Inerte como si fuera una muñeca inflable a imagen de sí misma.
Por si os interesa, en aquella primera película que hice con Cassie Wright, le di un refresco light mezclado con beta-ketamina y Demerol. Con la cámara colocada al lado del colchón, me la follé por todos los sitios donde me cabía la polla.
Porque la quería con locura.
Aquella primera película se titulaba Frisky Business . Después de que se hiciera famosa, la distribuidora la volvió a montar y a publicar como Es culo frío en la noche . Que se volvió a montar como Primera Zorra Mundial .
Por si os lo preguntáis, Cassie nunca planeó hacer aquella primera película.
La película que están pasando en el sótano vacío.
Sheila baja las escaleras, lloriqueando. Frotándose los ojos con las mangas del jersey, haciéndose manchurrones de mocos y de qué sé yo en dirección a las orejas, con los dientes de arriba juntándose en el borde con los de abajo, y los músculos de la mandíbula agarrotados en las esquinas. Está diciendo:
– Hija de puta…
Sheila arroja el portapapeles al otro lado de la sala, donde se estrella con la pared explotando en forma de nombres y números de papel. Una nube revoloteante de billetes de cincuenta y de veinte que Sheila ha aceptado a modo de soborno.
El chaval sale por la puerta del baño diciendo:
– No llores.
Diciendo:
– Es lo que la señorita Wright quería…
Recién graduada de la Missoula High School, Cassie tenía grandes planes de estudiar teatro. Tenía planeado vivir en casa y estudiar para ser actriz o estrella de cine, lo que fuera, con tal de trabajar en el mundo del espectáculo. En cualquier caso, no quería casarse conmigo. Lo que me dijo fue que sus notas eran demasiado buenas. Me dijo que tal vez si fuera tonta o estuviera desesperada, agarrándose a clavos ardiendo y emocionalmente necesitada, completamente destruida, entonces aceptaría mi propuesta: así que supuse que todavía había esperanzas para mí.
El problema era que sus padres la habían envenenado en contra de mí con toda aquella mierda de la autoestima.
El viernes por la noche que Cassie me dijo aquello, yo le dije que lo entendía. Le dije que yo quería que ella viviera el sueño rico y pleno que ella deseaba. Y le pregunté si quería un refresco light.
Lo que más se parece a la sensación que produce el día de hoy es cuando te limpias de atrás hacia delante. Estás sentado en el retrete. No piensas y te manchas de mierda la parte de atrás de la piel colgante y arrugada de las pelotas. Y cuanto más tratas de limpiarlo, la piel se estira y todo se enguarra cada vez más. La fina capa de mierda se extiende por el pelo y muslos abajo. Esa es la sensación que produce un día como hoy.
Más tarde, Cassie me dijo que las drogas, la beta-ketamina y el Demerol, le habían parado el corazón. El cerebro se le enfrió y ella se elevó por encima de su cuerpo, hasta quedar flotando junto al techo, mirando hacia abajo, ella y la cámara de vídeo mirando cómo mi culo se contraía y se relajaba, se contraía y se relajaba, mientras yo la follaba hasta que su corazón empezó a bombear de nuevo. Cepillándome su cuerpo muerto en aquel colchón, terminé con la vieja vida que ella había tenido, cuando quería ser actriz, y le di una nueva vida.
El sexo reencarnó a aquella chica buena y pura, pero convirtiéndola en otra cosa.
Cassie flotando allí, contemplando la acción igual que hago yo ahora.
Detrás de Sheila, el tío del peluche baja la escalera que lleva al sótano. Agarrando la barandilla de un lado con las dos manos.
Sheila da un tirón del cronómetro, partiendo el cordón que lleva alrededor del cuello y lo tira contra la pared de cemento. Otro pequeño estallido.
Otro peldaño y Sheila:
– El muy cerdo se ha tomado él la pastilla.
El chaval cruza la sala hasta donde está su bolsa de papel marrón, saca unas zapatillas de tenis, unos vaqueros y una camiseta. Un cinturón. Mientras se pone los calcetines, dice:
– ¿Quién?
Sheila se cruza de brazos. Levantando la vista para mirar un televisor, donde yo me estoy cepillando el cuerpo inerte de Cassie Wright, dice:
– Mi padre.
El tío del peluche dice:
– ¿Quién?
Branch Bacardi.
Yo. Muerto y flotando, igual que se elevó flotando Cassie después de que se le parara el corazón.
Seiscientos tíos. Y una chati. Un récord mundial para la posteridad. Una película indispensable para todo coleccionista de cosas eróticas que se preciara.
Ninguno de nosotros se propuso nunca hacer una película snuff. Eso es mentira.
Si te imaginabas que yo estaba vivo, eso es otra mentira. Me he tomado la pastilla.
Abotonándose la camisa, el chaval dice:
– ¿Está muerto el señor Bacardi?
Y Sheila dice que es difícil saberlo. Dice:
– Con ese bronceado que lleva, más la crema bronceadora, parece más sano y más vivo que todos nosotros.
Mi hija.
En los televisores, estoy soltando mi carga dentro del coño muerto de Cassie, bombeando hasta devolverle la vida. Un plano de corrida bastante decente echado a perder, sin más valor que el hecho de fabricar a una criatura. A Sheila. Pero qué estúpido soy.
EL SEÑOR 72
Esto es después. Estamos de pie en el callejón, después de que los enfermeros le hayan preguntado a Sheila si hay algún pariente. Algún familiar a quien dar la noticia.
Esto es después de que Sheila haya dicho que no con la cabeza. Le han caído copos blancos flotando del pelo, pequeños como las cenizas de un incendio, y ella les ha dicho:
– Nadie. El muy cerdo no tenía a nadie.
Esto es después de que hayamos dejado al tío que hacía de Dan Banyan en el sótano, vistiéndose pero poniéndose la camisa del revés. Palpando los botones, ha dicho:
– Hablando de nuestro reality show, ¿qué os parece La rubia lleva al ciego de la mano ?
Se ha puesto los pantalones del revés y luego del derecho. Después, sacándose un teléfono del bolsillo de los pantalones, Dan Banyan ha pulsado marcación rápida, y cuando alguien ha contestado les ha dicho que no manden al chapero. Que todo se ha terminado. El tío viejo y fofo al que iban a mandar ya no hace falta.
El trabajo está hecho.
A continuación el tío que hacía de Dan Banyan llama a alguien más para decir sí, sí, sí a unos transplantes capilares de emergencia. Después llama a un restaurante para reservar una mesa para él y la señorita Wright, para esta noche.
Solo quedamos Sheila y yo, de pie en el callejón, con el sol poniéndose al otro lado del edificio. Los colores de la puesta de sol, roja y amarilla como un incendio, más allá de todo. Los dedos de Sheila pasan los billetes de una mano a otra, mientras cuenta con los labios:
– … Cincuenta, setenta, ciento veinte, ciento setenta… El dinero suma quinientos sesenta dólares en su mano derecha. Y lo mismo en la izquierda.
Le digo que no se preocupe. Que puede seguir odiando a su madre.
Y Sheila vuelve a contar los billetes y dice:
– Gracias. -Se seca los ojos con un billete de veinte dólares. Se suena la nariz con uno de cincuenta y dice-: ¿Hueles a carne asada?
Le pregunto si me va a envenenar.
– ¿Es que no lo sabes? -dice Sheila-. Las personas traumatizadas aman a otras personas traumatizadas.
Cianuro y azúcar. Veneno y antídoto. A lo mejor nos equilibramos entre nosotros.
Qué sé yo. Pero ahora mismo, de pie con ella en el callejón, delante de la salida de atrás, con el número «72» todavía escrito en el brazo, esperando a dar el próximo paso, siento que este momento me basta.
Con los tíos de la ambulancia todavía dentro, haciéndole el masaje cardíaco al cadáver de Branch Bacardi. Clavándole agujas enormes que contienen alguna cura. Con los ojos fuertemente cerrados de tan grande que es la sonrisa que tiene en la boca muerta.
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