John Irving - Una mujer difícil

Здесь есть возможность читать онлайн «John Irving - Una mujer difícil» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Una mujer difícil: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Una mujer difícil»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Nacida para sustituir, en cierto modo, a dos hermanos muertos en un accidente, Ruth Cole vive una infancia muy especial. En el verano de 1958, cuando ella tiene cuatro años, Marion, su madre, tras una tórrida aventura con un jovencito de dieciséis, abandona el hogar. Ruth se queda con su padre, con el que mantiene una relación de amor-odio marcada por la rivalidad. Pero, andando el tiempo, a sus treinta y seis años, Ruth se ha convertido en una mujer atractiva y en una escritora de éxito, y, pese a su personalidad compleja y difícil, cuatro años después no sólo se ha casado, sino que tiene un hijo, enviuda y, por si fuera poco, se enamora por primera vez. Lo que no podía prever era la reaparición de la inquietante Marion…

Una mujer difícil — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Una mujer difícil», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¿Por qué no vas a enterarte de lo que quiere? -le preguntó Ted a Eddie.

– Yo no voy -respondió el muchacho-. Me has despedido…, ¿no es cierto?

– Joder… Por lo menos acompáñame.

– Será mejor que me quede al lado del teléfono -replicó Eddie-. Si tiene un arma y te pega un tiro, llamaré a la policía. Pero Eduardo Gómez iba desarmado. La única arma del jardinero era un trozo de papel de aspecto inocuo, que sacó de la cartera y mostró a Ted. Era el cheque borroso, ilegible, que la señora Vaughn había lanzado al agua del surtidor.

– Ha dicho que es el cheque de mi última paga -le explicó Eduardo a Ted.

– ¿Le ha despedido?

– Sí, porque le advertí a usted que le perseguía con el coche -dijo Eduardo.

– Ah -musitó Ted, sin desviar la vista del cheque nulo-. Ni siquiera se puede leer. Podría estar en blanco.

Tras su aventura en el surtidor, el cheque estaba cubierto por una pátina de tinta de calamar desvaída.

– No era mi único trabajo -le explicó el jardinero-, pero sí el más importante, mi principal fuente de ingresos.

– Ah -repitió Ted, y tendió a Eduardo el cheque color sepia, que el jardinero devolvió con gesto solemne a su cartera-. A ver si le entiendo bien, Eduardo. Usted cree que me salvó la vida y que eso le ha costado su empleo.

– No es que lo crea, es que le salvé la vida y eso me ha costado el empleo.

La vanidad de Ted, que se extendía a la ligereza de sus pies, le impulsaba a creer que, aunque la señora Vaughn le hubiera sorprendido cuando estaba inmóvil, podría haber reaccionado y corrido más que su Lincoln. No obstante, Ted nunca habría discutido el hecho de que el jardinero se había comportado con valentía.

– ¿De cuánto dinero exactamente estamos hablando? -le preguntó Ted.

– No quiero su dinero, no he venido aquí en busca de limosna-respondió Eduardo-. Confiaba en que tuviera algún trabajo para mí.

– ¿Quiere usted trabajo? -inquirió Ted.

– Sólo si tiene alguno para mí -replicó Eduardo.

El jardinero contemplaba con desesperación el jardín casi abandonado. Ni siquiera el césped desigual mostraba señales de cuidado profesional. Necesitaba fertilizante, por no mencionar la evidente falta de riego. Y no había arbustos con flores ni plantas perennes ni anuales, o por lo menos Eduardo no veía ninguna. Cierta vez la señora Vaughn le había dicho a Eduardo que Ted Cole era rico y famoso, y ahora el jardinero pensaba que aquel hombre no invertía dinero en adornos vegetales.

– No parece que tenga algún trabajo para mí -le dijo a Ted. -Espere un momento. Le enseñaré dónde quiero poner una piscina y algunas cosas más.

Desde la ventana de la cocina, Eddie los vio caminar alrededor de la casa. El muchacho no percibió nada amenazante en su conversación y supuso que podía reunirse con ellos sin ningún temor.

– Quiero una piscina sencilla, rectangular, no es necesario que sea de tamaño olímpico -le decía Ted a Eduardo-. Sólo necesito que tenga una parte honda y otra de menor profundidad, con escalones. Y sin trampolín. Los trampolines son peligrosos para los niños. Tengo una niña de cuatro años.

– Yo tengo una nieta de cuatro años, y estoy de acuerdo con usted -convino Eduardo-. No construyo piscinas, pero conozco a quienes lo hacen. Puedo ocuparme del mantenimiento, desde luego, pasar el aspirador y mantener las sustancias químicas en equilibrio, ya sabe, de manera que no se enturbie el agua o la piel no se le vuelva verde o lo que sea.

– Lo que usted diga -dijo Ted-. Puede ocuparse de ello. Lo único que no quiero es un trampolín. Y puede plantar algo alrededor de la piscina, para que los vecinos y los transeúntes no nos estén mirando siempre.

– Le recomiendo un escalón, bueno, tres escalones -propuso Eduardo-. Y encima de los escalones, para afirmar el suelo, le sugiero unos olivos silvestres. Aquí arraigan bien, y las hojas son bonitas, de un verde plateado. Tienen unas flores amarillas fragantes y un fruto parecido a la aceituna. También se les llama acebuches.

– Usted mismo, lo dejo en sus manos. Y luego está la cuestión del perímetro de la finca. Creo que ésta nunca ha tenido un límite visible.

– Siempre podemos plantar un seto de aligustres -replicó Eduardo Gómez. El hombrecillo pareció estremecerse un poco al pensar en el seto del que había colgado, agonizando a causa de los gases de escape. Sin embargo, podía obrar maravillas con el seto de aligustres. El de la señora Vaughn había crecido bajo sus cuidados una media de cuarenta y cinco centímetros al año-. Sólo tiene que abonarlo, regarlo y, sobre todo, podarlo -añadió el jardinero.

– Claro, pues entonces que sea ligustro -convino Ted-. Me gustan los setos.

– A mí también -mintió Eduardo.

– Y quiero más césped -dijo Ted-, quiero librarme de las estúpidas margaritas y las hierbas altas. Apuesto a que hay garrapatas en esas hierbas altas.

– Seguro que las hay -convino Eduardo.

– Quiero un césped como el de un campo de deportes -manifestó Ted con vehemencia.

– ¿Lo quiere con líneas pintadas? -inquirió el jardinero. -¡No, no! Quiero decir que el tamaño del césped debe ser el de un campo de deportes.

– Ah -dijo Eduardo-. La extensión de césped es muy amplia. Hay mucho que segar, una gran cantidad de cabezales de riego…

– ¿Qué tal la carpintería? -preguntó Ted al jardinero. -¿Qué tal?

– Quiero decir si puede hacer usted trabajos de carpintería. He pensado en poner una ducha al aire libre, con varias alcachofas. La carpintería será mínima.

– Claro que puedo hacer eso -le dijo Eduardo-. No me dedico a la fontanería, pero conozco a uno que…

– Lo que usted diga -repitió Ted-. Lo dejo en sus manos. ¿Y qué me dice de su esposa? -añadió.

– ¿Qué quiere saber?

– Si trabaja. ¿A qué se dedica?

– Pues ella hace la comida, a veces cuida de nuestra nieta y de los hijos de otras personas. Se ocupa de la limpieza en algunas casas…

– A lo mejor le gustaría limpiar ésta -le dijo Ted-. Podría cocinar para mí y cuidar de mi hija de cuatro años. Es una niña muy simpática. Se llama Ruth.

– Claro, se lo preguntaré. Apuesto a que aceptará.

Eddie estaba seguro de que Marion se habría sentido desolada de haber sido testigo de aquellas transacciones. Hacía menos de veinticuatro horas que se había ido, pero su marido ya la había sustituido, por lo menos mentalmente. Había contratado a un jardinero, carpintero, vigilante implícito y factótum, ¡y la esposa de Eduardo pronto cocinaría y cuidaría de Ruth!

– ¿Cómo se llama su mujer? -preguntó Ted a Eduardo. -Conchita.

Conchita acabaría cocinando para Ted y Ruth. No sólo llegaría a ser la principal niñera de Ruth, sino que cuando Ted emprendiera un viaje, Conchita y Eduardo se trasladarían a la casa de Parsonage Lane y cuidarían de Ruth como si fuesen sus padres. Y la nieta de los Gómez, María, que tenía la misma edad que la hija de Ted, sería con frecuencia su compañera de juegos durante los años de crecimiento de Ruth.

Su despido por parte de la señora Vaughn sólo tendría unos resultados felices y prósperos para Eduardo. Pronto su principal fuente de ingresos procedería de Ted Cole, quien también aportaría el ingreso principal de Conchita. Como patrono, Ted se revelaría más agradable y digno de confianza que como hombre, aunque no hubiera sido así en el caso de Eddie O'Hare.

– Bueno, ¿cuándo puede empezar? -preguntó Ted a Eduardo aquella mañana sabatina de agosto de 1958.

– Cuando usted quiera -respondió el jardinero.

– Bien, Eduardo, puede empezar hoy mismo -dijo Ted y, sin mirar a Eddie, que estaba de pie junto a ellos en el jardín, añadió-: Puede empezar llevando a este chico a Orient Point para que tome el transbordador.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Una mujer difícil»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Una mujer difícil» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Una mujer difícil»

Обсуждение, отзывы о книге «Una mujer difícil» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x