Se precipitó hacia mí y me abrazó con todas sus fuerzas.
– ¿Cómo está mi niña? -musitó-. ¿Está bien mi niña bonita?
– Estupendamente -contesté-. Se muere de ganas de verte, pero está muy bien.
Minor ya se había acercado a nosotros, y no parecía muy contento de aquella muestra de afecto familiar.
– Cariño -dijo-. Deberías volver arriba y acostarte, de verdad. Sólo hace media hora tenías treinta y ocho y medio, y no es bueno que andes levantada con esa fiebre.
– Éste es mi tío Nat -proclamó Rory, que no aflojaba el abrazo por nada del mundo-. El único hermano que tuvo mi madre. No lo he visto desde hace mucho, mucho tiempo.
– Lo sé -dijo Minor-. Pero volverá dentro de un par de días, en cuanto te repongas un poco.
– Tú sabes lo que me conviene, ¿verdad, David? Siempre sabes lo que es mejor para mí. Qué tonta soy de haber bajado sin tu consentimiento.
– No subas si no quieres -le dije-. No te vas a morir si te quedas aquí unos minutos.
– Ah, sí, me moriré -replicó ella, sin hacer esfuerzos por ocultar su sarcasmo-. David está convencido de que me voy a morir si no hago todo lo que él me diga. ¿No es así, David?
– Tranquilízate, Aurora -le recomendó su marido-. Delante de tu tío, no.
– ¿Por qué no? -exclamó ella-. ¡Y por qué cojones no!
– No hables mal -la regañó Minor-. Así no se habla en esta casa.
– Ah, aquí no se habla así, ¿verdad? Entonces quizá sea hora de que me vaya de esta puta casa. Tal vez sea el momento de que este bicho malo se largue de aquí y te quedes solo con tus pensamientos puros y tu lengua inmaculada y ese puñetero Dios tuyo, tan silencioso. Hasta aquí hemos llegado, don Virtudes. Éste es el jodido momento de la verdad. Por fin ha llegado mi día de suerte, y el tío Nat me va a sacar ahora mismo de aquí. ¿Verdad que sí, tío Nat? Nos iremos en tu coche, y mañana por la mañana, antes de que salga el sol, volveré a estar con mi Lucy.
– No tienes más que decirlo -repuse-, y te llevaré a donde quieras.
– Lo he dicho, tío Nat. Lo acabo de decir.
Minor estaba tan estupefacto que no sabía lo que hacer. Yo esperaba que arremetiera contra ella, que hiciera todo lo posible por impedir que saliéramos de la casa, pero la confrontación había surgido tan de improviso, tan bruscamente, que ni siquiera abrió la boca. Rodeé a Aurora con el brazo, y antes de que su marido pudiera reaccionar, ya estábamos en el coche, saliendo en marcha atrás por el camino de entrada y dando la espalda para siempre a la calle Hawthorne.
Aurora no se encontraba en condiciones de viajar, pero cuando le sugerí que podíamos alojarnos en algún hotel y esperar a que le bajara la fiebre, sacudió la cabeza e insistió en que tomáramos el primer avión para Nueva York.
– David no es tonto -advirtió-. Si nos quedamos por aquí unas horas más, terminará por encontramos. Si me inflo de Advil o algo parecido, aguantaré.
De modo que le compré Advil, la envolví en mi abrigo, puse al máximo la calefacción del coche, y nos pusimos en marcha hacia el aeropuerto. Aquella mañana había aterrizado en Greensboro, pero como Minor seguramente nos andaría buscando por allí, Rory pensó que lo mejor era coger el avión en Raleigh-Durham. Estábamos a unos ciento sesenta kilómetros, y Aurora se pasó durmiendo las dos horas que duró el viaje. Después de cuatro Advil y la larga siesta, tenía aspecto de encontrarse mejor. Todavía pálida, aún sin muchas fuerzas, pero al parecer con menos fiebre, al cabo de otra dosis de pastillas y dos vasos de zumo de naranja en el aeropuerto se sintió lo bastante fuerte para hablar; yeso fue lo que hicimos a lo largo de varias horas: desde el momento en que nos sentamos en la puerta de embarque hasta la noche, cuando nos bajamos de un taxi frente a mi casa de Brooklyn.
– Todo ha sido culpa mía -empezó-. Hace tiempo que lo veía venir, pero estaba demasiado débil para hacer frente a la situación, demasiado nerviosa para defenderme. Eso es lo que pasa cuando crees que el otro es mejor que tú. Dejas de pensar por ti misma, y cuando te quieres enterar ya no eres dueña e tu vida. Ni siquiera te das cuenta, tío Nat, pero entonces ya estás jodida. Verdaderamente jodida…
»El primer error fue volver la espalda a Tom. Cuando salí de rehabilitación, David y yo nos marchamos de California y fuimos al Este con Lucy. Vivimos con su madre en Filadelfia durante seis meses, y las cosas me iban bien, mejor de lo que habían ido nunca. Estaba locamente enamorada de él. Ningún hombre se había portado tan bien conmigo, y yo iba por ahí con la increíble sensación de estar protegida, de que aquel hombre inteligente y honrado me conocía de verdad. Éramos un par de supervivientes. Ambos habíamos pasado muchas calamidades, pero allí estábamos los dos después de tantos altibajos, juntos y rehabilitados, a punto de casarnos…
»Un día fui a Nueva York a ver a Tom, y tengo que admitir que fue un poco deprimente. Estaba gordo, había dejado los estudios y trabajaba de taxista; y al principio parecía enfadado conmigo. No es que se lo reprochara. Hacía tanto tiempo que no lo llamaba, que tenía derecho a estar resentido conmigo. No cabían excusas. Yo había estado dando tumbos por California, viniéndome abajo poco a poco, y sencillamente no tenía fuerzas para coger el teléfono y llamar. Intenté explicárselo, pero no sirvió de nada. A pesar de todo, Tom seguía siendo mi hermano mayor, y ahora que me iba a casar, quería que fuese mi padrino y me acompañase al altar, igual que hiciste tú con mamá cuando se casó. Me dijo que estaría encantado, y de pronto todo volvía a ser como en los buenos tiempos y empecé a sentirme feliz de verdad. Había recuperado a mi hermano. Me iba a casar con David, y Lucy, mi increíble Lucy, vivía otra vez con su madre, con su estúpida e infantil madre que finalmente estaba empezando a madurar. ¿Qué más se podía pedir? Tenía todo lo que podía desear, tío Nat. Todo…
»Luego cogí el autobús y volví a Filadelfia, y cuando dije a David que había que invitar a Tom a la boda, contestó que ni hablar, que era imposible. Después de estar pensándolo durante todo el tiempo que estuve en Nueva York, había llegado a la conclusión de que mi hermano ejercía mala influencia sobre mí. Si yo quería seguir adelante con la boda, tendría que romper los lazos con el pasado. No sólo con los amigos, sino también con todos los miembros de mi familia. Pero ¿qué estás diciendo?, protesté. Yo quiero a mi hermano. Es la mejor persona del mundo. Pero David se negaba a discutir el asunto. Empezábamos una nueva vida juntos, me dijo, y a menos que cortáramos con todo lo que me había corrompido en el pasado, terminaría cayendo otra vez en los malos hábitos de siempre. Tenía que elegir. Se trataba de todo o nada, me advirtió. Un acto de fe o un acto de rebelión. Una vida con Dios o una vida sin Dios. Boda o no boda. Marido o hermano. David o Tom. Un futuro lleno de esperanza o una lamentable vuelta al pasado…
»Debí haberme cerrado en banda. Debí decide que no me tragaba aquellas gilipolleces, y si creía que iba a casarse conmigo sin invitar a Tom a la boda, ya podía ir olvidándose. Y punto. Pero no lo hice. No me defendí, y en el momento en que le dejé salirse con la suya, fue el principio del fin. Nunca hay que dejarse dominar, ni siquiera cuando crees que el otro sabe lo que más te conviene. Eso es lo que acabó conmigo. No era sólo que me asustara perder a David. Lo que me daba verdadero miedo era pensar que probablemente tenía razón. Yo quería a Tom, pero ¿qué había hecho por él aparte de cread e un montón de problemas y dolores de cabeza? ¿No sería preferible que cortara del todo y lo dejara en paz? Tal vez fuera mejor para él que no volviera a vedo más…
Читать дальше