Créetelo.
Estos casca-pollas, estos pela-plátanos, son ellos quienes nos lideran a los demás. Lo que se la pone dura a ellos es lo que van a querer vuestros millones de hijos el año que viene para Navidad.
Al otro lado de la sala, otro pringado me llama la atención, con el brazo en alto, removiendo el aire con un billete de cincuenta doblado y pellizcado entre dos dedos.
Si quieres hablar de feminismo de tercera ola, puedes citar a Ariel Levy y su idea de que las mujeres han internalizado la opresión masculina. Ir a Fort Lauderdale por las vacaciones de Semana Santa, emborracharse y enseñar las tetas en público no es un acto que le dé poder personal a una. Eres tú, tan diseñada y programada por el constructo de la sociedad patriarcal que ya no sabes qué beneficia a tus intereses.
Una damisela tan mema que ni siquiera sabe que está en apuros.
Puedes citar a Annabel Chong -nombre verdadero: Grace Quek-, que estableció ese primer récord mundial de follarse a doscientos cincuenta y un pringados porque, por una sola vez, quería que una mujer fuera «el semental». Porque le encantaba el sexo y estaba harta de teoría feminista que representaba a las actrices porno como idiotas o bien como víctimas. A principios de los años setenta, Linda Lovelace estaba ofreciendo exactamente las mismas razones filosóficas para justificar su trabajo en Garganta profunda .
El día de hoy no se reduce para nada a una cuestión de crecimiento personal.
¿Acaso respetas el derecho que tienen los demás a buscar desafíos y descubrir su potencial verdadero? ¿En qué se diferencia un gang-bang de arriesgar tu vida para subir al monte Everest? ¿Y acaso aceptas el sexo como forma de terapia emocional viable?
Solo más tarde se supo que Linda Lovelace había sido secuestrada y maltratada. O que, antes de convertirse en estrella del porno, a Grace Quek la habían violado en Londres cuatro hombres y un niño de doce años.
A los electores adelantados les encanta Annabel Chong. Las personas traumatizadas aman a otras personas traumatizadas.
Créetelo.
Mientras cuento el colchón de dinero que hay bajo mi lista de nombres, las yemas de látex de los dedos se me vuelven negros de tocar los billetes. Otro pringado se me acerca, casi lo bastante para que su polla me toque. Y me pregunta por las camisetas: ¿Dónde están las camisetas? Acompasa sus andares con los míos para seguirme por la sala de suelo de cemento, paso a paso, a mi lado.
Yo le digo:
– Treinta dólares en metálico.
Tendrá ocasión de comprar una camiseta cuando salga del edificio. Las gorras de recuerdo son veinte pavos más. Para reservar una copia autografiada de la película, ya estamos hablando de ciento cincuenta dólares.
La señorita Wright ya ha firmado las carátulas y los folletos que van dentro de las cajas. Por si acaso Dios manda al frota-capullos número 573 con la orden divina de estrangularla. O bien Dios le manda un derrame cerebral a la señorita Wright. O manda un terremoto o un tsunami.
El día de hoy tampoco se reduce para nada a una cuestión de realidad.
¿Qué hace uno cuando toda su identidad queda destruida en un solo instante? ¿Cómo reacciona uno cuando toda la historia de su vida resulta estar equivocada?
Bolsas de sudor dentro de mis guantes, todavía de color rosa, lo cual significa que ambas capas de látex siguen intactas. Mis dedos arrugados como pasas, de tanto tiempo como llevan buceando. La piel encurtida y envejecida. Mis defensas siguen intactas. Indemnes pero insensibles, demasiado viejas al lado del resto de mi yo veinteañero.
Al otro lado de la sala, bajo el resplandor de una docena de películas porno, otros dos dedos me hacen una señal. Agitan unos nudillos peludos. Se doblan para hacerme ir hasta allí. Sosteniendo más dinero para sobornarme, doblado y escondido dentro del puño.
EL SEÑOR 600
Obvio, era mentira lo que le he dicho al chaval número 72 de los uniformes, lo de que nos estaban rodando desordenados porque solo habían alquilado tres uniformes de la Gestapo. Ahora el chaval se dedica a mirar las películas que nos están pasando por encima de las cabezas. La película que tenemos delante es Aquellos años de lluvia dorada . Con unos ojos donde se retuercen dos reflejos idénticos de Cassie Wright, como dos monitores de vídeo diminutos, y con la boca completamente abierta, al chaval le importa un puto rábano lo que yo le estoy diciendo.
Le digo al chaval:
– No esperes que esté así de buena…
Los ojos del chaval número 72: de color marrón claro, exactamente igual que eran los míos antes.
Esa chica de ahí arriba, la que lame el clítoris de Boodles Absolut, esa chica solía decirme que algún día sería la reina de la industria del porno. Aquella joven y dulce Cassie Wright, a juzgar por cómo lo decía, no había nadie a quien no pudiera lamer.
Pero mirando ahora esta sala, la colección abigarrada de pollas que hoy han sido convocadas aquí, yo diría que la carrera de ella ha acabado siendo lo contrario.
El chaval número 72 se come con los ojos a Cassie y a Boodles.
– Eso que acabo de hacer es un chiste -le digo, y le doy un codazo.
Hoy no hay nadie que no la pueda lamer…
Al otro lado de la sala hay un tipo que lleva una especie de peluche debajo del brazo y que no para de mirarme. Lleva el número 137 y un aro dorado en el pezón. Estamos hablando del típico acosador.
En serio, le digo al chaval, ya puede ir rezando para que lo llamen pronto. La productora tiene buenas razones para llamar a esto La zorra del fin del mundo . Después de hoy ya nadie va a establecer ningún nuevo récord. Lo que estamos haciendo aquí perdurará durante el resto de la historia humana. Este chaval, yo, el número 137 que nos está mirando… después de hoy, tendremos un sitio en los libros de historia.
Al chaval número 72 los ojos le tiemblan y se le mueven por esa pantalla de vídeo. Se dedica a abrazarse con fuerza las rosas contra la parte superior del pecho, como si esas rosas no fueran otra cosa que basura.
Le digo:
– No esperes que Cassie Wright vaya a sobrevivir a esto…
No, no tiene nada que ver con el hecho de que solo haya tres uniformes nazis. La coordinadora llama a subir al número 45, luego al número 289, luego al número 6, el orden es descabellado, pero en realidad es para camuflar el hecho de que esas cámaras van a seguir rodando aun después de que Cassie Wright entre en coma. Aquí hay tipos que practicarán el acto creyendo que ella simplemente se ha dormido. No hay cuerpo humano que pueda aguantar un polvo de seiscientas pollas duras.
Estamos hablando de aire atrapado en el coño y empujado demasiado adentro. O al comerle el coño, una bocanada de aire dentro del aparato de la tía hace que le entre una burbuja en el flujo sanguíneo. Una embolia. Esa burbuja le sube en zigzag hasta el corazón o el cerebro y todas las luces se apagan de golpe para Cassie Wright.
Esto lo digo mientras contemplo otro monitor de vídeo, donde Cassie se la está chupando a un tío en Primera Zorra Mundial . Los labios del tipo rojos e inflados como el ojete de un maricón. Fabulosa definición de los tríceps. Sin pelo en el saco de las pelotas. Me quito las gafas de sol y resulta que el tipo soy yo.
El chaval número 72 no quita ojo de Rubia dorada . El número 137 no nos quita ojo a nosotros.
La razón de que estén rodando a los tíos desordenados es para que el editor pueda cortar los planos de las corridas y montarlos todos juntos, del uno al seiscientos. Así conseguirá que Cassie gima y se menee lo mismo con el número 599 que con el número 1. Entretanto, lo único que hará será estar ahí tumbada como si estuviera dormida, pero en realidad estará en coma. O algo peor. Ninguno de los que estamos aquí, ninguno de todos estos capullos, será consciente de nada más que lo que dirá el comunicado de prensa oficial: «Superestrella del porno muere después de establecer récord mundial de sexo».
Читать дальше