Nadine Gordimer - La Hija De Burger
Здесь есть возможность читать онлайн «Nadine Gordimer - La Hija De Burger» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La Hija De Burger
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La Hija De Burger: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Hija De Burger»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La Hija De Burger — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Hija De Burger», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Rodeé a las asistentes a la reunión de Flora y me senté en el fondo. La reunión acababa de empezar. Después del cuadrado de sol en el patio, oscuros soplos de aliento cubiertos de luz nublaron el inmenso salón. Todas -empecé a verlas correctamente- agrupadas en los asientos del medio y de atrás, las negras por la costumbre de que les asignaran una posición secundaria y las blancas en su ansiedad por no acaparar las primeras filas. Las alegres objeciones de Flora dieron lugar a un crujido de las sillas, un arrastrar de pies hacia adelante y las alocuciones; yo me encontraba muy bien donde estaba: su rápida atención me abarcó, como un pájaro alerta en las alturas de un poste telefónico. Después de los discursos de la abogada blanca y de una funcionaria negra de la asistencia social, una bonita india de ojos almendrados, con un suave rollo de carne a la vista en su seductora versión de la vestimenta correspondiente al sojuzgamiento oriental femenino, se refirió a la rebelión y a la hermandad de las mujeres. Flora seguía llamando a las mujeres -magistral en la pronunciación de los nombres africanos- para que tomaran la palabra. Algunas eran liebres paralizadas bajo unos faros pero otras avanzaron sentándose en las sillas alquiladas de delante, esforzándose por llamar la atención. Una dama canosa, con la parca y majestuosa paciencia de una anciana presidenta de sociedad benéfica, sostenía en alto un bolígrafo dorado. En la hilera semivacía donde estaba yo, una negra apremiada por los susurros de dos amigas no se decidió a hablar.
En respetuoso silencio por la debilidad de nuestro sexo, la carne que como mujeres podría tocarnos a cualquiera de nosotros, las matronas negras pasaban lentamente, trasero y barriga, entre rodillas, hasta la mesa donde Flora había instalado un micrófono. Otras charlaban desde donde estaban, sentadas o de pie, repentinamente separadas por el don de las lenguas, mientras todos los rostros giraban para verlas. La cruzada de la anciana blanca resultó ser la seguridad en carretera, campaña en la que «nuestras mujeres bantúes deben aunar sus esfuerzos con los nuestros»; tembló con la voz dulce y cloqueante de una inglesa sorda de las clases altas mientras Flora intentaba poner fin al discurso con floridos movimientos de cabeza. Una pelirroja cuya expresión se perdía entre pecas tan encarnadas como su vestido, solicitó apasionadamente que la reunión lanzara el proyecto «Año de la cortesía» para fomentar la comprensión multirracial. Hasta había preparado la consigna: SONRÍE Y AGRADECE. Hubo un farfullar de risillas entre dientes atravesado por un gruñido de aprobación semejante a las respuestas poco entusiastas que se dan en la iglesia, pero una joven blanca se levantó de un salto con los puños en las caderas:
– ¿Agradecer qué? Quizás esa señora tiene mucho que agradecer. Pero, ¿es un objetivo de la acción femenina hacer que las negras se muestren «agradecidas» por las chabolas donde viven, los trabajos inferiores que se ven obligados a realizar sus hombres, la pésima educación que reciben sus hijos? ¿Deberían dar las gracias por la humillación que les brindaban las blancas que vivían protegidas y en situación de privilegio, que votaban y hacían las leyes? -y así sucesivamente.
La vi vacilar, perder la concentración cuando tres chicas negras en tejanos, que acababan de aparecer, se levantaron y salieron como si se hubieran equivocado de lugar. Una blanca levantó el brazo pidiendo permiso para hablar.
– No tenemos por qué trasladar la política a la fraternidad de mujeres -aplausos del grupo que la rodeaba.
Las matronas negras hicieron caso omiso de la chica blanca y de las chicas negras, informándose entre ellas, afanosamente, con sus susurros y sonidos guturales, los chasquidos y las sordas exclamaciones de sus lenguas nativas. Ellas sólo se adherían al tipo de liga de amas de casa blancas que se ceñían a los servicios de sanidad y «el aumento de precios en el presupuesto familiar» como problemas prácticos que eran el destino de la mujer -al igual que la menstruación- y no los relacionaban con ninguna otra circunstancia. El temor de las negras a llamar la atención como «agitadoras» y la determinación de las blancas a «no tener nada que ver» con la política que planteaban los problemas a los que se referían, produjeron un ardor que duraría hasta que se enfriaron las tazas de té. Vestidas con sus mejores galas, una tras otra, las negras con peluca y trajes de dos piezas, se quejaron, abogaron por una oportunidad para las guarderías, los huérfanos, los ciegos, los tullidos o los ancianos de su «lugar». Pedían cunas «viejas», cartillas escolares «viejas», juguetes y muebles «viejos», máquinas de escribir «viejas» con sistema Braille, materiales de construcción «viejos». Habían entrado por la puerta principal pero seguían aplicando la lógica correspondiente a la puerta de servicio. Estaban convencidas de que lo único que podían conseguir eran desechos; ninguna de ellas creía en la posibilidad de obtener otra cosa de las blancas, pues sólo servían para eso.
Y en ningún momento las negras como la anciana que estaba cerca de mí -con su doek en el que llevaba prendidos con alfileres distintivos de la Iglesia de los Jueves, un recorte en el zapato izquierdo para aliviar las molestias de un juanete, una rebeca que olía a humo de carbón y una bolsa de la compra llena de paquetes de periódicos- escucharon a nadie; estaban allí y sólo ofrecían su presencia como reconocimiento a las oradoras, a las oyentes y al significado de la reunión. Era suficiente. Ignoraban por qué estaban allí, pero a medida que los fines opuestos y las inimaginables disgresiones aumentaban de tono con cada discurso a medias audible, incoherente o digno o incoscientemente divertido, quedó más clara cada locuaz divagación, cada torpe, patética o pomposa formulación de necesidades en una vida que ninguna de las blancas (cuidándose de no sonreír ante el inglés chapurreado) vivíamos o sabíamos cómo vivir, por mucho que Flora insista en la común posesión de vaginas, úteros y pechos, el alumbramiento de los hijos y un amor enormemente compulsivo por ellos… las calladas negras viejas vestidas como respetables sirvientas en su día de salida supieron, aunque estaban sentadas en el salón de Flora, que de ellas no se trataba la reunión. El aroma a cosméticos de la clase media blanca y de las señoras negras y los olores a humo de carbón y vaginales de las pobres negras viejas. Me moví en la silla dura y respiré hondo: al aspirar en el salón de Flora inhalé todas estas esencias.
Flora me tocó la mano al pasar mientras nos conducía a la sala donde estaba servido el té, pero no cayó en la tentación de presentarme a nadie y ni siquiera se dirigió a mí por mi nombre. Entre las negras había algunas que me conocían o a las que yo conocía por haber trabajado con mi madre en la época de la cooperativa. No me reconocieron, no reconocieron a la pequeña de Cathy Burger, ahora una mujer blanca. Entre las blancas sólo percibí reconocimiento en la mirada de la chica que había saltado para atacar a las componentes blancas de la reunión: una periodista free lance, mencionó Flora. Había hecho un montón de garabatos en una libreta. Tal vez fuese ella quien podía poner en evidencia mi presencia ante el BOSS; una joven atractiva con expresión irreverente, chaqueta de cuero negro, pulseras de marfil y pelo de elefante; si su discurso «provocativo» tenía la intención de estimular a otras a poner de relieve tendencias subversivas, no lo había logrado. Estaba comiendo bollos y bebiendo té como las demás, de la misma manera que otra gente contratada había disfrutado de sus boerewors entre los compañeros y amigos de mi padre junto a la piscina. Cuando las asistentes empezaron a marcharse se planteó el habitual problema de quién, entre las pocas negras que tenían coche, podía llevar a alguien. Hubo confusiones; algunas se habían ido sin el complemento de las pasajeras que habían traído. William tuvo que bajar y salir con el coche cargado en dirección a Soweto. Le pregunté a Flora si podía acercar a alguna. Paseó la mirada a su alrededor.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La Hija De Burger»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Hija De Burger» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La Hija De Burger» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.