Si existiesen varias personas en un teatro y Lorens fuese una de ellas, y jamás hubiese hablado con él antes, en el momento en que sus ojos se cruzasen con los de él, tendría plena seguridad de hallarse ante el hombre de su vida. Conseguiría acercarse, él sería receptivo, porque las Tradiciones no yerran nunca, las Otras Partes terminan encontrándose siempre.
Antes de oír hablar de esto, ya había oído hablar del Amor a Primera Vista, que nadie podía explicar exactamente.
Cualquier ser humano podía reconocer este brillo, aun sin despertar ninguna fuerza mágica. Ella conocía este brillo antes de saber su existencia. Lo había visto, por ejemplo, en los ojos del Mago, la tarde que ellos fueron al bar por primera vez.
Se paró de repente.
"Estoy borracha", pensó otra vez. Tenía que olvidar aquello rápidamente. Tenía que contar el dinero, saber si le alcanzaba para volver en taxi. Esto era muy importante.
Pero había visto el brillo en los ojos del Mago. El brillo que mostraba a su Otra Parte.
– Estás pálida-dijo el Mago-. Debes haber bebido demasiado.
– Ya pasará. Vamos a sentarnos un poco y se me pasará. Después me iré a casa.
Se sentaron en un banco, mientras ella revisaba su bolso en busca de monedas. Podía levantarse de allí, tomar un taxi e irse para siempre; conocía a su Maestra, sabía dónde continuar su camino. Conocía también a su Otra Parte; si decidía levantarse de aquel banco y partir, aun así estaría cumpliendo la misión que Dios le había destinado.
Pero tenía 21 años. En estos 21 años, ya sabía que era posible encontrar dos Otras Partes en la misma encarnación, y el resultado de esto era dolor y sufrimiento.
¿Cómo podría escaparse de esto?
– No me voy a casa -dijo-. Me quedo.
Los ojos del Mago brillaron y, lo que antes era apenas esperanza, pasó a ser una certeza.
Continuaron caminando. El Mago vio el halo de Brida cambiando varias veces de color y anheló que ella estuviera en el rumbo adecuado. Sabía de los truenos y terremotos que explotaban, en aquel momento, en el alma de su Otra Parte, pero así era el proceso de transformación. Así se transforman la tierra, las estrellas y los hombres.
Salieron de la aldea y estaban en pleno campo, andando en dirección a las montañas donde siempre se encontraban, cuando Brida pidió que se detuviesen.
Vamos a entrar aquí -dijo ella, doblando por un camino que iba a dar a una plantación de trigo. No sabía por qué estaba haciendo aquello. Sentía tan solo que necesitaba la fuerza de la Naturaleza, de sus espíritus amigos, que desde la creación del mundo habitaban todos los lugares bonitos del planeta. Una inmensa luna brillaba en el cielo y les permitía ver el sendero y el campo alrededor.
El Mago seguía a Brida sin decir nada. En el fondo de su corazón, agradecía a Dios por haber creído. Y por no haber repetido el mismo error, que estuvo a punto de repetir, un minuto antes de recibir aquello que estaba pidiendo.
Entraron en el campo de trigo, que la luz de luna transformaba en un mar plateado. Brida andaba sin rumbo, sin tener la menor idea de cuál sería su próximo paso. Dentro de ella, una voz le decía que podía seguir adelante, que era una mujer tan fuerte como sus antepasadas, y que no se preocupase, pues ellas estaban allí guiando sus pasos y protegiéndola con la Sabiduría del Tiempo.
Pararon en medio del campo. Estaban rodeados de montañas, y en una de estas montañas había una piedra desde donde se veía perfectamente el sol, una cabaña de cazador más alta que todas las otras, y un lugar donde cierta noche una chica se había enfrentado con el terror y la oscuridad.
"Estoy entregada -pensó para sí-. Estoy entregada y sé que estoy protegida." Mentalizó la vela encendida en su casa, el sello con la Tradición de la Luna.
– Aquí está bien -dijo ella, deteniéndose.
Tomó una rama y trazó un gran círculo en el suelo, mientras decía los nombres sagrados que su Maestra le había enseñado. No tenía su daga ritual, ni sus otros objetos sagrados, pero sus antepasadas estaban allí y ellas decían que, para no morir en la hoguera, habían consagrado sus utensilios de cocina.
– Todo el mundo es sagrado -dijo-. Aquella rama era sagrada.
– Sí -respondió el Mago-. Todo en este mundo es sagrado. Y un grano de arena puede ser un puente hacia lo invisible.
– En este momento, no obstante, el puente hacia lo invisible es mi Otra Parte -respondió Brida.
Los ojos de él se llenaron de lágrimas. Dios era justo. Los dos entraron en el círculo y ella lo cerró ritualmente. Era la protección que magos y hechiceros utilizaban desde tiempos inmemoriales.
– Tú generosamente mostraste tu mundo -dijo Brida-. Hago esto ahora, un ritual, para mostrar que yo pertenezco a él.
Ella levantó los brazos hacia la Luna e invocó a las fuerzas mágicas de la Naturaleza. Muchas veces había visto a su Maestra hacer esto cuando iban al bosque, pero ahora era ella quien lo hacía, con la certeza de que nada podría salir mal. Las fuerzas le decían que no necesitaba aprender nada, bastaba recordar sus muchos tiempos y sus muchas vidas como bruja. Rezó entonces para que la cosecha fuese abundante, y que aquel campo nunca dejase de ser fértil. Allí estaba ella, la sacerdotisa que, en otras épocas, había unido conocimiento del suelo con la transformación de la simiente, y había rezado mientras su hombre trabajaba la tierra.
El Mago dejó que Brida diese los pasos iniciales. Sabía que, en un determinado momento, él tenía que asumir el control; pero precisaba también dejar grabado en el espacio y en el tiempo que fue ella quien inició el proceso. Su Maestro, que en aquel instante vagaba en el mundo astral esperando la próxima vida, seguramente estaba presente en el campo de trigo, de la misma manera que había estado en el bar, en su última tentación, y debía estar contento porque él había aprendido con el sufrimiento. Escuchó, en silencio, las invocaciones de Brida, hasta que ella paró.
– No sé por qué hice esto. Pero cumplo con mi parte. -Yo continúo -dijo él.
Entonces, giró hacia el Norte e imitó el canto de pájaros que ahora sólo existían en leyendas y mitos. Era el único detalle que faltaba. Wicca era una buena Maestra, y le había enseñado casi todo, menos el final.
Cuando los sonidos del pelícano sagrado y del ave fénix fueron invocados, el círculo entero se llenó de luz, una luz misteriosa, que no iluminaba nada a su alrededor pero que, a pesar de ello, era una luz. El Mago miró a su Otra Parte y allí estaba ella, resplandeciendo en su cuerpo eterno, con el aura dorada y los filamentos de luz saliendo de su ombligo y de su cabeza. Sabía que ella estaba viendo lo mismo, y estaba viendo el punto luminoso encima del hombro izquierdo de él, aunque un poco distorsionado a causa del vino que habían tomado antes.
– Mi Otra Parte -dijo ella, en voz baja, al notar el punto.
Voy a caminar contigo por la Tradición de la Luna -dijo el Mago. E inmediatamente el campo de trigo a su alrededor se transformó en un desierto grisáceo, donde había un templo con mujeres vestidas de blanco, danzando delante de la inmensa puerta de entrada. Brida y el Mago miraban aquello desde lo alto de una duna y ella no sabía si las personas podían verla.
Brida sentía al Mago a su lado, quería preguntar qué significaba aquella visión, pero no conseguía que la voz saliera de su garganta. El percibió el miedo en los ojos de ella y volvieron al círculo de luz en el campo de trigo.
– ¿Qué fue eso? -preguntó ella.
– Un regalo mío para ti. Éste es uno de los once templos secretos de la Tradición de la Luna. Un regalo de amor, de gratitud, por el hecho de que existas, y de que yo haya esperado tanto tiempo para encontrarte.
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