A los diez días los maquis eran menos y las fuerzas que defendían Viella muchas más. Entonces llegó de Yugoslavia, del cuartel general de Tito, Santiago Carrillo y a la vista de los acontecimientos ordenó a "Mariano" y sus hombres que abandonaran la lucha y regresaran a Francia.
Costó mucho obedecer. Tierra española! Cinco largos años esperando la ocasión. Sin embargo, Santiago Carrillo tenía razón. Superado el factor sorpresa, y comprobada la inmovilidad del vecindario, aquello terminaría en hecatombe. Todavía estaban a tiempo de salvar el pellejo. Porque pronto llegarían los morteros, la artillería y quién sabe si la aviación. José Alvear subió al campanario de Bossost, meó desde allá arriba y se despidió hasta nuevo aviso de su gran aventura, ampliación de la anterior en el pueblo de Agullana. Quería llevarse en recuerdo la pila bautismal. O la custodia. O el incensario. Finalmente entró en la sacristía, se vistió con una casulla y emprendió montaña a través el camino que le conduciría junto al lecho de su amada Nati.
El Partido Comunista, aprendida por dos veces la lección, desistió de la "guerra abierta". Esperaría a que la contienda mundial terminase y actuarían entonces como mejor les conviniera. Claro, que era preciso no entregar la primacía a los republicanos ortodoxos, que a lo máximo impondrían en España una República burguesa. De ahí que Santiago Carrillo y su comité asesor decidieran enviar combatientes uno por uno, o por parejas, hacia el interior de España, con consignas concretas para reconocerse entre sí e instrucciones para el sabotaje y la hostigación del Régimen: asalto a trenes, a centrales eléctricas. Al propio tiempo, se instalaría un Comité Central en Madrid, que actuaría de enlace y cuyo mando directo asumiría el general Líster, quien había hecho los correspondientes estudios militares en la Academia Frounze, de Moscú.
Todo fue impresionante para el camarada Montaraz. La valentía del adversario, su fanatismo, la perfecta reacción del Ejército y de la guardia civil. También le impresionó en grado sumo el silencio que planeó sobre tales acontecimientos. Recibieron de Madrid orden tajante de no publicar nada en Amanecer, de no dar la menor noticia por la radio. Y en toda España sería así. En Gerona, apenas si unos cuantos se enteraron de lo que había sucedido y de su posible trascendencia. Mateo utilizó, como en las grandes ocasiones, su mechero de yesca. Pilar no se enteró. Tampoco Carmen Elgazu. Sí se enteró Matías, gracias a Ignacio. El señor obispo se arrodilló en su habitación y rogó largamente "por las víctimas de ambos bandos". Cacerola, contra su costumbre, se indignó. Debían de haberlos avisado a ellos, a los ex divisionarios, para ir en socorro del valle de Aran. Claro que, dejar a Lourdes -tal vez embarazada- hubiera sido el mayor sacrificio de su vida de falangista.
De nuevo las dos Españas, aunque no frente a frente. Una, todopoderosa, disponiendo de un ejército en constante renovación; otra, dispersa por los caminos y por los cerros, especialmente por Extremadura, Asturias, León, Cuenca, etc. También había otra España disfrazada, maquillada como el presidente Roosevelt, en las grandes capitales. En un momento en que se había aprobado la Ley contra el Bandidaje y Terrorismo, que en el pueblo cordobés de Espiel quince atracadores habían sido fusilados en la plaza mayor y que en el campo de la Bota eran fusilados también seis "individuos" por haber asaltado la fábrica de cervezas Moritz.
* * *
José Alvear no pudo llegar a Perpiñán, al lecho en el que Nati le estaba esperando. En el último kilómetro antes de alcanzar la frontera les salió al encuentro -iban él y cinco compañeros más- una patrulla de la guardia civil y les obligó a rendirse. José Alvear repitió aquello de la "rehostia", pero el tono de voz había cambiado. También se había despojado de la casulla, impedimento para caminar. Debidamente esposados, fueron objeto de un minucioso chequeo ellos y sus mochilas. En la de José Alvear encontraron un paquete de consignas del Comité de Unión Nacional que empezaba diciendo: "Departamento de los Pirineos orientales. Manifiesto. A todos los españoles! Compatriotas! La hora ha llegado!". Etcétera. El resto del grupo no llevaba nada y ello les llamó la atención. Posiblemente José Alvear fuera un pez gordo. Él negó con la cabeza, pero su físico era la viva estampa del guerrillero acostumbrado a luchar. José Alvear tuvo una idea luminosa, que acaso le salvara la vida: decirles que tenía familia en Gerona, con ex combatientes y demás, y que vivían en la Rambla, 28. Su primo, Ignacio, vivía gracias a él. Él le había acompañado al frente de Madrid, el año 1938 y lo había depositado en manos de los "nacionales", de los moros. Pedía ser llevado a Gerona para confirmar la autenticidad de su declaración.
El sargento de la guardia civil se acarició el bigote. Sí, era posible. El prisionero dio todos los datos que le pidieron acerca de sus familiares gerundenses. Lo mejor sería no fusilarlo allí mismo; tal vez aquel "pájaro" fuera un mandamás y pudiera aportar informes de valor.
En fila india fueron conducidos a Viella. Allí el general Sánchez Bravo separó del resto a José Alvear. El resto, pese a las súplicas, fueron ejecutados en el pequeño cementerio del pueblo, con la asistencia del párroco, cuya ayuda rechazaron; y el "posible mandamás" fue conducido en coche a Gerona, donde ingresó en la cárcel.
José Alvear se mordía los puños. Si Ignacio quisiera! Pero tal vez el pobre no podría hacer nada. Los reclusos le asediaban a preguntas, convencidos de que la infiltración procedente de Francia era masiva. Él les contó la verdad -el golpe había fracasado- y rogó que le dejaran solo. Y se puso a meditar, recordando su llegada a Gerona la primera vez, cuando encontró a Ignacio en las nubes, como un monaguillo y cuando él se subió al tablado de las sardanas y destrozó el trombón. Cuántas cosas habían pasado! Y Canela… Tío Matías podría hacer algo? Tal vez… Llevaba sombrero y tenía autoridad moral. Seguro que Ignacio, por su parte, era amigo del gobernador. Y tía Carmen, amiga del obispo. Dios, quién lo metió en aquel lío! Con lo bien que lo pasaba escribiéndoles cartas. Y ahora que el Eje estaba a punto de pringarla. Era preciso esperar. Era de suponer que todo iría muy de prisa, que no le tendrían con la incertidumbre durante días y días, como pasaba con otros camaradas. "Lo mío es otra cosa. Lo mío, según las leyes fascistas, se merece el juicio sumarísimo y el paredón".
Fuera, las cosas discurrieron por cauces normales, es decir, con una angustia asfixiante por parte de Ignacio y de Matías. Éstos hicieron cuanto estuvo en su mano para que la pena de muerte decretada contra José le fuera conmutada. Intervino el gobernador. "Lo lamento, Ignacio. Pídeme cualquier cosa menos esto. Tenías que ver a nuestros muertos en el valle de Aran". Intervino el capitán Sánchez Bravo, a quien visitaron Matías e Ignacio. "Yo no puedo hacer nada. Mi padre es general, yo soy un simple capitán…" Intervino José Luis Martínez de Soria, teniente jurídico. Tal vez éste, por su cargo, pudiera inclinar la balanza. "Lo lamento, Ignacio. El delito es de muerte. Te das cuenta? Comité de Unión Nacional. Compatriotas? Ha llegado la hora! Me temo que haya llegado la hora para tu primo. La ayuda que te prestó a ti no compensa. Aunque intentara hablar con el coronel que ha de juzgarle no conseguiría nada; pero es que tampoco, y lo siento, estoy dispuesto a intervenir".
Paz Alvear se enteró y se subía por las paredes. Volvió a ser la muchacha de Burgos que vendía tabaco a los militares. "Esos canallas! Morirán matando… Dispararán hasta el último momento, hasta que cinco mil aviones aliados cubran el suelo español". La Torre de Babel intentó apaciguarla. "Tu primo es un insensato. Guerrilleros en España! Nadie le obligó. Me escuchas, Paz? Él mismo lo ha dicho. Pensaban que la gente se uniría a su proeza; y la gente no está para volver a las andadas. Ni siquiera tú… Los únicos tiros que gustan a la gente son los de las ferias, los tiros al plato y los tiros de pichón".
Читать дальше