John Irving - Una mujer difícil

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Nacida para sustituir, en cierto modo, a dos hermanos muertos en un accidente, Ruth Cole vive una infancia muy especial. En el verano de 1958, cuando ella tiene cuatro años, Marion, su madre, tras una tórrida aventura con un jovencito de dieciséis, abandona el hogar. Ruth se queda con su padre, con el que mantiene una relación de amor-odio marcada por la rivalidad. Pero, andando el tiempo, a sus treinta y seis años, Ruth se ha convertido en una mujer atractiva y en una escritora de éxito, y, pese a su personalidad compleja y difícil, cuatro años después no sólo se ha casado, sino que tiene un hijo, enviuda y, por si fuera poco, se enamora por primera vez. Lo que no podía prever era la reaparición de la inquietante Marion…

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Suspiró de nuevo, desafiando al lujurioso a que volviera a mirarla, pero el desaliñado joven se sentía de repente avergonzado de su actitud. Así pues, Ruth se concentró en mirarle, pero pronto perdió el interés. Los tejanos del tramoyista tenían un desgarrón en una rodilla, y probablemente eran los que prefería para presentarse en público. Algo que debía de ser restos de comida había dejado una mancha aceitosa en el pecho de su camiseta

La otra persona ante cuyo conocimiento Hannah había expresado casi idéntica emoción era el hombre con quien Ruth "salía" ahora. En realidad, pertenecía más bien a la categoría de acompañante en potencia, de "candidato a acompañante", como diría Hannah. El hombre que esperaba afianzar su relación con Ruth era el nuevo editor de la escritora, aquella misma persona tan importante de Random House que desagradaba a Eddie por su campechanía y el hecho de que nunca se acordaba de que ya le conocía

Ruth ya le había dicho a su amiga que aquél era el mejor editor de textos con el que había trabajado hasta entonces. jamás había conocido a un hombre con quien la comunicación y el entendimiento fuesen tan fluidos. Tenía la sensación de que no había nadie, con la posible excepción de Hannah, que la conociera tan bien. No sólo se distinguía por su franqueza y su vigor, sino que la estimulaba "en todos los buenos sentidos"

– ¿Cuáles son los "buenos" sentidos? -le preguntó un día Hannah

– Cuando le conozcas, lo verás -respondió Ruth-. Es también un caballero

– Es lo bastante mayor para serlo -comentó Hannah, que había visto una fotografía de aquel hombre-. Quiero decir que pertenece a la generación de la conducta caballerosa. ¿Cuántos años tiene más que tú? ¿Doce? ¿Quince?

– Dieciocho -dijo Ruth en voz baja

– Es un caballero, desde luego -afirmó Hannah-. ¿Y no tiene hijos? Señor, ¿qué edad tienen? ¡Podrían ser de tu edad!

– Su mujer no quiso tener hijos…, le asustaba tenerlos.

– Más o menos lo que te ocurre a ti, ¿no? -dijo Hannah.

– Allan quería un hijo, pero su esposa no -admitió Ruth.

– Entonces sigue queriendo un hijo -concluyó Hannah.

– Estamos hablando de ello

– Y supongo que todavía habla con la ex mujer -dijo Hannah en tono burlón-. Confiemos en que la suya sea la última generación de hombres que creen necesario seguir hablando con sus ex esposas. -La sensibilidad periodística de Hannah la llevaba a creer que todo el mundo debía responder a unas pautas de conducta acordes con la edad, la educación, el tipo. Era un razonamiento irritante, pero Ruth se mordió la lengua-. En fin -añadió en tono filosófico-, supongo que el sexo… ¿Ha ido bien?

– Todavía no nos hemos acostado -admitió Ruth

– ¿Quién está esperando?

– Los dos -mintió Ruth

Allan era paciente. Quien "esperaba" era Ruth. Temía tanto que la relación sexual con él no le gustara que andaba con dilaciones. No quería verse obligada a dejar de considerarle el hombre de su vida

– ¡Pero has dicho que te ha propuesto el matrimonio! -exclamó Hannah-. ¿Quiere casarse contigo y aún no habéis hecho el amor? Ésa no es siquiera una conducta generacional…, ¡es la conducta de su padre o incluso de su abuelo!

– Quiere que esté convencida de que no soy sólo otra de sus amiguitas

– ¡Todavía no eres una amiguita! -dijo Hannah

– Creo que es encantador. Está enamorado de mí antes de haberse acostado conmigo. Qué delicadeza, ¿no crees?

– Sí, es diferente -admitió Hannah-. Bueno, ¿y de qué tienes miedo?

– No tengo miedo de nada -mintió Ruth

– Normalmente no quieres que conozca a tus acompañantes -le recordó Hannah

– Éste es especial -dijo Ruth

– Tan especial que no te has acostado con él

– Puede vencerme en el squash -añadió Ruth débilmente.

– Lo mismo que tu padre, ¿y qué edad tiene?

– Setenta y siete, ya lo sabes

– ¿De veras? -replicó Hannah-. Dios mío, no los aparenta.

– Me refiero a mi padre, no a Allan Albright -dijo Ruth, enojada-. Allan Albright sólo tiene cincuenta y cuatro. Me quiere, desea casarse conmigo, y creo que sería feliz si viviera con él.

– ¿Has dicho que le quieres? -inquirió Hannah-. No te he oído decir eso

– No lo he dicho -admitió Ruth-. No lo sé…, no puedo saberlo -añadió

– Si no puedes saberlo, entonces no le quieres -dijo Hannah-. Y, si no recuerdo mal, tenía fama de…, bueno, era un mujeriego, ¿no?

– Sí, lo era -replicó Ruth lentamente-. Él mismo me lo dijo, pero en ese aspecto ha cambiado

– Ya -dijo Hannah-. ¿Crees de veras que los hombres cambian?

– ¿Cambiamos nosotras? -preguntó Ruth.

– Quieres cambiar, ¿no es cierto?

– Estoy cansada de los novios granujas -confesó Ruth. -Desde luego, los eliges malos -comentó Hannah-, creía que los elegías porque sabías que eran malos, porque estabas segura de que se irían. A veces incluso antes de que les pidieras que se largaran

– También tú has elegido algunos novios granujas -dijo Ruth.

– Claro, continuamente -admitió Hannah-. Pero también he elegido otros buenos. Lo que ocurre es que no me duran.

– Creo que Allan me durará

– Claro que sí -repuso Hannah-. Lo que te preocupa es si tú durarás, ¿no es así?

– Sí -confesó Ruth por fin-. Eso es

– Quiero conocerle, y te diré si durará. Te lo diré en cuanto vea

"¡Y ahora me ha dado plantón!", se dijo Ruth. Cerró bruscamente su ejemplar de la novela y lo sostuvo contra los senos. Tenía ganas de llorar, tan enojada estaba con Hannah, pero vio que su gesto repentino había sobresaltado al lujurioso tramoyista. Ruth se sintió satisfecha al ver su expresión de alarma

– El público podría oírla -le susurró el taimado joven, con una sonrisa arrogante

La respuesta de Ruth no fue espontánea. Casi nunca hablaba sin pensar primero lo que iba a decir

– Por si te intriga -susurró al tramoyista-, son de la talla treinta y cuatro

– ¿Cómo?

Ruth se dijo que era demasiado tonto para entenderla. Además, el público había prorrumpido en resonantes aplausos. Sin oír lo que Eddie había dicho, Ruth comprendió que por fin su presentador había terminado

Se detuvo en el escenario para estrecharle la mano a Eddie antes de dirigirse al estrado. Eddie, confuso, se metió entre bastidores en vez de ir a ocupar el asiento que tenía reservado en la platea. Una vez allí, se sintió demasiado azorado para dirigirse a su asiento. Miró impotente al hostil tramoyista, quien no estaba dispuesto a ofrecerle su taburete

Ruth aguardó a que remitieran los aplausos. Tomó el vaso de agua, pero estaba vacío y lo dejó enseguida sobre la mesa. "¡Dios mío, me he bebido su agua!", pensó Eddie

– Vaya par de melones, ¿eh? -susurró el tramoyista a Eddie, el cual no le respondió nada pero adoptó una expresión de culpabilidad. (No había oído al muchacho, y supuso que le había dicho algo acerca del vaso de agua.)

El tramoyista tenía un pequeño cometido en la realización del acto, pero de repente se sintió más pequeño que de ordinario. Apenas había terminado de hacer su observación sobre los "melones", cuando el frívolo joven captó el significado de lo que la novelista famosa le había susurrado. "¡Usa una talla treinta y cuatro!", comprendió tardíamente el muy necio. Pero ¿por qué se lo había dicho? ¿Acaso le estaba tirando los tejos?

– ¿Quieren aumentar un poco la iluminación de la sala, por favor? -pidió Ruth cuando los aplausos cedieron un poco

Quiero ver la cara de mi editor. Si le veo encogerse, sabré que me he saltado algo… O que se lo ha saltado él

Este preámbulo fue recibido con risas, como ella había pretendido, aunque ésa no había sido su única finalidad. No necesitaba ver el rostro de Allan Albright, cuya presencia en su mente ya le bastaba. Lo que Ruth quería ver era el asiento vacío al lado de Allan, la plaza reservada para Hannah Grant. En realidad, había dos asientos vacíos al lado de Allan, porque Eddie se había quedado atrapado entre bastidores, pero Ruth sólo reparó en la ausencia de Hannah

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