Despacio, como quien aprovecha la primera hora de la mañana para disfrutar de un paseo, dio una vuelta por la ciudad, durante la cual, a pesar de la ayuda de algunas señales rojas y amarillas de cambio lento, de nada le sirvió forzar la cabeza para encontrar salida a una situación que, y eso sería evidente para cualquier persona informada, está, toda, en sus manos. Lo malo del asunto es, tal como a sí mismo se confesó, en voz alta, al entrar en la calle donde está situado el instituto, Qué daría yo por ser capaz de quitarme este problema de encima, olvidarme de esta locura, ignorar este absurdo, aquí hizo una pausa para pensar que el primer elemento de la frase hubiera sido suficiente, y después concluyó, Pero no puedo, lo que de sobra demuestra hasta qué punto ha llegado ya la obsesión de este desnortado hombre. La clase de Historia, según fue dicho antes, es sólo a las once, luego le faltan casi dos horas. Más pronto o más tarde el colega de Matemáticas aparecerá en esta sala de profesores donde Tertuliano Máximo Afonso, que lo espera, finge, con falsa naturalidad, examinar los ejercicios que traía en la cartera. Un observador atento no tardaría mucho en darse cuenta de la simulación, pero, para que tal ocurriese, habría que saber que ningún profesor, de estos rutinarios, se iba a poner a leer por segunda vez lo que ya dejó corregido en la primera, y no tanto por la posibilidad de encontrar nuevos errores y tener que introducir nuevas enmiendas, sino por mera cuestión de prestigio, de autoridad, de suficiencia, o simplemente porque lo corregido, corregido está, y no necesita ni admite vuelta atrás. Lo que le faltaba a Tertuliano Máximo Afonso era tener que enmendar sus propios errores, suponiendo que uno de estos papeles, que ahora mira sin ver, corrigiera lo que era cierto y pusiera una mentira en lugar de una verdad inesperada. Las mejores invenciones, nunca estará de más insistir en ello, son las de quien no sabía. En ese momento el profesor de Matemáticas entró. Vio al colega de Historia y en seguida se le dirigió, Buenos días, dijo, Hola, buenos días, Interrumpo, preguntó, No, no, vaya idea, estaba echando un segundo vistazo, prácticamente ya tengo todo corregido, Qué tal van, Quiénes, Los alumnos, Lo normal, así así, ni bien ni mal, Exactamente como nosotros cuando teníamos esa edad, dijo el de Matemáticas, sonriendo. Tertuliano Máximo Afonso estaba esperando que el colega le preguntase si finalmente había alquilado la película, si la había visto, si le gustó, pero el profesor de Matemáticas parecía haber olvidado el asunto, apartado el espíritu del interesante diálogo del día anterior. Se levantó para servirse un café, volvió a sentarse, y sosegadamente, abrió el periódico sobre la mesa dispuesto a enterarse del estado general del mundo y del país. Tras recorrer los titulares de la primera página y fruncir la nariz ante cada uno, dijo, A veces me pregunto si la primera culpa del desastre al que ha llegado este planeta no habrá sido nuestra, dijo, Nuestra, de quién, tuya, mía, preguntó Tertuliano Máximo Afonso, mostrando interés, pero confiando en que la conversación, incluso con un arranque tan apartado de sus preocupaciones, acabase conduciéndolos al núcleo del caso, Imagina un cesto de naranjas, dijo el otro, imagina que una, en el fondo, comienza a pudrirse, imagina que, una tras otra, se van pudriendo todas, entonces, pregunto, quién podrá decirme dónde comenzó la podredumbre, Las naranjas a que te refieres son países, o son personas, quiso saber Tertuliano Máximo Afonso, Dentro de un país, son las personas, en el mundo son los países, y como no hay países sin personas, la podredumbre comenzará, invariablemente, por ellas, Y por qué tendríamos que ser nosotros, yo, tú, los culpables, Alguien lo ha sido, Veo que no estás teniendo en cuenta el factor sociedad, La sociedad, querido amigo, tal como la humanidad, es una abstracción, Como la matemática, Mucho más que la matemática, ante ellas la matemática es tan concreta como la madera de esta mesa, Y qué me dices de los estudios sociales, No es infrecuente que los llamados estudios sociales sean todo menos estudios sobre personas, Cuídate de que no te oigan los sociólogos, te condenarían a muerte civil, por lo menos, Contentarse con la música de la orquesta en la que se toca y con la parte de ella que te toca tocar, es un error muy extendido, sobre todo entre los que no son músicos, Algunos tendrán más responsabilidades que otros, tú y yo, por ejemplo, somos relativamente inocentes, al menos de los peores males, Ése suele ser el discurso de la buena conciencia, Porque lo diga la buena conciencia no deja de ser verdad, El mejor camino para una exculpación universal es llegar a la conclusión de que, porque todos tenemos culpas, nadie es culpable, Probablemente no podemos hacer nada, son los problemas del mundo, dijo Tertuliano Máximo Afonso, como para rematar la conversación, pero el matemático rectificó, El mundo no tiene más problemas que los problemas de las personas, y, habiendo dejado caer esta sentencia, hincó la nariz en el periódico. Los minutos pasaban, la hora de la clase de Historia se aproximaba, y Tertuliano Máximo Afonso no veía manera de entrar en el asunto que le interesaba. Podría, claro está, interpelar al colega directamente, preguntándole, cara a cara, A propósito, a propósito ya se sabe que no venía, pero las muletillas de la lengua existen justamente para situaciones como éstas, una urgente necesidad de pasar a otro asunto sin aparentar que se tiene particular empeño en él, una especie de haz-como-si-se-me-hubiera-ocurrido-ahora-mismo socialmente aceptado, A propósito, diría, notaste que el recepcionista de la película es mi vivo retrato, pero esto sería lo mismo que exhibir la carta principal del juego, meter a una tercera persona en un secreto que todavía ni siquiera es de dos, con la subsiguiente futura dificultad para hurtarse de preguntas curiosas, por ejemplo, Qué, ya te encontraste con ese sosia tuyo. En ese momento el profesor de Matemáticas levantó los ojos del periódico, Qué, preguntó, alquilaste la película, La alquilé, la alquilé, respondió Tertuliano Máximo Afonso alborozado, casi feliz, Y qué te pareció, Es divertida, Te sentó bien para la depresión, quiero decir, el marasmo, Marasmo o depresión, da lo mismo, no es el nombre lo que está mal, Te ha sentado bien, Creo que sí, por lo menos me pude reír con algunas situaciones. El profesor de Matemáticas se levantó, también sus alumnos lo esperaban, qué mejor ocasión que ésta para que Tertuliano Máximo Afonso pudiese decir por fin, A propósito, cuándo viste Quien no se amaña no se apaña por última vez, la pregunta no tiene importancia, es sólo una curiosidad, La última vez fue la primera y la primera fue la última, Cuándo la viste, Hace cosa de un mes, me la prestó un amigo, Creí que era tuya, de tu colección, Hombre, si fuese mía, te la habría prestado, no permitiría que te gastaras dinero alquilándola. Estaban ya en el pasillo, camino de las aulas, Tertuliano Máximo Afonso sintiendo el espíritu ligero, aliviado, como si el marasmo se hubiese evaporado de repente, desaparecido en el infinito espacio, quién sabe si para no volver nunca más. En el próximo recodo se separarían, cada cual para su lado, y fue después de llegar hasta allí, ambos ya se habían dicho, Hasta luego, cuando el profesor de Matemáticas, cuatro pasos andados, se volvió y preguntó, A propósito, te diste cuenta de que en la película hay un actor, un secundario, que se parece muchísimo a ti, si te pones un bigote como el suyo seríais dos gotas de agua. Como un fulmíneo rayo el marasmo se precipitó desde las alturas e hizo pedazos la fugaz buena disposición de Tertuliano Máximo Afonso. Pese a eso, haciendo de tripas corazón, consiguió responder con una voz que parecía desmayar en cada sílaba, Sí, me di cuenta, es una coincidencia asombrosa, absolutamente extraordinaria, y añadió, esbozando una sonrisa sin color, A mí sólo me falta el bigote, y a él ser profesor de Historia, por lo demás cualquiera diría que somos iguales. El colega lo miró con extrañeza, como si acabara de reencontrarlo después de una larga ausencia, Ahora que me acuerdo, tú también, hace unos años, llevabas bigote, dijo, y Tertuliano Máximo Afonso desatendiendo la cautela, como aquel hombre perdido que no quiso oír consejos, respondió, A lo mejor en ese tiempo el profesor era él. El de Matemáticas se le acercó, le puso la mano en el hombro, paternal, Hombre, tú estás realmente muy deprimido, una cosa así, una coincidencia como hay tantas, sin importancia, no debería afectarte hasta ese punto, No estoy afectado, lo que pasa es que he dormido poco, he pasado mala noche, Lo más seguro es que hayas pasado mala noche precisamente porque estás afectado. El profesor de Matemáticas sintió el hombro de Tertuliano Máximo Afonso tensarse bajo su mano, como si todo el cuerpo, de los pies a la cabeza, se hubiese agarrotado de pronto, y fue tan fuerte el choque recibido, la impresión tan intensa, que lo forzó a retirar el brazo. Lo hizo lo más despacio que pudo, procurando que no se notara que se había dado cuenta del rechazo, pero la insólita dureza de la mirada de Tertuliano Máximo Afonso no le permitía dudas, el pacífico, el dócil, el sumiso profesor de Historia que trataba habitualmente con amigable aunque superior indulgencia, es en este momento otra persona. Perplejo, como si lo hubieran enfrentado a un juego del que no sabe las reglas, dijo, Bueno, nos vemos más tarde, hoy no almuerzo en el instituto. Tertuliano Máximo Afonso bajó la cabeza como única respuesta y se fue a la clase.
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