Mitch Albom - Las cinco personas que encontrarás en el cielo

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Las cinco personas que encontrarás en el cielo: краткое содержание, описание и аннотация

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Mitch Albom, el autor de `Martes Con Mi Viejo Profesor`, vuelve para hacernos pensar, para hacernos sentir, y sobre todo para enamorarnos de nuevo de cada una de las palabras que componen su nueva novela: `Las Cinco Personas Que Encontraras en el Cielo`.
Eddie tiene 83 años y trabaja en el parque de atracciones de una pequeña ciudad de provincias norteamericana. Ha pasado toda su vida en este lugar, a excepción de su participación en la Segunda Guerra Mundial, un episodio que le marcó profundamente. Su vida acaba de forma trágica al salvar a una niña que está a punto de ser atropellada por un coche de la montaña rusa. Eddie se encuentra ahora… en el cielo. El paraíso aparece como el lugar donde, por fin, entendemos el sentido de nuestra vida en la tierra. Así, Eddie se encuentra con las cinco personas que más han influido en su vida, de forma directa pero también indirecta, sin que él se diera cuenta. Y así surgen dos preguntas capitales: ¿De qué manera nuestra vida está ligada a la de gente que no conocemos? ¿Cómo influyen nuestras decisiones en la vida de otras personas?

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Eddie avanzó vacilante, sabiendo lo que debía hacer. Dobló a su derecha, hacia la mesa del rincón, hacia el espíritu de su padre, que fumaba un puro. Notó un estremecimiento. Pensó en el viejo caído sobre el alféizar de la ventana del hospital, que había muerto solo en plena noche.

– Padre -susurró Eddie.

Su padre no podía oírle. Eddie se acercó más.

– Papá. Ya sé lo que pasó.

Sintió un ahogo en el pecho. Se puso de rodillas junto a la mesa. Su padre estaba tan cerca que Eddie podía verle las patillas y ver el extremo mordisqueado de su puro. Vio las bolsas que tenía debajo de los cansados ojos, la nariz curvada, los nudillos huesudos y los hombros cuadrados, propios de un obrero. Miró sus propios brazos y se dio cuenta, con su cuerpo terrenal, que ahora él era más viejo que su padre. Le había sobrevivido en todos los sentidos.

– Estaba enfadado contigo, papá. Te odiaba.

Eddie notó que le brotaban lágrimas. Notó un temblor en el pecho. Algo estaba fluyendo de él.

– Me pegaste. Me hiciste callar. Yo no lo entendía. Todavía no lo entiendo. ¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué? -Respiró con dolor.- No lo sabía, ¿entiendes? No sabía qué te pasó en la vida. No te conocía. Pero eres mi padre. Y ahora quiero olvidarlo todo. ¿De acuerdo? ¿Podemos olvidar los dos, papá?

La voz le temblaba y acabó convirtiéndose en un grito agudo. Ya no era la suya.

– ¿Muy bien? ¿Me oyes? -gritó. Luego repitió, más bajo-: ¿Me oyes, papá?

Se acercó más. Vio las manos sucias de su padre. Dijo las últimas palabras tan conocidas en un susurro:

– Ya está arreglado.

Eddie dio un puñetazo en la mesa y después se desplomó en el suelo. Cuando alzó la vista, vio a Ruby de pie, joven y hermosa. Luego ella bajó la cabeza, abrió la puerta y se elevó en el cielo de color jade.

JUEVES, 11 HORAS

¿Quién pagaría el funeral de Eddie? No tenía parientes. No había dejado instrucciones. Su cuerpo permaneció en el depósito de cadáveres de la ciudad, lo mismo que su ropa y sus efectos personales, camisa de trabajo, calcetines, zapatos, gorra de tela, anillo de boda, pitillos y limpiapipas; todo esperando que lo reclamasen.

Al final, el señor Bullock, el dueño del parque, liquidó la factura utilizando el dinero de un cheque que Eddie ya no podía cobrar. El ataúd fue una caja de madera y la iglesia se eligió por su situación, la más cercana al parque, pues muchos de los asistentes tenían que volver al trabajo.

Unos minutos antes de la ceremonia el pastor pidió a Domínguez, que llevaba una chaqueta sport azul marino y sus vaqueros negros más nuevos, que pasara a su despacho.

– ¿Podría contarme algunas de las cualidades del fallecido? -preguntó el pastor-. Tengo entendido que usted trabajaba con él.

Domínguez tragó saliva. Nunca se sentía demasiado cómodo con los curas. Cruzó los dedos nerviosamente, como para alejar un maleficio, y habló en voz baja, tal como creía que debía hablarse en una situación así.

– Eddie -dijo finalmente- quería mucho a su mujer.

Descruzó los dedos y luego añadió rápidamente:

– Yo, naturalmente, nunca la conocí.

La cuarta persona que Eddie encuentra en el cielo

Eddie parpadeó y se vio en una pequeña habitación redonda. Las montañas habían desaparecido y lo mismo el cielo de color jade. Un techo bajo de yeso casi le tocaba la cabeza. La habitación era marrón -tan sencilla como papel de embalar- y estaba vacía., a excepción de un taburete de madera y un espejo oval que colgaba de la pared.

Eddie se colocó delante del espejo. No vio su reflejo, sólo la habitación al revés, una habitación que se amplió repentinamente para incluir una hilera de puertas. Eddie se dio la vuelta.

Luego tosió.

El sonido le sobresaltó, como si procediera de otra persona. Volvió a toser; una tos dura, cavernosa, como si hubiera cosas dentro de su pecho que necesitaran un arreglo.

«¿Cuándo empezó esto?», pensó Eddie. Se tocó la piel, que había envejecido desde que estuvo con Ruby. Ahora se notaba más delgado y más seco. La parte central de su cuerpo, que cuando estuvo con el capitán había notado tensa como una goma estirada, estaba flácida y con michelines; los colgajos de la edad.

«Todavía hay dos personas que debes conocer», había dicho Ruby. ¿Y luego qué? Le dolía sordamente la espalda. Su pierna mala se estaba poniendo más tiesa. Se dio cuenta de lo que estaba pasando, de lo que pasaba en cada nuevo nivel del cielo. Se estaba descomponiendo.

картинка 47

Se acercó a una de las puertas y la empujó para abrirla. De pronto estaba en el patio de una casa que nunca había visto, en un lugar que no reconocía, en medio de lo que parecía una boda. Los invitados, que llevaban platos de plata, llenaban el césped. En un extremo había una arcada cubierta de flores rojas y ramas de abedul, y en el otro, cerca de Eddie, estaba la puerta que había franqueado. La novia, joven y guapa, se encontraba en el centro del grupo, quitándose una horquilla de su pelo de color mantequilla. El novio era desgarbado. Llevaba un chaqué negro y blandía una espada, en cuya empuñadura había un anillo. La bajó hasta que estuvo al alcance de la novia y los invitados gritaron de alegría cuando ella lo cogió. Eddie oyó sus voces, pero el idioma era desconocido. ¿Alemán? ¿Sueco?

Volvió a toser. Los del grupo alzaron la vista. Todos parecían sonreír, y las sonrisas asustaron a Eddie. Reculó rápidamente y salió por la puerta por la que había entrado, pensando que volvería a la habitación redonda. Pero en lugar de eso, se encontró en medio de otra boda, esta vez bajo techo, en un amplio salón donde la gente parecía española y la novia llevaba flores de azahar en el pelo. Bailaba con una pareja tras otra, y cada invitado le entregaba un saquito de monedas.

Eddie volvió a toser -no lo pudo evitar-, y cuando varios de los invitados alzaron la vista, salió por la puerta y se encontró en una boda diferente, que a Eddie le pareció africana. En ella, los familiares vertían vino por el suelo y la pareja de novios se cogía de la mano y saltaba por encima de una escoba. Después de salir nuevamente por la puerta, se vio en medio de una boda china, donde se encendían petardos ante los asistentes que gritaban encantados. Luego otra puerta le permitió asistir a otra boda, ¿francesa quizá?, donde los novios bebían juntos de una taza con dos asas.

«¿Cuánto va a durar esto?», pensó Eddie. En ninguna boda había señales de cómo había llegado la gente; ni coches, ni autobuses, ni carretas, ni caballos. No parecía que se planteara la cuestión de la marcha. Los invitados se apiñaban y Eddie se integraba como si fuera uno de ellos; le sonreían pero no le hablaban, algo muy parecido a lo que pasaba en las bodas a las que había asistido en la tierra. Prefería que fuera así. Las bodas, pensaba Eddie, estaban llenas de excesivos momentos embarazosos, como cuando a las parejas les piden que se unan al baile o ayuden a subir a la novia a una silla. Su pierna mala parecía que le brillaba en aquellos momentos, y tenía la impresión de que la gente la podía ver desde el otro lado de la habitación.

Debido a eso, Eddie evitaba la mayoría de las bodas, y cuando iba, por lo general se quedaba en el aparcamiento fumando un pitillo, dejando pasar las horas. En cualquier caso, durante mucho tiempo no tuvo bodas a las que asistir. Sólo en los años finales de su vida, cuando algunos de sus compañeros jóvenes del parque se casaban, se encontraba sacando el descolorido traje del armario y poniéndose la camisa de cuello duro que le apretaba. Por entonces, los huesos fracturados de su pierna estaban deformes. La artritis afectaba a su rodilla. Cojeaba mucho y por eso se le permitía no participar ni en los bailes ni en la operación de encender las velas. Le consideraban un «viejo» solitario, independiente, y nadie esperaba de él mucho más, aparte de que sonriera cuando el fotógrafo se acercara a la mesa.

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