Los nacionalterroristas prefirieron mantener sus efectivos en el subsuelo, mientras las distintas fracciones de guerrilleros urbanos e indios metropolitanos años setenta, se echaron a la calle disfrazados de peregrinos olímpicos a de huérfanos de las guerras balcánicas. En cuanto a los exorcistas enviados por el Vaticano apenas si conseguían intervenir, ni siquiera con la ayuda de un batallón de paracaidistas que les había cedido el ministro Corcuera. El gobierno español había dado carta blanca al Santo Padre quien, todavía disfrazado de lanzadora checa, dirigía las acciones exorcistas desde un sótano secreto de la Villa Olímpica.
– Todo lo que ustedes desdiablicen hoy, trabajo que me quitan mañana.
Aprobó Corcuera. El papa le miraba de hito en hito, pero con la cabeza y el cuerpo ladeados, según la técnica recomendada por el Actor's Studio.
– ¿Eres un buen hijo de la Iglesia?
– Yo creo en algo… cómo le diría… De la Nada no hemos salido.
– Unos más que otros.
– Yo creo en algo… pero… y lo siento… no creo en los curas.
– Y yo, ¿qué soy? ¿Un bombero? ¿Cuánto tiempo hace que no te has confesado? ¿Usas preservativo?
– A veces… pero es de esos de castigo…
El papa trató de agredir a Corcuera, pero se interpusieron los cascos azules y el ministro salió de la audiencia hecho un basilisco y más ateo de lo que había entrado.
– Esto no es un papa. Esto es un atleta sexual frustrado.
No tuvo tiempo ni ganas para recrearse en consideraciones teologales. Estaban en el punto álgido, en la cresta agónica de la crisis y Corcuera se sentía cansado. Carvalho y la culturista serbia contemplaban en un mapa los frentes estratégicos y parecía como una preparación para la guerra entre restos de serie fin de temporada, del mismo modo que se pensaba gracias a las rebajas del pensamiento o se hablaba y escribía con lo que sobraba de una lengua que en el pasado había servido para establecer una tensión poética entre la memoria y el deseo. Y ni siquiera era compensador el esfuerzo de entenderse con lo que quedaba de esfuerzo y de entendimiento y desde la lógica del espectáculo: ¿qué era preferible, una ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos a base de un popurrí de ópera italiana y del himno a la Libertad de Shiller o un bombardeo de Barcelona a cargo de la VI Flota a causa de la banalidad del conocimiento geopolítico de los gendarmes del Universo?
– ¿Tú qué prefieres, Carvalho?
Preguntó la serbia.
– Yo me rendiría.
– ¿A quién?
– Éste es el problema. Uno ya no sabe ni a qué ni a quién rendirse.
Pero su amor propio, es decir, su ética profesional, le impedía tirar la toalla hasta no encontrar` a los desaparecidos y Vera insistía en que no sabía dónde estaban.
– En un mundo lleno de zombies te preocupas por unos desaparecidos concretos.
– Los zombies son una multitud. Los desaparecidos que busco tienen nombre y apellidos.
Carvalho pidió una entrevista con las máximas autoridades que le habían metido en aquel mal sueño y recibió un manual de instrucciones sobre recursos de alzada. Cortó por lo sano. Tras examinar todas las construcciones olímpicas, dedujo que el bunker fundamental debía estar situado bajo la fuente Jujol, fuente central situada en plena plaza de España, horrible en su mismidad, a pesar del talento de su diseñador y de lo costoso de la restauración. Era una tapadera. Sólo eso justificaba su existencia y acercándose a una de las estatuas más propicias, ordenó tajantemente.
– Lo sé todo. Quiero hablar con el verdadero Samaranch.
La estatua le guiñó el ojo.
– ¿Tampoco es usted lo que parece?
– ¿Por qué me insulta? Yo siempre he sido una estatua… toda mi vida he sido una estatua… ¿Quiere hablar con el señor Samaranch, sí o no?
– ¿Es el verdadero Samaranch?
– ¿Quién va a ser si no? ¡Hoy los han soltado a todos del frenopático!
Samaranch pertenecía por nacimiento a una burguesía industrial catalana formada en el siglo XIX, que se había hecho a sí misma y había secundado con mayor o menor voluntad el esfuerzo de formación de una conciencia nacional, eso sí, nunca desconectada de Madrid, el padre de todos los mercados. Su pasado como señorito juerguista y falangista, pelillos a la mar, sobre todo en una España que había hecho de su transición política un producto de exportación como el aceite de oliva y algunas palabras trágicas: desesperado, guerrillero, Pasionaria… Presidente del COI, aplicó a la multinacional del deporte el criterio fabril de que lo que no son pesetas (o libras o dólares) son puñetas y estaba dispuesto hasta a aceptar el subastado como deporte olímpico, si colaba el póquer, propuesto ya para Atlanta. ¿Cómo es posible imaginar unos Juegos Olímpicos en Atlanta sin el póquer y sin el juego de dados y la pata de conejo?
La vida y la historia habían hecho de Samaranch un pragmático, aplicador del principio de Marx de que para conocer un país hay que beber su vino y comer su pan y donde estuvieres haz lo que vieres . Catalanizado en su propio país, Cataluña, para impedir desórdenes causados por los catalanistas, recibió a Carvalho vestido de heredero agrícola catalán, con la cabeza cubierta con una barretina en la que campeaban, eso sí, los aros olímpicos.
– Por fin hablo directamente con usted. Hasta ahora sólo me habían enviado sus dobles.
– Nos ha sido muy útil, Carvalho. Usted ha actuado de imán para los elementos subversivos que querían convertir nuestros Juegos Olímpicos en una bomba, en un escándalo de violencia mundial. El proyecto consistía en acabar de fragmentar las naciones y las etnias del mundo, a partir de un ensayo general en la Villa Olímpica. ¿Se imagina usted un tiroteo entre representantes lombardos y romanos o entre catalanes y aragoneses a causa de un futuro reparto de las aguas del Ebro? Todo eso se había programado y recibimos una información completa meses antes de la inauguración de los Juegos. La Legión aragonesa había creado comandos fluviales especiales para beberse el Ebro en una noche, si era preciso, con el fin de que sus aguas no les aprovecharan a los catalanes. Los catalanes, pagando lo que sea, están dispuestos a hacerse con esas aguas. Y luego está el marxismo.
– ¿El marxismo todavía?
– Todavía la hidra marxista en acertada metáfora del generalísimo Franco. El marxismo se ha vuelto mimético, se adapta a todo, lo obnubila todo, todavía. La Legión aragonesa parte del principio de la injusticia del desarrollo desigual…
– La conocida tesis de Hilferling, Lenin y Walt Disney tan genialmente refutada por los filósofos bebés probetas del Institut d'Humanitats.
– Desconocía que Disney se hubiera pronunciado sobre esto… pero, no me interrumpa, por favor. Me cuesta concentrarme. Algunos desalmados sostienen que existen imperialismos interiorizados en la España de las Autonomías. De aquí al fin del milenio, no se volvería a presentar una ocasión semejante de desestabilización. Si salváramos los Juegos Olímpicos, salvábamos el imaginario olímpico. Teníamos a nuestro lado a los sponsors más poderosos de la Tierra y enfrente a una caterva de moralistas cínicos dispuestos a salvar la Historia, la moral e incluso el olimpismo. Todo iba muy bien, hasta que se le cruzaron los cables al presidente Bush producto de uno de sus excesos atléticos de mañana.
– Pero, ¿y los submarinos soviéticos ante las costas de Barcelona? ¿Y la culturista serbia? Ésos son olimpiónicos.
– ¡Olimpiónicos! Mentira. ¡Son marxistas! Han de continuar siendo marxistas, porque si ellos no son marxistas ¿qué somos nosotros? ¿Quiénes somos nosotros? ¿Comprende cuán demoníacos son? Se autodesidentifican para desidentificarnos. Ella es el último agente de la KGB… refugiada precisamente en submarinos nucleares incontrolados.
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