Isabel Allende - La Casa de los espíritus
Здесь есть возможность читать онлайн «Isabel Allende - La Casa de los espíritus» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La Casa de los espíritus
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La Casa de los espíritus: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Casa de los espíritus»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La Casa de los espíritus — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Casa de los espíritus», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Debido a la agitación constante que reinaba en la gran casa de la esquina, nadie, excepto la Nana, se dio cuenta de que Blanca estaba convirtiéndose en una mujer. Entró en la adolescencia de golpe. Había heredado de los Trueba la sangre española y árabe, el porte señorial, el rictus soberbio, la piel aceitunada y los ojos oscuros de sus genes mediterráneos, pero teñidos por la herencia de la madre, de quien sacó la dulzura que ningún Trucha tuvo jamás. Era una criatura tranquila que se entretenía sola, estudiaba, jugaba con sus muñecas y no manifestaba la menor inclinación natural por el espiritismo de su madre o por las rabietas de su padre. La familia decía en tono de chanza que ella era la única persona normal en varias generaciones y, en verdad, parecía ser un prodigio de equilibrio y serenidad. Alrededor de los trece años comenzó a desarrollársele el pecho, afinársele la cintura, adelgazó y estiró como una planta abonada. La Nana le recogió el pelo en un moño, la acompañó a comprar su primer corpiño, su primer par de medias de seda, su primer vestido de mujer y una colección de toallas enanas para lo que ella llamaba la demostración. Entretanto su madre seguía haciendo bailar las sillas por toda la casa, tocando Chopin con el piano cerrado
y declamando los bellísimos versos sin rima, argumento ni lógica, de un poeta joven que había acogido en la casa, de quien se comenzaba a hablar por todas partes, sin enterarse de los cambios que se producían en su hija, sin ver el uniforme del colegio con las costuras reventadas, ni darse cuenta que la cara de fruta se le había sutilmente transformado en un rostro de mujer, porque Clara vivía tnás atenta del aura y los fluidos, que de los kilos o los centímetros. Un día la vio entrar al costurero con su vestido de salir y se extrañó de que aquella señorita alta y morena fuera su pequeña Blanca. La abrazó, la llenó de besos y le. advirtió que pronto tendría la menstruación.
— Siéntese y le explico lo que es eso–dijo Clara.
— No se moleste, mamá, ya va a hacer un año que me viene todos los meses–se rió Blanca.
La relación de ambas no sufrió grandes cambios con el desarrollo de la muchacha, porque estaba basada en los sólidos principios de la total aceptación mutua y la capacidad para burlarse juntas de casi todas las cosas de la vida.
Ese año el verano se anunció temprano con un calor seco y bochornoso que cubrió la ciudad con una reverberación de mal sueño, por eso adelantaron en un par de semanas el viaje a Las Tres Marías. Como todos los años, Blanca esperó ansiosamente el momento de ver a Pedro Tercero y como todos los años, al bajarse del coche lo primero que hizo fue buscarlo con la vista en el lugar de siempre. Descubrió su sombra escondida en el umbral de la puerta y saltó del vehículo, precipitándose a su encuentro con el ansia de tantos meses de soñar con él, pero vio, sorprendida, que el niño daba media vuelta y escapaba.
Blanca anduvo toda la tarde recorriendo los lugares donde se reunían, preguntó por él, lo llamó a gritos, lo buscó en la casa de Pedro García, el viejo, y; por último, al caer la noche se acostó vencida, sin comer. En su enorme cama de bronce, dolida v extrañada, hundió la cara en la almohada y lloró con desconsuelo. La Nana le llevó un vaso de leche con miel y adivinó al instante la causa de su congoja.
— ¡Me alegro! — dijo con una sonrisa torcida-. ¡Ya no tienes edad para jugar con ese mocoso pulguiento!
Media hora más tarde entró su madre a besarla v la encontró sollozando los últimos estertores de un llanto melodramático. Por un instante Clara dejó de ser un ángel distraído y se colocó a la altura de los simples mortales que a los catorce años sufren su primera pena de amor. Quiso indagar, pero Blanca era muy orgullosa o demasiado mujer ya y no le dio explicaciones, de modo que Clara se limitó a sentarse un rato en la cama y acariciarla hasta que se calmó.
Esa noche Blanca durmió mal y despertó al amanecer, rodeada por las sombras de la amplia habitación. Se quedó mirando el artesonado del techo hasta que escuchó el canto del gallo Y entonces se levantó, abrió las cortinas y dejó que entrara la suave luz del alba v los primeros ruidos del mundo. Se acercó al espejo del armar¡o y se miró detenidamente. Se quitó la camisa y observó su cuerpo por primera vez en detalle, comprendiendo que todos esos cambios eran la causa de que su amigo hubiera huido. Sonrió con urna nuera v delicada sonrisa de mujer. Se puso la ropa vieja del verano pasado, que casi no le cruzaba, se arropó con una manta y salió de puntillas para no despertar a la familia. Afuera el campo se sacudía la modorra de la noche y los primeros rayos del sol cruzaban cono sablazos los picos de la cordillera, calentando la tierra y evaporando el rocío en una fina espuma blanca que borraba los contornos de las cosas y convertía el paisaje en una visión de ensueño. Blanca echó a andar en dirección al río. Todo estaba todavía en calma, sus pisadas aplastaban las hojas caídas y las ramas secas, produciendo un leve crepitar, único sonido en aquel vasto espacio
dormido. Sintió que las alamedas imprecisas, los trigales dorados y los lejanos cerros morados perdiéndose en el cielo translúcido de la mañana, eran un recuerdo antiguo en su memoria, algo que había visto antes exactamente así y que ese instante ya lo había vivido. La finísima llovizna de la noche había empapado la tierra y los árboles, sintió la ropa ligeramente húmeda y los zapatos fríos. Respiró el perfume de la tierra mojada, de las hojas podridas, del humus, que despertaba un placer desconocido en sus sentidos.
Blanca llegó hasta el río y vio a su amigo de la infancia sentado en el sitio donde tantas veces se habían dado cita. En ese año, Pedro Tercero no había crecido como ella, sino que seguía siendo el mismo niño delgado, panzudo y moreno, con una sabia expresión de anciano en sus ojos negros. Al verla, se puso de pie y ella calculó que medía media cabeza más que él. Se miraron desconcertados, sintiendo por primera vez que eran casi dos extraños. Por un tiempo que pareció infinito, se quedaron inmóviles, acostumbrándose a los cambios y a las nuevas distancias, pero entonces trinó un gorrión y todo volvió a ser como el verano anterior. Volvieron a ser dos niños que corren, se abrazan y ríen, caen al suelo, se revuelcan, se estrellan contra los guijarros murmurando sus nombres incansablemente, dichosos de estar juntos una vez más. Por fin se calmaron. Ella tenía el pelo lleno de hojas secas, que él quitó una por una.
— Ven, quiero mostrarte algo–dijo Pedro Tercero.
La llevó de la mano. Caminaron, saboreando aquel amanecer del mundo, arrastrando los pies en el barro, recogiendo tallos tiernos para chuparles la savia mirándose y sonriendo, sin hablar, hasta que llegaron a un potrero lejano. El sol aparecía por encima del volcán, pero el día aún no terminaba de instalarse y la tierra bostezaba. Pedro le indicó que se tirara al suelo y guardara silencio. Reptaron acercándose a unos matorrales, dieron un corto rodeo y entonces Blanca la vio. Era una hermosa yegua baya, dando a luz, sola en la colina. Los niños inmóviles, procurando que no se oyera ni su respiración, la vieron jadear y esforzarse hasta que apareció la cabeza del potrillo y luego, después de un largo tiempo, el resto del cuerpo. El animalito cayó a tierra y la madre comenzó a lamerlo, dejándolo limpio y brillante como madera encerada, animándolo con el hocico para que intentara pararse. El potrillo trató de ponerse en pie, pero se le doblaban sus frágiles patas de recién nacido y se quedó echado, mirando a su madre con aire desvalido, mientras ella relinchaba saludando al sol de la mañana. Blanca sintió la felicidad estallando en su pecho y brotando en lágrimas de sus ojos.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La Casa de los espíritus»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Casa de los espíritus» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La Casa de los espíritus» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.