Array Array - Atlas de geografía humana

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Mientras me interpelaba de esta manera, yo todavía estaba haciendo números para mis adentros. Cuando nos conocimos, en una de las reuniones preparatorias del Atlas, yo debía de tener treinta y siete años recién cumplidos y, sin pensármelo mucho, le situé más cerca de los sesenta que de los cincuenta, y allí se había quedado hasta apenas un par de minutos antes. La insinuación de su

verdadera edad, que le hacía sólo cinco o seis años mayor que yo, me había dejado atónita, porque ni siquiera el alcohol podía ser el único responsable de semejante desgaste, la cabeza monda, atravesada al azar por unas pocas hebras de un blanco purísimo, el cuello descolgado, la piel cayendo hacia abajo en temblorosos pliegues asimétricos, las manos salpicadas de flores de cementerio, esas manchas oscuras que anuncian el final, y canas en el pecho, que la camisa, abierta un botón por debajo del límite que marca la elegancia, la corbata floja, me permitía entrever furtivamente. Me preguntaba qué otras catástrofes estarían asociadas a la perenne copa de coñac que habitaba en el hueco de su mano derecha, cuando la alusión a Ana me obligó a intervenir, excitando al mismo tiempo mi ya avarienta curiosidad en una dirección distinta.

—¿A–ana y tú os conocéis desde hace tanto tiempo?

—Bueno, poco más o menos… Yo la conocí cuando acababa de volverse a Madrid, justo después de dejar a su marido, sería el año 83, o el 84, ya te digo, porque mi chico era muy crío todavía… Me acuerdo porque una vez lo llevé al archivo y ella me dijo que tenía una hija de la misma edad. Entonces quedamos para ir con ellos al parque de atracciones, y buah, no veas cómo se lo pasaron, de puta madre para arriba, así que quedamos otras veces, siempre los fines de semana, con los niños, claro está, a ver si te vas a pensar cosas raras, oyes, y no, para nada, pero yo estaba solo y, ya te digo, no sabía qué hacer con el David los fines de semana, y Ana, que trabajaba como una burra, andaba medio peleada con la familia, porque su madre quería que dejara el archivo y se fuera a vivir con ella, o algo por el estilo, así que, buah, no veas, los sábados nos juntábamos y llevábamos a los chavales al cine, o a comer a la Dehesa de la Villa, o a merendar chocolate con churros a la Plaza Mayor, cosas de esas que entretienen a los críos… Ellos se cansaban mucho, porque estaban todo el tiempo a la greña, peleándose cada dos por tres, y luego se tiraban media hora llorando porque no querían separarse, ya te digo, y bueno, al llegar a casa no había más que acostarlos y a la mañana siguiente estaban como una malva, oyes… Claro que yo ya no era el de antes, ésa es la verdad, que yo ya iba para abajo, pero todavía tenía muchísimo material colocado en todos los archivos y vendía muchas fotos. Podía vivir de las rentas, no muy bien, pero sacaba para ir tirando… hasta que se fue todo al carajo. Primero el negocio, porque el mundo del toro cambia muy deprisa, y los toreros a los que yo había seguido se fueron retirando, y salieron otros muy jóvenes, que yo ya no conocía, y los retrataban otros chavales jóvenes también, total, una ruina… Luego acabé de irme al carajo yo solo, la verdad, que si hubiera seguido trabajando como entonces ahora estaría en grandeza máxima yo también, pero… Así es la vida, oyes. Cuando Ana me llamó para lo del Atlas, estaba canino, pero canino de verdad, buah, no veas, a punto de dejar el apartamento y meterme por la patilla en casa de mi hermana, ya te digo…

Bajando de nuevo la vista hacia sus zapatos, hizo una pausa que no supe interpretar. No quería ofenderle con cualquier fórmula de compasión convencional, pero tampoco encontraba una manera digna de acercarme a él, ningún hilo del que tirar para animarle a seguir hablando, ahora que ya comprendía la naturaleza del vínculo indestructible que obligaba a Ana a jugarse su puesto todos los días, ese intrincado misterio que seguramente nadie, en toda la editorial, había llegado a desentrañar antes que yo. Todavía buscaba ese cabo suelto que no terminaba de asomar por ninguna parte, cuando él dio por concluido el exhaustivo examen de su calzado y, mirándome, remató con una media verónica más que previsible.

—Pedimos otra copa, ¿no?

Asentí con la cabeza y le seguí, con más gestos que palabras, en una especie de conversación de entreacto —¡Qué bien está este sitio, ¿verdad?! Éste y el Palace serán siempre los mejores hoteles de Madrid, ya te digo, por mucho que inauguren otros de esos modernos, tan horteras…—, hasta que, de un solo trago, dejó su copa por la mitad, pero más vacía que llena. Luego se restregó la frente con la mano derecha y una sorprendente violencia, y siguió hablando en la dirección que más me interesaba, como si fuera capaz de leer en mi pensamiento.

—Pues, aquí donde me ves, la culpa de todo la tengo yo sólito por haberme casado con quien no debía, ya te digo… Y que las mujeres sois muy malas.

—A–algunas —protesté.

—Casi todas.

—Si tú lo dices…

—Desde luego que sí, no te digo lo que hay… Claro, que yo me llevé el premio gordo, oyes. La peor, la más perra. Y eso que nadie me engañó, todo lo contrario. Mira que me lo dijeron mis amigos, el Antonio me lo dijo un montón de veces, pero… ya te digo, se me metió en la mollera lo de casarme y me casé, y buah, no veas… Es que yo siempre he sido un romántico, aquí donde me ves, y un tontaina, un gilipollas, eso es lo que soy, y cuando la vi allí, en aquella carpa tan sucia, que olía a meados de caballo, y ella medio desnuda, con los tacones tan altos encima del serrín, y aquel frío que hacía, madre mía, que yo me estaba quedando helado, oyes, que no llegué a quitarme el abrigo mientras la veía bailar, y oía las voces que daba la gente, cuatro hijos de puta, porque casi todas las sillas estaban vacías, pero había un grupito que chillaba sin parar, guarra, tía buena, lo típico, ¿a qué hora sales?, ya te digo, pues me puse malo, pero malo, te lo juro, me entró… Buah, no sé lo que me entró, y me volví y les dije que se callaran, un respeto para la artista, chillé, y fíjate en qué tono lo diría que me hicieron caso, a mí, que no soy más que un tirillas, no veas, pero se callaron, y entonces fue casi peor, porque en el silencio aquel la música sonaba como si los altavoces estuvieran metidos dentro de una lata vieja, y la canción, que era como de estriptis, se volvió de repente tan triste que me di cuenta de que las lentejuelas de su vestido no relucían ya, de puro viejas, y de que tenía un roto en una malla, le brillaban los ojos como si estuviera a punto de llorar de rabia, y todo aquello me daba tanta pena… Es lo malo del toro, ya te digo, que cuando lo mamas desde pequeño acabas siendo torero de una manera o de otra, porque eso es lo que toca, así de claro, y ella era mal ganado, y yo lo sabía, pero lo último que me esperaba cuando aquella mañana salí de Madrid a cubrir la novillada de uno de los chavales que llevaba Antonio en aquella época, era encontrármela precisamente allí, oyes, en El Tiemblo, un pueblo perdido de la provincia de Ávila… o de Salamanca, vete a saber, que ya ni me acuerdo. Estaban en fiestas, claro, por eso había toros, y debí pasar por delante de aquellos carteles un montón de veces, porque todas las tapias estaban empapeladas con ellos, pero ni me fijé, eran como pasquines de papel muy fino, ya te digo, impresos en tinta azul, y al final los miré por puro aburrimiento mientras hacía tiempo para que abrieran las puertas de la plaza. Ella ni siquiera aparecía como la vede–te principal, que estaba en el centro, sino justo debajo, como segunda vedete… Primero leí su nombre, Fanny Mendoza, y tuve que forzar la vista para reconocerla en aquella foto tan pequeña y tan mala. Actuaba todas las noches en una especie de teatro chino de tercera, medio circo y medio cabaré ambulante, buah, no veas, una ruina, y ni siquiera sé por qué se me ocurrió ir a verla… Bueno, sí que lo sé, lo sé de sobra, yo… Total, que uno acaba enamorándose siempre de quien menos le conviene.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Atlas de geografía humana»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Atlas de geografía humana»

Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x