John Connolly - El Libro De Las Cosas Perdidas

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El Libro De Las Cosas Perdidas: краткое содержание, описание и аннотация

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John Connolly, el aclamado autor irlandés de novela negra, sorprende agradablemente con la publicación de El libro de las cosas perdidas, una espeluznante y genial novela para el público juvenil y también adulto.
En su dormitorio del desván, David, un niño de doce años, llora la muerte de su madre. Está enfadado y solo, con la única compañía de los libros de sus estantes. Pero los libros han empezado a susurrarle en la oscuridad, y, mientras se refugia en los mitos y los cuentos que su madre tanto amaba, descubre que el mundo real y el mundo imaginario han empezado a mezclarse. Mientras la guerra se extiende por Europa, David aterriza de golpe en una tierra que es producto de su imaginación, pero aterradoramente real…
John Connolly nació en Dublín en 1968. Considerado como uno de los escritores de suspense más importantes de la actualidad, todas sus novelas se han convertido en best sellers según la lista de ventas del Sunday Times.
Esta novela abre la colección avalado por magníficas críticas en la prensa internacional: The Times, The Independent, Daily Mail, Sunday Times…

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– Lo ves a tus pies -respondió él-. Un hada malvada me había condenado a conservar esa forma hasta que una bella virgen aceptara casarse conmigo. El hada también me obligó a ocultar este hecho. En todo el mundo, sólo tú podías ser lo bastante generosa para poder ganarte con mi amable naturaleza, y, al ofrecerte mi corona, nunca podré saldar la deuda que tengo contigo.

Bella, agradablemente sorprendida, le ofreció al encantador príncipe la mano para que se levantase; juntos fueron al castillo, y Bella se alegró mucho al ver que su padre y toda su familia estaban en el gran salón, llevados hasta allí por la bella dama que se le había aparecido en sueños.

– Bella -le dijo la dama-, ven y recibe la recompensa por tus juiciosas elecciones; has preferido la virtud antes que el ingenio o la belleza, y te mereces encontrar a una persona que reúna todas esas cualidades. Serás una gran reina. Espero que el trono no afecte a tu moralidad, ni te haga olvidar quién eres. En cuanto a vosotras, señoritas -le dijo el hada a las dos hermanas de Bella-, sé lo que albergáis en vuestros corazones y toda la malicia que contienen. Os convertiréis en dos estatuas, pero, a pesar de la transformación, conservaréis vuestro raciocinio. Estaréis delante de la entrada al palacio de vuestra hermana, y vuestro castigo consistirá en ser testigos de su felicidad; y no podréis recuperar vuestras antiguas formas hasta que reconozcáis vuestros fallos, aunque mucho me temo que seréis estatuas para siempre. El orgullo, la ira, la gula y la holgazanería a veces se superan, pero la transformación de una mente envidiosa y mezquina es casi un milagro.

De repente, el hada agitó su varita y, en un instante, todos los ocupantes del salón fueron transportados a los dominios del príncipe. Sus súbditos lo recibieron con alborozo, él se casó con Bella, los dos vivieron juntos muchos años, y su felicidad, como se fundaba en la virtud, fue completa.

La Bella y la Bestia

Madame de Villeneuve

Erase una vez, en un país muy lejano, un comerciante que había tenido tanta suerte en todos sus negocios que se había hecho muy rico. Sin embargo, como tenía seis hijos y seis hijas, descubrió que su dinero no bastaba para permitirles tener todo lo que se les antojaba, como era su costumbre.

Un día les ocurrió una desgracia inesperada: su casa se incendió y ardió rápidamente hasta los cimientos, con todos los maravillosos muebles, libros, cuadros, oro, plata y bienes que contenía; y aquello no fue más que el principio de sus dificultades. Su padre, que hasta el momento había prosperado en todo, de repente perdió en el mar todos los barcos que poseía, ya fuese por piratas, accidentes o incendios. Después oyó que sus empleados en países lejanos, en quienes confiaba plenamente, habían demostrado no serle fieles; y, de este modo, pasó de ser muy rico a caer en la mayor de las miserias.

Lo único que le quedaba era una casita en un lugar desierto a más de quinientos kilómetros de la ciudad en la que había vivido hasta el momento, así que tuvo que mudarse allí con sus hijos, que estaban desesperados ante la idea de llevar una vida tan diferente. De hecho, las hijas tenían la esperanza de que sus amigos, numerosos cuando eran ricas, insistieran en alojarlas en sus casas al ver que ya no poseían ninguna. Pero pronto descubrieron que estaban solas, que sus antiguos amigos incluso atribuían sus infortunios a sus pasadas extravagancias, y que no tenían intención de prestarles ayuda. Así que no les quedó más remedio que mudarse a la casita, que estaba en medio de un bosque oscuro y parecía el lugar más sombrío que pudiera encontrarse sobre la faz de la tierra.

Como eran demasiado pobres para tener criados, las muchachas tenían que ocuparse del trabajo duro, como las campesinas, mientras los hijos varones, por su parte, cultivaban los campos para ganarse la vida. Con ropas vulgares y viviendo de la forma más sencilla, las muchachas se quejaban sin cesar por haber perdido los lujos y diversiones de su antigua vida; sólo la más joven intentó seguir siendo valiente y alegre. Se había entristecido tanto como los demás cuando su padre sufrió aquella desgracia, pero recuperó rápidamente su alegría natural y se puso a trabajar para sacar lo mejor de la situación, divertir a su padre y a sus hermanos lo mejor que podía, e intentar persuadir a sus hermanas para que se unieran a sus bailes y canciones. Pero las hermanas no querían hacer nada parecido, y, como la joven no estaba tan triste como ellas, decidieron que aquella vida miserable era lo más apropiado para ella. En realidad, la hermana menor era más guapa y lista que las otras; de hecho, era tan encantadora que siempre la llamaban Bella. Al cabo de dos años, cuando todos empezaban a acostumbrarse a su nueva vida, pasó algo que perturbó su tranquilidad: su padre recibió la noticia de que uno de sus barcos, que él creía perdido, había llegado a puerto con un gran cargamento. Todos sus hijos e hijas pensaron de inmediato que se acababa su pobreza y quisieron volver directamente a la ciudad; pero su padre, que era más prudente, les suplicó que esperasen un poco, y, aunque era tiempo de cosecha y era necesario en el campo, decidió ir él solo primero, para hacer averiguaciones. Sólo la hija menor dudaba que volviesen a ser tan ricos como antes, o, al menos, lo bastante ricos para vivir cómodamente en una ciudad en la que encontrasen de nuevo diversiones y amigos alegres. Así que todos le pidieron a su padre que les comprase joyas y vestidos que costaban una fortuna, y sólo Bella, segura de que aquello no era posible, no pidió nada. Su padre, al notar su silencio, le preguntó:

– ¿Y qué te traigo a ti, Bella?

– Lo único que me gustaría es verte volver a casa sano y salvo -respondió ella.

Pero aquello enojó a sus hermanas, que creían que la muchacha las culpaba por haber pedido tantas cosas caras. Su padre, sin embargo, estaba contento, pero, como pensaba que a su edad debía tener regalos bonitos, le rogó que escogiese algo.

– Bueno, querido padre -dijo ella-, como insistes, te suplico que me traigas una rosa. No he visto ninguna desde que llegamos aquí, y adoro esas flores.

Así que el comerciante partió y llegó a la ciudad lo antes que pudo, pero allí descubrió que sus antiguos compañeros, dándolo por muerto, se habían dividido entre ellos los bienes del barco; después de seis meses de problemas y gastos, se encontró tan pobre como al principio, ya que sólo había logrado recuperar lo suficiente para sufragar el coste del viaje de vuelta. Para empeorarlo todo, se vio obligado a dejar la ciudad con un tiempo terrible, así que, cuando estaba ya a pocos kilómetros de su casa, el frío y el cansancio lo dejaron exhausto. Aunque sabía que tardaría algunas horas en volver atravesando el bosque, estaba tan ansioso por terminar el viaje que decidió hacerlo; pero la noche lo alcanzó en el camino, y la gruesa capa de nieve y la fría escarcha hacían que al caballo le resultarse imposible seguir avanzando. No había ni una casa a la vista; el único refugio que pudo encontrar fue el tronco hueco de un árbol, y allí se acurrucó toda la noche, una noche que se le hizo interminable. A pesar del cansancio, el aullido de los lobos lo mantuvo despierto, e incluso cuando el sol salió al fin, no estaba mucho mejor que antes, porque la nieve había cubierto todos los caminos y él no sabía cuál tomar.

Por fin descubrió una especie de sendero y, aunque al principio era tan accidentado y resbaladizo que se cayó más de una vez, al final se hizo más fácil y lo condujo hasta una avenida de árboles que terminaba en un espléndido castillo. Al comerciante le pareció muy extraño que no hubiese caído nieve en la avenida, que estaba compuesta sólo de naranjos, cubiertos de flores y frutos. Cuando llegó al primer patio del castillo, vio ante él unos escalones de ágata, los subió y pasó a través de varias habitaciones lujosamente amuebladas. El agradable calor del aire lo revivió, y el hombre empezó a sentir hambre; pero parecía no haber nadie en aquel enorme y espléndido palacio a quien poder pedirle algo de comer. Un profundo silencio reinaba en el ambiente, y, por fin, cansado de vagar por habitaciones y galerías vacías, se detuvo en una habitación más pequeña que las demás, donde ardía un fuego en la chimenea, junto a la cual habían colocado un sofá. Pensando que debían de haberlo preparado para un invitado, se sentó a esperar a que dicha persona llegase, y pronto se quedó dormido.

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