Yo sabía a qué se refería.
Nadie me enseñó a bailar al son de esta música – continuó Athena -. Pero presiento que sé lo que hago.
No hay que aprender. Recuerda nuestro paseo por el parque y lo que vimos: la naturaleza creando el ritmo y adaptándose a cada momento.
Nadie me enseñó a amar. Pero ya he amado a Dios, a mi marido, amo a mi hijo y a mi familia. Y aun así, me falta algo.
Aunque me canso mientras bailo, cuando acabo parece que estoy en estado de gracia, en un éxtasis profundo. Quiero que ese éxtasis se prolongue a lo largo del día. Y que me ayude a encontrar lo que me falta: el amor de un hombre.
“Puedo ver el corazón de ese hombre mientras bailo, aunque no consiga ver su rostro. Siento que él está cerca, y para eso tengo que estar atenta. Necesito bailar por la mañana, para poder pasar el resto del día prestando atención a todo lo que ocurre a mí alrededor.
¿Sabes qué quiere decir la palabra “éxtasis”? Viene del griego y significa salir de uno mismo. Pasar todo el día fuera de uno mismo es pedirle demasiado al cuerpo y al alma.
Lo intentaré.
Me di cuenta de que no merecía la pena discutir y le hice una copia de la cinta. A partir de entonces, me despertaba todos los días con aquel sonido en el piso de arriba, podía oír sus pasos, y me preguntaba cómo era capaz de afrontar su trabajo en un banco después de casi una hora de trance.En uno de nuestros encuentros casuales en el pasillo, resugerí que viniese a tomar café. Athena me contó que había hecho otras copias de la cinta y que ahora en su trabajo mucha gente estaba buscando el Vértice.
– ¿Hay algún problema ¿ ¿Es algo secreto?
Claro que no; al contrario, me estaba ayudando a preservar una tradición casi perdida. En las anotaciones de mi abuelo, una de las mujeres decía que un monje que había ido de visita a la región afirmó que todos nuestros antepasados y todas las generaciones futuras están presentes en nosotros. Cuando nos liberamos, estamos haciendo lo mismo con la humanidad.
Entonces, las mujeres y los hombres de aquella aldeíta de Siberia deben de estar presentes y, contentos. Su trabajo está renaciendo en este mundo, gracias a tu abuelo. Pero tengo una curiosidad: ¿Por qué decidiste bailar, después de leer el texto? Si hubieras leído algo de deporte, ¿habrías decidido ser jugador de fútbol?
Era una pregunta que nadie se había atrevido a hacerme.
Porque estaba enfermo en esa época. Tenía una especie de artritis rara, y los médicos me decían que debía prepararme para estar en una silla de ruedas a los treinta y cinco años. Me di cuenta de que no me quedaba mucho tiempo y decidí dedicarme a todo lo que no iba a poder hacer más adelante. Mi abuelo había escrito, en aquel trozo de papel, que los habitantes de Diedov creían en los poderes curativos del trance.
Por lo visto, tenían razón.
Yo no respondí nada, pero estaba seguro. Tal vez los médicos se hubieran equivocado. Tal vez el hecho de haber emigrado con mi familia¡, sin poder permitirme el lujo de poder estar enfermo, influyera con tal fuerza en mi inconsciente que provocó una reacción natural del organismo. O tal vez fuese un milagro de verdad, lo cual estaría absolutamente en contra de lo que reza mi fe católica: los bailes no curan.
Recuerdo que, en mi adolescencia, como no tenía la música que creía adecuada, solía ponerme una capucha negra en la cabeza e imaginar que la realidad de mi entorno dejaba de existir: mi espíritu viajaba a Diedov, con aquellas mujeres y hombres, con mi abuelo y su actriz tan amada. En el silencio de la habitación, yo les pedía que me enseñasen a bailar, a ir más allá de mis límites, porque al cabo de poco tiempo estaría paralizado para siempre.
Cuanto más se movía mi cuerpo, más luz salía de mi corazón, y más aprendía, tal vez conmigo mismo, tal vez con los fantasmas del pasado. Incluso llegué a imaginar la música que escuchaba en si rituales, y cuando un amigo visitó Siberia, le pedí que me trajera algunos discos; para mi sorpresa, uno de ellos se parecía mucho a lo que yo creía que era el baile de Diedov.
Mejor no decirle nada a Athena; era una persona fácilmente influenciable, y su temperamento me parecía inestable.
Tal vez estés haciendo lo correcto – fue mi único comentario.
Volvimos a hablar una vez más, poco antes de su viaje a Oriente Medio. Parecía contenta, como si hubiese encontrado todo lo que deseaba: el amor.
La gente de mi trabajo ha creado un grupo, y se llaman a sí mismos “los peregrinos del Vértice”. Todo gracias a tu abuelo.
Gracias a ti, que has sentido la necesidad de compartirlo con los demás. Sé que te vas, y quiero agradecerte que le hayas dado otra dimensión a lo que yo he hecho durante años, intentando difundir esta luz entre algunos pocos interesados, pero siempre de manera tímida, siempre pensando que la gente pensaría que todo esto era ridículo.
¿Sabes lo que he descubierto? Que aunque el éxtasis es la capacidad de salir de uno mismo, el baile es una manera de subir al espacio. Descubrir nuevas dimensiones, y aun así, seguir en contacto con tu cuerpo. Con el baile, el mundo espiritual y el mundo real pueden vivir sin conflictos. Creo que los bailarines clásicos se ponen de puntillas porque al mismo tiempo están tocando la tierra y alcanzando el cielo.
Que yo recuerde, éstas fueron sus últimas palabras. Durante cualquier baile al que nos entreguemos con alegría, el cerebro pierde su poder de control, y el corazón toma las riendas del cuerpo. Es en ese momento cuando aparece el Vértice.
Siempre que creamos en él, claro.
Peter Sherney,cuarenta y siete años, director general de una filial del Bank of (eliminado) en Holland Park, Londres.
Acepté a Athena simplemente porque su familia era una de nuestros más importantes; después de todo, el mundo gira en torno a los intereses mutuos. Como era demasiado nerviosa, la puse a trabajar en un departamento burocrático, con la dulce esperanza de que acabase pidiendo la dimisión; de esta manera podría decirle a su padre que había intentado ayudarla, sin éxito.
Mi experiencia como director me había enseñado a conocer el estado de ánimo de las personas aunque no dijeran nada. Me lo habían enseñado en un curso de gerencia: si quieres librarte de alguien, haz todo lo que puedas para que acabe faltándote al respeto y así poder despedirlo por una causa justa.
Hice todo lo posible para alcanzar mi objetivo con Athena; como ella no dependía de ese dinero para sobrevivir, acabaría descubriendo que el esfuerzo de despertarse temprano, dejar al niño en casa de su madre, trabajar todo el día en un empleo repetitivo, volver a coger al niño, ir al supermercado, cuidar del niño, ponerlo a dormir, al día siguiente volver a perder tres horas en el transporte público, todo absolutamente innecesario, ya que había otras maneras interesantes de pasar el tiempo. Poco a poco, estaba cada vez más irritable, y me sentí orgulloso de mi estrategia: iba a conseguirlo. Ella empezó a quejarse del sitio en el que vivía, diciendo que, en su apartamento, el propietario acostumbraba a poner la música altísima por las noches y que ya ni siquiera podía dormir bien.
De repente, algo cambió. Primero, sólo en Athena. Y después en toda la oficina.
¿Cómo pude notar ese cambio? Bueno, un grupo de personas que trabajaban juntas es como una especie de orquesta; un buen gerente es el director, y sabe qué instrumento está desafinado, cuál transmite más emoción y cuál simplemente sigue al resto del grupo. Athena parecía tocar su instrumento sin el menor entusiasmo, siempre distante, sin compartir jamás con sus compañeros las alegrías ni las tristezas de su vida personal, dando a entender que, cuando salía del trabajo, el resto del tiempo se resumía en cuidar a su hijo y nada más. Hasta que empezó a parecer más descansada, más comunicativa, y le contaba a quien quisiera escuchar que había descubierto una técnica de rejuvenecimiento.
Читать дальше