– Aquello daba mucho miedo. Construí una cesta de metro y medio por dos y medio. Era lo bastante alta como para estar de pie dentro y estaba cerrada con alambre por tres lados para poder trabajar directamente en la superficie del edificio. Luego me hice con un cabrestante eléctrico de una tonelada y doce voltios, con cable de ocho milímetros, y eso lo monté encima de la jaula con un control remoto. Imagínate esto: dos tíos que se meten en esa cosa con un rollo de alambre o de papel o de lo que sea que van a aplicar. Nos metemos ahí dentro y nos elevamos hasta donde queremos trabajar. Pues bueno, resultó que yo había cortado demasiado la tubería de revestimiento para pozos cuando lo fabriqué, de modo que la cesta no subía lo bastante como para trabajar en el parapeto.
Ahí, donde la parte superior de la torre se proyecta hacia fuera, justo delante de la cúspide almenada, Jerry tuvo que aplicar el estucado inclinado hacia atrás sin nada debajo más que doce metros de vacío.
– Se podía trabajar más o menos hasta la mitad de la parte que sobresalía, pero por encima de esa altura era una gran putada -dice-. Estábamos allí arriba colgando de aquel cable de ocho milímetros y yo tenía a dos personas en el suelo con cuerdas intentando mantener estable aquella cesta. Al día siguiente fui al pueblo, compré un montón de madera y construimos andamios.
Tardaron solo cuatro días en montar el andamio.
Reunir el dinero fue todavía más duro.
– Los putos banqueros -dice Jerry-, Hablé con ellos una vez mientras el castillo estaba en construcción y dijeron que no había ninguna garantía de que yo fuera a terminarlo nunca. Así que los mandé a la mierda.
Añade:
– Del banco no se puede conseguir un préstamo. Me han venido tasadores tres veces distintas. Y la conclusión final que han sacado es que es una estructura que «no se ajusta a ninguna categoría». -Y se ríe-. Ahí sí que la han clavado. Que no se ajusta… Me encanta.
»Así que reuní algo de dinero y avancé un poco -dice-. Entonces se me acabó el dinero y tuve que dejarlo y hacer otra cosa para sacarme algo más de pasta. Luego volví y trabajé un poco más. Al final uno aprende a hacer instalaciones eléctricas y fontanería. Se aprende sobre la marcha. Y no puedo decir que me disgustara. Gracias a Dios, me estoy haciendo demasiado viejo.
Los suelos interiores de la torre del homenaje se apoyan en postes verticales de veinte por veinte que sostienen vigas de veinte por treinta, cortadas a ojo por un amigo a partir de corazones de troncos.
– Los primeros dos pisos no fueron demasiado mal -dice Jerry-. Pero el tercero fue una putada enorme. Por la altura. Tuvieron que venir a apuntalar los de Evergreen Truss con su camión y el tipo tuvo que ponerle la extensión a su brazo y aun así apenas llegaba para ponerme las vigas. Aquello dio un miedo que te cagas.
La cocina del primer piso incluye una cocina de leña de 1923 y un lavabo pequeño. La sala de estar está en el segundo piso. El dormitorio y el baño completo están en la planta superior.
– Cuando vas al lavabo aquí -dice Jerry-, estás a nueve metros del suelo.
Ahora está divorciado, pero en la época en que construyó la torre Jerry Bjorklund estaba casado.
– Cuando hay mujeres de por medio, siempre están: «Necesito esto. Y necesito aquello. Y necesito un comedor aquí. Y necesito un lavavajillas» -dice Jerry-, Uno empieza a ponérselo todo y el resultado final acaba por no parecerse en nada a lo que tenías en mente originalmente.
Una vez dentro, la torre del homenaje parece una casa, con moqueta y arañas de cristal.
– Es como vivir en cualquier otro sitio -dice-. Te olvidas de dónde estás.
Cuando empezó a construir, Jerry no tenía ningún permiso oficial de nadie.
– En aquel momento yo estaba totalmente en contra del gobierno -dice-. Por supuesto que no tenía permisos, ni nada, y mi hermano me dijo: «Será mejor que pidas permiso para hacer lo que estás haciendo». Así que construí un modelo a escala, lo llevé al departamento de vivienda y les dije: «Esto es lo que quiero construir». El viejo se lo quedó mirando y me dijo: «¿Cuánto mide de altura?». Le dije que iba a medir doce metros. Y él me dijo: «No puede medir doce metros. Solamente puede medir once, por ley».
La razón era que tradicionalmente la escalera más larga que puede llevar un camión de bomberos mide once metros. Así que Jerry solicitó una excepción, demostrando que su piso superior solo tenía once metros de altura.
– Al final llegaron a la conclusión de que las cúpulas, los chapiteles y los parapetos no estaban incluidos en la ordenanza -dice-. Así que pude construirlo de doce metros de alto. Aquello solucionó el problema.
Jerry puso la primera capa de yeso en las paredes y se fue a pescar a Canadá.
– Primero lo construimos y luego hicimos los planos.
Pagó a un amigo quinientos dólares y al final consiguió un permiso que legitimaba oficialmente el castillo como remodelación de un edificio agrícola existente: un viejo cobertizo que hacía mucho tiempo que ya no estaba en la propiedad.
Jerry se enciende otro cigarrillo, se ríe y dice:
– Básicamente los puse en un aprieto.
Desde entonces, el castillo de Jerry se ha hecho famoso.
– Los pilotos con los que hablo, de Alaska Airlines -dice Jerry-, giran cuando vienen de Seattle y toman una ruta que los lleva justo por encima del castillo. Se lo anuncian a los pasajeros y todo ese rollo. He hablado con un par de pilotos y me dijeron: «Lo llamamos la “curva del castillo” para entrar en el aeropuerto de Portland».
El momento álgido del castillo fue en 1993, cuando la mujer de un amigo cosió unos estandartes enormes para el lugar. Había cuatro estandartes colgados en la torre del homenaje y inedia docena más en las almenas del patio y las torres de los parapetos. La puerta de ciento veinticinco kilos de la torre del homenaje tenía pintado el emblema del castillo, un león, parecido al emblema de Noruega. Y todo para un acontecimiento muy especial.
– Mi hija se casó aquí hace diez años. Montamos una gran boda. Había, no sé, trescientas personas -dice Jerry-. Emperifollé este sitio de una manera que no te imaginas. Con estandartes gigantes y chorradas por el estilo. Su marido se vistió de Robin Hood y ella se vistió de doncella Marion. E hicimos venir tres días a la gente de la Sociedad para el Anacronismo Creativo. Instalé duchas y retretes portátiles. Dios santo. Pistas de baile, de todo…
Desde entonces los fans del Medievo han hablado de comprar el castillo como sede permanente para sus ferias renacentistas. Otra pareja intentó comprar el castillo con la idea de alquilarlo para bodas. Tenían planeado alquilar trajes de época y ofrecer servicios de catering, pero Jerry se retiró del proyecto cuando todo empezó a acelerarse demasiado.
Una de las ironías es que una fortaleza construida para excluir a desconocidos parece atraer ahora un flujo continuo de curiosos.
Jerry se enciende otro cigarrillo Delicados y dice:
– Antes tenía muchos problemas con la gente que entraba todo el tiempo con el coche. Dios, una mañana estaba sentado en el castillo tomando una taza de café y de pronto oigo un ruido y mi mujer entra en la cocina y me dice: «¿Qué demonios pasa?». Se asomó al ventanuco de la planta baja y había un tío con una autocaravana de doce metros intentando girar en la entrada. Le costó media hora.
Me dice:
– Pusimos un montón de letreros de «prohibida la entrada», pero debía de haber mucha gente analfabeta, porque parece que no lo entendían.
Una compañía de cine independiente ha usado el castillo como escenario para una película ambientada en la Edad Media. La madre y el hermano de Jerry viven en las dos casas más cercanas. La State Farm Insurance ha pedido la dirección para venir a ver qué es lo que han asegurado, pero de momento ningún agente se ha molestado en hacer el viaje.
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