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Diane Liang: El Ojo De Jade

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Diane Liang El Ojo De Jade

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La moderna y emprendedora Mei acaba de abrir una agencia privada de detectives en pleno corazón de Pekín. Esta mujer joven es un símbolo evidente del gran cambio cultural y ecónomico que está viviendo China. Al volante de su Mitsubishi rojo, y con un hombre como secretario, Mei está preparada para su nuevo trabajo. Cuando un cliente le pide que encuentre un valioso jade de la dinastía Han sustraído de un museo en plena Revolución Cultural, Mei se verá obligada a profundizar en ese oscuro periodo de la historia de China. La investigación de Mei revela una trama que tiene mucha más relación con el pasado y la historia de su propia familia de lo que podría haber esperado. Esto la llevará a la trastienda de Pekín y a un secreto tan bien guardado que, desenterrarlo, amenazará con destruir lo que Mei consideraba sagrado…

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– Sí, lo es -los ojos de Mei se animaron.

– Le he dado cita. Vendrá por la mañana.

– Muy bien.

Se recostó en su silla y meditó un momento. Sonrió. Estaba encantada de saber del tío Chen, aunque al mismo tiempo se preguntaba por qué querría verla. Miró por la ventana. El cielo estaba oscuro. El viento azotaba las ramas desnudas de los árboles. Pensó en la última vez que había visto al tío Chen, hacía un año y medio, en un bonito día de otoño.

Se dice que las hijas al crecer cambian dieciocho veces, y cuanto más cambian más guapas se ponen. Eso era sin duda cierto en el caso de Lu. Por la época en que conoció a Lining, cuando tenía veinticinco años, se había convertido, según palabras de su futuro marido, posiblemente en la mujer más bella de Pekín. Y su belleza era sólo la mitad del cuento: además, era inteligente. Había estudiado psicología en la universidad y se la consideraba una de las mejores alumnas de su clase.

Tras licenciarse, le asignaron un empleo en el Hospital Psiquiátrico de Pekín. Ella odiaba ese trabajo. Después de un año dejó el hospital, primero para dar clases en la facultad donde acababa de licenciarse y luego para entrar en el Ministerio de Propaganda.

Sus rápidos saltos de un trabajo a otro eran poco menos que un milagro, dado que ese tipo de cambios tenían que ser aprobados por el gobierno central como casos especiales. Pero Lu era la clase de persona especial a quien parecía que la buena suerte siempre tenía que serle otorgada.

Su trabajo en el Ministerio de Propaganda la hizo aterrizar en los medios de comunicación. Pronto se convirtió en psicóloga invitada de Telepekín. Fue en uno de los estudios de Telepekín donde Lu conoció a Lining, un industrial que salía en el mismo programa que ella.

Tres semanas antes de su boda, Lu llevó a Mei y a su madre a comer tapas cantonesas al famoso Gran Restaurante de los Tres Principios.

Era un martes por la mañana. El restaurante estaba casi vacío. Aparte de la familia Wang, sólo había otros dos clientes: una pareja que hablaba en cantones y probablemente se alojaba en el cercano Hotel Shangri-La. Riadas de camareras (vestidas con los tradicionales y ceñidos vestidos bordados qipao, de altos cuellos mandarines y aberturas laterales en la falda) hacían la ronda con carritos de comida.

Ante unos cestillos en los que se habían cocido al vapor caracoles al curri, callos en salsa picante y empanadillas de gambas, las mujeres Wang discutieron cómo debían disponer los asientos de los invitados de honor de la boda de Lu.

– Quiero que la gente recuerde mi boda por muchos años-manifestó Lu-. Quiero que se hable de ella como de uno de los acontecimientos más distinguidos. No voy a copiar a la hija del teniente de alcalde. ¿Sabéis que su padre cortó el tráfico en todo el recorrido hasta su boda para que ella pudiera tener un cortejo de cien coches? Y además invitó a cinco mil personas al banquete.

»Mi boda será diferente. He restringido la lista a cuatrocientos invitados, así que va a ser la boda más exclusiva del año. Sólo los poderosos, los famosos y los ricos están invitados.

– Como debe ser -asintió Mamá.

Llegó otro carrito. Mamá cogió su pescado en salmuera preferido y sopa de arroz con cacahuetes. Mei eligió un cestillo de «bollitos Dragón».

– ¿Cómo va tu nuevo apartamento? -preguntó a su hermana.

Lining había comprado un ático cerca del barrio de las embajadas. Lo estaba reformando la mejor empresa de construcción de Pekín, según Lu.

– Estará listo para cuando volvamos de nuestro viaje de novios. ¿Te he dicho que nos lo están haciendo gratis?

«Me lo has dicho», pensó Mei.

– El presidente dijo que va a ser nuestro regalo de boda; qué encanto, ¿verdad? -Lu sonrió-. Lining tiene muchísimos amigos, y todos le adoran y quieren serle útiles.

»Cuando vayamos a Europa, me ha dicho Lining que tengo que ir a todas las tiendas. Sabe que me encantan las cosas bonitas. Pero pasarse la luna de miel de compras, qué horror. «No», le dije, «yo quiero hacer turismo e ir a los museos». Estoy impaciente por ver la torre Eiffel, el Big Ben y el Coliseo.

»Además, le he dicho a Lining que no puedo comprar nada ni aunque quisiera. Ya nos estamos quedando sin sitio al paso que vamos; tantos regalos de boda: antigüedades chinas, muebles modernos italianos, aparatos alemanes… ¿Dónde voy a poner las cosas nuevas? La triste realidad es que algunas de las cosas que nos han regalado no son de mi gusto. No me entendáis mal, son todas perfectamente divinas, absolutamente de primera. Pero en muchos casos yo habría preferido otro color u otro estilo.

Lu habló de su nueva vida, moviendo las manos con delicada agitación. Sus dedos (delgados, de perfecta manicura) parecían expresar su sensualidad y también algún recuerdo, como la sensación de un primer beso, o el aura de una niña al hacerse mujer.

Llevaba un largo vestido blanco. Justo debajo de la línea del pecho se juntaban tiras de gasa atadas con lazos de terciopelo. Cuando se movía, alguno de esos pliegues secretos se abría para revelar vagos contornos, una velada levedad que antes había estado escondida.

Una vez más, un carrito de comida se enfiló con su mesa. Lu, blancos los dientes y la complexión radiante, se inclinó sobre él para revisar el surtido.

– Patas de pollo -pidió.

La camarera quitó la tapa y colocó el cestillo en su mesa. Pintó un guión en la hoja de pedidos y se fue.

– Ay, Mamá, casi me olvido. Ayer, Lining me hizo otro regalo.

– ¿Qué era? -Mei vio cómo la cara de Mamá se encendía.

Lu inclinó la cabeza hacia un lado, mordiéndose los labios. Luego volvió a levantarla, los ojos brillándole como estrellas, y dijo:

– Un Mercedes Benz de importación.

– ¡Bravo! -Ling Bai palmeó al juntar las manos en gesto de oración. Su sonrisa era tan amplia como la de su hija preferida.

– ¿No es un hombre maravilloso, Mamá?

– Es evidente que está muy enamorado de ti -dijo Ling Bai, acariciándole la mano.

– Pero ¿qué pasa con tu Mitsubishi? -preguntó Mei, al tiempo que escupía un huesecillo de los dedos de pollo.

Lu tenía un cochecito rojo de dos puertas que le había regalado un novio anterior.

– No lo sé. No he pensado en eso -Lu paró de mover los palillos.

Ling Bai miró ceñudamente a su hija mayor, que estaba, como de costumbre, aguándoles la fiesta.

– ¿Tú lo quieres? Te lo regalo -dijo de pronto Lu alegremente.

Al oír sus propias palabras se sintió complacida, y rápidamente prosiguió con la idea:

– Sí, cógelo y haz algo con tu vida. Quizá podrías… -levantó la vista al techo para pensar-. Quizá podrías conducir por todo Pekín resolviendo crímenes.

Se rió.

Lu sólo estaba bromeando, pero sus palabras fueron más certeras de lo que ella imaginaba. En aquel momento, Mei llevaba ya algún tiempo considerando si montar su propia empresa: una agencia de detectives. La idea se le ocurrió cuando buscaba trabajo en la industria privada. Había visto la libertad y la prosperidad que puede traer el ser emprendedor.

El oficio de detective era una elección lógica para ella. Durante años había trabajado en el Ministerio de Seguridad Pública (el cuartel general de la policía), en el meollo de la investigación criminal. Y siempre le habían encantado los libros de Sherlock Holmes. De niña, incluso había fantaseado con ser detective igual que Holmes.

Tener su propia agencia de detectives le daría la independencia que siempre había deseado. También le daría la ocasión de demostrar a todos los que la habían ninguneado que ella podía tener éxito. Cuanto más lo pensaba, más convencida estaba de que podía ganar dinero con su agencia. La gente se estaba haciendo rica. Poseían inmuebles, dinero, empresas y coches. Con las nuevas libertades y oportunidades vendrían nuevos delitos. Habría muchas cosas que ella pudiera hacer.

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