Array Array - Historia de Mayta

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El otro artículo está dedicado a Ceylán. Cierto, en aquella época el trotskismo alcanzó un repunte allá. El texto afirma que es la segunda fuerza en el Parlamento y la primera en los sindicatos cingaleses. Por el uso de los tiempos verbales, está traducido del francés ¿acaso por Mayta? Los nombres, empezando por el de la señora Bandaranaike, la Primera Ministra, son difíciles de retener. Ya está, terminó el Himno y se adelanta el Militar, vocero habitual de la Junta. Insólitamente, en vez de extraviarse como siempre en ampulosa retórica patriota, va de frente al grano. Su voz suena menos cuartelera y más trémula. Tres columnas militares, de cubanos y bolivianos, han penetrado profundamente en el territorio nacional, apoyadas por aviones de guerra que desde anoche bombardean blancos civiles en los departamentos de Puno, Cusco y Arequipa, en abierta violación de todas las leyes y acuerdos internacionales; van causando numerosas víctimas y cuantiosos daños, incluso en la misma ciudad de Puno, donde las bombas han destruido parte del Hospital del Seguro Social, con un número aún indeterminado de muertos. La descripción de los desastres lo demora varios minutos. ¿Dirá si los «marines» han cruzado la frontera del Ecuador? El pequeño recuadro anuncia que, muy pronto, el POR(T) llevará a cabo, en el local del sindicato de Construcción Civil, el postergado acto sobre: «La revolución traicionada: una interpretación trotskista de la Unión Soviética». Para encontrar la renuncia hay que volver la página. En una esquina, debajo de un extenso artículo, «¡Instalemos soviets en los cuarteles!», sin encabezamiento ni apostillas: «Renuncia al POR(T)». El Militar asegura, ahora, que las tropas peruanas, pese a luchar en condiciones de inferioridad numérica y logística, resisten heroicamente la criminal invasión del terrorismo–comunismo internacional, con el apoyo decidido de la población civil. La Junta, mediante Decreto Supremo, ha llamado a filas esta tarde a tres nuevas clases de reservistas. ¿Dirá si aviones norteamericanos bombardean ya a los invasores?

Camarada Secretario General

del POR(T)

Ciudad

Camarada:

Por la presente le comunico mi renuncia irrevocable a las filas del Partido Obrero Revolucionario (Trotskista) en el que milito hace más de diez años. Mi decisión obedece a motivos personales. Deseo recuperar mi independencia y poder actuar bajo mi absoluta responsabilidad, sin que lo que yo pueda decir o hacer comprometa para nada al Partido. Necesito mi libertad de acción en estos momentos en que nuestro país se debate una vez más en la vieja disyuntiva entre revolución y reacción.

Que me aparte del POR(T) por mi propia voluntad no significa que rompa con las ideas que han señalado el rumbo del socialismo revolucionario a los obreros del mundo. Quiero, camarada, reafirmar una vez más mi fe en el proletariado peruano, mi convicción de que la revolución será una realidad y romperá definitivamente las cadenas de la explotación y el oscurantismo que pesan desde hace siglos sobre nuestro pueblo y que el proceso de liberación se llevará a cabo a la luz de la teoría concebida por Marx y Engels y materializada por Lenin y Trotski, vigente y más fuerte que nunca.

Solicito que se publique mi renuncia en Voz Obrera (T) a fin de que la opinión pública quede informada.

Revolucionariamente,

A. Mayta Avendaño

Lo ha dicho sólo al final, muy rápido, con menos firmeza, como si no estuviera seguro: en nombre del pueblo peruano, que se bate gloriosamente por la defensa de la civilización occidental y cristiana del mundo libre contra la embestida del ateísmo colectivista y totalitario, la Junta ha solicitado y obtenido del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica el envío de tropas de apoyo y material logístico para repeler la invasión comunista ruso–cubano–boliviana que pretende esclavizar a nuestra Patria. O sea, también cierto. Ya está, la guerra dejó de ser peruana, el Perú no es sino otro escenario más del conflicto que libran las grandes potencias, directamente y a través de satélites y aliados. Gane quien gane, lo seguro es que morirán cientos de miles y acaso millones y que, si sobrevive, el Perú quedará exangüe. Sentía un sueño tan grande que no tenía ánimos para apagar el televisor. El malestar quedó aclarado al volver la vista: Anatolio lo apuntaba con una pistola. No sintió miedo sino pena: ¡el retraso que significaría! ¿Y Vallejos? Los plazos debían cumplirse milimétricamente y, era clarísimo, Anatolio no se proponía matarlo sino impedirle viajar a Jauja. Dio unos pasos resueltos hacia el muchacho, para hacerlo entrar en razón, pero Anatolio extendió el brazo con energía y Mayta vio que iba a apretar el gatillo. Alzó los brazos, pensando: «Morir sin haber peleado». Sentía una tristeza lacerante, ya no estaría con ellos, allá en el Calvario, cuando la Epifanía comenzara. «¿Por qué haces esto, Anatolio?» Su voz le disgustó: el verdadero revolucionario es lógico y frío, no un sentimental. «Porque eres un rosquete», dijo Anatolio, con la voz tranquila, aplomada, contundente, irreversible, que él hubiera querido tener en este momento. «Porque eres un maricón y eso se paga», confirmó, asomando su cabeza cetrina, de orejas en punta, el Secretario General. «Porque eres un rosquete y eso da asco», añadió, asomando el perfil por sobre el hombro del Camarada Jacinto, el Camarada Moisés/Medardo. Todo el Comité Central del POR(T) estaba allí, uno detrás de otro y todos armados con revólveres. Había sido juzgado, sentenciado y lo iban a ejecutar. No por indisciplina, error, traición, sino, qué mezquindad, qué cojudez, por haber deslizado la lengua como un estilete entre los dientes de Anatolio. Perdida toda compostura, se puso a llamar a gritos a Vallejos, a Ubilluz, a Lorito, a los campesinos de Ricrán, a los josefinos: «Sáquenme de esta trampa, camaradas». Con la espalda húmeda se despertó: desde la orilla del catre, Anatolio lo miraba.

—No se entendía lo que decías —lo oyó susurrar.

—¿Qué haces aquí? —tartamudeó Mayta, sin salir del todo de la pesadilla.

—He venido —dijo Anatolio. Lo miraba sin pestañear, con una lucecita intrigante en las pupilas—. ¿Estás molesto conmigo?

—La verdad que eres conchudo —murmuró Mayta, sin moverse. Sentía la boca amarga y los ojos legañosos, la piel erizada aún del miedo—. La verdad que eres cínico, Anatolio.

—Tú me has enseñado —dijo el muchacho, suavemente, mirándolo siempre a los ojos, con una indefinible expresión que irritaba y causaba remordimientos a Mayta. Un moscardón empezó a revolotear en torno del foco de luz.

—Yo te enseñé a cachar con un hombre, no a ser hipócrita —dijo Mayta, haciendo un esfuerzo por contener la cólera. «Cálmate, no lo insultes, no le pegues, no discutas. Sácalo de aquí.»

—Lo de Jauja es una locura. Lo discutimos y todos estuvimos de acuerdo en que había que atajarte —dijo Anatolio, sin moverse, con cierta vehemencia—. Nadie te iba a expulsar. ¿Para qué fuiste a ver a Blacquer? Nadie te hubiera expulsado.

—No voy a discutir contigo —dijo Mayta—. Todo eso es historia antigua ya. Anda, vete.

Pero el muchacho no se movió ni dejó de mirarlo de esa manera en la que había provocación y algo de burla.

—Ya no somos ni camaradas ni amigos —dijo Mayta—. ¿Qué mierda quieres?

—Que me la chupes —dijo el muchacho, despacito, mirándolo a los ojos y tocándole la rodilla con los cinco dedos.

VII

—¿Qué haces aquí, Mayta? —exclamó Adelaida—. ¿A qué has venido?

El castillo Rospigliosi está en el límite de Lince y Santa Beatriz, barrios ahora indiferenciables. Pero cuando Mayta se casó con Adelaida había entre ellos una lucha de clases. Lince fue siempre modesto, un barrio de clase media tirando para proletaria, de casitas estrechas e incoloras, conventillos y callejones, veredas con grietas y jardincillos montuosos. Santa Beatriz, en cambio, fue un barrio pretencioso, en el que unas familias acomodadas construyeron mansiones de estilo «colonial», «sevillano» o «neogótico», como este monumento a la extravagancia que es el castillo Rospigliosi, un castillo con almenas y ojivas de cemento armado. Los vecinos de Lince miraban con resentimiento y envidia a los de Santa Beatriz, porque éstos, a su vez, los miraban por sobre el hombro y los choleaban.

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