tradición de quien era aún, y ojalá lo siguiera siendo muchos años, el titular de la especialidad en aquella reputada policlínica, Y a quien no dejaré de consultar, viniendo aquí a su casa, en los casos más graves, aprovechando así, en mi propio beneficio y en el de los enfermos, su gran saber y experiencia. Al colega le gustó oír tantas alabanzas, de ningún modo las consideró exageradas, y prometió colaboración franca y leal, después pasaron al ajuste de condiciones del esculápico subarriendo, un porcentaje para la administración de la policlínica, un fijo para el sueldo de la enfermera adscrita, otro porcentaje para material y gastos ordinarios, un fijo para el ahora cardíaco colega, enfermo o saludable, con lo que sobra no va a enriquecerse Ricardo Reis, ni lo precisa, que por ahora están lejos de su fin las libras brasileñas. En la ciudad hay un médico más, como no tiene otra cosa qué hacer va tres veces por semana, lunes, miércoles y viernes, puntual, esperando primero a enfermos que no aparecen, cuidando después de que no huyan, pasado al fin el tiempo excitante de adaptación se irá adaptando a la rutina confortable del pulmón cavernoso, del corazón necrosado, buscando en los libros remedio para lo que remedio no tiene, sólo muy de tarde en tarde telefoneará a su colega, haberle dicho que le consultaría y que iría a verle cuando se presentara un caso difícil fue mero hablar por hablar, táctica de conveniencia, cada uno va haciendo lo que puede por su vida y preparando su muerte, y el trabajo que eso nos da, sin olvidar cuán difícil resultaría andar preguntando, Mi querido colega, cuál es su opinión, a mí me parece que el enfermo tiene el corazón colgando de un hilo, dígame si le ve salida, aparte de la obvia, para el otro mundo, sería como mentar la soga en casa del ahorcado, modismo que aparece aquí por segunda vez.
Marcenda aún no ha contestado. Ricardo Reis escribió ya otra carta hablándole de su nueva vida, al fin médico en activo, con patente prestada de especialista, tengo consulta abierta en una policlínica, en la plaza Luis de Camões, a dos pasos de mi casa y de su hotel, Lisboa, con sus casas de varios colores, es una pequeñísima ciudad. Ricardo Reis tiene la impresión de estar escribiendo a alguien a quien nunca hubiera visto, a alguien que viviera, si existe, en un lugar desconocido, y cuando piensa que ese lugar tiene nombre y realidad, que se llama Coimbra y que en otro tiempo lo vieron sus propios ojos, es el pensamiento el que se lo dice, como podría decir, distraídamente, cualquier otra cosa, ésta, que es ejemplo absurdo, el sol nace en occidente, por más que en esa dirección miremos nunca vamos a ver nacer el sol allí, pero sí morir, es como Coimbra y quien allí vive. Y si es verdad que besó a esa persona a quien hoy le parece que no ha visto jamás, la memoria que aún conserva del beso se va apagando tras la espesura de los días, en las librerías no hay tratados capaces de refrescarle esa memoria, los tratados sólo son útiles para lesiones cardíacas y pulmonares e incluso así suele decirse que no hay enfermedades sino enfermos, y esto querrá decir, si parafraseamos y ajustamos el dicho al cuento, que no hay besos, hay personas. Cierto es que Lidia viene casi todos los días de asueto, y Lidia es, por indicios exteriores e interiores, persona, pero de las reluctancias y prejuicios de Ricardo Reis ya se ha hablado bastante, persona será, pero no aquélla.
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