Adriana Trigiani - Valentine, Valentine

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Valentine, la segunda de las tres hermanas de una familia de origen italiano afincada en Nueva York, nunca ha sido considerada ni la más guapa, ni tampoco la más lista. Ella es, simplemente, lagraciosa. A sus treinta y tres años todos la presionan para que se case y funde una familia tradicional, pero Valentine se siente realizada con su vida, en la que la pasión que comparte con su fascinante abuela por la confección de zapatos de novia ocupa el primer lugar.

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– ¿Y eso qué tiene que ver con salir con italianos?

– Se aplica el mismo principio. Los hombres italianos han construido miles de años de historia Romántica a partir de la noción de la madre y la puta. Se casan con la madre y se divierten con la puta. Tendrías que volver a los etruscos acompañado por el doctor Phil para cambiar la manera de pensar de los italianos. Y creo que es imposible cambiar la naturaleza esencial de nuestra gente y, en particular, la naturaleza de nuestros hombres. Ya está el risotto.

– He preparado una mesa para nosotros -dice él, luego abre la puerta-. Por favor.

Lo sigo al comedor, donde la cortina de la ventana está bajada a la mitad. Debe de haber cincuenta velas de diferentes tamaños y formas colocadas por todo el restaurante, proyectando redes de luz rosada sobre las paredes. Filas de parpadeantes velas votivas, sobre bases de cristal tallado, están dispuestas en pequeños nichos de piedra debajo del mural; sus diminutas llamas anaranjadas forman un coro.

Miro mi reloj. Son las dos de la madrugada. Casi nunca como después de las siete. No había estado fuera tan tarde desde que me mudé al Village. No lo puedo creer, estoy, de hecho, divirtiéndome. Pillo mi reflejo en el espejo y esta vez, milagrosamente, no hay ningún número 11 en mi entrecejo. O me ha transformado el tratamiento facial del vapor intensificador de la juventud que surgía de la cazuela de risotto o me gusta la manera en que se desarrolla la noche.

– Adelante, por favor, siéntate -dice él.

– Esto es precioso.

– Es sólo el telón de fondo.

Roman coloca en la mesa un plato de flores de calabacín rebozadas delicadamente.

– ¿De qué?

– De nuestra primera cita. Quítate el delantal.

Me paso el delantal por la cabeza y lo pongo sobre el respaldo de una silla que está en la mesa vecina. Desdoblo la servilleta sobre mi regazo, cojo una flor de calabacín y la muerdo. La delicada hoja, cubierta de crujiente rebozado, es tan ligera como la organza.

Roman vuelve a la cocina y sale con una barra de pan caliente, envuelta en una brillante tela blanca. Luego regresa a la cocina.

Durante su ausencia observo la disposición de la mesa, cada detalle es correcto y está calculado. Nunca había visto este diseño de vajilla, así que le doy la vuelta al plato del pan y miro el sello. Los platos son de la Umbría, tienen un diseño atrevido llamado Falco, que muestra unas plumas blancas, pintadas a mano, sobre un fondo verde. El dibujo da un tono de color al tablero de la mesa, lacado en negro.

Roman reaparece con una pequeña salsera que coloca sobre la mesa. Descorcha una botella de chianti de la Toscana y sirve el vino en mi copa, y a continuación llena la suya. Se sienta a la mesa, levanta su copa y dice:

– Buen vino, buena comida y una buena mujer…

– ¡Oh, sí! ¡Por Bruna! -digo, y levanto mi copa.

Cuando Roman sirve una cucharada de risotto en mi plato, una nube de aroma de mantequilla se eleva en el aire. El risotto es un plato difícil de preparar. Su elaboración es complicada, se debe remover el arroz hasta que los granos se hinchen o hasta que el brazo se caiga, lo que suceda primero. Es una cuestión de medir el tiempo, porque si remueves demasiado el arroz se convierte en engrudo y si lo remueves demasiado poco obtienes un caldo. Lo pruebo y digo:

– Eres un genio -él casi se sonroja-, ¿dónde aprendiste a cocinar?

– Me enseñó mi madre. Teníamos un restaurante en Chicago, en Oak Law, se llamaba Falconi's.

– Entonces, ¿por qué has venido a Nueva York?

– Soy el menor de seis hermanos. Todos trabajábamos en el negocio familiar, pero mis hermanos nunca dejaron de mirarme como si fuera el bebé de la familia. Ni siquiera cuando cumplí treinta puede romper con esa tontería del orden de nacimiento. Ya sabes cómo es eso, ¿no?

– Alfred es el jefe, Tess es la inteligente, Jaclyn es la guapa y yo soy la graciosa.

– Exacto. Yo he trabajado para mi familia desde que era un adolescente. Mi madre me enseñó a cocinar, luego fui a la escuela y aprendí un poco más. Con el tiempo quise usar lo que había aprendido y hacer algunos cambios en el restaurante. Muy pronto quedó claro que ellos preferían el restaurante tal como estaba. Después de varias discusiones y casi a punto de ahogarme en las lágrimas de mi madre, me fui. Y qué mejor lugar para hacerte un nombre como chef italiano que Little Italy.

Roman llena los vasos de nuevo. Él y yo tenemos mucho en común. Nuestro pasado es similar, no sólo la parte italiana, sino la manera como nuestras familias nos han tratado. Aunque los dos tomamos decisiones valientes y hemos tenido cierta experiencia en la vida real, nuestras familias no han cambiado su percepción de nosotros.

– ¿Cómo decidiste meterte en el negocio familiar? -pregunta Roman-. Hoy en día no hay muchos zapateros.

– Bueno, yo era profesora de literatura en un instituto de Queens, pero los fines de semana venía a la ciudad para ayudar a la abuela en la tienda. Con el tiempo, ella empezó a enseñarme cosas sobre la fabricación de zapatos que iban más allá del embalaje y la distribución. Poco tiempo después quedé enganchada.

– No hay nada como trabajar con las manos, ¿no crees?

– Me consume por completo, mental y físicamente. A veces, al final del día estoy tan cansada que me cuesta subir las escaleras. Pero el trabajo en sí es sólo una parte. Me encanta dibujar, diseñar los zapatos, crear nuevas ideas y luego pensar cómo realizarlas. Algún día diseñaré zapatos.

El vino me hace sentir cómoda. Acabo de revelar mis sueños a un hombre que casi no conozco, hasta un punto que rara vez me permito, incluso a solas.

– ¿Cuánto tiempo has trabajado con tu abuela? -pregunta Roman.

– Casi cinco años.

Roman levanta de su plato una flor de calabacín.

– Cinco años. Eso significa que tienes…

Ni siquiera parpadeo al decir:

– Veintiocho.

Roman inclina la cabeza y me mira desde un ángulo distinto.

– Yo hubiera dicho que eras más joven.

– ¿De verdad? -Nunca había mentido acerca de mi edad, pero como ya casi tengo treinta y cuatro, me pareció un buen momento para empezar.

– Me casé cuando tenía veintiocho -explica Roman-. Me divorcié a los treinta y siete. Ahora tengo cuarenta y uno -recita con rapidez los números, sin la menor vacilación.

– ¿Cómo se llamaba?

– Aristea, era griega. Hasta hoy nunca he visto una mujer más hermosa.

Cuando un hombre te dice que la mujer más hermosa del mundo es su ex esposa, y lleva más de una hora mirando tu rostro, el comentario te sienta como una anchoa podrida.

– Las chicas griegas son italianas con mejor bronceado -digo antes de tomar un sorbo de vino-. ¿Qué salió mal?

– Yo trabajaba demasiado.

– Vamos, un griego puede entender el trabajo duro.

– Y… supongo que no trabajé mucho en el matrimonio.

Miro el trabajo de Roman (el mural, las velas, el festín sobre la mesa) y luego le miro a los ojos, en los que empiezo a confiar. Puedo hablar con este hombre casi sin esfuerzo. Me siento mal por haber mentido respecto a mi edad. Ésta podría ser la primera cita de muchas, ¿qué debería hacer ahora?

– Me alegra que hayas llamado -empieza.

– Necesito decirte algo -interrumpo-. Tengo treinta y tres. -Mi cara se vuelve roja como un pimiento-. Nunca miento, ¿vale? Lo hice porque treinta y tres es casi treinta y cuatro, un número bastante alto. Debes saber la verdad.

– No hay problema, tú no sales con italianos, ¿recuerdas?

Sonríe, luego se pone de pie y viene hacia mí. Me toma de las manos y tira de mí para que me levante. Nos miramos como dos personas que no saben si besarse o no. Me siento culpable por haberle dicho a Gabriel que la nariz de Roman se parecía a la que llevan las gafas de Groucho Marx. Desde este punto de vista su nariz es adorable, recta, y está muy bien.

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