Christine Feehan - La Guarida Del León

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La aristócrata empobrecida Isabella Vernaducci provocaría a la mismísima muerte para rescatar a su hermano encarcelado. Aunque el miedo oprimiera su corazón, desafiaría la embrujada y maldita guarida del león: el amenazante palazzo del legendario y letal Nicolai DeMarco.
LA BESTIA
Los rumores decían que el poderoso Nicolai podía dominar los cielos, que la bestia de abajo cumplía su orden… y que fue condenado a destruir a la mujer que tomó como esposa. Se murmuraba que no era totalmente humano… tan indomable como su melena morena y sus afilados ojos ambarinos.
EL TRATO
Pero Isabella encontró a un hombre cuyo gruñido era aterciopelado, que ronroneaba cálidamente y cuyos ojos guardaban un oscuro y arrollador deseo. Y cuando Nicolai le ordenó que a cambio de su ayuda fuera su novia, ella entró de buena gana en sus musculosos brazos, rezando para que pudiera salvar el alma torturada de él… sin sacrificar su propia vida…

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Isabella despertó con suaves susurros. Una gentil voz femenina la llamaba. La habitación estaba oscura, las velas oscilanes estaban casi completamente consumidas, la cera se acumulaba en charcos aceitosos y las llamas humeaban.

Giró la cabeza y vio a Francesca sentada en su cama, retorciendo ansiosamente las manos y escudriñándola. Isabella sonrió adormiladamente.

– ¿Qué pasa, Francesca? -preguntó, su voz tan tranquiliadora como podía en las presentes circunstancias.

– Él te hizo daño. Nunca pensé que fuera a hacerte daño. Te habría dicho que huyeras, Isabella, de veras. Tú me gustas. Te habría advertido que te fueras si hubiera pensado por un momento que… -Había un cualidad infantil en la voz de Francesca, como si dijera la simple y cándida verdad.

La medicina del té estaba todavía en el cuerpo de Isabella, haciéndola sentir adormilada e ingrávida.

– ¿Quién crees que me hizo daño, Francesca? Nadie me ha hecho daño. Fue un accidente. Sin la menor importancia.

Se hizo un pequeño silencio.

– Pero todo el mundo está diciendo que él te golpeó, cortando terribles cuchilladas en tu cuerpo, y que te habría devorado si Sarina no le hubiera detenido entrando en la habitación. -Brotaban lágrimas de los ojos de Francesca, cruzó los brazos sobre su pecho y se meció atrás y adelante como para consolarse a sí misma.

– Seguramente no quieres decir Don DeMarco -dijo Isabella adormilada.

Francesca asintió.

– He oído muchas historias semejantes sobre su crueldad.

– ¿Quién diría cosas tan terribles? Puedo asegurarte, Francesca, que Don DeMarco fue un perfecto caballero, y me salvó la vida. Y la vida de Sarina también. Seguramente su gente no le odia lo suficiente como para contar tales historias. Eso es una crueldad en sí misma. Deberían vivir bajo el mando de un hombre como Don Rivellio si desean ver la diferencia. -Isabella trató de reconfortar a la joven, pero la conversación la perturbó. Había oído todas las advertencias susurradas; incluso los propios sirvientes del don habían intentado bendecirla cuando pidió una audiencia con él. Quizás había cosas que ella no sabía-. ¿Alguna vez le has encontrado injusto o cruel? ¿Un hombre que apuñalaría a una mujer y la devoraría?

– ¡Oh, no! -Francesca sacudió la cabeza precipitadamente-. ¡Nunca! Pero bajé la colcha mientras estabas durmiendo, y vi tu espalda. Seguramente eso dejará cicatriz. ¿Cómo puede haber ocurrido?

– El halcón se asustó e intentó atacar a Sarina. Yo estaba en medio. Parece mucho peor de lo que realmente es. -Isabella estaba empezando a despertar apesar de la medicina. Se sentía tiesa e incómoda y necesitaba visitar el baño. Fue toda una lucha sentarse. Francesca, observándola con gran interés, se echó a un lado para darle más espacio para maniobrar.

Isabella arqueó una ceja hacia ella y bajó la mirada hasta la colcha enredada alrededor de su piel desnuda. Francesca sonrió traviesamente ante la muestra de modestia y levantó la mirada hacia el techo ornamentado. Así de rápidamente cambió su humor, y estaba sonriendo.

Isabella se movió lentamente, recogiendo la bata que Sarina había dejado consideradamente para ella. Como las otras prendas de vestir que se le había proporcionado, esta estaba confeccionada con una tela suave que se aferraba a sus curvas. Gracias a Dios, su espalda todavía estaba lo bastante entumecida como para no agravar sus heridas.

Fue consciente del mismo gemido y maullido que había oído la noche anterior, llegando de los salones del castello . También oyó ese extraño gruñido.

– ¿Qué clase de animal emite ese sonido? -preguntó Francesca, ya casi segura de la respuesta.

Francesca brincó poniéndose en pie inquietamente y se encogió de hombros.

– Un león, por supuesto. Están por todas partes en el valle, en el palazzo . Son los guardianes de nuestra famiglia . Nuestros guardianes y nuestros carceleros. -Suspiró, obviamente aburrida del tema-. Háblame de la vida fuera de este valle. Bajo las grandes montañas. ¿Cómo es? Nunca he estado en otro sitio aparte de este lugar.

Isabella empezaba a creer que Francesca era más joven de lo que aparentaba. ¿Quién más una una niña no revelaría del todo su identidad? Rememorando su propia infancia caprichosa, Isabella decidió no presionar en ese punto y espantar a su nueva amiga.

– Yo nunca he estado en montañas como estas -le dijo Isabella. -Los palazzi de otros lugares donde he estado se parecen mucho a este pero no tan ornamentados.

– ¿Alguna vez has estado en un baile? -preguntó Francesca tristemente.

Isabella volvió del baño para permanecer junto a la silla delante del hogar. El fuego se había apagado, dejando ascuas ardientes. La débil luz lanzaba un extraño brillo sobre la pared tras ella. Giró la cabeza para mirar su propia sombra, su gruesa trenza que pasaba la curva de su trasero en su túnica flotante. Hizo una lenta pirueta, observando su sombra en la pared, haciendo una mueca cuando su espalda protestó.

– Si, en más de uno. Me encanta bailar.

Francesca intentó un giro, manteniendo los brazos extendidos como si estuviera bailando con un compañero. Isabella rio, volviéndose para mirar la sombra de Francesca, pero las brillantes ascuas no eran lo bastante fuertes como para trazar la silueta de la joven sobre la pared junto a la de Isabella.

– Sería divertido tener uno aquí -dijo Frcesca-. Tú puedes enseñarme todos los pasos apropiados. He tenido que imaginármelo por mí misma.

– Tendrá que ser otra noche, cuando no me duela la espalda, pero me encantaría enseñarte a bailar. ¿ Don DeMarco baila, Francesca?

Francesca se balanceó aquí y allá, girando a un lado y otro mientras bailaba por la habitación.

– No ha habido música en el palazzo desde hace mucho tiempo. Me encanta la música y jugar y bailar y todos los jóvenes engalanados. Nunca he visto tales cosas, claro, pero he oido historias. No tenemos entretenimientos por aquí.

– ¿Por qué? -preguntó Isabella, intentando no sonreir ante la exuberancia de Francesca.

– Por los leones, por supuesto. No tolerarían semejantes actividades. Ellos mandan aquí, y nosotros obedecemos. No aceptarían a tantos visitantes, aunque están tranquilos esta noche. Deben aceptarte, o estarían rugiendo en protesta como hicieron anoche. Cuando metes la mano en la boca del león, él te juzga, amigo o enemigo. Los que buscan el favor de Nicolai deben meter primero los dedos en la boca del león. Si les muerde, Nicolai sabe que son enemigos, y no pueden entrar.

Isabella miró a las ascuas del fuego, frunciendo el ceño mientras lo hacía. Francesca debía estar equivocada. Era joven, alocada en sus pensamientos y acciones. Debía estar imaginando historias o repitiendo rumores como había hecho antes, cuando creía que el don había acuchillado a Iabella.

– ¿Gobernados por los leones? ¿Cómo pueden los humanos ser gobernados por un león? Las bestias son salvajes y peligrosas, y las utilizaban los bárbaros para matar a la gente de fé. Pero, los que ostentan el poder controlaban a los leones, no al contrario. -Se estremeció cuando Francesca no replicó-. ¿Cuántos leones hay en el valle? -preguntó.

No hubo respuesta. Isabella giró la cabeza, y Francesca una vez más había desaparecido de su dormitorio. Isabella suspiró. Se aseguraría de preguntar a la chica la próxima vez que la viera donde estaba el pasadizo secreto. Muy probablemente sería una información útil de la que disponer.

CAPITULO 4

– Isabella -Sarina le sacudió el hombro gentil pero insistentemente-. Vamos, bambina , debes despertar ahora. Aprisa, Isabella, despierta ya.

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