Arthur, mientras tanto, continuaba su campaña. Nadie había aceptado su propuesta de demostrar «en media hora» que George Edalji no podía haber escrito las cartas: ni siquiera Gladstone, que públicamente había afirmado lo contrario. Arthur, por tanto, se lo demostraría a Gladstone, al comité, a Anson, a Gurrin y a todos los lectores del Daily Telegraph. Dedicó al asunto tres extensos artículos, con abundante ilustración holográfica. Demostró que era obvio que las cartas las había escrito alguien «totalmente diferente» de Edalji, «un patán deslenguado, un chantajista», alguien que no conocía «ni la gramática ni la decencia». Además se proclamaba desairado personalmente por el comité Gladstone, ya que en el informe «no hay una sola palabra que me induzca a pensar que han tenido en cuenta mi evidencia». Respecto a la vista de Edalji, el comité citaba la opinión de «un médico carcelario sin nombre» y despreciaba el dictamen, presentado por Arthur, de quince expertos, «entre ellos algunos de los mejores del país». Lo único que habían hecho los miembros del comité era sumarse a «la larga cola de policías, funcionarios y políticos» que debían una «disculpa muy abyecta» a «este hombre maltratado». Pero hasta que se expresara esta disculpa, hasta que se reparase la injusticia, «las pinceladas de cumplidos mutuos no conseguirán limpiarlos».
A lo largo de mayo y junio, hubo constantes preguntas en el Parlamento. Sir Gilbert Parker preguntó si existían precedentes de que no se hubiese pagado una indemnización a alguien injustamente condenado y posteriormente indultado. Gladstone: «No conozco ningún caso análogo». Ashley preguntó si el ministro del Interior consideraba que George Edalji era inocente. Gladstone: «No me parece una pregunta muy adecuada. Es cuestión de opinión». Pike Pease preguntó qué reputación había tenido Edalji en la cárcel. Gladstone: «Tenía buena reputación». Mitchell-Thompson pidió al ministro del Interior que ordenara una nueva investigación para estudiar el asunto de la letra. Gladstone denegó la petición. El capitán Graig solicitó que se entregaran al Parlamento todas las notas tomadas durante el juicio para uso del tribunal. Gladstone denegó la petición. F. E. Smith preguntó si Edalji habría sido indemnizado si no hubieran existido dudas respecto a la autoría de las cartas. Gladstone: «Me temo que no puedo responder a esta pregunta». Ashley preguntó por qué habían excarcelado a aquel hombre si su inocencia no había sido completamente establecida. Gladstone: «Es una pregunta que en realidad no me incumbe. La liberación fue consecuencia de una decisión de mi antecesor que, sin embargo, apruebo». Harmood-Banner solicitó detalles de agresiones similares contra ganado perpetradas mientras George Edalji estaba en la cárcel. Gladstone respondió que había habido tres en el vecindario de Great Wyrley: en septiembre y noviembre de 1903 y en marzo de 1904. F. E. Smith preguntó en cuántos casos, durante los últimos veinte años, se habían pagado indemnizaciones, tras demostrarse que una condena había sido insatisfactoria, y qué importes se habían pagado. Gladstone contestó que en los últimos veinte años había habido doce casos y que en dos de ellos se habían abonado sumas cuantiosas: «En un caso se pagaron cinco mil libras y en el otro se dividieron mil seiscientas entre dos personas. En los diez casos restantes, las cifras oscilaron de 1 a 40 libras». Pike Pease preguntó si en todos aquellos casos se había concedido el indulto. Gladstone: «No lo sé seguro». El capitán Faber solicitó que se publicaran todos los informes y comunicaciones de la policía enviados al Ministerio del Interior sobre el caso Edalji. Gladstone denegó la petición. Y, por último, el 27 de junio, Vincent Kennedy preguntó: «¿El trato que se está dispensando a Edalji obedece a que no es inglés?». En el acta de la sesión constaba: «[No hubo respuesta]».
Arthur siguió recibiendo cartas anónimas y tarjetas insultantes, las primeras en toscos sobres amarillos, pegados con papel adhesivo. El matasellos era del noroeste de Londres, pero las arrugas de los documentos le indicaban que quizá los hubiesen transportado escondidos, o posiblemente en el bolsillo de alguien -un jefe de tren, por ejemplo-, desde los Midlands a Londres para franquearlos en la capital. Ofreció una recompensa de veinte libras a quien le ayudase a descubrir al autor.
Arthur solicitó nuevas entrevistas con el ministro del Interior y con el subsecretario, Blackwell. En el Daily Telegraph contaba que le habían recibido con «cortesía», pero también con una «antipatía helada». Además, tomaron «claro partido por los funcionarios cuestionados» y le hicieron sentirse rodeado de una «atmósfera hostil». No hubo un aumento de temperatura ni un cambio de atmósfera; los funcionarios lamentaron que en lo sucesivo estarían demasiado ocupados con las tareas de gobierno para conceder más tiempo a sir Arthur Conan Doyle.
El Colegio de Abogados votó a favor de readmitir como miembro a George Edalji.
El Daily Telegraph abonó la suma recaudada en su colecta, que ascendía a unas trescientas libras.
Después, como no hubo sucesos nuevos, disputas, demandas por difamación, acciones del gobierno, preguntas parlamentarias, investigación pública, disculpas ni indemnización, la prensa tuvo poco de que informar.
Jean le dice a Arthur:
– Hay algo más que puedes hacer por tu amigo.
– ¿Qué, querida?
– Invitarle a nuestra boda.
A él le confunde un poco esta sugerencia.
– Pero ¿no habíamos decidido invitar sólo a la familia y a los amigos íntimos?
– A la ceremonia de la boda, Arthur. Después habrá la recepción.
El inglés no oficial mira a su prometida no oficial.
– ¿Te han dicho alguna vez que, aparte de ser la mujer más adorable del mundo, eres especialmente juiciosa y mucho más capaz de ver lo que es justo y necesario que el pobre bruto a quien vas a tomar por marido?
– Estaré a tu lado, Arthur, siempre a tu lado. Y por lo tanto mirando en la misma dirección. Sea la que sea.
A medida que transcurría el verano, la conversación se centró en el criquet o la crisis india; Scotland Yard dejó de exigir una confirmación mensual, por correo certificado, de las señas de George y el Ministerio del Interior guardaba silencio; ni siquiera el infatigable señor Yelverton ideó estratagemas nuevas y George fue informado de que tenía un despacho esperando en el número 2 de Mecklenburgh Street hasta que pudiese encontrar uno propio; los mensajes de sir Arthur se reducían a breves notas de aliento o de rabia; el padre de George reanudó con renovado ahínco sus tareas parroquiales y la madre consideró seguro dejar a su hijo mayor y a su hija única al cuidado de terceros; el honorable capitán Anson no anunció una nueva investigación sobre las mutilaciones cometidas en Great Wyrley a pesar de que ahora no existía un culpable oficial; George aprendía a leer un periódico sin tener un ojo continuamente pendiente de la mención de su nombre y otro animal fue mutilado en el distrito de Wyrley; el interés, no obstante, iba decayendo y hasta el redactor de cartas anónimas se cansó de sus improperios, y George comprendió que el veredicto definitivo y oficial sobre su caso ya había sido dictado y era improbable que lo cambiasen nunca.
Inocente, pero culpable: eso había dicho el comité Gladstone y también el gobierno británico a través de su ministro del Interior. Inocente, pero culpable. Inocente, pero obcecado y malévolo. Inocente, pero se había permitido una picardía. Inocente, pero empeñado en interferir adrede en las investigaciones pertinentes de la policía. Inocente, pero se había hecho acreedor a sus infortunios. Inocente, pero no merecía indemnización. Inocente, pero no merecía que le pidieran disculpas. Inocente, pero tenía plenamente merecidos los tres años de prisión.
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