La cara del profesor Lorca se relajó; abrió la boca y, agitando una mano finísima delante de mis ojos como si estuviera dándole vueltas a una pizza, me habló. No podía dejar de ver sus gemelos de esmalte que eran del color exacto de su saco verdusco.
– ¿Y qué quiere usted de mí? -dijo.
– Quiero que me escuche por un momento -dije-, para ver si lo que estoy haciendo le interesa.
Hizo un gesto de desgano y resignación con los hombros, abrió la puerta de su oficina y me invitó a pasar. Sabía que no tenía yo tiempo que perder y le presenté una descripción muy directa de mi situación de trabajo de campo. Le dije que me estaban enseñando procedimientos que no tenían nada que ver con lo que había encontrado en la literatura antropológica sobre el chamanismo.
Hizo un gesto con los labios por un momento sin decir una palabra. Cuando habló, señaló que una de las fallas de los antropólogos en general, es que nunca se dan el tiempo suficiente para llegar a saber, totalmente, todos los grados del sistema cognitivo particular utilizados por la gente que estudian. Definió «cognición» como un sistema de interpretación, que a través del uso hace posible que los individuos utilicen con la mayor proeza todos los grados de connotación que forman el ambiente particular y social bajo consideración.
Las palabras del profesor Lorca iluminaron el ámbito total de mi trabajo de campo. Sin poder dominar todos los grados del sistema cognitivo de los chamanes del México antiguo, hubiera sido totalmente superfluo que formulara una idea de ese mundo. Si el profesor Lorca nunca me hubiera dicho otra palabra más, lo que acababa de declarar hubiera sido más que suficiente. Lo que siguió fue un maravilloso discurso sobre la cognición.
– Su problema -dijo el profesor Lorca- es que el sistema cognitivo de nuestro mundo cotidiano, con el cual estamos familiarizados, en verdad, desde el día en que nacimos, no es igual al sistema cognitivo del mundo de los chamanes.
»Lo que le he dicho, claro, es conocimiento general -me dijo al conducirme hacia fuera-. Cualquier lector está consciente de lo que le he estado diciendo.
Nos despedimos, casi amigos. El recuento a don Juan de mi éxito en acercarme al profesor Lorca se topó con una reacción extraña. Por un lado, don Juan parecía estar encantado, y por otro, preocupado.
– Me da que tu profesor no es en verdad lo que parece ser -dijo-. Claro, eso es desde el punto de vista de un chamán. Quizá fuera mejor dejarlo ahora, antes que todo esto se vuelva muy bochornoso, muy complicado. Una de las artes más elevadas de los chamanes es saber cuándo detenerse. Me parece que has conseguido todo lo que se puede de tu profesor.
De inmediato, reaccioné con un tiroteo de defensas a favor del profesor Lorca. Don Juan me tranquilizó. Me dijo que no era su intención criticar o juzgar a nadie, pero que en su conocimiento muy poca gente sabe cuándo retirarse, y aún menos sabe cómo utilizar su conocimiento.
A pesar de las advertencias de don Juan, no me detuve; por el contrario, me convertí en el estudiante, el seguidor, el admirador más fiel del profesor Lorca. Su interés en mi trabajo parecía ser genuino, aunque se sentía infinitamente frustrado por mi apatía e incapacidad para formular conceptos bien definidos acerca del sistema cognitivo del mundo de los chamanes.
Un día, el profesor Lorca me formuló el concepto del visitante-científico a otro mundo cognitivo . Reconoció que estaba dispuesto a ser imparcial y darle vueltas, como científico social, a la posibilidad de un sistema cognitivo diferente. Se imaginó una investigación en que los protocolos serían reunidos y analizados. Los problemas de la cognición serían concebidos y dados a chamanes a quienes yo conocía, para medir, por ejemplo, su capacidad de enfocar su cognición sobre dos aspectos diversos de comportamiento.
Pensaba que la prueba empezaría con un sencillo paradigma en el que intentaran comprender y retener un texto escrito que iban a estar leyendo mientras jugaban al póquer. La prueba iba a intensificarse, para medir, por ejemplo, su capacidad de enfocar su cognición sobre cosas complejas que se les dirían mientras dormían, etc. El profesor Lorca quería que se llevara a cabo un análisis lingüístico de lo que emitían. Quería una medida real de sus respuestas en términos de su velocidad y precisión, y otras variables que se hicieran manifiestas al progresar el proyecto.
Don Juan verdaderamente se partió de risa cuando le conté de las propuestas del profesor Lorca de medir la cognición de los chamanes.
– Ahora sí que me gusta tu profesor -dijo-. Pero no puedes hablar en serio de esta idea de medir nuestra cognición. ¿Qué sacaría tu profesor de medir nuestras respuestas? Llegará a la conclusión de que somos un montón de idiotas, porque es lo que somos. No podemos ser más inteligentes, más veloces que el hombre ordinario. No es culpa de él, sin embargo, pensar que puede hacer medidas de cognición de un mundo al otro. La culpa es tuya. Has fallado al no expresarle a tu profesor que cuando los chamanes hablan del mundo cognitivo de los chamanes del México antiguo, están hablando de cosas que no tienen un equivalente en el mundo cotidiano.
»Por ejemplo, percibir la energía directamente como fluye en el universo es una unidad de cognición por la cual los chamanes viven. Ven cómo fluye la energía y siguen su flujo. Si su flujo se encuentra con obstáculos, se alejan o hacen algo totalmente diferente. Los chamanes ven líneas en el universo. Su arte, o su tarea, es escoger la línea que los va a conducir, en términos de percepción, a regiones sin nombre. Podrías decir que los chamanes reaccionan inmediatamente a las líneas del universo. Ven a los seres humanos como bolas luminosas, y buscan en ellos su flujo de energía. Desde luego, reaccionan al instante al ver esto. Es parte de su cognición.
Le dije a don Juan que para nada podía hablarle al profesor Lorca de esto, porque no había hecho ninguna de las cosas que él estaba describiendo. Mi cognición seguía igual.
– ¡Ah! -exclamó-. Es que simplemente no has tenido tiempo todavía para incorporar las unidades de cognición del mundo de los chamanes.
Salí de la casa de don Juan más confuso que nunca. Había una voz dentro de mí que verdaderamente me exigía terminar mis tratos con el profesor Lorca. Comprendí cuánta razón tenía don Juan al decirme que las practicalidades en que se interesaban los científicos eran conducentes a construir máquinas cada vez más complejas. No eran las practicalidades que cambian el curso de la vida de un individuo desde adentro. No estaban hechas para alcanzar la vastedad del universo como un asunto personal, experimental. Las estupendas máquinas que existen o las que están en proceso, eran asuntos culturales, y los logros tenían que disfrutarse indirectamente, aun por los creadores de las máquinas mismas. Su única ganancia era económica.
Al señalarme todo esto, don Juan había logrado colocarme en un estado de ánimo de mayor curiosidad. Empecé realmente a cuestionar las ideas del profesor Lorca, algo que no había hecho hasta entonces. A la vez, el profesor Lorca emitía verdades asombrosas sobre la cognición. Cada declaración era más severa que la que la precedía y, como resultado, más penetrante.
Al final de mi segundo semestre con el profesor Lorca, había llegado a un callejón sin salida. No había manera en el mundo que creara un puente entre dos líneas de pensamiento; la de don Juan y la del profesor Lorca. Iban por senderos paralelos. Comprendí el objetivo del profesor Lorca de querer cualificar y cuantificar el estudio de la cognición. La Cibernética se asomaba como nueva disciplina y el aspecto práctico de los estudios de la cognición era una realidad. Pero también lo era el mundo de don Juan, que no podía medirse con las herramientas normales de la cognición. Había tenido el privilegio de atestiguarlo en las acciones de don Juan, pero no lo había experimentado yo mismo. Sentía que esto era el obstáculo que hacía que el puente entre estos dos mundos fuera imposible.
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