– Lo mismo que usted -reconoció Hagen-, opino que no son las pruebas verdaderas las que deben preocuparnos, sino las fabricadas. Si arrestan a Michael, cabe la posibilidad de que un policía lo mate. Pueden acabar con él en su celda, o bien encargar el trabajo a un recluso. Tal como yo lo veo, no podemos permitirnos el lujo de dejar que lo arresten o lo acusen.
– Lo sé, lo sé. Esa es la dificultad. Pero debemos resolverla pronto. En Sicilia hay problemas. Allí los jóvenes ya no escuchan a los viejos, y los jefes locales se ven impotentes para manejar a los numerosos deportados de América. Michael podría verse implicado en esta especie de lucha de generaciones. He tomado mis precauciones, naturalmente, y por el momento no corre peligro, pero las cosas quizás empeorasen. Esa es una de las razones por las que busqué la paz. Barzini tiene amigos en Sicilia, amigos que empezaban a interesarse demasiado por Michael. Busqué la paz para conseguir la seguridad de mi hijo. No podía hacer otra cosa.
Hagen no le preguntó al Don cómo había conseguido esa información. De hecho, ni siquiera le sorprendió el que la hubiese obtenido. Se limitó a decir, cambiando de tema:
– Si le parece, cuando me entreviste con los Tattaglia insistiré en que los hombres que se dediquen a los narcóticos no deben estar fichados. Los jueces se mostrarían reacios a ser benevolentes con hombres con antecedentes.
– Eso es cosa de los Tattaglia. Deben ser lo bastante inteligentes para prever esa clase de detalles. Menciónalo, sin insistir demasiado en ello. Haremos lo que podamos, pero si utilizan a un hombre fichado y éste cae en manos de las autoridades, no moveremos un solo dedo para salvarlo. Les diremos que no puede hacerse nada. Además, Barzini no tiene necesidad de que le adviertan las cosas. Jamás se compromete. Es un hombre que nunca se encuentra en el lado de los perdedores. Nadie sabe que se haya interesado en el negocio de las drogas, por ejemplo, y eso dice mucho en su favor.
– ¿Significa eso que estaba detrás de Sollozzo y de los Tattaglia desde el primer momento?
– Tattaglia es un chulo de tres al cuarto. Nunca hubiera podido vencer a Santino. Es por eso por lo que no necesito saber qué ocurrió. Me basta con saber que Barzini intervino en el asunto.
El cerebro de Hagen trabajaba a toda velocidad. El Don estaba dándole una serie de datos, pero omitía algo muy importante. Y él, aun sabiendo de qué se trataba, prefería no hacer preguntas ni comentarios al respecto. Se despidió y se dispuso a salir de la estancia, pero el Don le retuvo un momento para decir:
– Usa de todos tus recursos para disponer la vuelta de Michael. Y otra cosa: preocúpate de obtener una lista mensual de todas las llamadas efectuadas y recibidas por Clemenza y por Tessio. No es que sospeche de ellos, te lo aseguro. Juraría que nunca van a traicionarme. Pero conocer sus andanzas no va a perjudicarnos. El saber no ocupa lugar, ya sabes.
Hagen asintió y salió de la habitación. Se preguntó si el Don estaría controlándolo también, pero al instante se avergonzó de su sospecha. Ahora ya estaba seguro de que la sutil y compleja mente del Padrino había ideado un plan de acción a largo plazo. La aparente derrota a manos de las otras Familias formaba parte de dicho plan.
Pasaría cerca de un año antes de que Don Corleone pudiera arreglar la vuelta de su hijo Michael a Estados Unidos. Durante ese tiempo la Familia se devanó los sesos intentando buscar la mejor manera de conseguir el regreso. Incluso se pidió la opinión de Carlo Rizzi, que ahora vivía en la finca y se llevaba más o menos bien con Connie, que había vuelto a ser madre. Pero ningún proyecto contó con la aprobación del Don.
Finalmente, fue la familia Bocchicchio la que, a través de una desgracia propia, resolvió el problema. El protagonista fue un primo del jefe de los Bocchicchio, un joven de unos veinticinco años de edad. Se llamaba Félix, había nacido en América y era más inteligente que todos los demás miembros del clan juntos. Tras negarse a entrar en el negocio de recogida de basuras de su familia, el muchacho se había casado con una guapa chica americana. Por las noches asistía a la universidad, pues deseaba convertirse en abogado, y de día trabajaba en una oficina. Tenían tres hijos, pero como su esposa era muy buena administradora, vivían decentemente de su pequeño salario, esperando que las cosas mejoraran en cuanto tuviese el título en el bolsillo.
Félix Bocchicchio pensaba, al igual que muchos jóvenes, que una vez que se hubiese graduado tendría mil oportunidades de hacerse con una buena posición en la vida. Pero la realidad fue muy diferente. Como era muy orgulloso, no quiso que su clan lo ayudara. Un día, un abogado amigo suyo, joven, muy bien relacionado y con un magnífico empleo en un importante bufete, pidió a Félix que le hiciera un pequeño favor. Era un asunto muy complicado y aparentemente legal, que estaba relacionado con una quiebra fraudulenta. Existía una probabilidad entre un millón de que el fraude fuera descubierto. Félix Bocchicchio se hizo cargo del asunto entre otras cosas porque, dado que la cuestión del fraude llevaba implícito el uso de las triquiñuelas legales aprendidas en la universidad, el mismo no parecía tan reprobable, y, ya puestos, ni siquiera ilegal.
El fraude fue finalmente descubierto. El abogado amigo de Félix se negó a ayudarlo, hasta el punto de que incluso rehusó contestar a sus llamadas telefónicas. Los protagonistas del fraude, dos astutos hombres de negocios de mediana edad, se declararon culpables y se mostraron dispuestos a cooperar plenamente con las autoridades. Acusaron a Félix Bocchicchio de ser el verdadero responsable, pues, argumentaron, pretendía controlar su negocio, para lo que los había obligado a cooperar con él amenazándolos de muerte si no lo hacían. Salió a relucir su parentesco con el clan de los Bocchicchio, y eso fue lo que más perjudicó a Félix. Los dos hombres de negocios fueron condenados y su sentencia suspendida, mientras que Félix Bocchicchio era sentenciado a una pena de uno a cinco años de cárcel. Estuvo tres años en prisión, sin que los suyos pidieran ayuda a ninguna de las demás Familias por considerar que Félix merecía una buena lección. ¿Acaso les había pedido él ayuda al terminar sus estudios? Félix debía aprender a confiar en la Familia, ya que ésta era más leal y digna de confianza que la sociedad.
Cuando Félix Bocchicchio fue puesto en libertad, tres años más tarde, se dirigió a su casa, besó a su esposa y a sus tres hijos y vivió tranquilamente durante un año. Pero finalmente demostró que, después de todo, pertenecía al clan Bocchicchio. Se procuró una pistola y acribilló al abogado amigo suyo. Seguidamente buscó a los dos hombres de negocios y, con extraordinaria sangre fría, los mató a la salida de un restaurante, tras lo cual entró en éste, pidió un café y se dispuso a esperar pacientemente la llegada de la policía.
El juicio fue breve; los jueces, inflexibles. Un miembro de los bajos fondos había asesinado a los testigos que lo habían enviado a la cárcel. El público, la prensa e incluso las organizaciones humanitarias esparcidas por todo el país, se mostraron de acuerdo en que Félix Bocchicchio debía morir en la silla eléctrica. «El gobernador del estado no concederá clemencia a ese perro rabioso», dijo uno de los más cercanos colaboradores de aquél. El clan Bocchicchio gastó enormes sumas de dinero, apeló al Tribunal Supremo, intentó por todos los medios que la sentencia fuera conmutada; pero fue inútil. Félix Bocchicchio debía morir en la silla eléctrica.
Fue Hagen quien hizo que el Don se interesara en el caso, a petición de uno de los Bocchicchio, pues confiaban en que él pudiera hacer algo por el joven. Don Corleone no les dio esperanza alguna; él no era mago, y la gente le pedía imposibles. Pero al día siguiente, llamó a Hagen para que le contara el caso con todo detalle. Cuando su hijo adoptivo hubo terminado de hablar, Don Corleone le ordenó que citara al jefe de los Bocchicchio, para hablar con él.
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