Nadine Gordimer - Un Arma En Casa

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La vida de los Lingord, un matrimonio liberal de Suráfrica, sufre un vuelco cuando su hijo Duncan mata a uno de sus compañeros de piso. El joven ha confesado su autoría, pero no el motivo del crimen. Para afrontar el proceso, los Lingord recurren a un abogado negro recién regresado del exilio, una elección arriesgada en un país donde sólo formalmente se ha puesto fin a la discriminación racial.

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Sintió animadversión hacia el fiscal en el mismo momento en que el hombre se puso en pie. Fue una sensación física que le recorrió la piel. El fiscal tenía las lúgubres cejas arqueadas y la boca amplia y elíptica de un cómico cuya cara también pudiera convertirse en el deslumbrante rostro de un samurai. Adoptando la versión atractiva de sus rasgos, dirigió el testimonio a su voluntad.

– ¿Vivía usted en pareja con Duncan Lindgard?

– Sí.

– ¿Cuánto tiempo hacía que duraba esa relación?

– Alrededor de un año y medio.

– ¿Eran felices?

Ella sonrió, frunció los labios e hizo un gesto extraño, única muestra de nerviosismo en ella: deslizó los dedos arqueados sobre su garganta, como si quisiera clavarse una garra.

– No mucho. Bueno, a veces. Unas veces sí y muchas otras no.

– ¿Por qué la relación que ambos habían escogido no era feliz?

– Escoger… Yo no la escogí.

– ¿Cómo es eso?

– Él era dueño de mi vida porque me llevó a un hospital.

– ¿Podría usted explicar al tribunal lo que quiere decir con eso?

– Me habría ahogado y me habría muerto si no llega a ser por él.

– ¿Fue a nadar y tuvo algún problema?

– Me metí en el mar.

– Con intención de ahogarse.

– Exactamente.

El público está electrizado ante esta lacónica y magnífica indiferencia hacia la preciosa posesión de la vida. Harald y Claudia advierten que la gente que los rodea se ha enamorado de esa chica, sus rostros, vueltos hacia ella, están capitulando: Aquí estoy.

– ¿No se alegró de estar viva, después de todo?

– El quiso que yo lo estuviera. Eso era agradable.

– Entonces, ¿por qué usted no era feliz? ¿No estaba agradecida?

– Él quería que me alegrara a su manera, que olvidara el motivo por el que había tomado una decisión, todo aquello a lo que no había podido hacer frente, como si hubiera desaparecido. Como si hubiera salido de mis pulmones junto con el agua de mar, basta, una nueva Natalie. De acuerdo con un plan previsto. El es arquitecto, eso es lo único que sabe hacer: trazar planos, planear la vida de los demás de acuerdo con sus propias especificaciones. No las mías. Encontraba carreras profesionales para mí, incluso actitudes que debía tener. Nada era mío.

– ¿Cuál fue su reacción?

– Quería distanciarme de él y volver a ser yo misma.

– Él la salvó y, a continuación, minó su personalidad, ¿no es así? ¿Minó su capacidad para volver a tener confianza en sí misma? ¿Por qué siguió conviviendo con él en la casita?

Cómo puede ser una mujer vulnerable, criatura de carne suave con esos ojos cuya forma no ha cambiado con el resto y han mantenido la inocencia de la infancia, y, al mismo tiempo, decir las cosas que dice.

– Yo pensaba… estaba fascinada… que si pudiera seguir viviendo así con él, eso sería lo peor que podría nunca sucederme. Lo probaría y, si podía sobrevivir… bueno, era como una especie de apuesta. He tenido tantos fracasos…

– De modo que estaba desesperada. Había intentado ya suicidarse y, una vez más, estaba desesperada.

– Supongo que podría decirse así.

– ¿Él entendía su desesperación?

– Sí, claro. Por eso siempre estaba tratando de encontrar su solución para mí. Lo que nunca entendió, lo que no quiere entender es que yo no puedo utilizar las soluciones de otro, que me atan por el cuello como si fuera una cadena. Él sólo podía estrangularme.

– En este aspecto, que algunos podrían interpretar como bien intencionado, ¿diría usted que era posesivo? ¿Celoso?

– Posesivo… cada pensamiento mío, cada acto, por pequeño que fuera, lo analizaba minuciosamente, lo desmenuzaba.

– ¿Estaba celoso de otros hombres? ¿Del interés que sentían por usted?

– Estaba celoso del aire que respiraba.

– ¿Cómo eran sus relaciones con los hombres de la casa?

– Eran amigos de él y acabaron siéndolo también míos. Gracias a Dios que estaban ellos, porque no se tomaban la vida muy en serio, no eran como él y como yo, podíamos soltarnos el pelo y divertirnos juntos. Él me mantenía alejada de los amigos que pudiera tener yo por mi cuenta. Siempre eran personas poco adecuadas para mí, decía él. No valía la pena pelearse por eso, al final.

– ¿Sabía usted que había tenido una relación homosexual con uno de los hombres de la casa?

– ¡Oh, sí!, me lo había contado todo sobre sí mismo. Pero todo el mundo lo había olvidado.

– La noche del 18 de enero, ¿tuvo usted relaciones sexuales con uno de los hombres? ¿Con Cari Jespersen?

– Sí. Así fue.

– ¿Cómo sucedió?

– Cari era una de esas personas con las que se puede hablar de todo. Y él sabía cómo era Duncan. Yo acostumbraba a acudir a él cuando Duncan y yo nos habíamos peleado, y él tenía capacidad para… bueno, ver las cosas con cierta perspectiva, explicar que aquello no era el fin del mundo.

– ¿Había tenido usted alguna relación íntima con Cari Jespersen antes de esa noche?

– Dios mío, no. Él era homosexual; él y David estaban juntos. Me encontró un empleo donde él trabajaba y a Duncan sí le pareció bien para mí esa solución. Duncan se tranquilizó al pensar que Cari me vigilaría para que no tuviera relaciones con otros hombres del trabajo. Duncan siempre tenía miedo de que me fuera. Le había sucedido antes; cierra la mano con tanta fuerza sobre lo que quiere que lo mata.

El fiscal hizo una pausa para dejar que lo que era una mera figura retórica despertara resonancias en la acusación: asesinato.

– ¿De manera que el acusado no tenía motivos para estar celoso de Cari Jespersen?

– No, no tenía motivos. Pero, es decir… él tiene celos de todo, da vueltas y vueltas a todo lo que está relacionado conmigo, incluso cuando él mismo ha escogido la solución. Cari y yo nos llevábamos bien, trabajábamos juntos todos los días, a lo mejor se le metió alguna idea en la cabeza a pesar de que era Cari quien suavizaba las cosas entre él, Duncan y yo. Era él quien nos reconciliaba. Me refiero a que nos reconciliaba con lo que es Duncan, con lo que Duncan estaba haciéndome.

– ¿Por qué su relación de amistad con Cari Jespersen cambió esa noche?

– Hubo una fiesta en la casa y me divertía. Pero Duncan, una vez más, no quería tolerarlo, estaba seguro de que no me levantaría a tiempo para ir a trabajar a la mañana siguiente. En realidad, yo tampoco sabía si lo mío era trabajar en una agencia de publicidad, pero a Duncan siempre le preocupaba que no me lo tomara en serio. Quería que volviera a la casita con él. Discutió y me suplicó delante de los demás, humillándome. Ese día yo ya estaba harta.

– ¿Qué había ocurrido para que usted estuviera dolida?

– Habíamos pasado la mitad de la noche anterior hablando; cuando nos levantamos por la mañana, volvimos a empezar, terminó como de costumbre, nos peleamos. Estaba harta.

– ¿Por ese motivo usted no volvió a la casita con el acusado cuando terminó la fiesta?

Sí.

– ¿Temía usted que la hostilidad del acusado tuviera como resultado otra noche de insultos?

– Me quedé para ayudar a Cari a recoger y desahogarme un poco hablando con él. No podía soportar volver a la casita para que volviera a llenarme de reproches por mi bien. Habría debido coger el coche y marcharme, en ese mismo momento, a cualquier sitio, como había hecho muchas otras veces.

– ¿Intervenía la violencia en los reproches que le hacía el acusado? ¿Le pegaba?

– No, eso no.

– ¿Pero la amenazaba?

– Lo noté con frecuencia. No en lo que decía. Sino en el modo en que estaba; el modo en que miraba. Quería matarme. Algunas veces, salía de él como una luz.

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