Nadine Gordimer - Un Arma En Casa
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De manera que Motsamai, haciendo el papel de padre cuando el padre no puede hacerlo, lo ha salvado a costa de ella. Natalie/Nastasia. La ha abierto y ha expuesto su interior, ha diseccionado su útero con una criatura dentro, ha mostrado, para que todos los vieran, su mente, sus motivos y su cuerpo, cuya fuerza y contradicciones su amante conocía tan bien. Quién recompondrá a Natalie: nadie. Motsamai tiene plena confianza: en esta ocasión, ella lo ha salvado a él.
Durante la noche, no soñó en su celda, sino que vivió una fantasía despierto. Diez años, con remisión de pena, no importa cuánto tiempo ha pasado, sale parpadeando al sol, a la ciudad. Alguien señala hacia un niño. Es una niña, se parece a Natalie/Nastasia. No, es un niño, se parece a nosotros, Cari y Duncan.
Motsamai lleva un traje especialmente bien cortado y ha dado forma a la estera de su cabello; la corta perilla de jefe africano del siglo pasado está peinada para reafirmar su énfasis móvil cuando habla; es el mismo esmero con que los colegas de Harald cuidarían su aspecto en el día en que se ha fijado una importante reunión.
Motsamai los estaba esperando en los pasillos donde seguían atrapados los ecos de todo lo que habían oído en la sala los días pasados. Caminó con ellos con paso tranquilo entre funcionarios, mensajeros apresurados y personas que daban vueltas en busca de una sala u otra. Cuando encontró un pequeño espacio para ellos, se detuvo.
– ¿Estás bien, Claudia? Espero que hayas descansado toda la noche, Harald. ¿Yo? Oh, siempre duermo, cuando por fin me voy a la cama, si estoy preparándome… Ejeee… Hoy. Bueno, mirad, he conseguido que el fiscal acepte que podáis ver a Duncan durante la pausa de mediodía. Será después de que todo haya terminado esta mañana, no espero el veredicto y demás hasta la tarde. De manera que lo veréis. Antes de que se dicte sentencia.
Cuando uno se encuentra frente a frente ante la justicia -y no puede apartar la vista, no es posible evadirse mediante el privilegio, la clase o la fortuna-, uno lo entiende: los defensores y los acusadores llegan a acuerdos razonables sobre el precio de un asesinato. Para Harald, en eso consiste el acuerdo. El distinguido colega de Motsamai, en representación del Estado, está satisfecho porque ha conseguido todo lo que ha podido. Motsamai mismo hace ahora un gesto de equilibrio en el que ambas manos son las pesas: mejor no meterse.
– Los jueces son personas susceptibles. Ejeee… ¿sabéis? Se cansan, como nosotros, cuando insistes y ellos ya han tomado la decisión. Hay un momento en que… ¿Me seguís? El juez está sentado con sus asesores y el veredicto ya está allí. No le afectarán más testigos. Hemos causado ya una impresión concreta con nuestros testigos, con el interrogatorio a los testigos de la acusación. No quiero alterarla forzando la nota. En relación con la sentencia… eso ya es otra cosa. -Utiliza la frase como una de las expresiones con doble sentido propias de su sofistificación a la moda, implicando que no sólo es otro asunto, sino también algo excepcional-. La solicitaré esta tarde.
Durante las recapitulaciones, están sentados con Khulu. El fiscal y el abogado defensor revisan con convicción y fuerza sucintas lo que ya han presentado en sus pruebas, lo que han obtenido, cada uno de ellos según sus fines y habilidades, del acusado y los testigos durante ese proceso y los interrogatorios.
Duncan es un hombre fanáticamente posesivo que, movido por los celos, premeditó vengarse, atacar a Cari Jespersen, que había tenido relaciones sexuales con su amante, Natalie James, y, plenamente consciente de la situación, de manera deliberada, en plena posesión de sus facultades mentales, con capacidad criminal, aprovechó la disponibilidad de un arma y disparó deliberadamente al hombre en el lugar que sabía que sería mortal, en la cabeza.
Harald, Claudia y Khulu siguen y comprenden conjuntamente sólo los términos clave de lo que surge del rostro de samurai que lleva el fiscal: capacidad criminal, conducta deliberada, plena conciencia. Las combinaciones de frases se inflaman como arden las palabras de una columna de periódico encendido. Prestan atención como una sola persona, apenas oyen la secuencia que une las frases, el sentido del largo discurso del fiscal. Esos términos legales, fijados por los libros de referencia que tanto el defensor como el fiscal tienen sobre la mesa, son lo que pronunciará el veredicto sobre Duncan. Cuando le toca el turno a Hamilton Motsamai, la atención que prestan los tres vuelve a ser individual, y cada uno escucha -con un acompañamiento silencioso diferente, producto de las distintas ideas que tienen sobre Duncan- cada palabra, detalle, matiz de lo que dice Motsamai.
Duncan es un hombre que carece por completo de instintos violentos, tal como muestra su conducta y el cuidado que ha prestado a su pareja, de carácter agresivo. Como él bien sabía, no era posible que se diera una relación amorosa entre su anterior amante homosexual y la mujer a la que cuidaba con tanto cariño. Por lo tanto, no hubo premeditación violenta movida por los celos ni ningún otro tipo de acción contra aquel hombre. Duncan se enfrentó repentinamente, la noche del 18 de enero, con el desvergonzado espectáculo de un crudo exhibicionismo sexual realizado por esas dos personas. ¿Acaso un hombre violento no habría atacado a Jespersen allí mismo? Claro que sí. Duncan Lindgard no atacó a Jespersen en aquel momento y en aquel lugar, como cualquier instinto violento sin duda le habría llevado a hacer. Durante el día siguiente, el shock y el dolor lo dejaron incapacitado, no pudo ir a trabajar. Como le costaba creer lo que había visto, regresó a la casa sólo para mirar el lugar en donde todo había sucedido. La inesperada presencia de Jespersen en el mismo sofá donde había tenido lugar el degradante espectáculo, la increíble falta de vergüenza de Jespersen, el que diera por hecho que podían tomar una copa y olvidar algo que no tenía la menor importancia entre hombres que eran hermanos, que incluso habían sido amantes en otro tiempo, todo ello supuso un terrible shock que se sumó al primero. Con un efecto equiparable al de un golpe en la cabeza, el informe psiquiátrico lo confirma, ese shock tuvo como efecto que se quedara en blanco.
Se produce una interrupción procedente de una de las dos presencias, el coro griego de los olvidados asesores que rodean a la deidad del juez; el blanco pregunta: ¿Qué es eso? Ha utilizado usted esa expresión con anterioridad. ¿Quiere decir un estado de ofuscación?
– ¿Qué sucede cuando un individuo se queda en blanco? No es lo mismo que un estado de ofuscación. Cuando un individuo se queda en blanco, sufre una pérdida de la capacidad de autocontrol y durante ese rato es incapaz de actuar de acuerdo con la apreciación de lo erróneo, es un estado de inimputabilidad criminal. Fue en ese estado cuando, como resultado de la provocación y del severo estrés emocional, Duncan Lindgard cogió el arma que estaba allí e hizo callar a su torturador de un disparo.
Nadie: Harald, Claudia, Khulu -¿Duncan?, ¿qué estaría buscando Duncan en sí mismo?-; nadie podía tener la menor idea de las reacciones del juez a partir de su rostro inclinado ligeramente sobre los papeles que, aparentemente, ordenaban sus manos precisas. Tal vez (eso es lo que Harald cree), como Motsamai sugiere, ha decidido el veredicto hace mucho; o quizá se va con sus dos asesores, que corretean tras él para la pausa de la comida como perros amistosos, a fin de decidir con ellos qué fue lo que hizo realmente Duncan cuando disparó a un hombre en la cabeza. Porque, para los que presencian un juicio, está claro que no existe un acto como el sencillo acto de asesinar. Matar es sólo el acto definitivo que surge de muchos otros que lo rodean, actos de palabras desbordadas, suposiciones, unión sexual y, alrededor de todas estas cosas, asaltos en las calles.
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