Isabel Allende - La Casa de los espíritus

Здесь есть возможность читать онлайн «Isabel Allende - La Casa de los espíritus» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La Casa de los espíritus: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Casa de los espíritus»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La Casa de los espíritus — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Casa de los espíritus», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Cuando pienso en esos tiempos, me da una gran tristeza. La vida se me pasó muy rápido. Si volviera a empezar hay algunos errores que no cometería, pero en general no me arrepiento de nada. Sí, he sido un buen patrón, de eso no hay duda.

Los primeros meses Esteban Trueba estuvo tan ocupado canalizando el agua, cavando pozos, sacando piedras, limpiando potreros y reparando los gallineros y los establos, que no tuvo tiempo de pensar en nada. Se acostaba rendido y se levantaba al alba, tomaba un magro desayuno en la cocina y partía a caballo a vigilar las labores del campo. No regresaba hasta el atardecer. A esa hora hacía la única comida completa del día, solo en el comedor de casa. Los primeros meses se hizo el propósito de bañarse y cambiarse ropa diariamente a la hora de cenar, como había oído que hacían los colonos ingleses en las más lejanas aldeas del Asia y del África, para no perder la dignidad y el señorío. Se vestía con su mejor ropa, se afeitaba y ponía en el gramófono las mismas arias de sus óperas preferidas todas las noches. Pero poco a poco se dejó vencer por la rusticidad y aceptó que no tenía vocación de petimetre, especialmente si no había nadie que pudiera apreciar, el esfuerzo. Dejó de afeitarse, se cortaba el pelo cuando le llegaba por los hombros, y siguió bañándose sólo porque tenía el hábito muy arraigado, pero se despreocupó de su ropa y de sus modales. Fue convirtiéndose en un bárbaro. Antes de dormir leía un rato o jugaba ajedrez, había desarrollado la habilidad de competir contra un libro sin hacer trampas y de perder las partidas sin enojarse. Sin embargo, la fatiga del trabajo no fue suficiente para sofocar su naturaleza fornida y sensual. Empezó a pasar malas noches, las frazadas le parecían muy pesadas, las sábanas demasiado suaves. Su caballo le jugaba malas pasadas y de repente se convertía en una hembra formidable, una montaña dura y salvaje de carne, sobre la cual cabalgaba hasta molerse los huesos. Los tibios y perfumados melones de la huerta le parecían descomunales pechos de mujer y se sorprendía enterrando la cara en la manta de su montura, buscando en el agrio olor del sudor de la bestia, la semejanza con aquel aroma lejano y prohibido de sus primeras prostitutas. En la noche se acaloraba con pesadillas de mariscos podridos, de

tenso, con el sexo como un fierro entre las piernas, más rabioso que nunca. Para aliviarse, corría a zambullirse desnudo en el río y se hundía en las aguas heladas hasta perder la respiración, pero entonces creía sentir unas manos invisibles que le acariciaban las piernas. Vencido, se dejaba flotar a la deriva, sintiéndose abrazado por la corriente, besado por los guarisapos, fustigado por las cañas de la orilla. Al poco tiempo su apremiante necesidad era notoria, no se calmaba ni con inmersiones nocturnas en el río, ni con infusiones de canela, ni colocando piedra lumbre debajo del colchón, ni siquiera con los manipuleos vergonzantes que en el internado ponían locos a los muchachos, los dejaban ciegos y los sumían en la condenación eterna. Cuando comenzó a mirar con ojos de concupiscencia a las aves del corral, a los niños que jugaban desnudos en el huerto y hasta a la masa cruda del pan, comprendió que su virilidad no se iba a calmar con sustitutos de sacristán. Su sentido práctico le indicó que tenía que buscarse una mujer y, una vez tomada la decisión, la ansiedad que lo consumía se calmó y su rabia pareció aquietarse. Ese día amaneció sonriendo por primera vez en mucho tiempo.

Pedro García, el viejo, lo vio salir silbando camino al establo y movió la cabeza inquieto.

El patrón anduvo todo el día ocupado en el arado de un potrero que acababa de hacer limpiar y que había destinado a plantar maíz. Después se fue con Pedro Segundo García a ayudar a una vaca que a esas horas trataba de parir y tenía al ternero atravesado. Tuvo que introducirle el brazo hasta el codo para voltear al crío y ayudarlo a asomar la cabeza. La vaca se murió de todos modos, pero eso no le puso de mal humor. Ordenó que alimentaran al ternero con una botella, se lavó en un balde y volvió a montar. Normalmente era su hora de comida, pero no tenía hambre. No tenía ninguna prisa, porque ya había hecho su elección.

Había visto a la muchacha muchas veces cargando en la cadera a su hermanito moquillento, con un saco en la espalda o un cántaro de agua del pozo en la cabeza. La había observado cuando lavaba la ropa, agachada en las piedras planas del río, con sus piernas morenas pulidas por el agua, refregando los trapos descoloridos con sus toscas manos de campesina. Era de huesos grandes y rostro aindiado, con las facciones anchas y la piel oscura, de expresión apacible y dulce, su amplia boca carnosa conservaba todavía todos los dientes y cuando sonreía se iluminaba, pero lo hacía muy poco. Tenía la belleza de la primera juventud, aunque él podía ver que se marchitaría muy pronto, como sucede a las mujeres nacidas para parir muchos hijos, trabajar sin descanso y enterrar a sus muertos. Se llamaba Pancha García y tenía quince años.

Cuando Esteban Trueba salió a buscarla, ya había caído la tarde y estaba más fresco. Recorrió con su caballo al paso las largas alamedas que dividían los potreros preguntando por ella a los que pasaban, hasta que la vio por el camino que conducía a su rancho. Iba doblada por el peso de un haz de espino para el fogón de la cocina, sin zapatos, cabizbaja. La miró desde la altura del caballo y sintió al instante la urgencia del deseo que había estado molestándolo durante tantos meses. Se acercó al trote hasta colocarse a su lado, ella lo oyó, pero siguió caminando sin mirarlo, por la costumbre ancestral de todas las mujeres de su estirpe de bajar la cabeza ante el macho. Esteban se agachó y le quitó el fardo, lo sostuvo un momento en el aire y luego lo arrojó con violencia a la vera del camino, alcanzó a la muchacha con un brazo por la cintura y la levantó con un resoplido bestial, acomodándola delante de la montura, sin que ella opusiera ninguna resistencia. Espoleó el caballo y partieron al galope en dirección al río. Desmontaron sin intercambiar ni una palabra y se midieron con los ojos. Esteban se soltó el ancho cinturón de cuero y ella retrocedió, pero la

Esteban no se quitó la ropa. La acometió con fiereza incrustándose en ella sin preámbulos, con una brutalidad inútil. Se dio cuenta demasiado tarde, por las salpicaduras sangrientas en su vestido, que la joven era virgen, pero ni la humilde condición de Pancha, ni las apremiantes exigencias de su apetito, le permitieron tener contemplaciones. Pancha García no se defendió, no se quejó, no cerró los ojos. Se quedó de espaldas, mirando el cielo con expresión despavorida, hasta que sintió que el hombre se desplomaba con un gemido a su lado. Entonces empezó a llorar suavemente. Antes que ella su madre, y antes que su madre su abuela, habían sufrido el mismo destino de perra. Esteban Trueba se acomodó los pantalones, se cerró el cinturón, la ayudó a ponerse en pie y la sentó en el anca de su caballo. Emprendieron el regreso. Él iba silbando. Ella seguía llorando. Antes de dejarla en su rancho, el patrón la besó en la boca.

— Desde mañana quiero que trabajes en la casa–dijo.

Pancha asintió sin levantar la vista. También su madre y su abuela habían servido en la casa patronal.

Esa noche Esteban Trueba durmió como un bendito, sin soñar con Rosa. En la mañana se sentía pleno de energía, más grande y poderoso. Se fue al campo canturreando y a su regreso, Pancha estaba en la cocina, afanada revolviendo el manjar blanco en una gran olla de cobre. Esa noche la esperó con impaciencia y cuando se callaron los ruidos domésticos en la vieja casona de adobe y empezaron los trajines nocturnos de las ratas, sintió la presencia de la muchacha en el umbral de su puerta.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La Casa de los espíritus»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Casa de los espíritus» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La Casa de los espíritus»

Обсуждение, отзывы о книге «La Casa de los espíritus» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x