– En fin -dijo Ruth a sus acompañantes-, la oportunidad de estar a solas con Eddie O'Hare me resulta emocionante. "¡Pobres Karl y Melissa!", se dijo. Pero estaban acostumbrados al talante de los escritores y sin duda habían tenido que soportar conductas más inapropiadas que la suya
– Es evidente que tu madre no abandonó a tu padre por O'Hare -comentó Allan, en un tono más mesurado que de costumbre
Intentaba comportarse, demostrando así que era un buen hombre. Ruth se daba cuenta de que su manera de actuar provocaba en él un temor a su mal genio, y volvió a detestarse por ello
– En eso creo que tienes razón -replicó Ruth, con idéntica cautela-. Pero cualquier mujer habría tenido una causa justa para abandonar a mi padre
– También te abandonó a ti -observó Allan. (Por supuesto, habían hablado mucho de ello.)
– Eso también es cierto, y es precisamente lo que deseo comentar con Eddie. Mi padre me contó su versión de lo ocurrido, pero él no quiere a mi madre. Quiero que me cuente su versión alguien que la ha querido
– ¿Crees que O'Hare todavía quiere a tu madre? -inquirió Allan
– Has leído sus libros, ¿no? -respondió Ruth.
– Hasta la saciedad -repitió Allan
Ruth se dijo que era un esnob terrible, pero a ella le gustaban los esnobs
Entonces Eddie regresó a la mesa
– Estábamos hablando de ti, O'Hare -le dijo Allan con desenvoltura. El otro parecía nervioso
– Les he hablado de ti y de mi madre -explicó Ruth
Eddie procuró mantener el semblante sereno, aunque la lana húmeda de su chaqueta se le adhería como una mortaja. A la luz de las velas vio el hexágono amarillo que brillaba en el iris del ojo derecho de Ruth. Cuando la llama oscilaba, o cuando ella volvía la cara hacia la luz, el ojo cambiaba de color, pasaba de castaño a ámbar, igual que el mismo hexágono amarillo podía hacer que el ojo derecho de Marion pasara del azul al verde. -Amo a tu madre -empezó a decir Eddie, sin azorarse
Sólo tenía que pensar en Marion y enseguida recuperaba la calma, que había perdido en la pista de squash, donde Jimmy le había ganado tres juegos. Y, en efecto, pareció que Eddie recuperaba la calma, algo impensable hasta ese momento
Allan se quedó perplejo cuando Eddie pidió al camarero ketchup y una servilleta de papel. No era aquél uno de esos restaurantes donde sirven ketchup ni había a mano ninguna servilleta de papel, pero Allan se encargó de solucionarlo. Ésa era una de sus cualidades agradables. Fue a la Segunda Avenida y localizó enseguida un local más barato. Al cabo de cinco minutos estaba de regreso con media docena de servilletas de papel y una botella de ketchup, de cuyo contenido sólo quedaba la cuarta parte
– Espero que te baste -le dijo a Eddie. Había pagado cinco dólares por la botella de ketchup casi vacía
– Para mi objetivo, es como si estuviera llena -replicó Eddie.
– Gracias, Allan -terció Ruth, en tono afectuoso
Él, galante, le envió un beso con un soplo
Eddie vertió ketchup en su plato de la mantequilla. El camarero le observaba con una seria expresión de desagrado.
– Moja el dedo en el ketchup,-le pidió a Ruth
– ¿Mi dedo? -se extrañó ella
– Por favor. Sólo quiero ver hasta qué punto te acuerdas.
– Hasta qué punto me acuerdo… -dijo Ruth
Hundió el dedo en el charquito de ketchup, arrugando la nariz, como una niña
– Ahora toca la servilleta
Eddie deslizó la servilleta de papel hacia ella. Ruth titubeó, pero él le tomó la mano y le apretó con suavidad el dedo índice sobre el papel
Ruth se lamió el resto del ketchup que había quedado en el dedo, mientras Eddie colocaba la servilleta exactamente donde quería, detrás del vaso de agua de Ruth, de manera que el cristal ampliaba las huellas dactilares. Y allí estaba, como lo estaría siempre: la línea perfectamente vertical en el dedo índice derecho. Vista a través del vaso de agua, su tamaño casi duplicaba al de la cicatriz real
– ¿Te acuerdas? -le preguntó Eddie.
Las lágrimas empañaron el hexágono de Ruth. No podía hablar
– Nadie tendrá jamás unas huellas dactilares como las tuyas -prosiguió Eddie, como se lo dijera el día que su madre se marchó
– ¿Y mi cicatriz siempre estará ahí? -le preguntó Ruth, tal como se lo preguntó treinta y dos años atrás, cuando tenía cuatro.
– La cicatriz será siempre parte de ti -le aseguró Eddie, como se lo asegurara entonces
– Sí -susurró Ruth-. Lo recuerdo. Lo recuerdo casi todo -le dijo mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas
Más tarde, a solas en su suite del Stanhope, Ruth recordó que Eddie le había sostenido la mano mientras ella lloraba, así como la estupenda comprensión mostrada por Allan. Sin decir palabra, algo poco frecuente en él, rogó a Karl y a Melissa que le acompañaran y los tres se acomodaron en otra mesa del restaurante. Le pidió con insistencia al maitre que fuese una mesa alejada, desde donde no pudieran oír a Ruth ni a Eddie. Ruth no supo cuándo sus amigos abandonaron el local. Finalmente, mientras ella y Eddie debatían la incómoda cuestión de cuál de los dos pagaría la cuenta (Ruth se había tomado una botella entera de vino y Eddie no había probado un solo sorbo), el camarero interrumpió la discusión diciéndoles que Allan ya lo había pagado todo
Ahora, en la habitación del hotel, Ruth pensó en telefonear a Allan para darle las gracias, pero probablemente estaría dormido. Era casi la una de la madrugada, y charlar con Eddie y escuchar sus palabras, le había estimulado tanto que no quería llevarse una decepción, como podría suceder si hablaba con Allan
La sensibilidad de su editor la había impresionado, pero el tema de su madre, que Eddie abordó enseguida, pesaba demasiado en su mente. Aunque no necesitaba más bebida, Ruth abrió uno de esos botellines de coñac letal que siempre acechan en los minibares. Se tendió en la cama y, mientras saboreaba el fuerte licor, se preguntó qué iba a anotar en su diario, pues era mucho lo que quería decir
Ante todo, Eddie le aseguró que su madre le había amado. (¡Podría escribir todo un libro al respecto!) El padre de Ruth había tratado de convencerla de ello durante treinta y dos años nada menos, pero no lo había logrado, debido al cinismo que evidenciaba cuando se hablaba de Marion
Por supuesto, Ruth estaba enterada de la teoría aquella de que sus hermanos fallecidos habían despojado a su madre de la capacidad de amar a otro hijo. Según otra teoría, Marion había temido amar a Ruth, por si alguna calamidad como la que les sobrevino a sus hijos se abatía sobre ella y perdía a su única hija
Pero Eddie le habló del momento en que Marion reconoció que Ruth tenía un defecto en un ojo, aquel hexágono amarillo brillante, que ella también tenía en uno de los suyos. Le había dicho que Marion lloró de puro miedo, pues aquella mancha amarilla significaba, a su modo de ver, que Ruth podría ser como ella, algo que su madre no quería
De repente, el hecho de que Marion hubiera deseado que no hubiese ningún rasgo suyo en su hija representaba más amor del que Ruth podía imaginar
Comentaron con cuál de sus padres tenía Ruth un mayor parecido. (Cuanto más escuchaba Eddie a Ruth, más rasgos de Marion encontraba en ella.) Esta cuestión le importaba mucho a Ruth, porque, si iba a ser una mala madre, prefería prescindir de la maternidad
– Eso es justamente lo que decía tu madre -observó Eddie.
– Pero ¿existe algo peor que el abandono de una hija? -le preguntó Ruth
– Eso es lo que dice tu padre, ¿verdad?
Ruth le confesó que su padre era un "depredador sexual", pero que siempre había sido "bueno a medias" como padre. Nunca la había descuidado. Si le odiaba era como mujer, pero en tanto que hija le idolatraba… Por lo menos, siempre estuvo a su lado
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