Aún no clareaba cuando Joaquim Sassa se levantó de su lecho de paja triga para ir en busca de Dos Caballos, que se había quedado descansando bajo los plátanos de la plaza, justo al lado de la fuente. Para que no los viera juntos algún madrugador matutino, de esos que abundan en tierras agrícolas, decidieron encontrarse a la salida del pueblo, lejos de las últimas casas. José Anaiço iría por caminos desviados, atajos y precipicios, pegado a las sombras, Joaquim Sassa, aunque discretamente, por la carretera de todos, es un viajante que ni debe ni teme, salió temprano para gozar la fresca de la mañana y aprovechar el día, los turistas matinales son así, en el fondo problemáticos e inquietos, sufren con la inevitable brevedad de las vidas, acostarse tarde y levantarse temprano, salud no da, pero alarga el vivir. Dos Caballos tiene un motor discreto, el arranque es de seda, sólo lo oyeron los raros habitantes insomnes, y ésos pensaron que dormían y soñaban, ahora apenas se nota, en la quieta madrugada, el rumor regular de una bomba hidráulica. Joaquim Sassa salió del pueblo, dobló la primera curva, la segunda, luego detuvo a Dos Caballos y esperó.
En la profundidad plateada del olivar los troncos empezaban a percibirse, había en el aire un vaho húmedo e impreciso, como si la mañana estuviera saliendo de un pozo de agua neblinosa, y ahora canta un pájaro, o es ilusión auditiva, ni las calandrias cantan tan pronto. Pasó el tiempo y Joaquim Sassa empezó a pensar, A ver si se ha arrepentido y no viene, pero no me parece hombre para tal cosa, habrá tenido que dar una vuelta mayor de lo que pensaba, eso habrá sido, y también cuenta la maleta, la maleta pesa, cómo no se me ocurrió, podría habérmela traído en el coche. Entonces, entre los olivos, José Anaiço apareció rodeado de estorninos, un frenesí de alas como un redoble, gritos estridentes, quien dijo doscientos es poco aritmético, esto me recuerda un enjambre de abejas negras, grandes, pero a la memoria de Joaquim Sassa acudieron, sí, los pájaros de Hitchcock, filme clásico, aunque aquéllos eran malvados asesinos. José Anaiço se acercó al coche con su corona de aladas criaturas, viene riendo, tal vez por eso parezca más joven que Joaquim Sassa, es bien sabido que la gravedad carga el rostro, tiene los dientes muy blancos, como desde la noche pasada sabemos, y en el conjunto de la cara ningún rasgo sobresale de manera particular, pero hay cierta armonía en las mejillas hundidas, nadie tiene obligación de ser bonito, Metió la maleta en el coche, se sentó al lado de Joaquim Sassa y, antes de cerrar la puerta, miró afuera, para ver los estorninos, Vámonos, quería saber qué iban a hacer, y ya ve, Si tuviéramos una escopeta, con dos cartuchos de perdigones hacía una matanza, Es cazador, No, sólo hablo por lo que he oído decir, Pues no tenemos la escopeta, Tal vez haya otra solución, pongo a toda marcha a Dos Caballos y los dejo atrás, el estornino es ave de poco vuelo y huelgo corto, Pruébelo. Dos Caballos cambió de velocidad, aceleró en una recta prolongada, y, aprovechando el terreno llano, dejó atrás rápidamente a los estorninos. El alba empezaba a teñirse rosa pálido y rosa vivo, eran colores caídos del cielo, y el aire se volvió azul, el aire, decimos bien, no el cielo, como pudimos observar al anochecer, estas horas son muy iguales, una en el inicio, otra en el final. Joaquim Sassa apagó los faros, disminuyó la marcha, sabe que Dos Caballos no vino al mundo para mucho galope, le falta pedigrí, además, dónde queda ya su mocedad, y la mansedumbre del motor es renuncia filosófica, nada más, Bueno, se han acabado los estorninos, eso fue lo que dijo José Anaiço, pero se le percibía un tono de pena en la voz.
Dos horas después, en tierras del Alentejo, pararon para comer algo, tomaron café con leche, pastas secas con canela, luego volvieron al coche debatiendo sus preocupaciones, Lo peor no es que no me dejen entrar en España, lo peor será que me detengan, No te acusan de ningún crimen, Inventarán cualquier pretexto, me detienen para hacer averiguaciones, No te preocupes, de aquí a la frontera ya encontraremos un modo de que pases, éste fue el diálogo, que de nada sirve para una mejor inteligencia de la historia, quizá sólo está aquí para que nos demos cuenta de que Joaquim Sassa y José Anaiço ya se tutean, deben de haberlo acordado en el camino, y si nos tuteáramos, dijo uno, y el otro estuvo de acuerdo, En eso precisamente venía pensando. Estaba Joaquim Sassa abriendo la puerta del coche cuando reaparecieron los estorninos, aquella enorme nube, más que nunca como un enjambre volando en torbellino, y zumbaban de modo ensordecedor, se les notaba furiosos, la gente, aquí abajo, se quedaba con la nariz en alto, apuntando al cielo, alguien aseguró, Nunca en mi vida he visto tanto pájaro junto, por la edad que aparentaba no debían faltarle esta y otras experiencias, Son más de mil, añadió, y tiene razón, por lo menos fueron mil doscientos cincuenta los convocados en esta ocasión. Nos han alcanzado, dijo Joaquim Sassa, pero les pegamos otro estirón y acabamos con ellos de una vez. José Anaiço miraba a los estorninos que volaban en círculo amplio, triunfantes, los miraba con expresión atenta, concentrada, Vamos lentamente, a partir de ahora vamos a ir despacio, Por qué, No sé, es un presentimiento, por algún motivo estos pájaros no nos sueltan, A ti no te sueltan, De acuerdo, y por eso puedo pedirte que vayamos lentamente, quién sabe lo que puede pasar.
Atravesar el Alentejo por este brasero, bajo un cielo más blanco que azul, entre rastrojos que refulgen, con espaciadas encinas en la tierra desnuda y haces de paja por recoger, bajo el incesante chirrido de las cigarras, daría para una historia completa, quizá más rigurosa que la otra, contada a su tiempo. Cierto es que durante kilómetros y kilómetros de carretera no se ve bulto humano, pero las mieses han sido segadas, el cereal trillado, y tantos trabajos requirieron hombres y mujeres, por esta vez no sabremos de unos y de otras, muy verdadero es el nuevo dicho, Quien contó un cuento, si no cuenta otro quedará mal. El calor es inmenso, sofoca, pero Dos Caballos no tiene prisa, se da el gustazo de pararse en las sombras, entonces salen José Anaiço y Joaquim Sassa a echar una mirada al horizonte, esperan el tiempo necesario, por fin vienen, única nube en el cielo, estas paradas no serían precisas si los estorninos supieran volar en línea recta, pero, siendo tantos, y tantas sus voluntades, hasta gregariamente reunidas, no se pueden evitar dispersiones y distracciones, unos quisieran posarse, otros beber agua o catar frutos, en cuanto prevalece la opinión de un discrepante se perturba el conjunto y se confunde el itinerario. Por el camino, además de los milanos, solitarios cazadores, y de otras aves de menor congregación, se vieron pájaros de la misma especie, pero no se juntaron a la compañía, tal vez por no ser negros, sino pintos, o porque sus vidas tienen otro destino. José Anaiço y Joaquim Sassa entraban en el coche, Dos Caballos se lanzaba carretera adelante, y así, andando y parándose, parándose y andando, llegaron a la frontera. Entonces dijo Joaquim Sassa, y si no me dejan pasar, Tú sigue, a ver si los estorninos nos echan una mano.
Como en esas historias de hadas, embrujos y andantes caballeros, o en las otras no menos admirables aventuras homéricas en las que, por prodigalidad del fabulador o manía de los dioses y demás potencias accesorias, todo podía ocurrir al revés de la repetición de costumbre, de no natural manera, se dio aquí el caso de parar Joaquim Sassa y José Anaiço en la garita de policía, puesto fronterizo en el lenguaje técnico, y sabe Dios con qué ansiedad en el alma estaban presentando sus documentos de identidad, cuando, de repente, como violento chaparrón o huracán irresistible, picaron desde las alturas los estorninos, negro meteoro, cuerpos que eran relámpagos, silbando, chillando y, a la altura de los tejados bajos, se dispersaron en todas direcciones, igual que un torbellino enloquecido, los policías medrosos se cubrían con los brazos, corrían a refugiarse, resultado, Joaquim Sassa salió del coche para coger los documentos que la autoridad había dejado caer, nadie reparó en la irregularidad aduanera, y ya está, por tantos caminos como atraviesa la gente clandestina y nunca había ocurrido nada así, Hitchcock aplaude en la platea, son aplausos de un maestro en la materia. La excelencia del método se comprobó inmediatamente, quedando demostrado que la policía española, tanto como la portuguesa, aprecia estas suertes de ornitología general y estornino negro. Los viajeros pasaron sin la menor dificultad pero en el terreno quedaron unas decenas de pájaros, pues en la aduana de los vecinos había una escopeta cargada, hasta un ciego sería capaz de acertar, bastaba tirar al buen tuntún, y ésta fue una inútil mortandad, porque en España, como sabemos, nadie busca a Joaquim Sassa. Mala cosa es que así hayan procedido carabineros andaluces, que los estorninos eran portugueses de nación, nacidos y criados en tierras de Ribatejo, y acabaron muriendo tan lejos, al menos tengan esos despiadados guardias el detalle de invitar a la fritada a sus colegas del Alentejo, en ambiente de saludable convivencia y camaradería de armas.
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