Pero perder por 15 a 1 ya había sido bastante desgracia para Scott Saunders. Ruth no estaba segura de si él hacía pucheros o si tenía la cara desencajada porque intentaba recobrar el aliento. Estaban a punto de abandonar la pista cuando una avispa entró por la puerta abierta y Scott la atacó con un torpe raquetazo. Falló y el insecto zigzagueó, como era natural, cerca del techo, donde estaría supuestamente a salvo. A pesar de su vuelo rápido y errático, Ruth la alcanzó con su golpe de revés. Hay quien afirma que la volea alta de revés es el golpe más difícil en el squash. El cordaje de su raqueta partió por la mitad el cuerpo de la avispa
– Bien cazada -dijo Scott, quien por su tono parecía a punto de vomitar
Ruth se sentó en el borde de la plataforma junto a la piscina, se quitó los zapatos y los calcetines y se refrescó los pies en el agua. Scott parecía inseguro de lo que debía hacer. Estaba acostumbrado a desvestirse por completo y ducharse al aire libre con Ted. Ruth tendría que hacerlo primero
La joven se puso en pie y se quitó los pantalones cortos y la camiseta de media manga, temerosa de la posible torpeza, la acrobacia habitual e involuntaria, de librarse del sudado sujetador deportivo, pero lo consiguió sin un forcejeo embarazoso. Finalmente se quitó las bragas y se puso bajo la ducha sin mirar a Scott. Ya se había enjabonado y estaba bajo el agua, cuando él subió al plato de la ducha y abrió el grifo de su cabezal. Ruth se lavó la cabeza, eliminó la espuma del champú y entonces le preguntó si era alérgico a las gambas
– No, me gustan -respondió Scott
Con los ojos cerrados, mientras se aclaraba la cabeza, ella supuso que él tenía necesariamente que estar mirándole los pechos.
– Me alegro, porque eso es lo que vamos a cenar
Cerró la ducha, salió a la plataforma y se lanzó a la piscina en el extremo profundo. Cuando salió a la superficie, Scott estaba inmóvil en la plataforma y miraba algo más allá de ella
– ¿No es una copa de vino eso que está en el fondo de la piscina? -le preguntó-. ¿Has dado hace poco una fiesta?
– No, fue mi padre quien la dio -dijo Ruth, mientras pedaleaba en el agua
Scott Saunders tenía el pene más grande de lo que ella había imaginado. El abogado se zambulló hasta el fondo de la piscina y recogió la copa
– Debió de ser una fiesta moderadamente alocada -comentó.
– Mi padre es más que moderadamente alocado -replicó Ruth
Flotaba boca arriba; cuando Hannah lo intentaba, apenas conseguía mantener los pezones por encima de la superficie.
– Tienes unos senos muy bonitos -le dijo, zalamero, Scott, quien pedaleaba en el agua a su lado
Llenó la copa de agua y la vertió sobre sus pechos.
– Probablemente mi madre los tenía mejores -dijo Ruth-. ¿Qué sabes de mi madre?
– Nada…, sólo he oído rumores -admitió Scott
– Lo más probable es que sean ciertos. Quizá sepas casi tanto como yo
Nadó hasta la zona que no cubría y él la siguió, sosteniendo todavía la copa. De no ser por la dichosa copa, ya habría tocado a Ruth. Ella salió de la piscina y se envolvió en una toalla. Antes de encaminarse a la casa, con la toalla alrededor de la cintura y los pechos al descubierto, vio que Scott se secaba minuciosamente
– Si metes la ropa en la secadora, estará seca después de cenar -le dijo. Él la siguió al interior, también con la toalla alrededor de la cintura-. Si tienes frío, dímelo. Puedes ponerte algo de mi padre
– Estoy bien con la toalla
Ruth puso en marcha el vaporizador de arroz, abrió una botella de vino blanco y llenó dos copas. Tenía muy buen aspecto con tan sólo la toalla alrededor de la cintura y los senos al aire
– También yo estoy bien con la toalla -le dijo ella, y entonces le permitió que se los besara
Él le rodeó un seno con la mano.
– No esperaba esto -admitió Scott
Ruth se preguntó si lo decía en serio. Cuando tomaba una decisión acerca de un hombre, esperar a que la sedujera era algo que la hastiaba sobremanera. No se había relacionado con ninguno desde hacía cuatro, casi cinco meses, y no tenía ganas de esperar
– Voy a enseñarte una cosa -le dijo Ruth, y le condujo al cuarto de trabajo de su padre, donde abrió el cajón inferior del llamado escritorio de Ted
El cajón estaba lleno de fotografías Polaroid en blanco y negro, centenares de ellas, así como una docena de recipientes tubulares que contenían líquido para revestimiento de positivos. Esa sustancia hacía que las fotos y todo el cajón olieran mal
Ruth le tendió a Scott un rimero de Polaroids sin hacer ningún comentario. Eran las fotos que Ted había hecho a sus modelos, tanto antes como después de dibujarlas. Decía a las mujeres que las fotos eran necesarias a fin de poder seguir trabajando en los dibujos cuando ellas no estuvieran presentes, que las necesitaba "como referencia". Lo cierto era que nunca seguía trabajando en los dibujos y tan sólo quería hacer las fotografías
Cuando Scott terminó de mirar un rimero de fotos, Ruth le mostró otro. Las fotografías tenían ese aire de amateurismo que suele poseer la mala pornografía, y el motivo no estribaba tan sólo en que las modelos no eran profesionales. La torpeza de sus poses indicaba que se sentían avergonzadas, pero las mismas fotografías daban una sensación de apresuramiento y descuido.
– ¿Por qué me enseñas esto? -le preguntó Scott
– ¿No te ponen cachondo? -inquirió ella.
– Tú me pones cachondo
– Supongo que estimulan a mi padre -dijo Ruth-. Son las fotos de sus modelos…, se las ha tirado a todas ellas
Scott pasaba rápidamente las fotos sin detenerse a mirarlas. Era difícil hacerlo si uno no estaba a solas
– Aquí hay muchas mujeres
– Mi padre se ha tirado a mi mejor amiga… Sí, ayer y anteayer -le dijo Ruth
– Tu padre se ha tirado a tu mejor amiga… -repitió Scott, pensativo
– Somos lo que un estudiante idiota especializado en sociología llamaría una familia disfuncional -comentó ella
– Yo me especialicé en sociología -admitió Scott Saunders.
– ¿Y qué aprendiste? -le preguntó Ruth, mientras dejaba las Polaroids en el cajón inferior
El olor del líquido para revestir positivos Polaroid era lo bastante fuerte para provocarle arcadas. En cierta manera, era un olor todavía más desagradable que el de la tinta de calamar. (Ruth descubrió las fotos en el cajón inferior del escritorio de su padre cuando tenía doce años.)
– Decidí ir a la Facultad de Derecho, eso es lo que aprendí de la sociología -dijo el abogado pelirrojo
– ¿También has oído rumores sobre mis hermanos? -le preguntó Ruth-. Están muertos -añadió
– Creo haber oído algo -respondió Scott-. Eso fue hace mucho tiempo, ¿no?
– Te enseñaré una foto de ellos -le dijo Ruth, tomándole de la mano-. Eran unos chicos muy guapos
Subieron por la escalera enmoquetada, sin que sus pies hicieran el menor ruido. La tapa del vaporizador de arroz matraqueaba y la secadora también estaba en funcionamiento. Se oía sobre todo el ruido de algo que golpeaba el tambor giratorio de la secadora
Ruth condujo a Scott al dormitorio principal, donde la gran cama estaba sin hacer. Ella casi podía ver las depresiones dejadas en las sábanas arrugadas por los cuerpos de su padre y de Hannah
– Aquí están -dijo Ruth a su acompañante, señalando la foto de sus hermanos
Scott contempló la imagen con los ojos entrecerrados, tratando de leer la inscripción latina encima del portal.
– Supongo que no estudiaste latín cuando te especializaste en sociología -le dijo Ruth
– En derecho hay muchas expresiones latinas
– Mis hermanos eran bien parecidos, ¿no crees? -inquirió Ruth
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