Su vestido no tiene mangas, y el pelo de debajo de sus brazos es del habitual color marrón ratonil.
Pero, le pregunto, ¿cómo puede funcionar con alguien que ni siquiera oye el conjuro? Miro el radiorreloj. ¿Cómo puede funcionar un conjuro si ni siquiera lo dice uno en voz alta?
Mona Sabbat suspira. Le da la vuelta al libro, lo coloca hacia abajo sobre el escritorio y se pone el rotulador detrás de la oreja. Abre un cajón del escritorio y saca un cuaderno y un lápiz y dice:
– No tiene usted ni idea, ¿verdad?
Escribe en el cuaderno y dice:
– Cuando yo era católica, hace años, podía decir el avemaría en siete segundos. Podía decir el padrenuestro en nueve segundos. Cuando consigues tanta penitencia como yo conseguía, puedes ir deprisa. -Y dice-: Cuando vas así de deprisa, ni siquiera dices ya palabras, pero sigue siendo una oración.
Ella dice:
– Lo único que consigue un conjuro es dirigir una intención. -Lo dice despacio, palabra a palabra, y espera un momento. Me mira a los ojos y dice-: Si la intención del practicante es lo bastante fuerte, el objeto del conjuro caerá dormido, no importa dónde.
Cuanta más emoción tenga concentrada una persona, dice, más poderoso es el conjuro. Mona Sabbat me mira con los ojos fruncidos y dice:
– ¿Cuándo fue la última vez que se acostó usted con alguien?
Hace unas dos décadas, pero no se lo digo.
– Lo que sospecho -dice- es que es usted un barril de algo. De rabia. De tristeza. De algo. -Deja de escribir y hojea su libro subrayado. Se para en una página, lee un momento y pasa otra página-. Una persona equilibrada -dice-, una persona funcional, tendría que leer la canción en voz alta para hacer que alguien caiga dormido.
Sin dejar de leer, frunce el ceño y dice:
– Hasta que solucione usted sus verdaderos problemas personales, nunca será capaz de controlarse.
Le pregunto si todo eso lo pone en su libro.
– La mayoría lo he sacado de la doctora Sara -dice.
Y le digo que la canción sacrificial hace algo más que mandar a la gente a dormir.
– ¿Qué quiere decir? -dice ella.
Quiero decir que los mata. Le pregunto si está segura de no haber visto nunca a Helen Boyle con un libro titulado Poemas y rimas del mundo entero.
Mona Sabbat deja caer la mano abierta sobre el escritorio y coge su almuerzo envuelto en papel de aluminio. Da un bocado, mirando el radiorreloj. Dice:
– Hace un momento, en el radiorreloj. -Mona dice-: ¿Acaba usted de hacerlo?
Asiento.
– ¿Acaba de obligar a la doctora Sara a reencarnarse? -dice.
Le pregunto si puede llamar a Helen Hoover Boyle a su teléfono móvil y así puedo hablar con ella.
Me empieza a sonar el busca.
Y la tal Mona dice:
– ¿Me está diciendo usted que Helen usa la misma canción sacrificial?
El mensaje de mi busca dice que llame a Nash. El busca dice que es importante.
Y le digo que no puedo demostrar nada, pero que la señora Boyle sabe hacerlo. Le digo que necesito su ayuda para aprender a controlarlo. Para poder controlarme.
Y Mona Sabbat deja de escribir en su cuaderno y arranca la página. La deja entre nosotros y dice:
– Si está convencido de que quiere aprender a controlar ese poder, necesita venir a un ritual de practicantes de Wiccan. -Sostiene el papel en dirección a mí y dice-: Tenemos más de mil años de experiencia en una misma habitación. -Y enciende el escáner de la policía.
El escáner de la policía dice:
– Unidad bravo-nueve, por favor, responda a un código nueve-catorce en los Loomis Place Apartments, unidad Cinco-D.
– La profundidad mística de este conocimiento requiere una vida entera de aprendizaje -dice. Coge su almuerzo y lo desenvuelve-. Oh -dice-, y traiga su plato caliente favorito sin carne.
Y el escáner de la policía dice:
– ¿Me recibe?
Helen Hoover Boyle saca su teléfono móvil del bolso verde y blanco que le cuelga del codo doblado. Saca una tarjeta de visita y mira alternativamente la tarjeta y el teléfono mientras marca un número, con los botoncitos brillando en la penumbra. Con un brillo verde junto al rosa de sus uñas. La tarjeta de visita tiene los bordes dorados.
Hunde el teléfono en un lado de su pelo de color rosa. Le dice al teléfono:
– Sí. Estoy en alguna parte de su maravillosa tienda y me temo que necesito ayuda para encontrar la salida.
Se inclina sobre la tarjeta pegada con cinta adhesiva a un armario el doble de alto que ella. Le dice al teléfono:
– Estoy delante de… -Y lee-: Un armario neoclásico estilo Robert Adam con cartelas con arabescos de bronce dorado.
Me mira y pone los ojos en blanco. Le dice al teléfono:
– El precio marcado son diecisiete mil dólares.
Sus pies salen de unos zapatos verdes de tacón alto y se queda descalza en el suelo de cemento sobre sus medias blancas. No son del color blanco que te hace pensar en ropa interior. Se parece más al blanco de la piel de debajo. Las medias hacen que los dedos de los pies parezcan palmeados.
La falda del traje que lleva se ajusta a sus caderas. Es verde, pero no verde lima, sino más bien del color verde de una tarta de lima de los cayos. No es verde aguacate, sino más bien verde como una crema de aguacate con una tira encima de limón fina como el papel, servida helada en una sopera de Sèvres amarilla.
Es verde igual que una mesa de billar recubierta de fieltro verde se ve bajo la bola amarilla número 1, no de la forma en que se ve bajo la número 3 roja.
Le pregunto a Helen Hoover Boyle qué es un código nueve- catorce.
Y ella dice:
– Es un cadáver.
Y le digo que ya me lo parecía.
Ella le dice al teléfono:
– O sea, ¿hay que girar a la izquierda o a la derecha en la cómoda Hepplewhite de palisandro con detalles de hojas de madreselva labrados y rebozada con polvo de seda?
Tapa el teléfono con la mano, se inclina en mi dirección y me dice:
– No conoce usted a Mona. -Y dice-: No creo que su fiestecita de brujas sea más que una pandilla de hippies bailando desnudos alrededor de una roca plana.
A esta distancia, su pelo no es de un color rosa sólido. Cada rizo es de un rosa más pálido a lo largo del borde exterior, encendidos, de color melocotón, bermellones y casi rojos a medida que uno mira más adentro.
Le dice al teléfono:
– Y si paso la poltrona estilo Cromwell de doradillo con escudos de armas de marfil, entonces es que he ido demasiado lejos. Ya lo cojo.
A mí me dice:
– Dios, ojalá nunca se lo hubiera dicho usted a Mona. Mona se lo dirá a su novio y ahora no voy a parar de oír hablar del tema.
El laberinto de muebles nos rodea, todo marrones, rojos y negros. De vez en cuando dorados y espejos.
Con una mano acaricia el diamante solitario de la otra mano. El diamante grueso y afilado. Le da la vuelta hasta colocarlo en dirección a la palma de su mano, luego aprieta la palma abierta sobre la superficie del armario y graba una flecha que apunta a la izquierda.
Dejando un rastro en la historia.
Le dice al teléfono:
– Muchas gracias.
Lo cierra y se lo mete en el bolso.
Las cuentas de su collar son unas piedras de color verde alternadas con cuentas de oro. Debajo hay hileras de perlas. Nunca le había visto ninguna de estas joyas.
Se vuelve a calzar los zapatos y dice:
– En adelante, veo que mi trabajo va a tener que ser mantenerlos a Mona y a usted separados.
Se ahueca el pelo rosa por encima de la oreja y dice:
– Sígame.
Con la mano abierta y plana, traza una flecha sobre la superficie de una mesa. Una mesa de juego Sheraton de roble pintado con alas abatibles y pasamanos de latón afiligranado, según dice la tarjeta.
Читать дальше