Dios mío, si al menos la hubiera conocido, si hubiera sido más amable con ella aquel día.
La Tocata y fuga en re menor de Bach llenó la iglesia de música de órgano. Clio, que había estado cogiendo la mano a Fergus todo el rato, escuchando, observando y recordando como en un sueño, lo veía todo desde lejos, como si viera una película, una serie de imágenes raras y desconectadas. Los portadores levantaron el ataúd y se volvieron muy lentamente. Miró a Jocasta, que se secaba los ojos, y a Kate, que tenía la carita paralizada en una expresión de confusión, y pensó, por enésima vez, en lo mucho que se parecían.
Entonces el ataúd empezó a moverse despacio, muy despacio, pasillo abajo, las flores se desparramaron y la luz del sol entró con fuerza. Clio siempre recordaría a Martha a la luz del sol, no sólo allí, en la iglesia, sino en una playa blanca y soleada. Entonces miró a Ed, pálido, con los ojos rojos y llenos de lágrimas, caminando detrás del ataúd, y pensó que nunca había visto una cara joven tan afligida; era pronto, demasiado pronto, y después la madre de Martha, apoyada en el brazo de una mujer más joven, seguramente su hija, sollozando en escalofriante silencio.
Miró a Nick, el bueno y cariñoso Nick, que había intentado ahorrar a Martha tanto sufrimiento, y pensó que era muy especial, y luego miró a Josh, de pie junto a Jocasta, y lo raro que era que hubiera ido, que hubiera querido ir. A todos les había sorprendido, y parecía muy afectado, estaba pálido y tenía los ojos hinchados. ¿Por qué, si apenas conocía a Martha? Cómo se parecían, él y Jocasta, como gemelos, como había creído al verlos por primera vez, y entonces le tocó a ella caminar y empezó a andar lentamente por el pasillo, cogida de la mano de Fergus. Fuera había mucha confusión. El coche que llevaba a la familia ya había salido en dirección al cementerio, y otro coche iba detrás, con más parientes. Se encontró separada de los otros, mezclada con el grupo de políticos. Vio a Eliot Griers y a Chad Lawrence, totalmente hundidos, y a Jack Kirkland, sonándose la nariz sin parar, y a la odiosa Janet Frean. Qué cara tenía presentándose; Clio pensó que debía admirarla en cierto modo, porque habría sido más fácil fingirse enferma y, de hecho, lo parecía, parecía muy enferma, tenía los ojos hundidos en una cara grisácea y demacrada, la boca rígida. Se merecía estar enferma.
Tenía que volver con los demás, Jocasta podía necesitarla, Kate podía darle problemas. Los vio a los tres de pie, juntos: Kate entre ellos, y parecían una familia, por lo mucho que se parecían. Josh y Jocasta podrían haber sido los padres, unos padres muy jóvenes, y Kate la hija. Entonces todo comenzó a moverse a cámara lenta y los sonidos a su alrededor resonaron y la luz del sol la deslumbró y empezó a oír cosas, una y otra vez, resonando en su cabeza…: podrían ser gemelos… Kate se parece mucho a Jocasta… por qué habría venido Josh, qué raro… parecía muy afectado… Y Fergus dijo:
– Clio, ¿estás bien? Pareces mareada.
– Chsss -dijo Clio con cierta aspereza.
Las palabras y los pensamientos siguieron asaltándola, implacables, palabras y recuerdos. Martha diciéndole que no podía revelarle quién era el padre, estudiando las viejas fotografías de ellos de niños, tan asombrosamente parecidos, había pensado, y alguien en la fiesta diciendo cómo se parecían… Kate se parece mucho a Jocasta… Josh parecía muy afectado… No puedo decirte quién es el padre… Y entonces lo vio con claridad, había estado allí todo el tiempo, ante sus narices, y volvió a mirar a Jocasta y a Josh, de pie juntos, tan parecidos, tan fatal y extraordinariamente parecidos, y Kate tan parecida a los dos, a los dos, como una familia, igual que una familia. Clio supo en ese momento, con una sacudida de absoluta certeza, quién era el padre de Kate.
A Kate el hermano de Jocasta le pareció muy simpático. Simpático y divertido. Le cayó muy bien. Jocasta no tuvo tiempo de presentarlos hasta después de la ceremonia. Josh había llegado muy justo, con Nick, apenas cinco minutos antes del comienzo. Jocasta se había puesto furiosa y le había lanzado miradas furibundas mientras él se instalaba en un banco tres filas detrás de ellas.
A Kate no le parecía tan mal. Habían llegado, y eso era lo más importante, pero Jocasta no paraba de murmurarle cosas a Clio como «típico de él» o «Josh siempre hace lo mismo». Teniendo en cuenta que había sido culpa de Nick y no de él, pues habían tenido un pinchazo, era más bien injusto, pero Kate ya había empezado a darse cuenta de que Jocasta no era tan perfecta como creía y tenía de hecho algunos defectos, uno de ellos sacar conclusiones precipitadas, a menudo equivocadas, y reaccionar de forma exagerada.
Al salir a la luz del sol (Kate se sentía a la vez rara, disgustada y un poco más serena), él le había tendido la mano y había dicho:
– Hola, soy Josh, el hermano de Jocasta. Tú debes de ser Kate.
No parecía tan mayor, estaba un poco más gordo que Jocasta y era un poco más alto, pero tenía los mismos cabellos rubios y los mismos ojos azules. Llevaba ropa de mayor, por supuesto, un traje y todo el rollo, pero era elegante, de color gris oscuro. La ropa de funeral era una especie de uniforme. Su madre no sabía muy bien qué tenía que ponerse Kate para la ocasión y la había mandado a Guildford, a casa de su abuela, que le había comprado un vestido negro de algodón, una chaqueta larga de Jigsaw y unos zapatos planos negros. Kate se sentía como una mujer mayor, pero en cuanto llegó se dio cuenta de que Jilly había acertado y que se habría sentido idiota con el traje pantalón azul claro que ella quería llevar.
Kate había sonreído a Josh y le había dicho que estaba encantada de conocerle y él había dicho algo como que era muy amable por su parte haber ido al funeral cuando apenas conocía a Martha.
– En fin, por lo menos el día es precioso -dijo él, pasando a cosas de mayores, como preguntarle por sus estudios y por los exámenes que le habían dicho que tendría que pasar pronto.
– Oh, bien, gracias -dijo Kate.
Después Jocasta le dijo que fuera con ella a la casa, y que los Hartley le agradecerían que fuera sirviendo los platos de comida. A Kate le parecía raro que algo tan emocional y tan triste se hubiera convertido en una especie de fiesta, con gente que gritaba «me alegro de verte» y «¿cómo están los niños?», unos a otros, pero se alegraba de tener algo que hacer. Le preocupaba un poco que alguien se preguntara qué hacía allí y quién era, pero nadie lo hizo, sólo le sonreían cordialmente y cogían las pastas saladas o lo que fuera, que era lo que le había pedido Jocasta que hiciera. Todavía se sentía muy aturdida y esperaba que no tuvieran que quedarse mucho rato. Le daba mucho miedo que le presentaran a los señores Hartley.
La familia asiática estaba sola en un rincón, con aspecto perdido. Se acercó a ellos con los volovanes, pero los rechazaron.
– ¿Qué relación tienes tú con la familia? -preguntó el hombre.
Kate les dio la respuesta que tenía preparada, y como sentía curiosidad les preguntó de qué conocían a la señorita Hartley. La llamó así porque Martha le parecía demasiado familiar.
– Se portó muy bien con mi esposa -dijo el hombre-. Ha muerto, pero trabajaba para la señorita Hartley, limpiando la oficina, y siempre fue muy amable con ella y mostró un gran interés por Jasmin, mi hija, y por sus estudios. Le dio libros suyos para que pudiera estudiar. Además visitó a mi esposa cuando estaba en el hospital, y se peleó con las autoridades por ella, intentó que la trasladaran a otra ala; era muy amable.
Kate sonrió y se fue con la bandeja, sintiéndose más desorientada y disgustada que nunca. Jocasta apareció a su lado y dijo:
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