Javier Cercas - Soldados de Salamina

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Cuando en los meses finales de la guerra civil española las tropas republicanas se retiran hacia la frontera francesa, camino del exilio, alguien toma la decisión de fusilar a un grupo de presos franquistas. Entre ellos se halla Rafael Sánchez Mazas, fundador e ideólogo de Falange, quizás uno de los responsables directos del conflicto fratricida. Sánchez Mazas no sólo logra escapar de ese fusilamiento colectivo, sino que, cuando salen en su busca, un miliciano anónimo le encañona y en el último momento le perdona la vida.

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De regreso de Cancún, la tarde acordada con Figueras me presenté en el Núria, como siempre antes de tiempo, pero aún no había pedido mi gin-tonic cuando me abordó un hombre macizo y cargado de hombros, de unos cincuenta y pico años, de pelo ensortijado, de ojos profundos y azules, de modesta sonrisa rural. Era Jaume Figueras. Sin duda porque yo esperaba a un hombre mucho mayor (como me había ocurrido con Aguirre), pensé: «El teléfono envejece». Pidió un café; pedí un gin-tonic. Figueras se disculpó por no haber comparecido a la cita anterior y por no disponer tampoco de mucho tiempo en ésta. Aseguró que en aquella época del año el trabajo se le acumulaba y que, como además había puesto en venta Can Pigem, la casa familiar de Cornellá de Terri, estaba muy ocupado ordenando los papeles de su padre, muerto diez años atrás. En este punto a Figueras se le quebró la voz; con un destello de humedad brillándole en los ojos, tragó saliva, sonrió como disculpándose de nuevo. El camarero alivió con su café y su gin-tonic la incomodidad del silencio. Figueras bebió un sorbo de café.

– ¿Es verdad que va usted a escribir sobre mi padre y sobre Sánchez Mazas? -me espetó.

– ¿Quién le ha dicho eso?

– Miquel Aguirre.

«Un relato real», pensé, pero no lo dije. «Eso es lo que voy a escribir.» También pensé que Figueras pensaba que, si alguien escribía acerca de su padre, su padre no estaría del todo muerto. Figueras insistió.

– Puede ser -mentí-. Todavía no lo sé. ¿Le hablaba su padre a menudo de su encuentro con Sánchez Mazas?

Figueras dijo que sí. Reconoció, sin embargo, que no tenía más que un conocimiento muy vago de los hechos.

– Entiéndalo -se disculpó otra vez-. Para mí era sólo una historia familiar. Se la oí contar tantas veces a mi padre… En casa, en el bar, solo con nosotros o rodeado de gente del pueblo, porque en Can Pigem tuvimos durante años un bar. En fin. Yo creo que nunca le hice mucho caso. Y ahora me arrepiento.

Lo que Figueras sabía era que su padre había hecho toda la guerra con la República, y que cuando volvió a casa, hacia el final, se había encontrado allí con su hermano menor, Joaquim, y con un amigo de éste, llamado Daniel Angelats, que acababan de desertar de las filas republicanas. También sabía que, dado que ninguno de los tres soldados quería partir al exilio con el ejército derrotado, decidieron aguardar la llegada inminente de los franquistas escondidos en un bosque cercano, y que un día vieron acercarse a un hombre medio ciego tanteando entre las breñas. Lo retuvieron a punta de pistola; le obligaron a identificarse: el hombre dijo que se llamaba Rafael Sánchez Mazas y que era el falangista más antiguo de España.

– Mi padre supo de inmediato quién era -dijo Jaume Figueras-. Era una persona muy leída, había visto fotos de Sánchez Mazas en los periódicos y había leído sus artículos. O por lo menos eso era lo que él decía siempre. No sé si será verdad.

– Puede serlo -concedí-. ¿Y qué pasó luego?

– Estuvieron unos días refugiados en el bosque -prosiguió Figueras, después de beberse de un trago el resto del café-. Los cuatro. Hasta que llegaron los nacionales.

– ¿No le contó su padre de qué habló con Sánchez Mazas durante los días que pasaron en el bosque?

– Supongo que sí -contestó Figueras-. Pero no lo recuerdo. Ya le he dicho que yo no prestaba mucha atención a esas cosas. Lo único que recuerdo es que Sánchez Mazas les contó lo de su fusilamiento en el Collell. Conoce la historia, ¿verdad?

Asentí.

– También les contó muchas otras cosas, eso es seguro -prosiguió Figueras-. Mi padre siempre decía que durante esos días Sánchez Mazas y él se hicieron muy amigos.

Figueras sabía que, al terminar la guerra, su padre había estado preso en la cárcel, y que su familia le rogó muchas veces en vano que escribiera a Sánchez Mazas, que por entonces era ministro, para que intercediera por él. Y sabía también que, una vez que su padre hubo salido de la cárcel, llegó a sus oídos que alguien de su mismo pueblo o de algún pueblo vecino, sabedor de la amistad que los unía, había escrito a Sánchez Mazas una carta en la que, haciéndose pasar por uno de los amigos del bosque, solicitaba un favor de dinero en pago de la deuda de guerra que había contraído con ellos, y que su padre había escrito a Sánchez Mazas denunciando la suplantación.

– ¿Le contestó Sánchez Mazas?

– Me suena que sí, pero no estoy seguro. De momento entre los papeles de mi padre no he encontrado ninguna carta suya, y me extrañaría que las hubiera tirado, era un hombre muy cuidadoso, lo conservaba todo. No sé, a lo mejor se traspapeló, o a lo mejor aparece un día de estos. -Figueras metió la mano en el bolsillo de su camisa: parsimoniosamente-. Lo que sí encontré fue esto.

Me alargó una libretita vieja, de tapas de hule ennegrecido, que alguna vez fue verde. La hojeé. La mayor parte estaba en blanco, pero varias hojas del principio y el final estaban garabateadas a lápiz, con una letra rápida, no del todo ilegible, que apenas resaltaba contra el crema sucio y cuadriculado del papel; el primer vistazo delataba también que varias de sus hojas habían sido arrancadas.

– ¿Qué es esto? -pregunté.

– El diario que llevó Sánchez Mazas mientras anduvo huido por el bosque -contestó Figueras-. O eso es lo que parece. Quédese con él; pero no me lo pierda, es como un recuerdo de la familia, mi padre le tenía mucho aprecio. -Consultó su reloj de pulsera, hizo chasquear la lengua, dijo-: Bueno, ahora tengo que marcharme. Pero llámeme otro día.

Mientras se levantaba apoyando en la mesa sus dedos gruesos y encallecidos, añadió:

– Si quiere puedo enseñarle el lugar del bosque donde estuvieron escondidos, el Mas de la Casa Nova; ya no es más que una masía medio en ruinas, pero si va a contar esta historia seguro que le gustará verla. Claro que si no piensa contarla…

– Todavía no sé lo que haré -volví a mentir, acariciando las tapas de hule de la libreta, que me ardía en las manos como un tesoro. Con el fin de espolear el recuerdo de Figueras, sinceramente añadí-: Pero, la verdad, creí que usted me contaría más cosas.

– Le he contado todo lo que sé -se disculpó por enésima vez, pero ahora me pareció que un matiz de astucia o recelo asomaba a la superficie lacustre de sus ojos azules-. De todas maneras, si de verdad se propone escribir sobre mi padre y Sánchez Mazas, con quien tiene que hablar es con mi tío. Él sí que conoce todos los detalles.

– ¿Qué tío?

– Mi tío Joaquim. -Aclaró-: El hermano de mi padre. Otro de los amigos del bosque.

Incrédulo, como si acabaran de anunciarme la resurrección de un soldado de Salamina, pregunté:

– ¿Está vivo?

– ¡Ya lo creo! -se rió con desgana Figueras, y un ademán artificial de sus manos me hizo pensar que sólo fingía sorprenderse de mi sorpresa-. ¿No se lo había dicho? Vive en Medinyá, pero pasa mucho tiempo en la playa de Montgó, y también en Oslo, porque su hijo trabaja allí, en la OMS. Ahora no creo que le encuentre, pero en septiembre seguro que estará encantado de hablar con usted. ¿Quiere que se lo proponga?

Un poco aturdido por la noticia, dije que por supuesto que sí.

– De paso intentaré averiguar el paradero de Angelats -dijo Figueras sin ocultar su satisfacción-. Antes vivía en Banyoles, y a lo mejor todavía está vivo. Quien seguro que lo está es María Ferré.

– ¿Quién es María Ferré?

Figueras reprimió visiblemente el impulso de desbrozar una explicación.

– Ya se lo contaré otro rato -dijo después de consultar de nuevo el reloj; me estrechó la mano-. Ahora tengo que irme. Le llamaré en cuanto le consiga una cita con mi tío; él se lo contará todo con pelos y señales, ya verá, tiene muy buena memoria. Mientras tanto, eche un vistazo a la libreta, creo que le interesará.

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