Gabriel Márquez - El Amor En Los Tiempos Del Cólera

Здесь есть возможность читать онлайн «Gabriel Márquez - El Amor En Los Tiempos Del Cólera» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Amor En Los Tiempos Del Cólera: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Amor En Los Tiempos Del Cólera»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La historia de amor entre Fermina Daza y Florentino Ariza en el escenario de un pueblecito portuario del Caribe y a lo largo de más de sesenta años, podría parecer un melodrama de amantes contrariados que al final vencen por la gracia del tiempo y la fuerza de sus propios sentimientos, ya que García Márquez se complace en utilizar los más clásicos recursos de los folletines tradicionales. Pero este tiempo – por una vez sucesivo, y no circular -, este escenario y estos personajes son como una mezcla tropical de plantas y arcillas que la mano del maestro modela y fantasea a su placer, para al final ir a desembocar en los territorios del mito y la leyenda. Los zumos, olores y sabores del trópico alimentan una prosa alucinatoria que en esta ocasión llega al puerto oscilante del final feliz.

El Amor En Los Tiempos Del Cólera — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Amor En Los Tiempos Del Cólera», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

El aguacero cesó de pronto como había empezado, y el sol se encendió de inmediato en el cielo sin nubes, pero la borrasca había sido tan violenta que arrancó de raíz algunos árboles, y el remanso desbordado convirtió el patio en un pantano. El desastre mayor había sido en la cocina. Varios fogones de leña habían sido armados con ladrillos en la parte de atrás de la casa, al aire libre, y apenas sí habían tenido tiempo los cocineros de poner los calderos a salvo de la lluvia. Perdieron un tiempo de urgencia achicando la cocina inundada e improvisando nuevos fogones en la galería posterior. Pero a la una de la tarde estaba resuelta la emergencia, y sólo faltaba el postre encomendado a las monjas de Santa Clara, que se habían comprometido a mandarlo antes de las once. Se temía que el arroyo del camino real se hubiera salido de madre, como ocurría en inviernos menos severos, y en ese caso no sería posible contar con el postre antes de dos horas. Tan pronto como escampó abrieron las ventanas, y la casa se refrescó con el aire purificado por el azufre de la tormenta. Luego ordenaron que la banda ejecutara el programa de valses en la terraza del pórtico, pero sólo sirvió para aumentar la ansiedad, porque la resonancia de los cobres dentro de la casa obligaba a conversar a gritos. Cansada de esperar, sonriendo al borde de las lágrimas, Aminta de Olivella dio la orden de servir el almuerzo.

El grupo de la escuela de Bellas Artes inició el concierto, en medio de un silencio formal que alcanzó para los compases iniciales de La Chasse de Mozart. A pesar de las voces cada vez más altas y confusas, y del estorbo de los criados negros de Don Sancho que apenas si cabían por entre las mesas con las fuentes humeantes, el doctor Urbino logró mantener un canal abierto para la música hasta el final del programa. Su poder de concentración disminuía año tras año, hasta el punto de que debía anotar en un papel cada jugada de ajedrez para saber por dónde iba. Sin embargo, todavía le era posible ocuparse de una conversación seria sin perder el hilo de un concierto, aunque sin llegar a los extremos magistrales de un director de orquesta alemán, grande amigo suyo en sus tiempos de Austria, que leía la partitura de Don Giovanni mientras escuchaba Tannhaüser.

La segunda pieza del programa, que fue La Muerte y la Doncella, de Schubert, le pareció ejecutada con un dramatismo fácil. Mientras la escuchaba a duras penas, a través del ruido nuevo de los cubiertos en los platos, mantenía la vista fija en un muchacho de rostro sonrosado que lo saludó con una inclinación de cabeza. Lo había visto en alguna parte, sin duda, pero no recordaba dónde. Le ocurría con frecuencia, sobre todo con los nombres de las personas, aun de las más conocidas, o con una melodía de otros tiempos, y esto le provocaba una angustia tan espantosa, que una noche hubiera preferido morir que soportarla hasta el amanecer. Estaba a punto de llegar a ese estado cuando un fogonazo caritativo le alumbró la memoria: el muchacho había sido alumno suyo el año anterior. Se sorprendió de verlo allí, en el reino de los elegidos, pero el doctor Olivella le recordó que era el hijo del Ministro de Higiene, que había venido a preparar una tesis de medicina forense. El doctor Juvenal Urbino le hizo un saludo alegre con la mano, y el joven médico se puso de pie y le respondió con una reverencia. Pero ni entonces ni nunca cayó en la cuenta de que era el practicante que había estado con él esa mañana en la casa de Jeremiah de Saint-Amour.

Aliviado por una victoria más sobre la vejez, se abandonó al lirismo diáfano y fluido de la última pieza del programa, que no pudo identificar. Más tarde, el joven chelista del conjunto, que acababa de regresar de Francia, le dijo que era el cuarteto para cuerdas de Gabriel Fauré, a quien el doctor Urbino no había oído nombrar siquiera a pesar de que siempre estuvo muy alerta a las novedades de Europa. Pendiente de él, como siempre, pero sobre todo cuando lo veía ensimismado en público, Fermina Daza dejó de comer y puso su mano terrestre sobre la suya. Le dijo: “Ya no pienses más en eso”. El doctor Urbino le sonrió desde la otra orilla del éxtasis, y fue entonces cuando volvió a pensar en lo que ella temía. Se acordó de Jeremiah. de SaintAmour, expuesto a esa hora dentro del ataúd con su falso uniforme de guerrero y sus condecoraciones de utilería, bajo la mirada acusadora de los niños de los retratos. Se volvió hacia el arzobispo para darle la noticia del suicidio, pero ya la conocía. Se había hablado mucho de eso después de la misa mayor, e inclusive había recibido una solicitud del coronel Jerónimo Argote, en nombre de los refugiados del Caribe, para que fuera sepultado en tierra consagrada. Dijo: “La solicitud misma me pareció una falta de respeto”. Luego, en un tono más humano, preguntó si se conocía la causa del suicidio. El doctor Urbino le contestó con una palabra correcta que creyó haber inventado en ese instante: gerontofobia. El doctor Olivella, pendiente de sus invitados más próximos, los desatendió un instante para terciar en el diálogo de su maestro. Dijo: “Es una lástima encontrarse todavía con un suicidio que no sea por amor”. El doctor Urbino no se sorprendió de reconocer sus propios pensamientos en los del discípulo predilecto.

– Y peor aún -dijo-: fue con cianuro de oro.

Al decirlo sintió que la compasión había vuelto a prevalecer sobre la amargura de la carta, y no se lo agradeció a su mujer sino a un milagro de la música. Entonces le habló al arzobispo del santo laico que él había conocido en sus lentos atardeceres de ajedrez, le habló de la consagración de su arte a la felicidad de los niños, de su rara erudición sobre todas las cosas del mundo, de sus hábitos espartanos, y él mismo se sorprendió de la limpieza de alma con que había logrado separarlo de pronto y por completo de su pasado. Le habló luego al alcalde de la conveniencia de comprar el archivo de placas fotográficas para conservar las imágenes de una generación que acaso no volviera a ser feliz fuera de sus retratos, y en cuyas manos estaba el porvenir de la ciudad. El arzobispo se había escandalizado de que un católico militante y culto se hubiera atrevido a pensar en la santidad de un suicida, pero estuvo de acuerdo con la iniciativa de archivar los negativos. El alcalde quiso saber a quién había que comprárselos. El doctor Urbino se quemó la lengua con la brasa del secreto, pero logró soportarlo sin delatar a la heredera clandestina de los archivos. Dijo: “Yo me encargo de eso”. Y se sintió redimido por su propia lealtad con la mujer que había repudiado cinco horas antes. Fermina Daza lo notó, y le hizo prometer en voz baja que asistiría al entierro. Por supuesto que lo haría, dijo él, aliviado, ni más faltaba.

Los discursos fueron breves y fáciles. La banda de vientos inició un aire populachero, no previsto en el programa, y los invitados se paseaban por las terrazas en espera de que los hombres del Mesón de don Sancho acabaran de desaguar el patio, por si alguien se animaba a bailar. Los únicos que permanecían en la sala eran los invitados de la mesa de honor, celebrando que el doctor Urbino se había tomado de un golpe, en el brindis final, una media copita de brandy. Nadie recordaba que lo hubiera hecho antes, salvo con una copa de vino de gran clase para acompañar un plato muy especial, pero el corazón se lo había pedido aquella tarde, y su debilidad estaba bien recompensada: otra vez, al cabo de tantos y tantos años, tenía ganas de cantar. Lo hubiera hecho, sin duda, a instancias del joven chelista que se ofreció para acompañarlo, de no haber sido porque un automóvil de los nuevos atravesó de pronto el lodazal del patio, salpicando a los músicos y alborotando a los patos en los corrales con su corneta de pato, y se detuvo frente al pórtico de la casa. El doctor Marco Aurelio Urbino Daza y su esposa descendieron muertos de risa, llevando en cada mano una bandeja cubierta con paños de encaje. Otras bandejas iguales estaban en los asientos suplementarios, y hasta en el piso junto al chofer. Era el postre tardío. Cuando cesaron los aplausos y las rechiflas de burlas cordiales, el doctor Urbino Daza explicó en serio que las clarisas le habían pedido el favor de llevar el postre desde antes de la tormenta, pero se había devuelto del camino real porque alguien le dijo que se estaba incendiando la casa de sus padres. El doctor Juvenal Urbino alcanzó a asustarse sin esperar a que el hijo terminara el relato. Pero su esposa le recordó a tiempo que él mismo había ordenado llamar a los bomberos para que cogieran el loro. Aminta de Olivella, radiante, decidió servir el postre en las terrazas, aun después del café. Pero el doctor Juvenal Urbino y su esposa se fueron sin probarlo, porque apenas había tiempo para que él hiciera su siesta sagrada antes del entierro.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Amor En Los Tiempos Del Cólera»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Amor En Los Tiempos Del Cólera» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Amor En Los Tiempos Del Cólera»

Обсуждение, отзывы о книге «El Amor En Los Tiempos Del Cólera» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x